sábado, junio 18, 2011

Reencantar.

Reencantar es una preciosa palabra que chilenos y brasileños usan mucho. La he oído varias veces estos días. Y, a decir verdad, en el marco del desencanto con que fue transcurriendo la semana chilena (al final mejoró un poco la cosa, un poco nada más), lanecesidad de reencantarse tiene mucho sentido.
¡Hay tanto que reencantar, tanto de lo que reencantarse! En Internet hay miles de entradas con ideas y propuestas para hacerlo. Reencantar la vida, reencantar el mundo, reencantar la educación, reencantar a los clientes. La mayor parte de ellas destinadas a reencantar a la pareja. Algunas personas piden ayuda para hacerlo pero si luego analizas los consejos que les dan y las experiencias personales que les cuentan, casi todos tienen una pose de escepticismo: inténtalo, le vienen a decir, aunque no sera facil; segundas partes no suelen ser buenas, y cosas asi.

También hay mucha produccion con el reencantar el trabajo. Cuando uno le ha perdido ilusion, cuando ya no ve claro qué demonios pinta haciendo lo que hace (por esas veredas espinosas transitaba yo estos dias), reencantar el trabajo es una necesidad casi terapéutica. O eso o comienzas a añorar la jubilación. Pero, así fue y nunca lleve que no escampe. Y el reencantamiento comenzó la tarde del jueves. Me hablaron mucho de acciones solidarias, de trabajo en condiciones límite, de iniciativas, quizás pequeñas, pero intensas y estimulantes. Fue un buen presagio de que las cosas podían mejorar. Y así fue. Me alegró, por eso, haber iniciado contactos con otra universidad que cree en sí misma y que tiene claro lo que desea. Llevaban varios anos planificando el llamarme en su ayuda y, al final, como cosa del destino nos encontramos en un concierto que ellos mismos organizaban. Para mí, aparte de esa cosilla de satisfacción que te deja el pensar que hay gente que, incluso sin conocerte, como en este caso, aún te considera (ellos, en exceso, poniéndome en el nivel de los grandes expertos internacionales a los que habían estado convocando en los últimos años), fue como iniciar de nuevo otra fase de ilusión: lo que sueñas, lo que propones, lo que defiendes en cursos y foros tiene credibilidad. La gente sabe que no es f'acil, aunque acepta que ése es el camino. Solo que no se ve como transitarlo. Pero ellos lo veian. Fue una comida de reencantamiento.

Y por la noche teatro. Teatro de ese de reir, reir, reir. Coco Legrand es un mito en Santiago de Chile. Tiene un espectaculo (que hace él, basicamente) en su teatro Circus: Terricolas corruptos pero organizados, se titulaba. Y se mete con todo lo que se mueve, sobre todo con los chilenos, claro: "Mira si seremos gafes los chilenos, decia en una de sus bromas, que estamos esperando doscientos anos para celebrar el bicentenario y va y cae en sabado". Repitio la palabra huevones como dos millones de veces, pero en cada oportunidad tenia un sentido distinto e, indefectiblemente, te hacía reir. La gente se retorcía de risa. Yo el primero. Una cura en salud. Tambien fue un reencantamiento. Un cambio de suerte en la partida. Desde el principio. Llegamos al teatro 20 minutos antes de empezar. Estaban las entradas agotadas hasta mediados del mes de Julio y, pese a ello, consegui dos, para mi amigo Carlos (que se ríe tan estentóreo como yo) y para mi. Un auténtico reencantamiento.
Pues eso, a reencantarse, que ya llega el verano y con luz y sol todo se ve más brillante.

