lunes, marzo 01, 2021

DESEO FRENTE A NOSTALGIA

 


¡Me riñen, oye!. Cuando les propongo que vayamos haciendo planes de viajes y encuentros para la postpandemia, me riñen. Que no sea iluso, que aún queda mucho por pasar, que las vacunas llegarán cuando lleguen e, incluso entonces, tampoco será fácil porque no sabemos si inmunizan del todo o no. Que, dada nuestra edad, hay que ser precavidos. Que nos jugamos mucho. Un chorreo…

No sé cómo hacerles ver que la ilusión y el deseo y la vitalidad hay que currárselas. No vienen solas. Y que quedarse ahí, dejando pasar los días, acaba deprimiéndote y, lo que es peor, gustándote. Contra eso, no hay mejor medicina que el futuro, pero tampoco hay futuro si no lo anticipamos, si no pensamos en él, si no lo planificamos. Uno empieza a sentirse mayor cuando deja de pensar en el futuro y ya solo mira al pasado. Ya no tienes (no haces) proyectos, no piensas y disfrutas el mañana porque te quedas en sobrevivir al hoy. Y para eso, no necesitas (ni creas) energías para seguir adelante.

Tengo un amigo que lleva en el alma esto de planificar. Las vacaciones del año que viene las comienza a planificar el año anterior y pasa así todo el año anticipando el disfrute que alcanzará cuando llegue la fecha. Lo que va sucediendo entre medias, todas esas molestias de la vida cotidiana, se quedan en nada porque él ya tiene la cabeza en la aventura del próximo verano. Un sabio, el tío.

Y algo parecido sucede con las enfermedades. No hay mejor terapia que hacer presente el futuro: lo que harás cuando todo esto acabe. Y cuanta más intensidad tenga y más atractivo resulte ese futuro (volver a la vida normal, salir, hacer las cosas que tenías planificadas y no pudiste hacer) más llevadero se hace el presente. Por eso han sido tan importantes las escuelas hospitalarias para los niños ingresados. Porque la educación es siempre algo futuro: te educas para saber cada vez más, para ser mayor, para un mañana lejano, pero también próximo. Por eso, los niños preferían pensar en el examen que tendrían dentro de un par de días que en las pruebas dolorosas que tenían que pasar al día siguiente. El futuro anticipado relativizando el presente.


 

Psicólogos como somos, deberíamos tener claro que el futuro es deseo y el pasado solo es nostalgia. Y el presente, sobre todo a nuestra edad, no es sino una transacción entre el pasado y el futuro. Tendrá el color de aquella opción que gane: o se colorea de nostalgia (aquello tan conocido de lo bien que estábamos cuando éramos jóvenes y desbordábamos energías) o se tiñe de deseo (las muchas cosas que nos quedan por hacer).

Ahora que estamos buscando como locos esa “luz al final del túnel”, tenemos que comenzar a planificar cosas. La luz no vendrá sola, hay que anticiparla, trabajársela, construirla, llenarla de contenido. Demorarse en los detalles (fechas, lugares, tipo de hoteles, costes, excursiones a hacer…). Y así, entretenidos en el futuro, segregando deseo y anticipando disfrute dejamos que pasen los días, que lleguen las vacunas y que, al final, vaya amaneciendo esa luz que indica el final de este tiempo de calamidad.

Si decían que la felicidad era eso, la búsqueda de la felicidad, no debe ser muy distinto esto de la pandemia: su final es la búsqueda del final, la planificación del viaje inaugural de la nueva normalidad. Amén.

 

 

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