lunes, diciembre 03, 2012

ABUELO



Hace un tiempo me había comentado una amiga chilena que estaba deprimida por algo que le había pasado en su visita a un aula de Educación Infantil, cosa que hacía con relativa frecuencia. Los niños pequeños llaman a sus profesoras “tías”. No sé de dónde les vendrá la costumbre, quizás para diferenciarlas de sus madres o para evitar que les llamen “mamá”. No lo sé. La cosa es que ella estaba muy acostumbrada a que los niños de las clases que visitaban la llamaran, también a ella, “tía”. Eso le gustaba mucho. Lo que había roto esa felicidad era que esa mañana una niñita de la escuela que visitaba la había llamado “abuelita”. Primero le sonreí, contaba, y después me fui enseguida al baño para disimular mi frustración y constatar el diagnóstico de la pequeña. Todos nos reímos mucho entonces.


Pero está claro que uno no se puede reír de los malos tragos ajenos. El sábado, mientras mi madre charlaba-rezaba con la monja que la visita cada semana, cogí mi computador y me fui a la cafetería de al lado a tomarme un café mientras leía el periódico y acababa un texto.  En ello estaba cuando se sentó en la mesa de al lado una señora de edad indefinida pero no excesivamente mayor. No le presté mucha atención, la verdad. Ni siquiera cuando sentí que hablaba en alto. Sólo que al final oí algo así como “abuelo”, “¡eh, abuelo, hace un frío terrible fuera!”. Como no había nadie a su lado ni al mío, no tuve más remedio que mirar para ella. Pensé que no se dirigía a mí, pero es que no había nadie más alrededor. ¡Coño, dije para mí, esta tía me está llamado abuelo, pero yo no tengo pinta de abuelo. Está loca! Y, efectivamente, el abuelo era yo. Nunca me había pasado una cosa así. “¡Oiga señora, pensé en increparle, por qué me dice abuelo! Yo no le he faltado en nada”. Pero qué leche, cómo iba a decirle nada. Es verdad que soy abuelo, pero que te lo digan así, a bocajarro, te deja hecho trizas. Al rato, la señora se levantó y se fue sin pedir nada. Debió ser que entró en el bar solo para calentarse un poco. Tenía que ser, pensé para mí. Una pobre vagabunda que probablemente tampoco esté muy bien de la cabeza. Si no, de qué me va a llamar abuelo…  Me pareció una justificación bastante interesada por mi parte, pero sirvió para salir del paso. Eso sí, no me la he quitado de la cabeza. ¡Puñetera mujer!

viernes, noviembre 23, 2012

DOCTOR HONORIS CAUSA


DOCTOR HONORIS CAUSA

Es difícil describir lo que uno siente en ocasiones así. Es un largo proceso desde que te comunican que te han propuesto para ese honor hasta que despiertas del sueño y aceptas abrumado. Y luego, ya en marcha el proceso, vas dejando que los acontecimientos corran como si la cosa no fuera contigo, hasta que llega el día y no tienes más remedio que asumirlo, vestirte para la ocasión y ponerte a disposición del protocolo para que todo salga bien. Bueno, en este caso, salió bien.

Pues así fue. Un buen día me llamaron del IME de Oaxaca para comunicarme que me habían propuesto como Doctor Honoris Causa de la Institución. Me preguntaron si aceptaba. Por supuesto, ¿cómo iba a decir que no? Me contaron cómo había sido el proceso, que la propuesta había sido por unanimidad, que habían sido los jóvenes quienes más habían presionado, que estaban todos encantados. ¡Qué decir!.

Eso fue en Septiembre y acordamos la fecha del 10 de Noviembre para la celebración del solemne acto académico. El tiempo pasó y llegó el día. Fui a Oaxaca con Elvira y allí salieron también mi hermano Rafa desde Puebla y otros amigos. Fue un día muy especial.

Lo habían preparado todo hasta el último detalle. Incluso tuvimos que ensayar para que todo saliera perfectamente. Yo  creía que los rituales y protocolos pertenecían a las viejas universidades europeas, pero también ellos se han incorporado a la escenografía académica, eso sí, teñida de toques culturales propios.

El acto sería en el Teatro Macedonio Alcalá, un edificio fastuoso de comienzo de siglo. El mejor de la ciudad y reservado sólo para los grandes acontecimientos políticos o culturales de la ciudad. La propia Directora del IME estaba asombrada de que se lo prestaran para el acto académico pues es algo que nunca sucede. En la puerta del teatro habían colocado una enorme fotografía mía. Fue gracioso porque como nuestro hotel estaba próximo y cruzamos varias veces por aquella acera la gente miraba la fotografía, me miraba a mí y sonreía sorprendida de nuestro parecido. Y no solo fue el teatro, también la Orquesta Sinfónica de la ciudad aceptó participar en el acto. Otra sorpresa para todos, pues tampoco suele aceptar este tipo de invitaciones porque se reserva para sus propios conciertos o eventos de alta resonancia social. Y así fue la cosa, de sorpresa en sorpresa. Asistió el Secretario de Educación del Estado (su ministro de Educación), asistieron dos responsables del Ministerio de Educación Federal. En fin, que aquello parecía un acontecimiento con todas las de la ley.

Y comenzó la ceremonia. Todo el claustro de profesores del IME, adornados con su banda institucional, subió al escenario y se sentó como si fuera el coro. En el centro las autoridades. En una esquina, apoyado al pupitre estaba el maestro de ceremonias y en la otra esquina me habían colocado a mí, vestido de traje académico español con mi muceta azul y mi birrete, a mi padrino académico (vestido con un traje típico maya de un colorido precioso) y a la profesora que me guiaría en los diferentes movimientos que tendría que realizar. Una imagen impresionante, supongo, para quien lo viera desde las butacas del teatro que poco a poco se fue llenando.

El acto comenzó con una interpretación de la orquesta sinfónica que nos deleitó con diez minutos de música oaxaqueña preciosa. Un toque cultural que supuso una inmersión directa en un ambiente mexicano con resonancias indígenas. Después el Secretario del Claustro, el Dr. Vicente Carrera, leyó el Acta del nombramiento desgranando el proceso seguido y los criterios aplicados para la propuesta y nombramiento del nuevo Doctor Honoris Causa. Las cosas que fue diciendo y los méritos que me fue atribuyendo me dejaron medio apabullado. Resultaba difícil reconocerme en aquel panegírico. Habían hecho una lectura a todas luces desmesurada de mis aportaciones. Había mucho de amabilidad y cariño en aquel recuento. Pero, claro, me encantó escucharlo.

Nuevo momento musical, otra vez precioso, con música mexicana y, a continuación, la LAUDATIO del padrino académico, el maestro Javier López, originario de una comunidad indígena de Chiapas y, en la actualidad, director del Instituto de Lenguas Indígenas de México. Toda una autoridad internacional en lo que se refiere a las culturas indígenas. Comenzó su discurso en lengua maya que puso los pelos de punta a los asistentes. Debe ser que les conecta con sus orígenes. Supongo que poca gente lo entendía, pero se les veía a todos con esa mirada expectante de quien se siente absolutamente fundido en lo que se dice, como meciéndose en el ritmo del discurso de quien habla. Luego lo  tradujo al castellano y, la verdad, resultaba una construcción tan emotiva, tan centrada en el corazón y los sentimientos que resultaba más próxima a una declaración de amor que a un discurso académico. Muy mexicano, al fin y al cabo. Ellos y ellas son capaces de manejar los sentimientos, de hacerlos visibles sin gran dificultad. Así que no tuve más remedio que subirme a la nube de las emociones y flotar en esa especie de éter embriagador de las alabanzas y piropos inmerecidos. No puede ser, no puede estar hablando de mí, pensaba yo. Fue demasiado, pero igualmente me sentó bien escucharlo. En ese momento estaba yo en plena borrachera narcisista, así que bastante hacía con mantenerme en pie y sostener el tipo.

Más música y después comenzó el acto del nombramiento. La directora del IME. María Eugenia Penas Arbizu, hizo la introducción y explicó el sentido de cada uno de los momentos que viviríamos a continuación. También ella saturó de emotividad y de significados el acto, pero de ella ya lo esperaba, porque siempre ha sido así, amable y cariñosa con su gente. Nos aclaró qué significaban cada una de las cosas que a continuación me darían como nuevo Doctor Honoris Causa de la institución: el título de Doctor Honoris Causa; la banda académica del IME con sus colores muy especiales y cada uno con su sentido; la medalla de doctor de la institución con mi nombre y el bastón de mando (una tradición de las comunidades indígenas). Y así se hizo a continuación. Con toda solemnidad y de manos de personas muy representativas de la institución me fueron invistiendo con esos cuatro signos que marcaban mi nuevo estatus. No puedo explicar con palabras hasta que punto cada nuevo paso, cada nuevo símbolo me iba haciendo sentir a mí más chiquito, más abrumado por las cosas que me iban diciendo. Y diciéndomelas así, mirándome a los ojos como tratando de convencerme de que sucedía de veras y de que yo debía comprometerme con todo lo que aquello significaba. Cuando acabó me devolvieron a mi sitio y creí que podría relajarme, dejar que el revoltijo interior se fuera posando. Pero no tuve tiempo, enseguida me llamaron para que dijera mi primera LECTIO como nuevo Doctor Honoris Causa.

