viernes, junio 03, 2011

Pequeñas mentiras


Sevilla, desde hace años, es para mí el Hotel Plaza de Armas. Es un NH y se está bien, aunque últimamente me ponen siempre en la primera planta y dando a la calle. Debe ser que el convenio con la Universidad no es todo lo bueno que debiera en su consideración. Pero en fin, tampoco es para quejarse. Menos aún cuando enfrente mismo de la puerta están unos cines de culto en la ciudad. Ya van quedando caducos y cutres en cuanto a sus instalaciones pero tienen siempre las mejores películas y, además, en versión original. Un placer.
Y así fue como acabé en Pequeñas mentiras sin importancia, película francesa de Guillaume Canet. Es curioso cómo el cine francés está ocupando puestos preferentes en nuestra cartelera de estos últimos meses. Quizás sea el primer fruto de la directiva europea que obliga a incluir un porcentaje, creo que del 20%, de películas europeas en la programación.
Interesante película. Una catarsis entre amigos que se reencuentran cada año para pasar juntos sus vacaciones. No es un tema nuevo en el cine, pero resulta muy interesante. Al final, es verdad que todos vamos guardando bastantes cosas en zonas ocultas (como esa pequeña basura que escondes debajo de la alfombra), que vivimos entre esas pequeñas mentiras que hacen la convivencia soportable. Y cuando aparecen, pues eso, es como un tornado que lo revuelve todo. Sólo que si la amistad era buena, después de la tormenta llega la calma y las cosas retornan a su equilibrio. Con reajustes, claro. Y eso hasta puede ser bueno.

La historia es bastante sencilla. El rico de la pandilla invita cada año a sus amigos a pasar las vacaciones en su chalet de la playa. En esta ocasión, las cosas se les ponen un poco más difíciles pues uno de ellos sufre un accidente unos días antes y queda internado. Claro, la cuestión es si ése es motivo suficiente o no para suspender el viaje de todos los años. Aunque con fuertes sentimientos de culpabilidad por dejar al amigo, deciden irse. Y eso hacen.

Pasar de la vida controlada del trabajo a la descontrolada de las vacaciones tiene su aquel. Y el dueño de la casa entra en una situación de estrés contagioso. Es la parte cómica del film. Y en el fragor de sus neuras, van apareciendo también las de los demás. Lo interesante de la historia es que allí cada uno tiene su historia. Una historia poliédrica, con muchas caras. De las cuales, los demás sólo conocen algunas. Como en la vida real. Y como en la vida real, todos intentan presentar su mejor cara, la más amable y correcta, aquella que de alguna manera se acomoda mejor a las expectativas de los otros. Puro teatro, como decía la canción.

Y es así como los miedos, las inseguridades, las frustraciones amorosas o profesionales, los deseos, las insatisfacciones, van apareciendo por las fisuras de unas relaciones que la situación hace más próximas e intensas. En el regate corto es difícil mantener esas dobles y triples caras.

Es una buena película. Un pelín lacrimógena en las escenas finales, pero también eso forma parte de la vida. Eso es lo bueno que tiene, que cuenta una historia sobre la vida. Por tanto, pese a los toques de humor o de drama es fácil identificarse con los personajes o con partes deferentes de cada uno de ellos. Las dos horas y pico que pasas se te hacen cortas. Los hermosos paisajes de las costas francesas (me parecieron Las Landas), la música, los diálogos, la propia acción logran meterte en la historia y disfrutar. Muy recomendable porque al final, después de muchas sonrisas y alguna lágrima sales de la sala con más ganas de vivir. Pese a esas pequeñas mentiras del título, la gente es buena, la amistad es verdadera (sobre eso no se miente) y la unión entre personas tan diferentes los hace a todos ellos más fuertes. A pesar de todo.

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