jueves, abril 23, 2015

Cuba, el día D.




Bueno, llegó (y pasó) el día D del  Congreso. Esta vez la cosa no estaba fácil. No es solo que cada vez me siento más vulnerable en las intervenciones ante grandes auditorios (acabará pasándome lo de Sabina: el pánico escénico), sino que esta vez el auditorio era realmente complicado: médicos y responsables de salud de muchos países, incluidos los EEUU (ahora que se han reanudado las relaciones, andan de luna de miel).
Me cambiaron de chofer y el nuevo llegó una hora antes a buscarme. Lo interesante es que parece que he ascendido. Me han otorgado un coche de ministro o rector (un modelo chino de gama alta). Me extrañó. ¿Pero no es usted Presidente de la Sociedad Americana de Medicina?, me preguntó la chica de enlace en el hotel. No quise romper la magia del momento y me quedé en responder con un "Ummmm" que tanto podía que ser eso como lo contrario. Seguramente leyeron Presidente de la Sociedad Iberoamericana de Docencia Universitaria y lo leyeron en clave médica. En todo caso, hay ciertos malentendidos que no merece la pena aclarar. Pues nada, tengo chofer privado hasta el domingo cuando me vaya. Un lujo.
Luego en el Congreso pasó lo que suele. Se empezó tarde y luego los desfases se fueron acumulando hasta tal punto que la sesión inicial que era abierta a todos los congresitas estaba formada por 4 personas que iban a hablar.  Pues cuando aún estaba hablando la segunda, un político argentino pesadísimo, ya se habían chupado una hora de las sesiones múltiples siguientes en una de las cuales participaba yo. Así que me temí lo peor, que llegáramos allí y de los 45 minutos que teníamos cada uno, la cosa se redujera de manera dramática. Y de nuevo, la cuestión de siempre, ¿merece la pena todo este viaje para después intervenir media hora ante un auditorio que será, con toda probabilidad escaso? En fin, hay ciertas preguntas que uno no debe hacerse a poco de iniciar su conferencia en un Congreso. ¡Fuera!.
Y pasó lo que tenía que pasar, aún no había acabado la primera sesión común, nos tuvimos que salir porque ya habían comenzado las sesiones simultáneas. Cuando llegamos allí, ya estaba hablando la que me precedía, una doctora, creo que salvadoreña, muy mayor que debía ser todo un referente en la Educación Médica centro-americana. Las cosas que le oí, me parecieron interesantes y bastante coincidentes con algunas que yo diría a continuación. La cosa es que las canas pesan y a ella no le cortaron, con lo cual su intervención se alargó mucho. Y si yo tenía que iniciar mi conferencia a las 11, debían ser las doce y mucho cuando la iniciaba.
Aquí son bastante pragmáticos y no se pierde tiempo en presentaciones. Tampoco lo perdí yo en agradecimientos porque me temía lo peor en cuanto a la gestión del tiempo. De hecho, mi mayor preocupación en ese momento era cómo reducía la presentación a su esqueleto. Y lo que tenía que pasar, pasó. A los 20 o 25 minutos me advirtieron que me quedaban 5 para concluir. Demonios!, acababa justo de concluir la introducción. A partir de ahí comencé a correr mi particular encierro. En este caso, no me perseguían los toros sino la mirada y los gestos dela coordinadora de la sesión. El discurso fue a saltos. Las dispositivas se pasaban desde la cabina, así que en lugar de decirle "vamos a la siguiente” yo lo que iba diciéndole es “vamos tres más allá” y “siga pasando, siga pasando, siga...”.
Bueno, quizás la cosa no fueran tan dramática. Al final, el salón estaba lleno y la conferencia gustó mucho. Asistieron a ella varios rectores de las Universidades Médicas cubanas y mucha gente de la dirección central de Educación Médica del Ministerio de Sanidad MINSAP (aquí las universidades médicas dependen del ministerio de salud, por eso juegan por libre en relación el resto de universidades y facultades). Luego todos se lamentaban que la falta de tiempo no nos hubiera permitido profundizar más en los diversos puntos que les fui presentando. Y algo curioso, en otros sitios, al final de la conferencia, mucha gente viene a hacerse una fotografía conmigo, aquí la gente que se acercó después lo que quería era que le pasara la presentación. Listos estos cubanos. Menos mito y más pragmatismo. También me tocó oír mucho aquello de “esto ya lo hacemos nosotros”.
El resto del día fue de muchas esperas y un poco de relax. Comimos en una sala infinita del Palacio de Congresos, después me tocó esperar aburrido a que viniera de la sede central de la OPS (Organización Panamericana de Salud) el cheque que serviría para pagar mis gastos de viaje. Yo no las tenía todas conmigo en que pudiera recuperar los 700€ que me costó el pasaje. Al final llegó y espero que todo acabe bien cobrándolo mañana en el banco. Después aproveché mi reciente estatus de tipo importante y llamé a mi chofer para que me llevara al hotel. Ningún problema, allí estaba él en 5 minutos. ¡Da gusto ser importante!