Me tuvo que levantar mi acompañante y llevarme bien agarrado del codo hasta el atril. Casi ni recordaba dónde había puesto los papeles hasta que los encontré en el bolsillo del pantalón lo que requirió todo un tiempo de búsqueda que, en esa explosión de pensamientos y recuerdos locos que bullía en mi cabeza, se me asemejó a cuando los curas de antes buscaban en medio de la misa su pañuelo en el pantalón por debajo de la casulla y el alba. Los encontré bastante arrugados, los tuve que ordenar, humedecerme la boca que la tenía seca como un estropajo (la humedad se había concentrado ya para entonces en unos ojos llorosos) y comencé todo emocionado mi discurso.

No es que lo hubiera preparado mucho pero, a veces, las cosas salen mejor así. Tampoco improvisé, no hubiera podido hacerlo en aquel estado. Simplemente leí lo que había escrito un día antes. La verdad, creo que estuvo bien. Yo mantuve el tipo hasta el final. Sólo cuando, para acabar, quise decir que me sentía feliz de estar acompañado por una parte de mi familia se me truncó la voz por la emoción y tuve que parar. Pero ya faltaba poco para acabar y retirarme a mi lugar, de nuevo.

Luego vino más música. Otra vez preciosa. Y acabamos con el abrazo a todo el claustro. Tuve miedo de no ser capaz de resistirlo. Eran casi 30 personas a las que tendría que abrazar/besar una por una. Ellos y ellas, a medida que los nombraban, iban desfilando hasta llegar donde estaba yo (en la mitad del escenario) para darles la mano y un par de besos a las mujeres y un gran abrazo a los hombres. A algunos/as los conocía y con ellos el abrazo y beso era intenso y emocionante; en otros casos era más protocolario pero, incluso en estos casos, era difícil sustraerse a la emoción que cada persona traía consigo. Fue un climax difícil de olvidar.

Después las fotos de todo el grupo, las fotos individuales, las fotos a petición de los asistentes. Cientos de fotos. Supongo que he salido en ellas como ausente. Ya no sé cómo estaba, la verdad.

El día lo cerramos en una de las placitas internas del hotel adornada deliciosamente de velas y flores. Tomamos una deliciosa cena absolutamente mexicana, lo que en mi caso significa que sólo pude saborear casi nada porque todo picaba. Pero nos ofrecieron un buen vino y, sobre todo, un excelente mezcal (el aguardiente de la tierra). Y tal como estaba yo, fue la puntilla que me remató. Mi calor interno me hizo insensible al frío externo y acabé cogiendo un resfriado monumental que después se convirtió en faringitis y más tarde en infección de garganta con su secuela de antibióticos y unos días de pena. Pero eso ya es otra historia.