miércoles, junio 15, 2011

El asesor de la Fao




Me contaron una vez un chiste de un asesor de la FAO. Pues resulta que el tipo, el asesor, estaba en uno de sus viajes de trabajo a una zona rural africana. Viajaba en un todo terreno que, desgraciadamente, se le averió cuando ya caía la tarde. Con tan mala suerte que se encontraba en la mitad de ninguna parte. A duras penas pudo llegar andando a una mini aldea de 4 casas. Llamó a la puerta y le salió a abrir una mujer. Le contó lo que le había pasado (se había averiado su coche, no tenía donde pasar la noche y preguntaba por algún hotel o pensión en la aldea). La señora le sonrió diciendo que allí no había de eso. Luego se quedó pensativa y le dijo que si quería podía dormir en su casa pero que le daba apuro porque su marido no estaba y eso podía generar habladurías en el pueblo. De todas formas lo invitó a pasar y le ofreció hospedaje. Y eso que las complicaciones siguieron, pues resultó que la casa no era grande y tuvieron que dormir ambos en la misma habitación, la única de la casa. De todas formas no pasó nada. A la mañana siguiente el huesped se levantó, se lavó y mientras recogía sus cosas, amanecido ya el día, vió por la ventana que la señora tenía un corral con gallinas en la parte de atrás de la casa. Observó el ajetreo de los animales como experto que era y luego se bajó a desayunar.
Cuando ya se despedía le dijo a la señora. Oiga, señora, no sabe lo agradecido que le estoy por haberme alojado en su casa. Me ha hecho un favor inmenso y quisiera agradecérselo dándole un consejo como asesor de la FAO y experto en cosas de agricultura. Mire, desde la ventana de la habitación he podido ver que usted tiene gallinas. Y he visto que tiene dos gallos en el corral. Eso no suele ser bueno. Dos gallos generan muchas peleas y causan estrés en las gallinas, lo que hace que pongan menos huevos. Debería quedarse con un gallo nada más. Muchas gracias, le dijo la señora anfitriona. Pero no se preocupe usted. En mi corral, gallos, gallos solo hay uno. El otro es ... pues como un "asesor de la FAO".

Algo así me está pasando a mí estos días en Chile. Me siento asesor de la FAO. Esa sensación que uno tiene de que viene en plan de experto a participar en la solución de problemas es pura fantasía. Quizás fue así al principio, ahora cada uno está a su rollo y las aportaciones que pudieras hacerles apenas importan a nadie. 4 personas he tenido en la primera y 8 en la segunda actividad. Mañana empieza la tercera y me temo lo peor.
Nada, ni a gallo gallo llego llega uno ya.

martes, junio 14, 2011

Berta y su papá


Hola Berta, cariño.
Hace unos días tu papá se desmelenó contando cosas sobre ti y elucubrando sobre tus cualidades y parecidos. Él que hace siempre textos cortitos (tipo Twiter), se alargó mucho más. Acabará escribiendo una novela de aventuras con una protagonista preciosa y arriesgada a la que llamará por un seudónimo pero que serás tú.
Bueno, yo he querido contestarle mediante un comentario pero no podía subir las imágenes, así que voy a hacerlo a través de una entrada en el blog. A ver si te gusta cuando puedas verla.

Bueno, una de las cosas que decía era que a él le hubiera gustado mucho que le contaran cómo era al nacer y cómo fue creciendo. También eso da para una novela. Pero para que no se quede con la chirrinta aquí van unas cuantas fotos de cuando él tenía un mes. Ya ves, sólounos días más que tú. Y aunque un poco más rechonchito (por algo se había tomado un mes de propina en la barriga de su mamá) era igualito, igualito a ti.

Bueno, ahora se puede comparar lo que tu papá dice de ti y lo que podríamos decir de él. También él era pelón, chato, de ojos oscuros (pena que heredó los míos y no los de su madre, verde esmeralda), dedos gorditos, mofletes para comérselos y la cabeza redondita (aunque, en su caso, como nació con forcex, le costó un poco recuperar la forma). En resumen un bebé precioso. Él ya lo sabe, pero le gusta que se lo contemos.



