domingo, diciembre 18, 2011

UN MÉTODO PELIGROSO

Antes de que perdiéramos definitivamente la posibilidad de verla en una buena sala de cine hemos ido a ver UN MÉTODO PELIGROSO de Cronenberg. No hace mucho que la estrenaron, pero en algunos cines ya la eliminaron de la cartelera y en otros la van arrinconando a horarios menos apetecibles. Siendo los dos psicólogos, parecía lógico que no la dejáramos pasar.

Y tras verla, la verdad, no sé muy bien qué decir. Pertenece a ese género de cine-teatro en el que unos pocos actores, casi siempre en interiores desarrollan acciones parsimoniosas pero con diálogos intensos. Películas de mucho primer plano, de estar atentos a los gestos, a la decoración, a la iluminación y, sobre todo, al diálogo. Como no te involucres pronto en la historia o te sorprenda la dinámica del intercambio entre los actores corres serio riesgo de acabar cabeceando. Ese riesgo se corre en este método peligroso.

La historia de la película se refiere a la supuesta relación ambivalente entre los padres del psicoanálisis Freud y Jung. Aparece, para completar el triangulo otra pionera, Sabina Spielrein, que no solía aparecer en nuestros manuales de psicoanálisis. Pero así, al socaire del triángulo se puede ir analizando algunos de los principios básicos en los que se sustentaba la teoría psicoanalítica: la construcción del yo (como espacio de mediación entre las pulsiones y la moral del deber ser); la sexualidad como motor de la vida; el sentido de culpa; el papel de los sueños; la muerte del padre; el autoconocimiento y la curación a través de la “terapia de la palabra”. Todo muy ortodoxo, aunque excesivamente académico para quienes van al cine con otros propósitos. Tal como allí aparecen, y aunque en realidad sí son los problemas básicos de la vida de las personas, se parecen poco a los que nos toca afrontar en el día a día. Todo resulta muy correcto, incluso las pasiones se racionalizan y acaban pareciendo más actividades terapéuticas que golfería. Menos mal que aparece como contrapunto un psiquíatra medio jamado que rompe esa normalidad de nevera y es capaz de situarse en lo políticamente incorrecto.

Por lo demás, la película es de una hechura impecable. Es probable que se precise una segunda o tercera visión para ser capaces de identificar todos los detalles y significados que Cronenberg pretende transmitir en cada plano. Los actores demuestran la maestría de los buenos actores capaces de mantener el peso de una acción lenta y con mucho de interiorismo (y no solo en lo que se refiere a los espacios sino, también,  en lo que se tiene que ver con las temáticas que se abordan). Fassbender hace de Jung y lo representa como una persona estirada y con escasos recursos expresivos. Siempre impecable, con una imagen de austríaco finolis al que no se le mueve una pestaña ni se le dibuja una arruga tanto da que esté psicoanalizando o psicoanalizándose, que esté acariciando a su esposa o echando un polvo con la amante. Todo lo contrario de Keira Knightley que hace una Sabina Spielrein demasiado exagerada en sus gestos de loca inicial. En cambio, el Freud que representa Viggo Mortensen resulta más semejante a la imagen que uno se ha hecho de él (incluso por el gran parecido que han logrado entre su imagen y la que siempre hemos conocido de Freud), aunque cuesta creer que fuera tan equilibrado, tan consciente de la necesidad de ser políticamente correcto para no dañar la aceptación de sus teorías, tan resignado al hecho de que ser judío fuera un hándicap que le obligaba a ser prudente y le condenaba a no ser nunca aceptado del todo en el ambiente centroeuropeo. Para alguien tan rupturista en las ideas y procedimientos relacionados con su profesión suena a raro que fuera tan controlado en esa dimensión social. Pero puede ser. Ya lo discutiré con mis amigos psicoanalistas. Y el 4º en discordia, un Vincent Cassel que hace de psiquíatra heterodoxo y que hace entrar un poco de aire fresco en la historia. Nunca pases delante de un oasis sin pararte a beber”, le dice al estirado (solo mentalmente, porque en la vida es como los demás) Jung. Y la otra frase a recordar es la del propio Jung: “A veces hay que hacer algo imperdonable para poder seguir existiendo”. Nada más cierto. La otra opción es demasiado lineal y aburrida (a parte de que dejaría sin trabajo a los psicoanalistas).