Mi primera "LECTIO" como Doctor Honoris Causa



DOCTORADO HONORIS CAUSA

EXCELENTÍSIMA MAESTRA MARIA EUGENIA PENA ARBIZU, directora del IME y amiga de todos estos años de colaboración.
Dignas autoridades del Ministerio de Educación y de la Secretaría de Educación de Guanajuato: muy agradecido con su presencia en este acto.
Miembros del Jurado y claustro de profesores y profesoras del IME: gracias a todos y todas por el honor que me concedéis integrándome en el equipo.
Queridos familiares y asistentes a este acto. Muy agradecido a todos.
……………………………….
Quisiera iniciar esta primera LECTIO como doctor Honoris Causa con toda la emoción de quien se siente sorprendido y emocionado por este honor el que IME me concede. Ser Doctor supone haber ido superando las diversas etapas que la carrera académica nos va imponiendo. Ser Doctor Honoris Causa  es otro tipo de cosa, implica que alguien, una institución de Educación Superior, te reconoce como como persona de relieve y te concede el privilegio de figurar entre sus académicos honoríficos.
Como pueden ver por la vestimenta que porto, soy un académico de una vieja universidad, nacida en la misma época en que Colón llegó a América, finales del S.XV. Llena de historia y de rituales, trata de combinar la tradición con la modernidad. El color azul de mi esclavina tiene que ver con la especialidad a la que pertenezco, el mundo de las Letras.
Decía Felipe González,  cuando llegaba ya al final de su mandato, aquello de “Líbrenos Dios del día de los homenajes”. Inquietante presagio, se justificaba, de que tu periodo está concluyendo. Algo así pensé yo aquella tarde de sábado cuando recibí la llamada de la maestra Maru anunciándome, con esa voz a la vez dulce y segura de que hace gala, que el IME había decidido que yo fuera su siguiente  Doctor Honoris Causa. Estáis locos, creo que le dije, mientras me recuperaba de la sorpresa y dejaba que me inundara todo el cuerpo la alegría enorme que la noticia me provocó.
Dicen que los profesores de Pre-escolar y Primaria aman a los niños; que los de secundaria aman las disciplinas y que los de Universidad nos amamos a nosotros mismos. No les extrañará, por tanto, que mi EGO se hinchara como un globo ante la noticia. Tuve que aparcar el coche para no tener un accidente y así, con un poco más de sosiego, ir procesando el honor que el IME me hacía. Un hermoso regalo. Gracias a todos por la consideración que siempre me habéis tenido y que ha culminado ahora con este Doctorado Honoris Causa. Me siento muy honrado y orgulloso. El haber sido el siguiente nominado, después de que hace siete años lo fuera la Dra. Margarita Gómez- Palacio, es como para sentirse orgulloso del privilegio.
El que mi padrino en este acto haya sido el Maestro Javier López, Director del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas de México, supone un honor añadido en todo este proceso. En estos últimos años he conocido sus trabajos y le he escuchado hablar con fundamento y entusiasmo de los grandes retos que afronta la educación mexicana en relación a los colectivos indígenas. Emociona escucharle hablar en lengua maya y sentir la pasión con la que vive su responsabilidad institucional. Gracias, maestro.
No suelen ser habituales estos reconocimientos en el mundo de la Educación. Por lo general, los doctorados se los llevan personas con una fuerte presencia pública en áreas de intenso impacto social y mediático. Gente famosa, al fin. Pero está bien que, de vez en cuando, volvamos la vista a las gentes que se dedican a la Educación. Discutía un día con un amigo médico sobre la importancia de algunas profesiones. Me decía él que, obviamente, no se podía comparar la relevancia de la profesión médica, que salva vidas, con la de los pedagogos que resulta difícil saber para qué sirven. Formamos profesores, le dije, y sin profesores no habría médicos. Así que, aunque con frecuencia nuestros peores enemigos seamos nosotros mismos, resulta importante ser profesor y sentirse orgulloso de serlo. Así es en mi caso y por eso, uno de los pocos méritos que me reconozco es que cuando hablo de educación lo hago con entusiasmo y creyéndome lo que digo.
De eso quería hablar, si me lo permiten, en esta pequeña lección que como Doctor Honoris Causa se me pide en este acto. Del papel que jugamos los profesores en este mundo actual. Pero les voy a sorprender, verán. Seguro que piensan que voy a referirme a las nuevas tecnologías, al  trabajo en un mundo globalizado, a las nuevas competencias profesionales que se nos piden al profesorado. Pues no, ya ven. Me gustaría hablar de calidad de vida, de felicidad. No les cansaré. Prometido.
……..
Comienza León Tolstoi su novela Ana Karenina diciendo que todas las familias felices se parecen y que las infelices lo son cada una a su manera. Algo parecido se podría decir de los profesores: los profesores felices, los que viven bien su profesión, tienden a parecerse mientras que los que no lo son, apenas malviven y se consumen a sí mismos en un círculo vicioso (cada uno el suyo) en el que su única esperanza es sobrevivir. A veces ni lo consiguen.
Pero, ¿hay profesores felices? Más, incluso, ¿tiene sentido plantearse esta pregunta? Es curioso, les confieso que yo mismo nunca lo habría hecho hace unos años. Me preguntaría por “profesores eficaces”, “profesores competentes”, “profesores comprometidos”. Pero, ¿felices? ¿Qué necesidad tienen los profesores de ser felices para hacer su trabajo? Ya digo, resulta curiosa esta deriva hacia cuestiones tan personales. Escribía hace poco el divulgador español Eduardo Punset en sus “mandamientos de la felicidad” que las investigaciones recientes señalan que la felicidad aumenta con la edad. Quizás no sea tanto que, con la edad, aumenta la felicidad como el interés por ella. Eso me debe pasar a mí. Y también a otros. Hace unos meses, en unas Jornadas sobre Docencia Universitaria organizadas por la Cátedra Unesco de Gestión Universitaria de la Politécnica de Madrid, se desarrolló una mesa redonda sobre problemas de abandono escolar en la Universidad. Participaban un experto en Procesos de Aseguramiento de la Calidad, un Rector de Universidad Española, un Rector de Universidad finlandesa y un responsable de organización académica de otra universidad. Cada uno nos contó su historia, ofreció sus datos y sacó sus conclusiones. Después comenzó el debate con los asistentes y fue como un milagro, en unos pocos minutos todo el mundo estaba hablando de felicidad, de si no será que se abandona la formación porque estudiantes y profesores no son felices con el trabajo que hacen.
De eso mismo hablé yo cuando me tocó intervenir en una sesión posterior. ¿Somos felices los profesores? ¿Es importante que lo seamos para poder hacer bien nuestro trabajo? ¿Pertenece la felicidad al ámbito de lo personal, de lo que uno debe construir en su espacio privado (con su pareja, con su familia, con sus amigos) o es algo que viene condicionado por el contexto donde se ejerce la profesión lo que, a su vez, influye en el trabajo que hacemos?
Todo esto puede parecer la expresión de un sentimentalismo cursi al que las personas mayores se van adhiriendo a medida que crecen en años. Pudiera ser, pero no deja de tener un sólido fundamento en las investigaciones que se llevan a cabo sobre clima institucional y sobre desarrollo profesional en Ciencias de la Educación. Podemos analizar los procesos de enseñanza y aprendizaje como operaciones técnicas y neutras que requieren expertía por parte del profesorado y motivación y esfuerzo por parte de los estudiantes. En la misma línea de razonamiento, también podemos analizar las escuelas y demás instituciones educativas como meros espacios en los que se produce el aprendizaje. Así, sin más matices: las escuelas como escenarios preparados para que ese intercambio entre profesores y estudiantes se produzca en condiciones aceptables. Y el profesorado como el cuerpo técnico encargado de llevarlo a cabo. Pero no es suficiente.
En realidad, las instituciones educativas son bastante más que un espacio neutro donde se realizan tareas educativas. Vistas así, apenas puede entenderse lo que sucede en ellas. Deberíamos pensarlas, más bien, como realidades más complejas que afectan a muchas dimensiones de la vida de quienes acuden a ellas. Son contextos de vida, no solo lugares de trabajo. Pasamos mucho tiempo en las escuelas, vivimos mucha vida en ellas. Claro que lo mismo se podría decir de cualquier escenario de trabajo: también se pasa muchas horas en la oficina o en la fábrica o en el taxi. Es verdad y, justo por eso, resulta tan necesaria, en todos ellos, esta visión humana, vital y vinculada a la calidad de vida. Por eso los análisis psicológicos, pero también los laborales, de los contextos insisten en la importancia de sus cualidades: que sean amables, cálidos, colaborativos. En definitiva, que se esté a gusto en ellos.
En educación, este tema resulta crucial. Un 30% de los muchachos y muchachas no acaban su escolaridad obligatoria en España, casi el doble que en el promedio de la UE. Se habla de que un porcentaje creciente de docentes pasan por serios problemas psicológicos y de salud a lo largo de su carrera; que se toman muchas bajas por enfermedad (con frecuencia depresión); que van a sus clases como si fueran al matadero y cuyo máximo deseo es que aquel suplicio acabe cuanto antes. Del 2000 al 2005 el nivel de satisfacción del profesorado bajó del 67 al 51%. Y es probable que a día de hoy las cifras sean aún más bajas. Hemos insistido poco en esa idea de que las escuelas, colegios, liceos o universidades no son sólo lugares a donde se va a enseñar y aprender. Son lugares donde se va a vivir; a vivir de otra manera. Vivir es más importante que enseñar y también es más importante que aprender. Hablemos, por tanto, antes de calidad de vida que de calidad de la enseñanza y del aprendizaje. No por contraponerlas, desde luego. Sólo una vida de calidad la que nos llevará a aprendizajes de calidad.
Por eso insisto en la idea de las escuelas como contextos de vida. Y en tal sentido, quizás ya me hayan oído hablar de “contextos enriquecedores” y “contextos empobrecedores”.  Fíjense que hablo de contextos enriquecedores y contextos empobrecedores, no de contextos ricos y contextos pobres. También los hay, por supuesto: instituciones más ricas, con muchos recursos, con grandes equipamientos. Igual que hay escuela menos dotadas y con recursos escasos. Pero ni todas las instituciones ricas son enriquecedoras, ni todas las pobres empobrecen. A veces, incluso, pasa justamente al contrario. Sucede eso porque la calidad de los contextos va mucho más allá que la de sus infraestructuras. 4 elementos podemos distinguir en un contexto, da lo mismo que hablemos del contexto escolar, del familiar o de otros contextos de trabajo u ocio: (1) las infraestructuras y elementos materiales; (2) los elementos afectivos; (3) la organización funcional; y (4) los elementos culturales. Todos ellos están vinculados a la satisfacción de las personas que viven o trabajan en ellos.
En primer lugar, las infraestructuras, lo más objetivo y material. No es fácil sentirse bien en espacios reducidos, empobrecidos, con recursos escasos o poco cuidados. Este componente por sí solo no hace que el contexto resulte enriquecedor, como decía, pero constituye una condición importante: resulta difícil trabajar a gusto en marcos reducidos, mal dotados y poco atractivos. Dicen que le preguntaron a Borges, ya mayor, cómo era que, siendo famoso, su matrimonio había durado tanto: simple, dijo él, es que teníamos una casa grande.
En segundo lugar, los aspectos afectivos. Si los recursos son importantes los elementos afectivos del contexto, acordarán conmigo, son aún más importantes. Lo vemos con frecuencia en nuestras propias vidas personales: no hemos sido más felices cuando hemos tenido más; el tener más, ni siquiera suele hacernos más productivos. La afectividad crea un clima particular que dota de seguridad, reduce el estrés adaptativo y permite ser más productivo en lo que se esté haciendo. Todo esto que suena a visión romántica de la vida, a poesía, tiene sin embargo un fuerte apoyo en los últimos descubrimientos de la neurociencia. Los componentes afectivos tienen que ver con el sistema límbico que es quien genera la dopamina que, a su vez, estimula las otras zonas del cerebro. “Hay neurotrasmisores, decía C. Ramos (2002),  que producen una sensación de bienestar que permite mantener una disposición positiva a aprender. Por ejemplo, la serotonina y la endorfina que pueden ser liberadas por el cerebro naturalmente como resultado de la risa, de un gesto afirmativo o de una relación humana significativa”.   Otro neuro-científico, Acarín, señalaba que los estudiantes aprenden mejor “si el ambiente es emocionalmente positivo, si están más contentos, si lo pasan bien”. Quizás por eso, David Aspy tituló uno de sus libros con la expresiva afirmación:  Kids don’t learn from people they don’t like (los niños no aprenden de aquellos a los que no quieren).
 El tercer gran factor de un contexto de vida son los aspectos funcionales. Esto es, todo lo que afecta a las condiciones de trabajo, los horarios, las demandas que se nos hacen, la presión.  En definitiva, es otro factor de estrés que, sólo si está bien resuelto, puede permitirnos tener una vida intensa pero con un aceptable acople entre la vida personal y la laboral. O puede, si se plantea mal, convertir nuestros días en un sinvivir y tener siempre  esa sensación penosa de que lo estás haciendo todo mal porque debes saltar de un lugar a otro, de una responsabilidad a otra sin sosiego. En un mundo tan femenino como la enseñanza, siendo que las mujeres asumen intensos compromisos tanto en su vida familiar como laboral, los aspectos funcionales del contexto escuela son fundamentales.
Y finalmente está esa idea de la cultura institucional, es decir, la forma de pensar generalizada sobre qué es nuestro trabajo y cómo debemos realizarlo. Son tantas las formas de pensar y vivir la tarea de enseñar que en ello reside una importante característica de los contextos profesionales de los docentes. Se dice de nosotros, los profesores, que pertenecemos a las llamadas burocracias profesionales: se trata de una categoría profesional formada por sujetos con una elevada cualificación, lo que les hace actuar de forma individual y con altos niveles de discrecionalidad (es decir, haciendo las cosas según sus criterios y con notables dificultades para acomodar lo que cada uno piensa a lo que puedan pensar los demás, incluso aquellos que ocupan puestos superiores a los suyos en la jerarquía; en palabras sencillas, que estamos acostumbrados a hacer lo que a cada uno nos parece correcto aunque eso no se corresponda con lo que nos mandan hacer); sujetos que se identifican más con la profesión y especialidad que poseen que con el lugar donde la ejercen. Esas características se proyectan con claridad sobre las instituciones donde enseñamos y acaban impregnando la cultura institucional: una cultura individualista (un amigo de la universidad, candidato a Rector, en las últimas elecciones decía que lo malo de nuestra institución era que “aquí cada uno va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío”), competitiva (esto no es culpa nuestra, el sistema nos está matando con este virus que nos obliga a cada uno a ser mejor que el otro, a publicar más, a posicionarse mejor en el ranking de los méritos) y conservadora, con poco estímulo hacia el cambio y la innovación sobre todo si ello implica algo más de trabajo o preocupación (otro Rector español se quejaba de que intentar cambiar la universidad era como querer modificar un cementerio; uno podía contar con cualquiera menos con los de dentro).
En fin, somos una profesión fantástica, esencial para la sociedad y con características muy particulares. Una profesión que te exige un alto nivel de implicación. Christopher Day escribió un hermoso libro sobre “la pasión de enseñar”. Eso es ser profesor, vivir esa pasión, esa necesidad de ponerte a disposición de los demás para ayudarles en lo que puedas. A veces no es mucho lo que puedes aportar, pero la cosa es que estás ahí, con tu estilo, con tu deseo, arriesgando. Claro que no todos los profesores son así. Yo estoy hablando de los buenos, del maestro que a todos nos gustaría ser. Yo mismo escribí, con mi hija, el año pasado un libro sobre los profesores que titulamos: Profesores y profesión docente: entre el ser y el estar. Porque es verdad, es distinto ser profesor que estar (trabajar) de profesor o profesora. Como se decía en el prólogo:
“En la actualidad, la profesión docente tiene mucho de ESTAR, de ejercitar el rol, de jugar al personaje.  Quienes están en la enseñanza son profesores de 9 a 15 (si tienen la suerte de haber logrado un horario reducido en la escuela) o lo son el número concreto de horas semanales de clase que les han atribuido en su horario. Están. SER profesor o profesora es otra cosa, lo llevas en el ADN, lo  vives, te acompaña cada momento del día, lo disfrutas y lo sufres por igual. Te atrapa… es una pasión, un compromiso”.
Hace un par de meses la Asociación Española de Actores entregaba sus premios anuales a los mejores del año. Como cada convocatoria, hacían entrega, también, del premio a toda una vida. Este año se lo dieron a la actriz Concha Velasco (no sé si ustedes la conocen aquí en México, pero es muy querida en España). Me encantó su discurso al recoger el premio. Decía Concha Velasco que había tres palabras que ella había suprimido de su vocabulario: sobrevivir, sacrificio y resignación. No es una mala receta ni para nosotros los docentes ni para nuestras escuelas y universidades. No queremos sobrevivir sino crear, que es una forma más digna de afrontar el futuro y sus desafíos; no queremos pensar en nuestro trabajo y el de nuestros estudiantes en términos de sacrificio sino como algo placentero e ilusionante; no estamos dispuestos a resignarnos ante las consignas y las presiones que nos ningunean y vacían de contenido la misión formativa que la sociedad nos encomienda. Sobrevivir, sacrificio y resignación deberían estar también eliminadas de nuestro vocabulario. Eso es lo que hicieron los grandes educadores.
Al final, por tanto, amigos y amigas, quienes vivimos la enseñanza y, además, nos esforzamos por mejorarla  no podemos quedarnos en los aspectos más pragmáticos y funcionales del trabajo. Leí el otro día que los griegos, en la antigüedad, no escribían notas necrológicas ni construían loas funerarias contando los éxitos o fracasos de las personas fallecidas. Cuando se moría alguien solo se preguntaban: ¿tenía pasión? Es cierto que la pasión te lleva a equivocarte muchas veces, pero es la única fuerza capaz de realimentar la energía que trabajar con chicos y jóvenes precisa. Sin ella se pasa con facilidad de la mística al contrato, de sentirte alguien importante para los demás a vivirte como un empleado que únicamente entrega a la empresa su actividad durante el tiempo que duran sus clases. Sabina, cantaba a su amor aquello de que “una casa sin ti es una oficina”. Algo así podríamos cantar nosotros a la pasión por enseñar, que “una escuela sin ti solo es una oficina”, es decir,  si no lo vives de veras, al final apenas te queda nada.
Hace unos meses apareció en español (Edit. Narcea) un nuevo trabajo del profesor Christopher Day (The new life of teachers). Partiendo de la doble idea de que el compromiso del profesor con su trabajo es la conditio sine qua non del éxito docente y la de que ese compromiso no se obtiene sino a partir de la confianza y el optimismo académico, señalan dos características de los buenos profesores: el sentimiento de  AUTOEFICACIA (sentir que lo que estás haciendo tiene importancia para tus estudiantes y va a influir en sus vidas) y la RESILIENCIA (esa natural capacidad de los seres humanos para sobreponerse a las condiciones adversas; esa energía interior que se alimenta de recursos intelectuales y emocionales para poder reconstruir el contexto personal y profesional a pesar de las dificultades). Como señalaba Hargreaves (1998),“los buenos docentes no solo son máquinas bien engrasadas. Son seres emocionales, apasionados, que conectan con sus estudiantes y llenan su trabajo y sus clases de placer, creatividad, retos y alegría” (pag.835).
Al final amigos y amigas eso es lo que nos toca hacer, ser profesores felices e intentar que también los sean nuestros compañeros y nuestros estudiantes. Solo siendo felices podremos ser profesores innovadores. Dicen de ellos y ellas, que son los profesores de las 5 E: Esfuerzo, Energía, Entusiasmo, Excitación, Esplendidez. Ninguna de esas cualidades se hace posible sin una gran satisfacción interior, sin esa felicidad de quien se siente satisfecho en el papel de profesor, en el honor que la vida le ha permitido vivir.
Este es mi deseo para todos ustedes. Me gustaría desearles que se sintieran tan satisfechos de lo que están haciendo, de su profesión, de su trabajo como yo me siento ahora mismo.
Agradezco de todo corazón al IME y a quienes me habéis hecho el honor de acompañarme en este día tan hermoso para mí. Espero cumplir con honestidad las responsabilidades que este Doctorado Honoris causa me atribuye.
Muchas gracias a todos.
                                                   