Hace unos meses me pidieron que hiciera el prólogo de un libro que habían escrito unas profesoras de Santander sobre la Música para los niños. Yo se lo hice. Y allí les contaba esta historia de tu papá. Espero que le guste. También la reflexión sobre la música (de eso iba el libro), aunque en eso tanto tu mamá como él están muy pendientes. Eso sí, les falta una Sole.
“Cuando tuvimos nuestro primer hijo (corrían el año 77) el neonatólogo que lo examinó nos advirtió severamente que los bebés eran seres básicamente asociales y que en ellos predominaban, sobre cualquier otra consideración, sus necesidades biológicas. Necesidades que él concebía como un conjunto de rutinas que debíamos seguir a rajatabla. No recuerdo exactamente el recuento de los tiempos pero la cosa era, más o menos, darle el pecho cada tres horas justas, tres minutos en cada pecho (con cronómetro) y alternando de uno a otro hasta cumplir los 15 minutos reglamentarios. Debía pasar la mayor parte del día durmiendo en una habitación oscurecida y con poco ruido y tener el menor número de actividad social posible para no excitarle. Mi mujer y yo, ambos psicólogos, nos miramos incrédulos aunque sin ganas de discutir. Y sin la menor intención de hacerle caso alguno, por supuesto. A los dos años nació nuestro segundo hijo, una niña, y tras su primera visita el mismo neonatólogo nos insistió en que los niños pequeños eran seres totalmente sociales, nos recomendaba que tuviera mucha vida social, que comiera cuando lo deseara y que durmiera cuando tuviera sueño. El cambio de paradigma había sido radical.

Pero volvamos al primero. Como decía no hicimos caso al médico ni a sus germánicas instrucciones educativas. No es que el peque nos diera unas buenas noches al inicio, al contrario. Al principio nos fuimos arreglando, con ayuda, por supuesto. Primero de la familia y, cuando ya nos agotó a todos, incluidos los abuelos, pensamos en contratar a alguien que nos echara una mano. Entre las chicas que se nos presentaron había una titulada en puericultura. El que tuviera esa formación nos pareció importante y nos decidimos por ella. No era mala chica pero nos pareció excesivamente seria y profesional. No duró mucho. La que llegó después, no tenía títulos pero tenía una alegría andaluza en el cuerpo que contagiaba. Nos encantó desde el primer momento. Le cantaba mucho al niño (próximo al año ya). Su canción preferida, moviendo manos y cadera, era aquella de “Dicen que la luna tiene amores con un… (y enseguida continuaba nuestro peque imitando sus movimientos con …calééé…), y continuaba ella, …y que toditas las noches con el gítano se… (…veee…, gritaba el peque). Ni “papá” ni “mamá”, ni ninguna otra expresión convencional. Le encantaba el calé y su cita con la luna. Se le notaba feliz.

“Es el poder de la música y su capacidad para atraparte desde la cuna. E incluso antes. No es de extrañar que los modernos métodos de gestión del embarazo recomienden mucha música a las gestantes. Música no necesariamente académica, sino cualquier música capaz de atraparte, de envolverte en su alegría, de movilizar tus músculos y hacerte sonreír. La música es vitalidad, es ánimo, es vida. Las autoras del libro dicen de ella que “es magia”. Y eso lo tiene que notar el feto, en su momento, como lo nota el bebé y lo notan los niños y niñas pequeños. Y lo notamos los mayores, por supuesto. Ésa era la gran equivocación de nuestro neonatólogo en su primera fase: el niño no es un ser asocial. Ni siquiera antes de nacer. Menos aún cuando ya es capaz de contagiarse conscientemente de la alegría, el ritmo y las vivencias de quien canta a su lado”.

sábado, junio 11, 2011

Algo va mal. Todo fue mal.