En fin, no se hace larga pero, como suele suceder en estas acciones interioristas y muy conceptuales, tampoco se necesitaba más. Y eso que para nosotros tuvo el encanto de haber sido rodada en Viena lo que nos permitió recordar nuestros paseos de hace dos semanas por los jardines de Belvedere (donde decía Freud que le gustaba pasear repensando sus ideas) y los del palacio de  Schönbrunn.

sábado, diciembre 17, 2011

Viajar



Viajar es un pozo de contradicciones. Con frecuencia la gente viaja para descansar, pero resulta que viajar cansa mucho. “¡Qué dura es la vida del turista!”, decía una amiga. Viajar es caro. Antes aún lo podías disimular un poco más, pero eso de estar tirando de cartera o tarjeta de banco todo el santo día y para cualquiera cosa que hagas, acaba agobiándote. Y menos mal que con la historia de los aviones Low cost las tarifas aéreas se han relajado un poco, pero aún así uno ya no está en edad de someterse a las incertidumbres de unos vuelos de medio pelo. Sólo si las ventajas en tiempo y oportunidad lo justifican. En fin, la cosa ésta del viajar que resulta, a la vez, un placer, un vicio, un castigo y un premio. Todo en el mismo boleto.

Para algunos, además, viajar tiene ciertas connotaciones terapéuticas. Yo ya lo había notado. Si pasas mucho tiempo sin viajar, la vida cotidiana va creciendo como una niebla cada vez más espesa que acaba ahogándote. Debe ser algo que afecta especialmente a las personas con tantas tareas pendientes que nunca conseguimos ponernos al día. Ese relax, esa ruptura que los inteligentes logran cuando cierran una tarea compleja en la que estaban metidos y ven que ya quedan más libres para empezar con otra. Es esa interface, ese momento de desconexión, el que actúa (digo yo que será así, porque jamás he tenido la suerte de experimentarlo) como ese pequeño cerrar los ojos en la siesta y hacer una desconexión general del sistema nervioso de vigilia. Algunos pueden disfrutar de esa sensación porque están bien organizados y avanzan cosa a cosa, no como otros que lo hacemos con mil cosas entre manos de las que resulta imposible salir. Y como no puedes más, entonces de vas de viaje. Es la forma de desconectar, de olvidarte (o hacer como que te olvidas) de todo lo que quedó pendiente y funcionar durante unos días como si tu única preocupación fuera vivir esos días.
Yo eso ya lo vivía en propia carne. Con ese tipo de certeza que te da el conocerte bastante y el haber tenido que soportar mil presiones para cambiar de vida. Por eso me encantó la pequeña entrevista de la Revista Ronda al psiquíatra Enrique Rojas que nos encontramos en el avión al regreso de Viena. Rojas dice allí (Ronda Iberia, Diciembre 2011, p. 39) que tiene una fórmula mágica para mantener a flote su matrimonio: hacer dos viajes al año, solos, sin hijos y a más de 10 horas de vuelo de donde viven. Me pareció una receta magnífica. Merece la pena hasta el coste que eso pueda tener, que no será poco. Dos viajes de una semanita a más de 10 horas de vuelo (diez horas contadas en un vuelo único, el vuelo largo, sin tomar en consideración los tiempos de espera en los aeropuertos, etc.). Si los aviones vuelan a una media de 850 Kms. hora, pues eso, un viaje a entre 8000 y 10000 kms. de distancia.
