martes, septiembre 04, 2012

De El País de la Nube blanca a La Delicadeza.


En lugar de cine hoy toca literatura. Aunque no lo he aprovechado mucho en ese sentido, el verano siempre deja más espacios libres para poder tomar un libro con sosiego y dejarte llevar por él. Claro, que la primera condición para que eso suceda es que exista ese “sosiego”. No es fácil. Incluso el verano se nos llena de cosas, de acción y todo continúa con el mismo ritmo del resto del año. Haces, quizás otras cosas, pero al mismo ritmo, a medio paso del agobio.

Pese a todo, pues bueno, he tenido oportunidad de hacer este tránsito, casi infinito, entre dos novelas tan distintas: El País de la Nube Blanca, de Sarah Lark (Ediciones B) y La Delicadeza, de David Foenkinos (Seix Barral).
El primero tiene vocación de Best Seller y, de hecho, las últimas ediciones anuncian en la banda de portada que lo han leído 18 millones de personas en todo el mundo. Es probable. Tiene un segundo volumen que es la continuación de éste: “La canción de los Maoríes” que lleva el mismo camino de éxito. El país de la nube blanca es, desde luego, Nueva Zelanda. La novela nos cuenta una fase de las primeras épocas de la colonización de aquellas tierras. Momentos difíciles, como todas las colonizaciones, donde ganan los más fuertes y, con frecuencia los más depredadores.
A la autora le interesa meternos en aquel mundo a través de las mujeres. Una serie de mujeres que llegan de Inglaterra para casarse con terratenientes y empresarios de la lana. En un interesante comienzo para poder ir jugando con todos los elementos que componen el cotidiano de una tierra en construcción: riqueza y pobreza; cultura e incultura; brutalidad y ternura; amistades y odio; clases sociales; indígenas y colonizadores. Todo cabe y de todo echa mano, y bien, Sara Lark. Pero como decía, lo que más llama la atención es el mundo femenino y la forma en que es tratado. Desde las chiquillas del orfanato inglés que son enviadas a la colonia para ser entregadas a familias de colonizadores. Terrible destino el de algunas de ellas. Más terrible aún si quien hace de intermediario es un pastor protestante que, se supone, debería ser su valedor. Pero el destino es igualmente duro para las otras mujeres que llegan de Inglaterra, ellas con más pedigree y destinadas a sujetos, supuestamente, mejor colocados en la sociedad. Se ven enfrentadas a situaciones casi insufribles de presión por parte de sus maridos, suegros e incluso hijos. Una cultura machista demasiado arraigada como para poder disfrutar como se merece de la vida y los paisajes que ofrece la isla Mayor.

Por eso, saltar de Nueva Zelanda a Francia con La Delicadeza ha sido como pasar del purgatorio al cielo. Ya había visto la película y la comenté en este blog. Y en aquella ocasión me había quedado con la duda de qué entendía Foenkinos por delicadeza. El que una mujer que ha perdido a su marido y pasa por una fase depresiva intensa vaya poco a poco recuperándose y, en ese proceso, descubra a un colega sueco con el que se siente bien, resulta una historia agradable. Lo del beso casual e imprevisto e irracional (biológico, dice ella) resulta interesante. Pero era menos claro, qué había en todo ello de delicadeza. Claro que uno ya sabe lo que no es delicadeza: tras leer la novela de Nueva Zelanda queda claro como allí, salvo excepciones, se producía una ausencia total de algo parecido a la delicadeza. Pero tampoco era fácil ver en la película dónde estaba la delicadeza. Así que me metí con gusto en la novela escrita para ver si allí encontraba más información.

Bueno, lo que más me ha gustado de ella es su creatividad. Cómo Foenkinos juega con el lenguaje y con los lectores. Cómo va saltando de reflexiones profundas sobre sentimientos humanos a una receta de cocina, a una noticia meteorológica o a los resultados de la Bolsa. Es divertido, te invita a bajar de los púlpitos de las consideraciones trascendentes, de las emociones intensas, de la tragedia. Quizás su primer mensaje, sin decirlo, sea el de que el amor tiene que ser algo divertido no un catálogo de ortodoxias y compromisos atosigantes.

La segunda cosa interesante de la novela es que está llena de ese tipo de frases que te atrapan. Me encantan las novelas capaces de conseguir eso, que te pares en una frase a saborearla por lo que dice, por cómo lo dice o por cómo es capaz de reflejar o conectar con sentimientos que tú mismo posees. Son como las guindas de un pastel. Cuando llega alguna de esas frases, yo doblo la página del libro por su parte inferior (doblarla por la parte superior significa que llegaste hasta allí leyendo). Sé que es un crimen para el libro pero resulta práctico. Lo malo es que cuando uno llega a libros como éste, hay tantas dobleces inferiores en las páginas del libro que aquello acaba pareciéndose a un acordeón. Muchas ideas preciosas son las que aparecen en el libro. He recogido aquí algunas (entre paréntesis, la página):

Textos de La Delicadeza

·         Te echo de menos. Pronunció esa frase mirándola fijamente. Con esa clase de mirada demasiado intensa que incomoda. En los ojos, el tiempo se hace interminable: un solo segundo es como una eternidad (50).