1 Day, Ch. y Gu, Q. (2012). Profesores: vidas nuevas, verdades antiguas. Madrid. Narcea.
2 Hargreaves, A. (1999).  Profesorado, cultura y postmodernidad: cambian los tiempos, cambia el profesorado. Madrid: Morata.


miércoles, octubre 31, 2012

Entre la ciencia y la conciencia

Volviendo al viaje a Brasil y a eso de que siempre aprendes cosas nuevas, no puedo dejar de mencionar una experiencia notable de este viaje.
La inmensa amabilidad de mis anfitriones les llevó a invitarme a visitar con ellos la Foz de Iguaçu, donde la empresa Hoper tiene su sede central. Invitación/ tentación insuperable para cualquier europeo que viaje a Brasil. Yo ya conocia las cataratas porque estuvimos allí hace muchos años, pero fue una experiencia tan maravillosa (las recorrimos en barca, com emoçao, y en helicóptero) que merecía la pena repetirse. Por supuesto acepté.
 
Y allí fuimos. Nuevo vuelo en avión desde Sao Paulo (llegamos sobre las dos de la madrugada), nuevo check-in en el hotel, nuevo input al agotamiento. Quedamos en vernos a la mañana siguiente para ver la sede de la empresa y nos despedimos.
 
Y a la mañana siguiente desayuno, check out y salida. Yo esperaba ir directamente a la empresa, pero me aguardaba una sorpresa: mi amigo me invitó a visitar la ciudad de la Conscienciología. Ufff!, pensé, ¿de qué va esto? Quisé tocar madera para evitar malos augurios pero no la tenía a mano. No soy muy proclive a estos nuevos espacios de exploraciones intelectuales. Como decía el otro, ya me cuesta trabajo creer en mi religión que es la verdadera, como para plantearme creer en otras. En fin, pudo más la curiosodad que mis temores. Y allá nos fuimos.
Aluciné.
 
Bueno, ya resultaban alucinantes los datos que me iba dando mi anfitrión mientras nos acercábamos al Barrio de Cognópolis: cientos de hectáreas propias, todo muy bien urbanizado; arias urbanizaciones integradas en el espacio aquel y otras más que se están haciendo; miles de personas vinculadas a la asociación y muchas de ellas (como los responsables de la Editora que me llevaba a mí) residiendo en Foz de Iguaçu justamente por ese motivo. De ellas, más de 600 personas llegadas de todo Brasil y de otras partes del mundo (había tres chicas españolas en ese momento, aunque no logré encontrarme con ellas) para trabajar como voluntarias (sin ganar nada) en las distintas tareas e investigaciones de la sociedad; como muchos de ellos son profesionales de alto rango (médicos, ingenieros, profesores, psicólogos) han tenido capacidad de montar un extraordinario hospital donde ofrecen medicina y psicoterapia de calidad no solo a los asociados sino a todo el Estado de Paraná.
 
Pues así, con muchas dudas en la cabeza, llegamos. Como toda la zona está protegica se entra a través de un control bajo custodia. Como conocían bien a mi amigo (debe ser uno de los pioneros de esta historia) pasamos rápido. A cada paso qué dábamos el asombro se incrementaba. Primero, lo que más llama la atención es el universo de neologismos en el que entras: todas las palabras que emplean resultan extrañas, como parte de una jerga críptica. Me lo justificaron diciendo que pretenden referirse a cosas que no tienen una denominación establecida y que, por tanto, han de buscarles una denominación adecuada. Pasamos por un paseo espectacular con un nombre portugués precioso A Aleia dos Gênios (el callejón de los génios) donde puedes caminar sosegadamente mientras te vas cruzando con esculturas de algunos de los mayores genios de la humanidad: desde Newton a Balzac, desde Marie Curie hasta Rousseau. Un paseo precioso que me hizo recordar a Séneca y Platón pensativos en el paseo.
 
El paseo lleva al Holociclo donde van elaborando la enciclopedia de la concienciología. Espectacular aquella sala que en su primera parte estaba formada por una infinidad de meses sobre la que posaban miles de diccionarios organizados por temáticas. Miles. Después venía la zona de las holotecas, es decir, repositorios de noticias y textos sobre temas de cualquier tipo. Impresionaba ver aquella cantidad de materiales y, más aún la metodología que seguían. En realidad, el producto principal de la Asociación es una Enciclopedia de la Conscienciología. Pues bien, para cada entrada en la enciclopedia van reuniendo materiales de diverso tipo: artículos de revistas o periodicos, textos diversos, documentos de internet, libros (menos). Mientras son pocos los van poniendo sobre la mesa con un cartel donde se señala el tema. Cuando la cantidad de documentos se va haciendo mayor los meten en una caja de plástico transparente y allí van incorporando nuevos documentos hasta que se alcance el millar; es decir, para cada artículo exigen que exista un millar de documentos de referencia en función de los cuales redactan, después, la entrada. Tarea ésta encomendada inicialmente al lider, Waldo Vieira, pero que al irse acumulando el trabajo preparan a gente escogida de la Asociación para que colabore en esa tarea.
Luego visité el tertuliarium, una especie de anfiteatro donde cada día los socios participan libremente en el debate de algún tema. El líder ocupa una posición central y el resto de participantes, muchos de ellos vestidos totalmente de blanco como el líder, hace sus aportaciones desde las gradas. Cuando llegamos a lugar estaban saliendo ya de la discusión, así que no pude ver cómo se producía el debate.
 