Claro que se trata de viajes de placer, no de trabajo como los que suelo hacer yo. Viajes para descansar, charlar, leer, hacer algo de turismo. Sobre todo para desconectar. Seguramente se puede desconectar a menor distancia pero nunca del todo. Si te quedas cerca aún llegan hasta donde estés las vibraciones culpabilizadoras de lo que has dejado sin hacer, de lo mucho que te queda pendiente.
Otras cosas interesantes dice también Enrique Rojas sobre los viajes. Por ejemplo, que como decía Cervantes, “viajar te hace discreto”. No puedo estar más de acuerdo. Viajar es como entrar en una librería. Estimulante, por una parte, porque ves cosas que no sabías que existían y agobiante, por otra, porque te das cuenta de lo poco que sabes, de la cantidad de cosas que deberías leer y conocer. En los viajes es un poco lo mismo. Vas viendo cosas magníficas desde cualquier parámetro en que las quieras catalogar: paisajes, monumentos, personas, productos, costumbres… A poco que seas de mente abierta, todo te asombra. Y no puedes sino sentirte poca cosa ante tanta grandeza distribuida por doquier. Y si encima conoces a gente del lugar que te va metiendo en los más allá de cada una de esas cosas que has visto, entonces esa sensación de maravilla se incrementa aún más. Hay gente que tiende a ponerle pegas a todo, a establecer comparaciones con su lugar de origen y no dejar piedra sobre piedra en sus juicios. Pero en el pecado tienen la penitencia, porque no disfrutan, no acaban de enterarse de la belleza e interés de lo que ven. Viajar te hace discreto, efectivamente.
Pero, lo interesante, para mí es que viajar te permite establecer otro ritmo cotidiano, otras rutinas. Con frecuencia mucho peores que las que tienes en tu propia casa. No siempre se disfruta en los viajes, vamos, el menos yo. Y si vas de hotel puedes llegar a caer en una notable depresión. Pero lo que sí consigues siempre es salir de ese círculo vicioso del agobio cotidiano, de las tareas pendientes, de los reclamos urgentes que te llegan a cada momento. Para eso está la T4. Tiene un sistema de desconexiones generalizadas de la zona del cerebro que se encarga de ocultar tu agenda y el listado de asuntos pendientes. Debe ser cuando pasas por los sistemas de seguridad. Allí ya te humillan lo suficiente, te obligan a no pensar y no protestar y, luego, ya bajo el arco del scanner, zas, se produce la desconexión y ya no vuelves a pensar en lo que dejas sin acabar hasta que regresas del viaje. Dentro de nada, cuando nos hagan pasar por la cámara esa que te desnuda, yo creo que hasta podremos dejar en casa algunos de los achaques que nos aquejan e iniciar el viaje en plena forma.
Es estupendo esto de viajar.

