domingo, marzo 07, 2021

MANUEL RENDO: UN HOMBRE BUENO



El sábado nació con perspectivas primaverales: sol del punto de la mañana, airecillo fresco, cielo franco, mucha luz. Buen día para irse a la aldea y romper con esta monotonía doméstica de los días de semiencierro urbano. Y eso hicimos. En la aldea se está bien, evitas el virus pues no  ves a nadie, estás en modo activo (siempre hay mil cosas que arreglar) y lo pasas bien. Santo remedio para un sábado.

Llegamos a media mañana tras el cafecito y unas compras menores en Bandeira. La aldea tiene sus propias rutinas: has de abrir dos portales de hierro para entrar, has de abrir las dos casas, has de prender la luz, has de abrir las ventanas de ambas casas para que se oree el interior, has de echar un vistazo general para comprobar que todo está bien (medio bien, porque lo de estar bien es una especie de utopía). Y fue en ese recorrido final cuando constaté la urgencia de desprender los restos secos de una enredadera que cubría una fachada de la  casa y que hubimos de ir cortando por miedo a que acabara destrozando la pared y el tejado en los que se había infiltrado. Aparte de los restos secos que afeaban la pared, corríamos el riesgo de que acabaran desprendiendseo los cables de la luz que pasaban por allí y estaban ya afectados. En fin, una tarea simple pero trabajosa.

Ya llevaba un rato jugándome el tipo en los últimos peldaños de la escalera de 3 metros apoyada en la pared, cuando oí voces en el exterior. Por encima del muro pude ver que en el pórtico de la Iglesia se había concentrado bastante gente. Habrá misa, pensé. Iban a dar las doce y media. Era un poco pronto, pero podía ser. Y fue. Como en Orazo los actos religiosos se transmiten en directo a través de un enorme altavoz en la torre de la iglesia (a través de él se van dando las horas y las medias para toda la parroquia), pudimos seguir el oficio paso a paso. La primera sorpresa fue al oír que la misa (cantada y con organillo) se dedicaba a Manuel Rendo. ¿Murió Rendo?, pregunté enseguida. Sí, hace tiempo, me dijeron. Eso creía yo. Poco después la duda se aclaró, al informar el sacerdote (eran varios los que oficiaban, un funeral solemne) que se celebraba el aniversario de su muerte. Un año sin Rendo, pensé para mí; resulta increíble que hayamos logrado sobrevivir a su ausencia, con lo imprescindible que fue siempre para nosotros. Rendo, toda una figura personal y social que se merece un gran homenaje.

Es lo que tienen las aldeas y los pueblos pequeños. Siempre hay gente buena que se pone incondicionalmente a disposición de los demás. Rendo era una de esas personas. Recuerdo a mi suegra que no tomaba ninguna decisión sin consultarle. Daba lo mismo que se tratara de ajustar una ventana, como de vender unos árboles, de enterrar a un difunto o conocer los lindes de un prado. Rendo lo sabía todo y siempre estaba allí para buscar la solución apropiada. Lo que ha sido la casa de Orazo en los últimos 70 años, se lo debemos, sin duda, a Rendo: la renovación de la galería y de los hórreos; los tejados de ambas casas, la palleira, buena parte de la casa nueva, el choco, la leñera, la fuente. Y muchos arreglos interiores de esas cosas que se van descomponiendo y hay que tener a mano a alguien que sepa de todo y sea un manitas para que te lo componga.


 

Claro que, en estos casos, la mera competencia no es suficiente. Las aldeas suelen tener (más antes que ahora) a personas de ese tipo. Se han bregado en oficios diferentes y han aprendido a hacer cualquier cosa. Y la hacen bien. Pero ya digo, el saber se precisa, pero no es suficiente. Lo que los diferencia es el talante. Esa disponibilidad para la ayuda, para atender a los demás, para buscar un momento libre y poder resolver esa chapuza que quien te lo pide no sabe afrontar. Y lo hacen con una sonrisa, como si fueras tú quien les haces un favor a ellos, en lugar de hacértelo ellos a ti. Así era Rendo, serio, amable, servicial, cumplidor.

Y cómo se siente su falta. Ahora, cada problema que va surgiendo (y son cientos en estas casas antiguas) se convierte en una semi-tragedia. ¿A quién llamamos?, ¿quién sabe de esto?, ¿cuándo podrán venir a verlo?, ¿cuánto nos costará? Y no es que no haya gente nueva y joven que pueda hacerlo (nosotros tenemos a Carmen, nuestra asesora de cabecera, que conoce bien la aldea y sus recursos) pero aquella seguridad que nos daba Rendo será difícil recuperarla.  Es bien cierto que ahora todo se complica mucho, las cosas son más técnicas y complejas, los procedimientos están más regulados y eso del hombre o mujer “para todo” resulta casi imposible. Pero así y todo, echamos mucho de menos a Rendo y su disposición.