Más adelante, ya en la editorial pudimos charlar un poco más sobre todo este tema de la conscienciología. En realidad, el elemento común de su trabajo es lo que llaman la proyectología, es decir, la capacidad del espíritu para salir del cuerpo y verse a sí mismo y a los demás. Según fui sabiendo, todos ellos han tenido experiencias de ese tipo (esa experiencia de que sales de tu propio cuerpo y te ves a ti mismo y a los que en ese momento te rodean como algo separado de ti; puedes incluso hablar contigo mismo o con los otros, o darte cuenta de cosas de las que no serías consciente cuando estás en tu cuerpo). Mucha gente ha tenido experiencias deese tipo. Ellos tratan de explicar por qué sucede tal cosa y cuál es la naturaleza del conocimiento que se adquiere en ese estado.
 
Dicen no tener nada que ver ni con religiones ni con sectas. Especialmente preocupados están por que no se les confunda con la cienciología que, en Brasil, tiene tratamiento de secta. Ellos se dicen científicos en busca de una epistemología que les permita explicar cosas que a día de hoy la ciencia no logra explicar.
 
Todos me contaron cómo habían sido importantes para ellos esas experiencias extracorpóreas y cómo a raiz de ellas se habían enterado que existía este grupo y se habían adherido a él.
 
Fue una mañana intensa. Me acordé de aquellos objetos que nuestras madres solían comprar en los santuarios. Una especie de bola con la imagen del santuario o de la virgen correspondiente al que si volcabas primero boca abajo y luego lo colocabas de nuevo en su posición normal, se llenaba de nieve. Era un efecto precioso observar cómo las partículas de nieve marcaban un paisaje todo alterado en el que la nieve se iba posando poco a poco. Es una metáfora bastante aproximada de cómo me sentía yo: como si me hubieran dado la vuelta y toda la nieve del suelo se hubiera lanzado al aire para irse posando poco a poco. En pleno shock y con todo mi pensamiento racional  sobresaltado.
 
No recuerdo haber tenido experiencias extracorpóreas, aunque también yo he sentido en sueños esa capacidad para volar y recorrer fuertes distancias. Pero lo de salirme del cuerpo y verme a mí mismo desde una altura intermedia no creo que me haya pasado. Con todo, la experiencia de esa mañana en Foz me dejó perplejo. No consigo entender cómo la gente deja su trabajo y su vida para unirse a algo que le atrae como idea. Qué tiene esa idea para atraparte tanto, para que por ella comprometas tu vida. Acudir al simplismo de que son personas con poca cultura que se dejan seducir por ideas religiosas, no me sirve en absoluto. Primero que ellos aseguraban que esto no tenía nada que ver con la religión. Después, que las personas que yo conocí eran todo menos personas simples: buenos empresarios, profesionales de varios campos, gente muy interesante y con mucho que aportar. Decían que para ellos, la concienciología había significado la oportunidad de ser mejores personas, de poderse acercar a los demás con mayor afecto y comprensión (de esto puedo yo dar constancia), de hacerse, incluso, personas más preocupadas por la investigación y el rigor en las cosas que hacían.
 
Mi nieve seguía cayendo. El alboroto interior continuaba. Me sentía retado intelectualmente. Es bueno de vez en cuando salirte de tu propia lógica, encontrarte con cosas y situaciones que no logras comprender, martirizarte con preguntas.
 
La tarde fue más tranquila. Comimos decentemente mientras fuera del restaurante se producía el diluvio universal. Por la tarde habíamos programado una visita a las cataratas y hasta allí nos fuimos. Pero el cielo seguía descargando agua a pozales. Imposible ponerse a caminar en el entorno de las cataratas. Tuvimos que desistir.
Como compensación, aunque yo me hubiera dado por satisfecho si me hubieran dejado en el aeropuerto sin más, me llevaron a ver el embalse de Itaipú, compartido entre Brasil y Paraguay, probablemente el mayor del mundo. Tres trillones de litros de agua. Si la repartieran entre todos los habitantes del planeta Tierra nos tocarían 5.000 litros a cada uno. A uno le cuesta hasta imaginárselo.

 
Tiene 20 turbinas. Con sólo 2 de ellas cubren las necesidades de todo Paraguay. Las otras 18 sirven para atender el 20% de las necesidades de todo Brasil. ¡Una pasada! Para que los muros de contención del pantano pudieran soportar tanta presión del agua, tuvieron que encastrarlos en roca viva. Antes de construirlo el río tenía una profundidad de 60 metros. Tuvieron que desviarlo a una canal artificial abierto en plena roca para construir la primera parte del pantano. Ese canal tiene una profundidad de 90 metros. Trabajaron 40.000 obreros en la construcción. En fin, datos todos que marean. Al estilo Brasil.
 


No llegaron a 24 horas las que pasé fuera de Sao Paulo en esta excursión a la Foz de Iguaçú pero tarderé en olvidar la experiencia.
 

domingo, octubre 28, 2012

Nunca pasará un día...

Nunca pasará un día... sin que aprendas algo nuevo. O, al menos, eso era lo que decía el dicho. Y algo de eso hay. Cuando menos lo esperas te encuentras con una sorpresa de esas que te golpean y hacen pensar.
 
A mí me pasó en Brasil a donde viajé la semana pasada. Un viaje rápido, de jueves a sábado. Tan rápido que aún no había superado con el jet lag de la ida y ya estaba metido en el de la vuelta.El viaje, en cualquier caso, fue estupendo porque los anfitriones fueron magnífico. Es difícil encontrarse con gente así en los tiempos que corren: por su generosidad, por su amabilidad, por el aprecio que te demuestran a cada paso. Ellos son HOPER, una consultoría de temas educativos que asesora y desarrolla iniciativas pedagógicas en instituciones de Educación Superior. En esta ocasión presentaban un proyecto destinado a la mejora del aprendizaje de los estudiantes de carreras de Derecho y de Dirección de Empresas: Hoper Solución de aprendizaje, le denominaron al asunto. Se trata de una especie de tutoría institucional en la que ofrecen a las instituciones asociadas (contaban con trabajar con un entorno de 200.000 estudiantes) un pack de libros de autores relevantes (para eso se asociaron con la editorial Saraiva, una de las más conocidas y potentes de Brasil) cada uno de los cuales serviría de libro de texto para una disciplina. Y junto a ese pack sistemas virtuales de apoyo al aprendizaje, pruebas de autocorrección, programaciones de casos para el profesorado, etc.
 
Aunque, obviamente, toda la propuesta se movía en la lógica del "mercado educativo" (al final ellos son una empresa con treinta y pico empleados), a mí me resultó difícil ver dónde estaba el negocio. Se nota que quienes trabajamos en instituciones públicas nos sentimos un poco fuera de lugar ante planteamientos empresariales que afectan a la educación. Se habló de que el coste de esa "solución de aprendizaje", rondaría los 40 reales por alumno (unos 15€). Pero lo que yo pude ver es que cualquiera de los libros que formaban parte del pack semestral valían más de ese precio. Lo preguntéy me dijeron que se podían lograr esos precios porque se trabajaba en una economía de escala (cuantos más alumnos,más posibilidades de ajustar el precio: vamos eso de llegar a los doscientos mil estudiantes). Pero no acabé de entenderlo.
 
Asistieron a la reunión unos 100 responsables de universidades privadas. Supongo que, al final, habría de todo, unos más interesados y otros menos. Por lo que después me dijeron, ellos habían quedado contentos.
 
Cabría preguntarse qué hacía yo en ese escenario. Yo me lo estuve preguntando a medida que se sucedían las intervenciones (muy interesantes, por lo chocantes para mí). Allí me enteré de experiencias de Educación Superior que yo no conocía: cómo algunas grandes editoriales están comprando universidades; cómo van apareciendo universidades donde los alumnos van rotando por distintas partes del mundo sin una sede propia (Think Global School); cómo hay instituciones cuyos estudiantes tienen el derecho a llevar consigo su ordenador conectado a Internet en todas las actividades, incluidos los exámenes; cómo hay instituciones que van a cobrar unos 8.000 reales al mes (sobre 3.000€) y ya tienen lista de espera. En fin, una serie de cosas que te hacen alucinar porque te sacan absolutamente de  nuestro estilo convencional de pensar y hacer en las instituciones públicas.
 