viernes, diciembre 09, 2011

Viena


Ha estado bien el viaje a Viena, incluidos los prolegómenos (Bresanone y Saltzburgo). El viaje comenzó atravesado (es inútil esperar milagros con Iberia, uno debería estar acostumbrado a que los vuelos nunca van en hora y, por eso mismo, un tránsito de poco más de 45 minutos es una promesa para ingenuos). Y así fue, por ingenuos, que perdimos el vuelo a Munich. Y eso que volví a cometer la estupidez de atravesar corriendo el aeropuerto (a punto del infarto, de nuevo) y logré llegar a la puerta a la hora en que el avión debía salir. Pero ya se había ido: la ley de Murphy: justo el que yo había de tomar fue el único avión que no llevaba ni un minuto de retraso aquella tarde. Pero no tiene caso, las cosas son como son y no como uno las imagina. Así que mejor no hacerse mal cuerpo. Iberia ni se entera y todos los costes son para ti.
Hicimos noche en Madrid, lo que tampoco estuvo mal. Relajados, en un buen hotel, con tiempo para saborear una buena cena y descansar sin agobios. A la mañana siguiente a Munich, donde deberíamos haber hecho noche. Un taxi rápido a la estación del tren e inicio de la siguiente etapa del viaje hasta Italia. Como teníamos una hora libre, dimos una vueltita por Munich donde no habíamos estados desde el ochenta y tantos, con el programa europeo Leonardo da Vinci. Entonces llegué a conocer bien la ciudad, pero aquella familiaridad ya pasó. Algunos recuerdos retornaron paseando por las calles céntricas (llenas hasta el abarrote de gente) pero era poco el tiempo y fue más la cosa de decir que habíamos estado allí que el paseo nostálgico que yo hubiera deseado. Ni siquiera fui capaz de alcanzar la Marienplatz de la que tan buenos recuerdos tenía de cuando el reloj daba las horas con un baile de los muñecos.
El viaje en tren a Bresanone fue un poco estresado. Yo tenía que intervenir esa tarde en el Congreso, pero ya vi que no llegaría a tiempo a la hora de mi conferencia. Supuse que me dejarían para el final de la tarde. Debería haber intervenido a las tres pero no llegaba hasta las 5. Me cambié en el tren y nada más llegar tomé un taxi a la reunión pero llegué tarde. Ya había acabado todo. Pasaron mi intervención al día siguiente.
Lo bueno fue que allí encontré a amigos carísimos como Franco Frabboni y Franca Pinto Minerva, Massimo Baldacci, etc.. No conocía a los organizadores, pero con los italianos eso no es ningún problema y a los pocos minutos ya nos tratábamos como si nos conociéramos de toda la vida. La tarde aún dio para un paseo por esa hermosa villa de Bresanone, siempre llena de casetitas de madera con objetos navideños y otros objetos de artesanía. Es como una feria permanente. Como hacía un frío que pelaba, nos sentó bien el vino caliente que toman allí. Es algo que un buen bebedor de vino jamás debiera aceptar, pero uno tiene que adaptarse a las circunstancias. Ya no lo tomé más, pero la verdad es que ese sabor y olor dulzón lo hemos ido sintiendo en todos los lugares por los que hemos ido pasando.
El congreso ni fu ni fa. Cuatro gatos. Los estudiantes estaban de huelga protestando porque la universidad de Bolzano les exigía presencia obligatoria en clase y porque habían eliminado algunas carreras. Asistíamos los ponentes y algunos profesores. Y con temas heterogéneos. Pero en fin, siempre se sacan cosas buenas. Yo conseguí entrevistar a Frabboni para el proyecto eméritos, me comprometí con un libro y varios artículos de revista. Más chollo. Fueron tres días gratos.
Y el sábado de nuevo en ruta cara a Salztburgo. El viaje, pese a que nos equivocamos de tren y tomamos uno lento que paraba en todas las estaciones, fue maravilloso. Para mí, lo mejor del viaje. Cruzamos el corazón mismo de los Alpes por paisajes realmente bellos, montañas nevadas, lagos también helados, zonas de esquí, pueblitos preciosos… una pasada. No me importaría volver en caravana y disfrutar más lentamente de tanta naturaleza. Luego Saltzburgo es lo que es. Iniciamos mal la visita porque el hotel que había reservado por Internet estaba en el quinto carajo. Con el agravante de que el tren había pasado previamente por allí y había parado en la estación. Cuando vi que la estación se llamaba Sud-Saltzburg, algo que también ponía en mi reserva ya vi que la cosa estaba chunga. Pero luego, tras el disgusto inicial, la cosa no estuvo tan mal pues había autobuses al centro cada poquito.