Algunos amigos se han empeñado en que resulta difícil sobrevivir en este mundo complicado sin haber leído Algo va mal de Tony Judt. En ello estoy, pero me está entrando una especie de sensación dubitativa sobre la oportunidad de hacerlo porque llevo unos días en los que, efectivamente, algo va mal. Lo de ayer fue peor: todo fue mal.
Es curioso cómo las cosas comienzan a torcerse en un momento y todo va de mal en peor. Lo de Murphy: “si algo puede ir mal, irá mal”. Y la cosa empezó chunga cuando, por puñetera curiosidad, entré en la página de Iberia para ver cuándo salía mi avión. Ya estaba en el aeropuerto a la espera de iniciar el viaje hasta Chile. Tenía tres horas de intervalo en Madrid, lo que siempre es un fastidio pues se van ampliando las horas del viaje, pero ya he aprendido que casi es mejor eso que andar angustiado sobre si llegas o no. Ni me imaginaba hasta qué punto eso iba a ser cierto.
Debíamos embarcar a las 8,30 pero media hora antes aún no había llegado el avión. Decían que traía algo de retraso. Y fue entonces cuando vi en la WEB de Aena que no solo iba con retraso sino con un “gran retraso”. No saldría de Madrid hasta las 9 de la noche. Eso significaba que no llegaría hasta las diez y pico, que tendría que desembarcar y, posteriormente, embarcar el pasaje y que no podríamos llegar a Madrid antes de las 11 y media. Una hora antes de que saliera mi avión para Chile. No sé por qué tendemos a hacer las cuentas tan ajustadas. Nunca van así. En cada paso vas perdiendo 10-15 minutos.
El avión llegó, efectivamente, a las 10:10 de la noche ( primeros 10 minutos perdidos). La gente comenzó a salir con una pachorra que a quien espera tomar el avión con urgencia, le resulta desesperante. Ellos bajaron y nosotros embarcamos. Y ya estábamos en las 10:45 y había perdido 15 minutos de mi hora para el tránsito. Cerraron las puertas y cuando ya parecía que podíamos comenzar a rodar sonó el timbre y escuchamos al capitán que pedía disculpas por el retraso (una avería técnica que les había obligado a cambiar de avión) y nos anunciada que nos habían dado hora de salida para las 11:05. Un mazazo para cuantos teníamos conexiones. Los gritos y silbidos atronaron la nave. Ya habíamos perdido otros 20 minutos del ala. Ninguna posibilidad de llegar al avión a Chile salvo que también éste fuera con retraso.
Salimos a la hora anunciada (con otros dos minutos de pérdida) y llegamos a Madrid con 5 minutos de adelanto. Eran las 11:55. Pero ya digo, cuando las cosas se tuercen, se tuercen. El avión aterrizó rozando la T4S, junto donde estaba posado mi avión. Si me hubieran abierto la puerta para bajarme allí, lo hubiera alcanzado por los pelos. Pero no, lo que hicimos fue bordear la terminal (casi con recochineo) y avanzar hacia la otra. Y cuando llegamos allí no es que nos dejaran en un finger cercano. Eso sería romper la racha negativa. Volvimos a dar toda la vuelta a la terminal hasta ubicarnos en la otra cara de la misma. 10 minutos más. Abrían las puertas a las 12:12.
Yo ya había negociado con la sobrecargo que me dejara pasar a Bussiness al final del viaje para poder salir a toda leche. Ella fue comprensiva. Así que fue lo mismo abrir la puerta y salir yo corriendo como alma que lleva el diablo. Había otro señor mayor que iba a Argentina y no conocía el aeropuerto. Dijo que me seguiría, pero él tenía media hora más que yo. Así que no pensé mucho en él, la verdad y fui corriendo por la terminal, bajé en el ascensor y me lancé al trenecillo de conexión. Y allí dos sorpresas. El señor mayor que venía tras de mí, estaba también allí. ¡Coño, pensé, cómo ha corrido este hombre! Pero lo peor era que el panel del tren anunciada que el próximo llegaría en 6 minutos. Eran las 12:18. Mi avión salía, teóricamente a las 12:20. A las 12:25 llegó el tren. Tardó 10 minutos en hacer el recorrido. En cuanto se abrieron las puertas me lancé como un poseso a las escaleras mecánicas, pasé la policía en segundos y tomé el ascensor para ir a