Me tocó hablar de la figura y rol delprofesorado universitario en la actualidad. Se me da bien ese tema. Con los años he ido aprendiendo a incorporar matices. Es importante saber mucho y hacer las cosas bien, pero nada de eso resulta previsible si los docentes no son felices o si sienten que cada vez se valora menos lo que hacen. Así que sin negar la importancia de la Pedagogía y la Didáctica, sin olvidarse de lo importante que es el dominio de los contenidos, cada vez me cuesta menos hablar de contextos amigables, de cultura colaborativa, de reconocimiento institucional, o de felicidad. Uno no está seguro del todo en estos casos (menos aún cuando el público es brasileño pues su amabilidad puede más que cualquier valoración técnica), pero creo que les gustó.O eso quisieron hacerme sentir. Y se lo agradecí.
Una gente estupenda, la de Hoper.

viernes, octubre 12, 2012

Si de verdad quieres…



Una película a las 18,15 es un mal rollo. El cine se llena de niñatos cargados de palomitas y de adolescentes gritones que no saben ver cine. Una desesperación. Pero, ¿en qué diablos están pensando los gestores del multicines para programar una película así a esa hora? Los odio.
En fin, han sido dos horas de disonancia emocional y cognitiva. Por una parte, quería matar a los dos críos (pero críos, críos de 10 años) que supongo se habían colado en la sala y estaban solos en la fila de delante haciendo ruido y golpeando con sus pies en el suelo para distraerse. Con iguales emociones hubiera mandado al infierno a la pandilla de adolescentes que ocuparon toda la fila de atrás con sus pozales de palomitas y sus ganas de gorjear y hacerse notar mediante comentarios estúpidos y risitas constantes. Una cruz. Y mientras tanto, en la pantalla, los sexagenarios Meryl Streep y Tommy Lee Jones haciendo lo imposible por salvar su matrimonio. ¿Qué carajo pintaban toda esa panda de jovencitos viendo esa película?
La historia que nos cuenta  David Frankel es bien simple. Y atractiva. Ellos llevaban 31 años de matrimonio y precisaban de una puesta a punto. Lo normal. 38 llevamos mi santa y yo. Y aunque, afortunadamente, nuestra historia se parece poco a la de los protagonistas, podemos entender perfectamente lo que les pasa y vivir con ellos su deseo de renovación (eso si los cabrones de atrás, ellos y ellas, nos dejan seguir en paz la historia, claro).
Decía Tolstoy, al inicio de su Ana Karenina, que todas las parejas felices se parecen pero que las infelices lo son cada una a su manera. O quizás fuera, al revés, no lo sé. El caso es que en una película como ésta no puedes evitar estar constantemente comparándote, sintiéndote aludido, pensando en qué harías tú en una situación similar. Al final, creo que los pocos adultos que estábamos en la sala hemos hecho, junto a Meryl Streep y Lee Jones, una terapia de pareja. Al llegar a casa tendremos que hacer los ejercicios que el terapeuta (un Steve Carrel irreconocible en este papel de psicólogo, que ha quedado muy bien, muy en lo suyo) les ha ido mandando hacer cada día. Va a estar interesante.
Ellos, desde luego no estaban bien. Primero ves el comportamiento cotidiano. Habitaciones separadas, descortesía inaudita cuando ella quiere acostarse con él, desayuno frío y beso fraterno de despedida al salir para el trabajo. Muy exagerado todo. Luego te vas enterando que él ya ni la tocaba, que llevaban años sin tener sexo, que prácticamente habían dado por concluida su vida marital. Un amigo chileno (sesentón probablemente) decía hace unas semanas que “el matrimonio nos hace amigos” y añadía como corolario que él “nunca había sido tan amigo de su mujer como ahora”. No sé muy bien qué incluía y qué excluía esa idea de la amistad, pero es probable que estuviera hablando de sexo. El problema de los protagonistas es que ni parecían amigos. En el fondo, seguro que lo seguían siendo; puede que, incluso, siguieran enamorados, pero como les dijo después el psicólogo, los años habían ido dejando mucha costra (la rutina) que había ido ahogando la emoción.
Una de las principales avenidas de Sao Paulo, la Avenida Paulista, comienza en Paraíso y acaba en Consolaçao. Dicen de ella que es una metáfora del matrimonio. El matrimonio de la película hacía años que había llegado al final de la calle. Pero, oye, no hay como tocar fondo. Ella se armó de coraje (estas cosas casi siempre las inician ellas) y se propuso reemprender viejas batallas. Así fue como acabaron en terapia.

Si dejamos al margen toda la parafernalia americana, no estuvo mal la terapia. El guión recoge bien los principios que deben regir en este tipo de intervenciones. Steve Carrel construye un rol de psicólogo apañado. Aunque ya dejé de trabajar en este tipo de cosas hace muchos años, yo habría planteado las cosas de forma parecida a como lo hace él. No sobreactúa, no se adueña de la situación, no provoca conflictos pero tampoco los rehuye  no  dramatiza la situación, es empático pero asertivo. Pasa desapercibido porque los protagonistas de la terapia son ellos. Les va marcando algunas pautas pero es comprensivo si no las siguen como él lo había planteado. Me gustó.

Eso  sí, uno se pone en el lugar de los protagonistas y puede llegar a sentir lo difícil del proceso. Que te manden permanecer un rato abrazado a una persona que lleva años sin tocarte y tú sin tocarla debe sonar a tarea imposible. Y no es sólo porque la cosa sea complicada de cojones, sino porque uno empieza a pensar que si la primera tarea es ésa cuál será la siguiente... y las que vendrán después. Como para entrar en situación de pánico preventivo. Y con razón, porque la tarea siguiente es acariciar todo el cuerpo del otro. ¡Chungo!. El pobre Arnold se corre de puro susto y ahí acaba la experiencia. Pero las otras tareas van in crescendo, así que tú mismo te vas agobiando en la butaca. ¡Santo cielo, qué será lo próximo!

Lo curioso de todo el proceso es que la auténtica batalla no está en las cosas que hay que hacer sino en el batiburrillo interior que esas conductas provocan. Las rutinas no dejan de ser defensas que las personas ponen para evitar esos desajustes. Lo que está en juego en la pareja son los sentimientos y las sensaciones que cada uno de ellos ha generando con el paso de los años. Ella no se siente guapa y deseable, siente que la desatención de él tiene que ver con la pérdida de sus cualidades. Él no se siente potente, ha perdido energía sexual y su indiferencia es un arma para evitar pasar por situaciones que no sea capaz de superar.  De esta manera cada cual se va retirando de los contactos por sus propios miedos y acaban estableciendo un mundo neutro, sin reclamos mutuos, cómodo. El esfuerzo que deben hacer para salir de esa situación es más en relación a reconstruirse a sí mismo que a cambiar su relación con el otro. Esto vendrá por añadidura en cuanto salden sus propias cuentas. Por eso ella se angustia cuando no es capaz de realizar una felación en el cine; pero seguramente no es un problema de ella sino de él que no se excita. Y otro tanto sucede en su noche de cena romántica y hotel: ella cree que él se para cuando la mira y no le gusta lo que ve; pero lo más probable es que él se haya parado porque ha llegado a un momento avanzado del proceso y no va a poder concluir con éxito su papel de amante. Es más un problema de autoestima que de relación. Muy complicado todo.
La cosa no podía acabar bien. Estaba visto. Uno no cambia a un marido, le había dicho una amiga a Kay. Ella renuncia, él no puede más. Y sin embargo, aquellas brasas que aún quedaban de todo lo que habían vivido juntos recobran un poco de vida y van retrasando la ruptura definitiva del proceso. Pero no lo tienen fácil. No es fácil.
Por eso puede que lo menos verosímil de toda la película sea el final. Obviamente, el film se había anunciado como una comedia romántica (¡y una leche, comedia!) y tenía que acabar bien. Eso es lo que sucede. A trancas y barrancas, ellos van logrando no romper. Acaban su terapia con más valles que picos y regresan a la vida de siempre. Y a las rutinas de siempre. Ella se prepara para dar carpetazo a la relación. Él chapotea por sobrevivir, absolutamente perdido en una situación que ya no controla. Pero ambos se necesitan. Hacía falta tan solo que uno de ellos rompiera el fuego y él lo hizo (estas cosas casi siempre las hacemos nosotros). Y ahí se abre un nuevo capítulo. Empieza el tiempo de recuperar viejos deseos y hacer nuevas promesas. Caen algunas costras y vuelven a descubrirse.

No es fácil, desde luego. Pero mira, ahí seguimos. Encantados. 