Camino del hotel, pensé que dado que tenía chofer podría aprovecharlo para no quedarme encerrado lo que quedaba de tarde. Y pensé en que me llevara al centro de la ciudad para recuperar recuerdos y volver, después, andando. Así mataba dos pájaros de un tiro, volver al Centro de La Habana y andar un poco, que buena falta me hace después de estos días de quietud.  Me cambié en el hotel (el resultado quedó un poco chapucero: traje de baño, camiseta amarilla limón, hasta ahí bien; zapatos marrones de diario con calcetines negros; esto me quedaba como a un cristo dos pistolas, de guiri total, pero no había traído zapatillas y no creí que pudiera hacer el camino con unas chancletas, que sí tenía) y salimos cara al centro. La visita al centro se hizo bonita, fui recuperando muchos recuerdos de Cuba. Cada uno de los viajes realizados tuvo su historia (mis viajes iniciales a Congresos de Infantil; mis dos viajes con Rafa; el viaje con Elvira y los Gestal; el viaje en que coincidí  con Jesús Valverde y su novia canaria de entonces…). Pasé por La Cecilia, restaurante donde celebramos con los Gestal un cumpleaños mío; paseé por el malecón que me trajo muchos recuerdos con Jesús; paseé por el centro con muchos recuerdos con Rafa y mis hermanos. Un refresh de recuerdos muy agradable.
Yo había pensado que podría volver andando desde el Centro de la ciudad, pero ya en la ida me di cuenta de que eso no sería posible porque las distancias son enormes. Al final, el chofer me dejó en una plaza intermedia en la que había un festival de samba cubana. Me encantó el dinamismo y la alegría de la gente que bailaba desde niños muy pequeños hasta jóvenes veinteañeros de distintas escuelas, supuse. Iban con ellos sus entrenadores o cuidadores, no sé. El sol caía a fuego sobre el lugar, treinta y pico grados, pero eso no les afectaba porque cada nuevo grupo que entraba en acción se mostraba más enérgicos y motivados.

Después de un rato, comencé a andar cara al Hotel. No sabía a qué distancia estaba y no quería que me cogiera la noche. El camino me lo conocía en cuanto a la dirección (tampoco hay que ser muy listo: al final el hotel está tocando al mar; bastaría seguir el malecón para llegar). Pasé por la oficina de negocios americana y todo el tinglado de banderas cubanas y la plaza para manifestarse que le han puesto por delante para joderlos (aunque ahora parece que la van a remodelar para acomodarse a los nuevos tiempos) ; por el Meliá Cohíba; por los campos de deporte; por el torreón (estaba la terraza llena de gente). Y así fui siguiendo el camino hasta que perdí el malecón porque llega un río y cruzarlo te aleja de él. El sol seguía inmisericorde y yo sudando como una fregona. Y el camino seguía. A la media hora pensé en rendirme o, cuando menos, relajarme con una cervecita intermedia, pero seguí. Mejor no pensar. A la hora estaba realmente cansado y ni siquiera había llegado a la mitad del camino. Luego me perdí un rato buscando la 5ª avenida y cuando la encontré la seguí como mi clavo ardiendo. Luego volví a perderme porque aparecí en la 7ª. Me costó recuperarla. Una señora con la que me crucé ya debió ver que andaba perdido y me dijo cómo volver a mi ruta. Posteriormente tuve que preguntar a un guardia que vigilaba en su garita y poco después a otro joven con el que me crucé. Y todos sin excepción me miraban extrañados diciéndome que el hotel seguía muy lejos. Como yo insistía en que quería andar, me daban orientaciones parciales con el consabido y “cuando llegué por allí… pregunte de nuevo". En fin, para que el relato no resulte tan largo como la caminada, diré que tardé en torno a dos horas en llegar al hotel. Calculo que hice en torno a los 8 o 9 kilómetros.
Una vez en el hotel, me pasé primero por el supermercado a comprar una cervecita porque lo que me apetecía era salir a la piscina para darme un baño y quedarme allí tumbado, cerveza en mano. Escogí una cerveza holandesa que no me gustó pero que, pese a ello, me la fui tomando mientras leía a Vázquez Montalbán. Me pegué otras dos horas de relax en la piscina y llegada la hora me pasé a degustar una pasta y una copita de vino. Después había un espectáculo en el hotel, un grupo flamenco que fue fantástico y que sirvió para levantarme el ánimo. Llegué a la habitación dando las 11 y diez minutos después ya estaba sopa. Un día intenso.

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