las puertas de salida. Eran casi las 12:40. Como no sabía la puerta miré en los paneles y ya vi que salía de la puerta R5. El panel describía la situación del vuelo como Última llamada. Me animé. Pregunté a unos vigilantes dónde estaba la R5 y me dijeron: en esa dirección al final de la terminal. ¡A tomar por el saco! Otro mazazo. De todas formas eché a correr. Parecía una tarea imposible pues son casi 700 metros pero me dije que no iba a renunciar ahora que estaba al final. Corrí, corrí… Sentía que la boca se me iba quedando seca, que casi no podía respirar, tuve miedo a asfixiarme. Pero seguía, ¡qué leches, la cosa no podía ser peor! Ya estaba llegando (las 12:45 en el reloj) y ví que en dirección contraria venían charlando amigablemente dos azafatas. Oigan, les dije, no serán ustedes las que han embarcado para Santiago de Chile. Sí, me dijeron. Y ahí me derrumbé. ¿Qué me había faltado, 15 ó 20 minutos? Pues no llegué.
Di media vuelta hasta llegar a la oficina de atención al cliente de Iberia. Había una cola enorme con un espacio especial para bussiness y tarjetas especiales. Ocupado, por supuesto, por otra gente. Discutí un poco con ellos y pude aprovecharme de la tarjeta. Pero no sé si fue por la tarjeta o por lo desencajado que me vieron. Yo me sentía realmente mal. Como si me fuera a dar un ataque de un momento a otro. Tanta tensión y tanto correr me habían destrozado. Había una vena en la cabeza que me estallaba de dolor. Comencé a preocuparme. ¡Maldita sea, pensé, verás cómo no sólo he perdido el avión sino que esto va a traer consecuencias!
Casi no pude explicarle a la azafata que me atendió la situación. Tampoco es que ella pudiera hacer mucho. El siguiente avión no saldría hasta el día siguiente de madrugada. Es decir, un día entero tirado en Madrid. Me cambió la tarjeta de embarque y me dejó deambulando por la terminal a la búsqueda de la salida (que la complican infinitamente a esas horas de la noche cuando todo está ya cerrado). Nuevamente pasar por la policía, nuevamente el tren, nuevamente colas enormes en otra oficina de atención al cliente para que te den un baucher para el hotel (en mi estado, ni se me ocurrió pensar que justo al otro lado de donde hacía yo una cola enorme había otra donde atendían a gente con tarjeta oro y que estaba vacía). Con el baucher debes salir fuera y montar en un autobús que te llevará al hotel. Claro que hay que esperar a que se llene. A todas estas eran las 01:30 de la mañana. Nos llevaron al hotel, un Meliá que está en el centro de Madrid. Claro que como salí de los últimos del autobús, ni manera de colarse, tuve que soportar otra cola infinita ante el mostrador de recepción. Allí los ánimos se fueron calentando porque resultó que pese a las horas que eran, no teníamos cena. En el hotel decían que Iberia no la pidió y que a esas horas sus empleados ya no estaban en el hotel. Bronca tremenda del grupo argentino que llevada de la ceca a la meca desde las 5 de la tarde. Media hora después ya tenía mi habitación (magnífica: afortunadamente, las desgracias siempre tienen un puntito discordante, como una rama a la que puedes agarrarte un ratito). Como no había cena, algo imperdonable para mí, salí de explorador. Hay que ver lo animado que está Madrid a las 2 y media de la madrugada. El hotel estaba en Claudio Coello, así que recorrí Diego de León y tomé Velázquez. Había algunos lugares abiertos, pero eran bares de copas. NO me quedó otra que pasear hasta el VIPS y allí a las 2:45 (cierran a las 3) pedí una ensalada. Cerraron y marché. Llegué al hotel a las 3:15 y no logré dormir entre sobresaltos hasta bien entradas las 4. Una aventura que había durado 9 horas para llegar a Madrid. Casi podría haber venido andando desde Santiago.
Y ya veremos hoy. Todo el día dando tumbos por Madrid. Pero después de las angustias de ayer, ya he decidido que no merece la pena apresurarse. La resignación es más práctica. Sufres menos. Y te acerca menos a un ictus cerebral. Pues que sea.

viernes, junio 03, 2011

Pequeñas mentiras


Sevilla, desde hace años, es para mí el Hotel Plaza de Armas. Es un NH y se está bien, aunque últimamente me ponen siempre en la primera planta y dando a la calle. Debe ser que el convenio con la Universidad no es todo lo bueno que debiera en su consideración. Pero en fin, tampoco es para quejarse. Menos aún cuando enfrente mismo de la puerta están unos cines de culto en la ciudad. Ya van quedando caducos y cutres en cuanto a sus instalaciones pero tienen siempre las mejores películas y, además, en versión original. Un placer.
Y así fue como acabé en Pequeñas mentiras sin importancia, película francesa de Guillaume Canet. Es curioso cómo el cine francés está ocupando puestos preferentes en nuestra cartelera de estos últimos meses. Quizás sea el primer fruto de la directiva europea que obliga a incluir un porcentaje, creo que del 20%, de películas europeas en la programación.
Interesante película. Una catarsis entre amigos que se reencuentran cada año para pasar juntos sus vacaciones. No es un tema nuevo en el cine, pero resulta muy interesante. Al final, es verdad que todos vamos guardando bastantes cosas en zonas ocultas (como esa pequeña basura que escondes debajo de la alfombra), que vivimos entre esas pequeñas mentiras que hacen la convivencia soportable. Y cuando aparecen, pues eso, es como un tornado que lo revuelve todo. Sólo que si la amistad era buena, después de la tormenta llega la calma y las cosas retornan a su equilibrio. Con reajustes, claro. Y eso hasta puede ser bueno.

La historia es bastante sencilla. El rico de la pandilla invita cada año a sus amigos a pasar las vacaciones en su chalet de la playa. En esta ocasión, las cosas se les ponen un poco más difíciles pues uno de ellos sufre un accidente unos días antes y queda internado. Claro, la cuestión es si ése es motivo suficiente o no para suspender el viaje de todos los años. Aunque con fuertes sentimientos de culpabilidad por dejar al amigo, deciden irse. Y eso hacen.

Pasar de la vida controlada del trabajo a la descontrolada de las vacaciones tiene su aquel. Y el dueño de la casa entra en una situación de estrés contagioso. Es la parte cómica del film. Y en el fragor de sus neuras, van apareciendo también las de los demás. Lo interesante de la historia es que allí cada uno tiene su historia. Una historia poliédrica, con muchas caras. De las cuales, los demás sólo conocen algunas. Como en la vida real. Y como en la vida real, todos intentan presentar su mejor cara, la más amable y correcta, aquella que de alguna manera se acomoda mejor a las expectativas de los otros. Puro teatro, como decía la canción.

Y es así como los miedos, las inseguridades, las frustraciones amorosas o profesionales, los deseos, las insatisfacciones, van apareciendo por las fisuras de unas relaciones que la situación hace más próximas e intensas. En el regate corto es difícil mantener esas dobles y triples caras.

Es una buena película. Un pelín lacrimógena en las escenas finales, pero también eso forma parte de la vida. Eso es lo bueno que tiene, que cuenta una historia sobre la vida. Por tanto, pese a los toques de humor o de drama es fácil identificarse con los personajes o con partes deferentes de cada uno de ellos. Las dos horas y pico que pasas se te hacen cortas. Los hermosos paisajes de las costas francesas (me parecieron Las Landas), la música, los diálogos, la propia acción logran meterte en la historia y disfrutar. Muy recomendable porque al final, después de muchas sonrisas y alguna lágrima sales de la sala con más ganas de vivir. Pese a esas pequeñas mentiras del título, la gente es buena, la amistad es verdadera (sobre eso no se miente) y la unión entre personas tan diferentes los hace a todos ellos más fuertes. A pesar de todo.