Estos héroes de aldea están poco reconocidos. Buena gente que ejercieron un liderazgo tranquilo y basado en su disponibilidad para ayudar a quien lo necesitase. Sin llamar la atención, como si gustaran de quedarse siempre en un segundo plano. Y, sin embargo, estaba presente siempre, tanto daba si había que apagar un incendio, levantar un muro caído, o enterrar a un vecino fallecido. Pasé tantas horas con él, viéndole trabajar, maravillándome de la tranquilidad y sistema con que hacía las cosas que acabé acumulando una enorme admiración por su destreza y su personalidad. Su especialidad era la carpintería, pero, en realidad, tenía en su cabeza y en sus manos cualquier tipo de actividad, desde arreglar un grifo a ajustar una cama o componer un tejado. Poseía es inteligencia técnica que te dota de capacidad para visualizar mentalmente el proceso que has de seguir y de habilidades para poderlo llevar a cabo.

Un gran personaje, este Manuel Rendo. De esos que, dice la biblia,  bastaría la existencia de uno solo para que se salvara la comunidad. Hace un año que nos dejó. Dondequiera que estés, Rendo, siempre será un lugar mejor con tu presencia. Mejor y con menos goteras o problemas que esté en tu mano arreglar. Orazo, que te apreciaba tanto, te sigue echando de menos.

 

 

 

 


lunes, marzo 01, 2021

DESEO FRENTE A NOSTALGIA

 


¡Me riñen, oye!. Cuando les propongo que vayamos haciendo planes de viajes y encuentros para la postpandemia, me riñen. Que no sea iluso, que aún queda mucho por pasar, que las vacunas llegarán cuando lleguen e, incluso entonces, tampoco será fácil porque no sabemos si inmunizan del todo o no. Que, dada nuestra edad, hay que ser precavidos. Que nos jugamos mucho. Un chorreo…

No sé cómo hacerles ver que la ilusión y el deseo y la vitalidad hay que currárselas. No vienen solas. Y que quedarse ahí, dejando pasar los días, acaba deprimiéndote y, lo que es peor, gustándote. Contra eso, no hay mejor medicina que el futuro, pero tampoco hay futuro si no lo anticipamos, si no pensamos en él, si no lo planificamos. Uno empieza a sentirse mayor cuando deja de pensar en el futuro y ya solo mira al pasado. Ya no tienes (no haces) proyectos, no piensas y disfrutas el mañana porque te quedas en sobrevivir al hoy. Y para eso, no necesitas (ni creas) energías para seguir adelante.

Tengo un amigo que lleva en el alma esto de planificar. Las vacaciones del año que viene las comienza a planificar el año anterior y pasa así todo el año anticipando el disfrute que alcanzará cuando llegue la fecha. Lo que va sucediendo entre medias, todas esas molestias de la vida cotidiana, se quedan en nada porque él ya tiene la cabeza en la aventura del próximo verano. Un sabio, el tío.

Y algo parecido sucede con las enfermedades. No hay mejor terapia que hacer presente el futuro: lo que harás cuando todo esto acabe. Y cuanta más intensidad tenga y más atractivo resulte ese futuro (volver a la vida normal, salir, hacer las cosas que tenías planificadas y no pudiste hacer) más llevadero se hace el presente. Por eso han sido tan importantes las escuelas hospitalarias para los niños ingresados. Porque la educación es siempre algo futuro: te educas para saber cada vez más, para ser mayor, para un mañana lejano, pero también próximo. Por eso, los niños preferían pensar en el examen que tendrían dentro de un par de días que en las pruebas dolorosas que tenían que pasar al día siguiente. El futuro anticipado relativizando el presente.


 

Psicólogos como somos, deberíamos tener claro que el futuro es deseo y el pasado solo es nostalgia. Y el presente, sobre todo a nuestra edad, no es sino una transacción entre el pasado y el futuro. Tendrá el color de aquella opción que gane: o se colorea de nostalgia (aquello tan conocido de lo bien que estábamos cuando éramos jóvenes y desbordábamos energías) o se tiñe de deseo (las muchas cosas que nos quedan por hacer).

Ahora que estamos buscando como locos esa “luz al final del túnel”, tenemos que comenzar a planificar cosas. La luz no vendrá sola, hay que anticiparla, trabajársela, construirla, llenarla de contenido. Demorarse en los detalles (fechas, lugares, tipo de hoteles, costes, excursiones a hacer…). Y así, entretenidos en el futuro, segregando deseo y anticipando disfrute dejamos que pasen los días, que lleguen las vacunas y que, al final, vaya amaneciendo esa luz que indica el final de este tiempo de calamidad.

Si decían que la felicidad era eso, la búsqueda de la felicidad, no debe ser muy distinto esto de la pandemia: su final es la búsqueda del final, la planificación del viaje inaugural de la nueva normalidad. Amén.