·         Definición de la palabra delicadeza (Dic. Larousse):

Delicadeza n.f.  1.- Hecho de ser delicado. 2.- Estar en una situación de delicadeza: no llevarse bien con alguien, mantener una relación fría y distante. (51)

·         Definición de la palabra “Delicado” (Dic. Larousse)

Delicado/a (del latín delicatus). 1. Muy fino; exquisito; refinado. Un rostro de rasgos delicados. Un perfume delicado. 2. Que manifiesta fragilidad. Salud delicada. 3. Difícil de manejar, escabroso. Situación, maniobra delicada. 4. Que manifiesta gran tacto o sensibilidad, Un hombre delicado. Una atención delicada. 5. Difícil de contentar (peyorativo). (53)

Está claro que la idea de delicadeza tiene que ver con la 4 acepción de “delicado”: algo que tiene que ver con el tacto y la sensibilidad. Lo contrario de lo que sucedía, en general, en Nueva Zelanda y algo de lo que sí dejaba entrever Markus el compañero sueco de Nathalie. De todas formas, tampoco así me queda demasiado claro, qué se supone que hace un hombre delicado (qué hace con las mujeres, porque de eso se trata, supongo; también las mujeres deberían ser delicadas con los hombres y unos y otros con los del mismo sexo, pero da la impresión de que esos aspectos se atienden menos). ¿Markus era delicado porque no presionaba? ¿Lo era porque le dejaba a ella llevar el protagonismo de su relación? ¿Por qué manifestaba fragilidad (acepción 2 de la palabra delicado)?

·         En el fondo, había soñado con ese momento, había soñado con que su marido la tocara, había soñado con que dejara de pasar a su lado como si ya no existiera. Su vida en común era como un entrenamiento cotidiano para el no ser. (64)

Un entrenamiento cotidiano al no ser. Terrible definición de la forma de vida de algunas parejas. Tan obsesionado estaba Charles, el jefe de Natalie con ésta que se había olvidado de su mujer hasta que el rechazo de Nathalie hace que vuelva los ojos de nuevo a su esposa, que la toque, incluso sin delicadeza (y parece que eso era lo que ella llevaba esperando mucho tiempo). ¿Bastaría?

·         A veces es mucho más emocionante recuperar un viejo amor que descubrir uno nuevo. Y luego la agonía se había reanudado despacio, como una risa malévola. ¿cómo habían podido creer que volvían a quererse? Aquello había sido una transición, un paréntesis en forma de desesperación disfrazada, una ligera llanura entre dos montañas patéticas. (152)

Aunque bastantes páginas más adelante, Foenkinos responde que no se recupera lo que se había perdido, no hay segundas partes (buenas). Charles no recuperó a su esposa tras el rechazo de Nathalie. Ese redescubrimiento es pasajero, enseguida comienza la agonía. Como dice Sabina en una de sus canciones después de una noche intensa, con el desayuno llega la “guerra fría”. Terrible perspectiva pero lindamente dicha: una ligera llanura entre dos montañas patéticas.

·         Hay en el duelo una fuerza contradictoria, una fuerza absoluta que lo propulsa a uno tanto hacia la necesidad de cambio como hacia la tentación morbosa de la fidelidad al pasado. (66)

·         Nathalie llevaba tres años desmenuzando su vida en el vacío. Le habías sugerido a menudo que se separara de sus recuerdos. Tal vez fuera esa la mejor manera de dejar vivir el pasado. Nathalie le daba vueltas a esa expresión “separarse de los recuerdos”. ¿Cómo se abandona un recuerdo? En lo que a los objetos se refiere, había aceptado la idea (73)
Ella había perdido a su marido, alguien que la abordó directamente en la calle porque le había parecido maravillosa. Eso la deslumbró a ella. Después fueron felices hasta que él murió. Y llegó el duelo. Precioso como lo describe como una lucha entre la necesidad de cambio y la fidelidad al pasado, como la necesidad de “separarse de los recuerdos” y la necesidad de conservar aquellos que nos mantengan vivos.
·         No había nada que decir. Nuestro reloj biológico no es racional. Es exactamente como la pena de amores: no sabes cuándo se te pasará. En el momento más crudo del dolor, piensas que la herida siempre estará abierta. Y, de pronto, una mañana te extrañas de no sentir ya ese peso horrible. Qué sorpresa darse cuenta de que el dolor ya no está. ¿Por qué ese día? ¿Por qué no uno más tarde, o antes? Es la decisión totalitaria de nuestro cuerpo. (86)
Otra descripción magnífica del dolor por las pérdidas y las rupturas. Siempre supuse que era imposible perder familiares o amigos, romper relaciones, pasar página. Luego vives tu propio drama, escuchas lo que te van contando y ves que no es imposible y hasta resulta necesario. Eso sí hay que dejar tiempo al cuerpo, atender ese reloj biológico.