Nos encantó Saltzburgo, aunque como llegamos tarde todo se nos hizo un tanto agobiante. Llegamos en pleno concierto de Adviento. Una maravilla singular de esa ciudad en la que los músicos situados en los tejados de los edificios de la plaza central y distribuidos por grupos van estableciendo una especie de diálogo entre unos y otros. Era precioso y estaba a tope de gente (también aquí las plazas centrales están abarrotadas de casitas de madera que son puestos de venta de objetos de regalo y comida) pero comenzó a llover y el espectáculo se deslució un poco. Luego, como íbamos sin comer, también sentimos la necesidad de buscar un restaurante. Cosa difícil sin reserva. Tras algunas frustraciones encontramos, sin embargo, una pensión típica austríaca fantástica. Justo lo que buscábamos. Por supuesto, le dimos duro a las salchichas que estaban extraordinarias. Repuestas las fuerzas y ya sin llover, dimos un primer paseo exploratorio por la ciudad y nos retiramos a descansar. Nuevo paseo diurno al día siguiente y recorrido sistemático por esa preciosa ciudad que es Saltzburgo. Incluido, desde luego el palacio fortaleza. Esta vez la suerte nos acompañó y encontramos una cervecería típica que está a la bajada de la fortaleza. Nuevas salchichas para completar el cupo y de nuevo al tren.
El viaje a Viena fue más relajado. El tren era mejor aunque se llenó de estudiantes (da gusto ver los trenes llenos y la vitalidad que le da tanta gente joven en busca de su universidad). Llegamos bien a Viena y seguimos el mismo protocolo de siempre: tren al hotel y salida inmediata a un bautismo turístico por la ciudad con cena incluida. En este caso, el hotel Belvedere está prácticamente en el centro así que no hemos necesitado ni metro ni taxi. Andando llegamos en 10 minutos a la calle de la Ópera y nos movimos, de estreno, por ese eje central. Difícil como siempre, al principio, nos resultó encontrar un restaurante. Esta vez, al ser domingo la cosa se complicaba aún más. Así que una trattoria nos sacó del apuro y pudimos regresar al hotel, cenados y con la primera impresión de la magnitud y señorío de la ciudad en la cabeza.
Para el segundo día teníamos ya un plan más elaborado y sistemático. Siguiendo los recorridos que proponía nuestra guía. Y nos salió todo bien, salvo un revés con el primer café mañanero: una pócima en un lugar inhóspito. Para darse de cogotadas contra la pared. Pero después paseamos por el goldring que como su nombre índica es todo un anillo de monumentos y palacios. Visitamos el museo de Sissi y nos alucinamos con las cuberterías del Palacio Imperial. Fue un día intenso y andarín. Y, al final, una buena cena en uno de los café tradicionales. Y sin hacer cola, algo que resulta milagroso. Nuestro tercer día estaba ya señalado: el palacio de Schöbrunn y el de Belvedere, por la mañana y la ópera, por la tarde. Ya teníamos las entradas para ver Nabucco. No se puede ir a Viena y no pasar por la Ópera. Estuvo bien, pero sin esa cosa de emocionarte. Demasiado minimalista para mi gusto. Prácticamente sin coreografía ninguna y esos cuatro objetos que no cambiaron durante los 4 actos. Se mezclaba la historia original con resonancias actuales (los israelitas vestían de trajes de ejecutivo) lo que seguramente tenía un significado para el director pero poco para los espectadores poco avezados. Menos mal que el coro (ciento y bastantes personas perfectamente acopladas) era fantástico y la obra se basta a sí misma para resultar atrayente.
En fin un buen paseo por una ciudad que ha sido elegida por tercera vez consecutiva la ciudad con mayor calidad de vida del mundo (si no fuera por el frío, yo también lo diría). Nos faltó Klimt pero dos días y medio no dan para más.