lunes, octubre 08, 2012

LA VERDAD



Pues eso, la verdad: ¡qué bueno es el teatro cuando el teatro es bueno! O te mueres de aburrimiento (y de vergüenza ajena, en ocasiones) o disfrutas como un enano, según el caso. Y esto último fue lo que pasó el fin de semana pasado en Madrid. Un guion extraordinario de Florian Zeller, ese joven francés que, por lo visto está siendo toda una revelación. Y unos actores que, aunque se les notaba que faltaban ciertos ajustes (el estreno había sido la noche anterior y esa era la segunda función que representaban), cumplieron bien su papel, especialmente Flotats. Maravillan los registros que posee, le basta un gesto, un movimiento de la mano, una mirada o una modulación de la voz para transmitirte su mensaje. Y se pasa la hora y media de la función hablando y desde posiciones muy diferentes en la historia: perseguidor y perseguido, dueño de la situación o abrumado por ella, enamorado o despechado, perdonando la vida o pidiendo perdón. En todas ellas fue creíble. El resto de los actores bien pero átonos, sin que te hagan vibrar.
La historia es sencilla pero como trata de una de esas cuestiones eternas, da lo mismo. Igual te mete en situación y te hace sentir que están contando parte de tus intimidades. ¿Es bueno decir la verdad?, ¿decirla siempre?, ¿decirla, incluso, en cuestiones de sexo e infidelidad?. Uff! Un temazo.
La moraleja que uno saca es que mejor que no. El protagonista lo dice bien clarito: “Si la gente dejara de mentir de la noche a la mañana, no existiría ninguna pareja en la tierra y, en cierta manera, eso sería el fin de la civilización”. Así de claro. De ahí nació aquello de las “mentiras piadosas” y, también, aquella otra oportuna diferenciación entre mentir y “no decir la verdad”.
La cosa es que el tipo se acuesta con la esposa de su mejor amigo. Hay que reconocer que lo suyo es de médico de guardia. Meterse en líos ya es complicado, pero hacerlo con la mujer de tu amigo es ir buscando el peligro. De todas formas, él no está excesivamente preocupado porque se ha auto-convencido de que no está haciendo mal a nadie y menos, aún, a su amigo. Al contrario, está muy preocupado por él, que ha perdido su trabajo y no deja de pensar en cómo podría ayudarle. Además monta todo un discurso defendiendo el valor ético de no decir la verdad. La verdad puede doler y nadie tiene derecho a hacer sufrir a los demás.
Más preocupada se ve a la amante y esposa del marido a quien eso de los polvos a contrareloj y a escondidas no la deja muy satisfecha. Por eso le pide más dedicación: una noche juntos, un viaje, en fin algo que les dé más espacio. Él quiere mantener las cosas como están porque es más seguro, pero al final, ante el peligro de quedarse sin nada, cede. De libro.
Nunca lo hubiera hecho, porque ese cambio es el inicio de todas sus desventuras. Su mujer le va cociendo en su propia salsa con preguntas inocentes sobre dónde has estado, qué tal estaba fulanito, cómo ha salido la reunión a sabiendas de que todo lo que le estaba diciendo era falso. Cazado como un conejo. Da la impresión de que ese primer golpe lo para con el manido truco de hacerse el ofendido y ofrecer la paz con una copa de champán. De todas formas ya le habían echado el cebo y a partir de ahí no levantará cabeza. Su drama es que acaba enterándose de que su mejor amigo sabía que se acostaba con su mujer, lo que a él le parece de una falta de decoro absoluta. Que él lo supiera y no le hubiera afeado el hecho ni dicho nada a pesar de que se veían constantemente. Eso no se le hace a un amigo, a tu mejor amigo. Y se lo dice. Mal paso, por dios, es que no da una. En esa maladada conversación se entera de que, en realidad, su amigo sabía que él se acostaba con su esposa pero no se lo decía porque él mismo hacía lo propio con la suya (está visto que en este lío los pronombres posesivos “su” y “suya” no hacen más que complicar el cruce). De todas formas espero que lo esencial haya quedado claro: ambos se la pegaban mutuamente y todo el mundo lo sabía. Todos menos él. Para no hacerle daño. Le habían aplicado su propia medicina.
Pues ésa es la historia. Un recorrido ameno por el sentido de la verdad en las relaciones interpersonales. Ya decía Sabina que hay verdades que matan. Y hay otras que curan. De todas formas, la verdad es un valle de arenas movedizas en el que resulta muy fácil hundirte sin remedio. He conocido adalides de “la verdad a toda costa” que han destrozado sus matrimonios, sus trabajos y sus amistades. También he conocido a otros, todo hay que decirlo, que defendiendo lo contrario “tú niégalo siempre, y cuantas más evidencias haya más convincente debe ser tu negación”, tampoco han salido muy bien parados. Supongo que la cosa está en ir mareando la perdiz, jugando con las medias verdades (al final, la verdad es como un iceberg, puedes mostrar solo la puntita y dejar oculto el resto según convenga). Es todo caso, nadie duda de que tanto la verdad como la no verdad traen consecuencias. Y ahí está la madre del cordero: ¿cuáles de esas consecuencias preferimos evitar?
De todas formas, en lo esencial, estoy de acuerdo con el protagonista: mejor evitar la verdad, al menos mientras se pueda. Sin mentir, obviamente. Y si te cazan, pues negarlo con convicción. O quizás no, quién sabe.


martes, septiembre 04, 2012

De El País de la Nube blanca a La Delicadeza.


En lugar de cine hoy toca literatura. Aunque no lo he aprovechado mucho en ese sentido, el verano siempre deja más espacios libres para poder tomar un libro con sosiego y dejarte llevar por él. Claro, que la primera condición para que eso suceda es que exista ese “sosiego”. No es fácil. Incluso el verano se nos llena de cosas, de acción y todo continúa con el mismo ritmo del resto del año. Haces, quizás otras cosas, pero al mismo ritmo, a medio paso del agobio.

Pese a todo, pues bueno, he tenido oportunidad de hacer este tránsito, casi infinito, entre dos novelas tan distintas: El País de la Nube Blanca, de Sarah Lark (Ediciones B) y La Delicadeza, de David Foenkinos (Seix Barral).
El primero tiene vocación de Best Seller y, de hecho, las últimas ediciones anuncian en la banda de portada que lo han leído 18 millones de personas en todo el mundo. Es probable. Tiene un segundo volumen que es la continuación de éste: “La canción de los Maoríes” que lleva el mismo camino de éxito. El país de la nube blanca es, desde luego, Nueva Zelanda. La novela nos cuenta una fase de las primeras épocas de la colonización de aquellas tierras. Momentos difíciles, como todas las colonizaciones, donde ganan los más fuertes y, con frecuencia los más depredadores.
A la autora le interesa meternos en aquel mundo a través de las mujeres. Una serie de mujeres que llegan de Inglaterra para casarse con terratenientes y empresarios de la lana. En un interesante comienzo para poder ir jugando con todos los elementos que componen el cotidiano de una tierra en construcción: riqueza y pobreza; cultura e incultura; brutalidad y ternura; amistades y odio; clases sociales; indígenas y colonizadores. Todo cabe y de todo echa mano, y bien, Sara Lark. Pero como decía, lo que más llama la atención es el mundo femenino y la forma en que es tratado. Desde las chiquillas del orfanato inglés que son enviadas a la colonia para ser entregadas a familias de colonizadores. Terrible destino el de algunas de ellas. Más terrible aún si quien hace de intermediario es un pastor protestante que, se supone, debería ser su valedor. Pero el destino es igualmente duro para las otras mujeres que llegan de Inglaterra, ellas con más pedigree y destinadas a sujetos, supuestamente, mejor colocados en la sociedad. Se ven enfrentadas a situaciones casi insufribles de presión por parte de sus maridos, suegros e incluso hijos. Una cultura machista demasiado arraigada como para poder disfrutar como se merece de la vida y los paisajes que ofrece la isla Mayor.

Por eso, saltar de Nueva Zelanda a Francia con La Delicadeza ha sido como pasar del purgatorio al cielo. Ya había visto la película y la comenté en este blog. Y en aquella ocasión me había quedado con la duda de qué entendía Foenkinos por delicadeza. El que una mujer que ha perdido a su marido y pasa por una fase depresiva intensa vaya poco a poco recuperándose y, en ese proceso, descubra a un colega sueco con el que se siente bien, resulta una historia agradable. Lo del beso casual e imprevisto e irracional (biológico, dice ella) resulta interesante. Pero era menos claro, qué había en todo ello de delicadeza. Claro que uno ya sabe lo que no es delicadeza: tras leer la novela de Nueva Zelanda queda claro como allí, salvo excepciones, se producía una ausencia total de algo parecido a la delicadeza. Pero tampoco era fácil ver en la película dónde estaba la delicadeza. Así que me metí con gusto en la novela escrita para ver si allí encontraba más información.

Bueno, lo que más me ha gustado de ella es su creatividad. Cómo Foenkinos juega con el lenguaje y con los lectores. Cómo va saltando de reflexiones profundas sobre sentimientos humanos a una receta de cocina, a una noticia meteorológica o a los resultados de la Bolsa. Es divertido, te invita a bajar de los púlpitos de las consideraciones trascendentes, de las emociones intensas, de la tragedia. Quizás su primer mensaje, sin decirlo, sea el de que el amor tiene que ser algo divertido no un catálogo de ortodoxias y compromisos atosigantes.

La segunda cosa interesante de la novela es que está llena de ese tipo de frases que te atrapan. Me encantan las novelas capaces de conseguir eso, que te pares en una frase a saborearla por lo que dice, por cómo lo dice o por cómo es capaz de reflejar o conectar con sentimientos que tú mismo posees. Son como las guindas de un pastel. Cuando llega alguna de esas frases, yo doblo la página del libro por su parte inferior (doblarla por la parte superior significa que llegaste hasta allí leyendo). Sé que es un crimen para el libro pero resulta práctico. Lo malo es que cuando uno llega a libros como éste, hay tantas dobleces inferiores en las páginas del libro que aquello acaba pareciéndose a un acordeón. Muchas ideas preciosas son las que aparecen en el libro. He recogido aquí algunas (entre paréntesis, la página):

Textos de La Delicadeza

·         Te echo de menos. Pronunció esa frase mirándola fijamente. Con esa clase de mirada demasiado intensa que incomoda. En los ojos, el tiempo se hace interminable: un solo segundo es como una eternidad (50).

·         Definición de la palabra delicadeza (Dic. Larousse):

Delicadeza n.f.  1.- Hecho de ser delicado. 2.- Estar en una situación de delicadeza: no llevarse bien con alguien, mantener una relación fría y distante. (51)

·         Definición de la palabra “Delicado” (Dic. Larousse)

Delicado/a (del latín delicatus). 1. Muy fino; exquisito; refinado. Un rostro de rasgos delicados. Un perfume delicado. 2. Que manifiesta fragilidad. Salud delicada. 3. Difícil de manejar, escabroso. Situación, maniobra delicada. 4. Que manifiesta gran tacto o sensibilidad, Un hombre delicado. Una atención delicada. 5. Difícil de contentar (peyorativo). (53)

Está claro que la idea de delicadeza tiene que ver con la 4 acepción de “delicado”: algo que tiene que ver con el tacto y la sensibilidad. Lo contrario de lo que sucedía, en general, en Nueva Zelanda y algo de lo que sí dejaba entrever Markus el compañero sueco de Nathalie. De todas formas, tampoco así me queda demasiado claro, qué se supone que hace un hombre delicado (qué hace con las mujeres, porque de eso se trata, supongo; también las mujeres deberían ser delicadas con los hombres y unos y otros con los del mismo sexo, pero da la impresión de que esos aspectos se atienden menos). ¿Markus era delicado porque no presionaba? ¿Lo era porque le dejaba a ella llevar el protagonismo de su relación? ¿Por qué manifestaba fragilidad (acepción 2 de la palabra delicado)?

·         En el fondo, había soñado con ese momento, había soñado con que su marido la tocara, había soñado con que dejara de pasar a su lado como si ya no existiera. Su vida en común era como un entrenamiento cotidiano para el no ser. (64)

Un entrenamiento cotidiano al no ser. Terrible definición de la forma de vida de algunas parejas. Tan obsesionado estaba Charles, el jefe de Natalie con ésta que se había olvidado de su mujer hasta que el rechazo de Nathalie hace que vuelva los ojos de nuevo a su esposa, que la toque, incluso sin delicadeza (y parece que eso era lo que ella llevaba esperando mucho tiempo). ¿Bastaría?

·         A veces es mucho más emocionante recuperar un viejo amor que descubrir uno nuevo. Y luego la agonía se había reanudado despacio, como una risa malévola. ¿cómo habían podido creer que volvían a quererse? Aquello había sido una transición, un paréntesis en forma de desesperación disfrazada, una ligera llanura entre dos montañas patéticas. (152)

Aunque bastantes páginas más adelante, Foenkinos responde que no se recupera lo que se había perdido, no hay segundas partes (buenas). Charles no recuperó a su esposa tras el rechazo de Nathalie. Ese redescubrimiento es pasajero, enseguida comienza la agonía. Como dice Sabina en una de sus canciones después de una noche intensa, con el desayuno llega la “guerra fría”. Terrible perspectiva pero lindamente dicha: una ligera llanura entre dos montañas patéticas.

·         Hay en el duelo una fuerza contradictoria, una fuerza absoluta que lo propulsa a uno tanto hacia la necesidad de cambio como hacia la tentación morbosa de la fidelidad al pasado. (66)

·         Nathalie llevaba tres años desmenuzando su vida en el vacío. Le habías sugerido a menudo que se separara de sus recuerdos. Tal vez fuera esa la mejor manera de dejar vivir el pasado. Nathalie le daba vueltas a esa expresión “separarse de los recuerdos”. ¿Cómo se abandona un recuerdo? En lo que a los objetos se refiere, había aceptado la idea (73)
Ella había perdido a su marido, alguien que la abordó directamente en la calle porque le había parecido maravillosa. Eso la deslumbró a ella. Después fueron felices hasta que él murió. Y llegó el duelo. Precioso como lo describe como una lucha entre la necesidad de cambio y la fidelidad al pasado, como la necesidad de “separarse de los recuerdos” y la necesidad de conservar aquellos que nos mantengan vivos.
·         No había nada que decir. Nuestro reloj biológico no es racional. Es exactamente como la pena de amores: no sabes cuándo se te pasará. En el momento más crudo del dolor, piensas que la herida siempre estará abierta. Y, de pronto, una mañana te extrañas de no sentir ya ese peso horrible. Qué sorpresa darse cuenta de que el dolor ya no está. ¿Por qué ese día? ¿Por qué no uno más tarde, o antes? Es la decisión totalitaria de nuestro cuerpo. (86)
Otra descripción magnífica del dolor por las pérdidas y las rupturas. Siempre supuse que era imposible perder familiares o amigos, romper relaciones, pasar página. Luego vives tu propio drama, escuchas lo que te van contando y ves que no es imposible y hasta resulta necesario. Eso sí hay que dejar tiempo al cuerpo, atender ese reloj biológico.

·         Reflexión de un pensador polaco.
Hay gente fantástica

a la que se conoce en un mal momento.

Y hay gente que es fantástica

porque se la conoce en el momento adecuado. (89)

¿Qué decir? Supongo que lo primero es verdad, pero tiene poco impacto porque si estás en un mal momento lo que sucede fuera de ti apenas si te deja huella. Pero pudiera ser. Lo segundo es absolutamente real. Y es lo que nos salva a quienes no somos tan fantásticos. Que a veces, consigues que alguien te vea así porque apareciste en un buen momento. Es la historia de Markus en la novela. Y la de todos los markus que vamos moviéndonos por la vida con la esperanza que en algún lugar aparezca ese cartel de “momento adecuado” y, entonces, la rana se convierta en princesa.

·         Todo iba saliendo exactamente igual que en su primera velada. Se repitió el mismo embrujo y más intenso todavía. Markus manejaba la situación con elegancia. Mostraba una sonrisa lo menos sueca posible; era casi una sonrisa española. Encadenó una serie de anécdotas sabrosas, alternando sabiamente las referencias culturales y las alusiones personales, logrando así pasar de loa universal a lo íntimo con soltura. Desplegaba sin exceso el saber hacer del hombre sociable (121).
Un consejo interesante para la seducción. Hay que poner una sonrisa española. ¿Qué entenderá Foenkinos por “sonrisa española”? Espero que no sea una de esas risotadas destempladas aunque contagiosas con las que de vez en cuando quebramos todos los silencios. De todas formas a mí me encantan, así que eso que tendría ganado. Luego hay que saber combinar con equilibrio anécdotas generales (de políticos estará bien, pues de esas tenemos muchas; quizás de autores famosos, de países que uno haya visitado… no es difícil) y referencias personales (mucho más complicado esto, pues o te pasas o te quedas corto y, en ambos  casos, vas jodido).

·         Tienen una manera de no hablarse de lo más elocuente. (134)

En su caso era bueno, pero por lo general suele ser tremendo. Pero es una imagen de lo más clarividente.

·         Uno nunca debería tratar de evitarse un dolor potencial. (…) Tenía ganas de partir hacia un destino desconocido. Nada era trágico. Sabía que existían transbordadores entre la isla del dolor, la del olvido y aquella, más lejana todavía, de la esperanza. (141)

No hay amor sin dolor, decía el otro. Probablemente no haya nada bueno que no conlleve algo malo. Eso le pasaba a Markus, enamorarse de Nathalie era un viaje a lo desconocido con muchas probabilidades de desgraciarse. Pero al tío se le ocurrió la metáfora del trasbordador y se relajó. Una idea estupenda. 

·         En una historia de amor, el alcohol acompaña dos momentos opuestos: cuando se descubre al otro y hay que narrarse uno mismo, y cuando ya no hay nada que decirse. (144)

Eso puede ser verdad, si se toman cantidades abusivas de alcohol. Pero  tampoco viene mal, en dosis adecuadas, entre una y otra etapa. Sobre todo porque alegra el tránsito. Y ayuda a decirse.

·         Los abuelos no suelen acompañar la felicidad embelesada de ver a los nietos con grandes parrafadas. Unos a otros se preguntan cómo están y, enseguida,  se sumergen en el placer sencillo de estar juntos, sin más (207)

Esto casi no venía a cuento, pero es una idea de mucha clarividencia. Hombre, no  está mal hablar, sobre todo porque después, cuando se van los nietos lo echas de menos (mucho más tú que ellos). Pero, probablemente, el mayor placer es, efectivamente, ese placer sencillo de estar juntos.

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Bueno, lo mío había comenzado por querer contraponer dos novelas tan diferentes entre sí, pero me encontré con textos tan sugerentes de La Delicadeza que no he podido resistir la tentación de citarlos y comentarlos. Sigue sin quedarme demasiado claro qué significa “ser delicado”, sobre todo aplicado a los hombres en su relación con las mujeres. Es obvio que los personajes de Sara Lark en Nueva Zelanda eran muy poco delicados (algunos, unos auténticos hijos de puta); Foenkinos trata de convencernos de que Markus lo era. Probablemente sí, pero creo que su encanto se debió más a que apareció en el momento adecuado (lo que le convirtió en un tío fantástico) que al hecho de hacer gala de especiales dotes de delicadeza.

En todo caso, tenemos (tengo) mucho que aprender al respecto. Porque es curioso cómo una mujer (Sara Lark) trata las relaciones entre hombres y mujeres, describiendo ella la indelicadeza, y cómo un hombre (David Foenkinos) trata las relaciones hombre mujer, poniendo el punto él en la delizadeza. Dos perspectivas bien distintas. Me gustaría imaginarme cómo hubieran afrontado la situación cada uno de ellos situados en la historia del otro: Foenkinos planteando las primeras etapas de la colonización de Nueva Zelanda y Sara Lark describiendo la historia de Nathalie con Markus.