·         Reflexión de un pensador polaco.
Hay gente fantástica

a la que se conoce en un mal momento.

Y hay gente que es fantástica

porque se la conoce en el momento adecuado. (89)

¿Qué decir? Supongo que lo primero es verdad, pero tiene poco impacto porque si estás en un mal momento lo que sucede fuera de ti apenas si te deja huella. Pero pudiera ser. Lo segundo es absolutamente real. Y es lo que nos salva a quienes no somos tan fantásticos. Que a veces, consigues que alguien te vea así porque apareciste en un buen momento. Es la historia de Markus en la novela. Y la de todos los markus que vamos moviéndonos por la vida con la esperanza que en algún lugar aparezca ese cartel de “momento adecuado” y, entonces, la rana se convierta en princesa.

·         Todo iba saliendo exactamente igual que en su primera velada. Se repitió el mismo embrujo y más intenso todavía. Markus manejaba la situación con elegancia. Mostraba una sonrisa lo menos sueca posible; era casi una sonrisa española. Encadenó una serie de anécdotas sabrosas, alternando sabiamente las referencias culturales y las alusiones personales, logrando así pasar de loa universal a lo íntimo con soltura. Desplegaba sin exceso el saber hacer del hombre sociable (121).
Un consejo interesante para la seducción. Hay que poner una sonrisa española. ¿Qué entenderá Foenkinos por “sonrisa española”? Espero que no sea una de esas risotadas destempladas aunque contagiosas con las que de vez en cuando quebramos todos los silencios. De todas formas a mí me encantan, así que eso que tendría ganado. Luego hay que saber combinar con equilibrio anécdotas generales (de políticos estará bien, pues de esas tenemos muchas; quizás de autores famosos, de países que uno haya visitado… no es difícil) y referencias personales (mucho más complicado esto, pues o te pasas o te quedas corto y, en ambos  casos, vas jodido).

·         Tienen una manera de no hablarse de lo más elocuente. (134)

En su caso era bueno, pero por lo general suele ser tremendo. Pero es una imagen de lo más clarividente.

·         Uno nunca debería tratar de evitarse un dolor potencial. (…) Tenía ganas de partir hacia un destino desconocido. Nada era trágico. Sabía que existían transbordadores entre la isla del dolor, la del olvido y aquella, más lejana todavía, de la esperanza. (141)

No hay amor sin dolor, decía el otro. Probablemente no haya nada bueno que no conlleve algo malo. Eso le pasaba a Markus, enamorarse de Nathalie era un viaje a lo desconocido con muchas probabilidades de desgraciarse. Pero al tío se le ocurrió la metáfora del trasbordador y se relajó. Una idea estupenda. 

·         En una historia de amor, el alcohol acompaña dos momentos opuestos: cuando se descubre al otro y hay que narrarse uno mismo, y cuando ya no hay nada que decirse. (144)

Eso puede ser verdad, si se toman cantidades abusivas de alcohol. Pero  tampoco viene mal, en dosis adecuadas, entre una y otra etapa. Sobre todo porque alegra el tránsito. Y ayuda a decirse.

·         Los abuelos no suelen acompañar la felicidad embelesada de ver a los nietos con grandes parrafadas. Unos a otros se preguntan cómo están y, enseguida,  se sumergen en el placer sencillo de estar juntos, sin más (207)

Esto casi no venía a cuento, pero es una idea de mucha clarividencia. Hombre, no  está mal hablar, sobre todo porque después, cuando se van los nietos lo echas de menos (mucho más tú que ellos). Pero, probablemente, el mayor placer es, efectivamente, ese placer sencillo de estar juntos.

----------------------------------------------------------
Bueno, lo mío había comenzado por querer contraponer dos novelas tan diferentes entre sí, pero me encontré con textos tan sugerentes de La Delicadeza que no he podido resistir la tentación de citarlos y comentarlos. Sigue sin quedarme demasiado claro qué significa “ser delicado”, sobre todo aplicado a los hombres en su relación con las mujeres. Es obvio que los personajes de Sara Lark en Nueva Zelanda eran muy poco delicados (algunos, unos auténticos hijos de puta); Foenkinos trata de convencernos de que Markus lo era. Probablemente sí, pero creo que su encanto se debió más a que apareció en el momento adecuado (lo que le convirtió en un tío fantástico) que al hecho de hacer gala de especiales dotes de delicadeza.

En todo caso, tenemos (tengo) mucho que aprender al respecto. Porque es curioso cómo una mujer (Sara Lark) trata las relaciones entre hombres y mujeres, describiendo ella la indelicadeza, y cómo un hombre (David Foenkinos) trata las relaciones hombre mujer, poniendo el punto él en la delizadeza. Dos perspectivas bien distintas. Me gustaría imaginarme cómo hubieran afrontado la situación cada uno de ellos situados en la historia del otro: Foenkinos planteando las primeras etapas de la colonización de Nueva Zelanda y Sara Lark describiendo la historia de Nathalie con Markus.

No hay comentarios: