martes, junio 14, 2011

Berta y su papá


Hola Berta, cariño.
Hace unos días tu papá se desmelenó contando cosas sobre ti y elucubrando sobre tus cualidades y parecidos. Él que hace siempre textos cortitos (tipo Twiter), se alargó mucho más. Acabará escribiendo una novela de aventuras con una protagonista preciosa y arriesgada a la que llamará por un seudónimo pero que serás tú.
Bueno, yo he querido contestarle mediante un comentario pero no podía subir las imágenes, así que voy a hacerlo a través de una entrada en el blog. A ver si te gusta cuando puedas verla.

Bueno, una de las cosas que decía era que a él le hubiera gustado mucho que le contaran cómo era al nacer y cómo fue creciendo. También eso da para una novela. Pero para que no se quede con la chirrinta aquí van unas cuantas fotos de cuando él tenía un mes. Ya ves, sólounos días más que tú. Y aunque un poco más rechonchito (por algo se había tomado un mes de propina en la barriga de su mamá) era igualito, igualito a ti.

Bueno, ahora se puede comparar lo que tu papá dice de ti y lo que podríamos decir de él. También él era pelón, chato, de ojos oscuros (pena que heredó los míos y no los de su madre, verde esmeralda), dedos gorditos, mofletes para comérselos y la cabeza redondita (aunque, en su caso, como nació con forcex, le costó un poco recuperar la forma). En resumen un bebé precioso. Él ya lo sabe, pero le gusta que se lo contemos.



Hace unos meses me pidieron que hiciera el prólogo de un libro que habían escrito unas profesoras de Santander sobre la Música para los niños. Yo se lo hice. Y allí les contaba esta historia de tu papá. Espero que le guste. También la reflexión sobre la música (de eso iba el libro), aunque en eso tanto tu mamá como él están muy pendientes. Eso sí, les falta una Sole.
“Cuando tuvimos nuestro primer hijo (corrían el año 77) el neonatólogo que lo examinó nos advirtió severamente que los bebés eran seres básicamente asociales y que en ellos predominaban, sobre cualquier otra consideración, sus necesidades biológicas. Necesidades que él concebía como un conjunto de rutinas que debíamos seguir a rajatabla. No recuerdo exactamente el recuento de los tiempos pero la cosa era, más o menos, darle el pecho cada tres horas justas, tres minutos en cada pecho (con cronómetro) y alternando de uno a otro hasta cumplir los 15 minutos reglamentarios. Debía pasar la mayor parte del día durmiendo en una habitación oscurecida y con poco ruido y tener el menor número de actividad social posible para no excitarle. Mi mujer y yo, ambos psicólogos, nos miramos incrédulos aunque sin ganas de discutir. Y sin la menor intención de hacerle caso alguno, por supuesto. A los dos años nació nuestro segundo hijo, una niña, y tras su primera visita el mismo neonatólogo nos insistió en que los niños pequeños eran seres totalmente sociales, nos recomendaba que tuviera mucha vida social, que comiera cuando lo deseara y que durmiera cuando tuviera sueño. El cambio de paradigma había sido radical.

Pero volvamos al primero. Como decía no hicimos caso al médico ni a sus germánicas instrucciones educativas. No es que el peque nos diera unas buenas noches al inicio, al contrario. Al principio nos fuimos arreglando, con ayuda, por supuesto. Primero de la familia y, cuando ya nos agotó a todos, incluidos los abuelos, pensamos en contratar a alguien que nos echara una mano. Entre las chicas que se nos presentaron había una titulada en puericultura. El que tuviera esa formación nos pareció importante y nos decidimos por ella. No era mala chica pero nos pareció excesivamente seria y profesional. No duró mucho. La que llegó después, no tenía títulos pero tenía una alegría andaluza en el cuerpo que contagiaba. Nos encantó desde el primer momento. Le cantaba mucho al niño (próximo al año ya). Su canción preferida, moviendo manos y cadera, era aquella de “Dicen que la luna tiene amores con un… (y enseguida continuaba nuestro peque imitando sus movimientos con …calééé…), y continuaba ella, …y que toditas las noches con el gítano se… (…veee…, gritaba el peque). Ni “papá” ni “mamá”, ni ninguna otra expresión convencional. Le encantaba el calé y su cita con la luna. Se le notaba feliz.

“Es el poder de la música y su capacidad para atraparte desde la cuna. E incluso antes. No es de extrañar que los modernos métodos de gestión del embarazo recomienden mucha música a las gestantes. Música no necesariamente académica, sino cualquier música capaz de atraparte, de envolverte en su alegría, de movilizar tus músculos y hacerte sonreír. La música es vitalidad, es ánimo, es vida. Las autoras del libro dicen de ella que “es magia”. Y eso lo tiene que notar el feto, en su momento, como lo nota el bebé y lo notan los niños y niñas pequeños. Y lo notamos los mayores, por supuesto. Ésa era la gran equivocación de nuestro neonatólogo en su primera fase: el niño no es un ser asocial. Ni siquiera antes de nacer. Menos aún cuando ya es capaz de contagiarse conscientemente de la alegría, el ritmo y las vivencias de quien canta a su lado”.

2 comentarios:

Cardioenterólogo dijo...

Muy bonito pai. Grazas

ainohazc dijo...

Que bonito papi.