lunes, noviembre 28, 2011

Un dios salvaje.

Sorprendente, este último film de Polanski. Primero porque es cortísimo (79 minutos) y uno sale mirando el reloj porque piensa que algo raro ha sucedido y, en todo caso, porque le apetecería continuar un rato más en aquella jaula de grillos, patéticos pero simpáticos, en la que se ha convertido el salón de los Longstreet. Y, además, porque después de una sesión de catarsis tan intensa y transparente cuesta romper de nuevo y volver a la realidad opaca y disfrazada en la que nos hemos acostumbrado a vivir.
La película se estrenó en España el pasado día 20 de Noviembre bajo el título de Un dios salvaje (es una frase extraída de una de las conversaciones de uno de los personajes en la que muestra que él cree en un mundo regido por un dios salvaje, como en África, subraya, en el que las disputas se resuelven mediante la violencia). La versión original en francés, bajo el título de Carnage (carnicería) también tiene resonancias demasiado dramáticas para lo que después se puede ver, que no pasa de un magnífico juego de la verdad entre dos matrimonios.
Siendo un film de Roman Polanski no es de extrañar la perfección hasta el límite de todos los parámetros que son aplicables a las películas de interior: la iluminación, la música, la posición de los personajes, los encuadres, los objetos, el juego con el espacio para intensificar o mitigar la atmósfera de la conversación (a veces los personajes se rozan y eso aumenta el sentimiento de agobio, otras veces las cosas se relajan y basta para ello el dintel del pasillo o la puerta de la calle o el ascensor). En una obra que proviene del teatro (obra del mismo título de Yasmina Reza, que también firma con Polanski el guión de la película. También los actores hacen su papel a las mil maravillas. Las dos mujeres Jodie Foster y Kate Winslet, con tonalidades más intensas; los dos hombres John C. Reilly y Christoph Waltz de forma más racional pero igualmente perturbadora. Por el guión me recordó mucho a las películas de Woody Allen, por la intensidad a aquel viejo film de Brando y Elizabeth Taylor, ¿Quién teme a Virginia Wolf?
Un dios salvaje es una muestra excelente de que nada es lo que parece y de cómo la civilización y la educación nos ha ido generando una serie de costras por debajo de las cuales aún quedan restos de una naturaleza primitiva aunque, evidentemente, domesticada. Polanski da la razón a quienes piensan que la educación es una cuestión de formas, de saber guardar las formas. Cada uno de los personajes tiene un mundo muy particular, una forma original de gestionar sus emociones y de decodificar sus experiencias. Es fácil identificarse con ellos. Unas veces con alguno de ellos y otras veces con todos ellos. Vista desde la psicología es una historia alucinante sobre la estructura en capas de cebolla en la que hemos ido construyendo nuestra imagen de nosotros mismos y nuestra forma de ver las cosas. Y nadie es como parece. En realidad, nada es como parece porque todo tiene una parte externa bien construida y elegantemente configurada según los cánones sociales al uso y una parte interna más caótica y natural. Siendo como son de una clase social media alta, la disyunción entre lo que se es y lo que se aparenta es todavía más clara. Y, en verdad, son buena gente, algo que uno de los personajes, el que aparenta ser más natural, repite constantemente. Y efectivamente, lo son.
Se han reunido como gesto de buena voluntad para tratar de arreglar una pelea entre sus hijos de 11 años y que las cosas no vayan a más. Pero en realidad, el motivo es lo de menos, podría haber sido lo mismo si sus perros se hubieran peleado en la calle o si el coche de uno de ellos hubiera abollado la chapa del otro en una maniobra equivocada. Son buena gente y querían arreglarse por las buenas, sin denuncias ni conflictos. Y así hubiera sido si las cosas hubieran permanecido en el ámbito más superficial. Pero si se entra a hablar, a buscar una coalición a afectos o un consenso de valoraciones uno se desliza hacia el terreno de lo personal y poco a poco va descubriendo zonas menos iluminadas y racionales. Son zonas del desván personal donde cada uno vamos depositando nuestros resquemores, las frustraciones, los elementos menos racionales tratando de que perturben lo menos posible nuestra vida cotidiana. Es la vieja historia de la caja de Pandora. Si uno la abre, ya no sabe qué va a salir de allí. Y metidos en ese berenjenal de los sentimientos y visiones personales, en el caos de nuestras contradicciones, ya nada es lo que parece. O sí lo es, pero quien lo vive y lo expresa no es consciente de ello. De manera que quien parecía una persona cordial y pacífica, empeñada en mediar para que las cosas no se desmadren, acaba descontrolado él mismo; quien parecía una madre cariñosa y deseosa de que una cosa de críos no saliera de esa ámbito de las disputas infantiles, arrastraba tras esas palabras amables y vacías un gran resentimiento y deseo de venganza; quien parecía al margen de los problemas reales demasiado inmerso en su vida profesional como para darse cuenta de los problemas y sentimientos de quienes están a su alrededor, ni estaba tan ajeno ni resultaba tan vacío; quien parecía débil acaba demostrando que tiene más poder sobre sí mismo y sobre el entorno del que aparenta. Y así cada personaje va jugando su propio papel y, a la vez, entre todos ellos van estableciendo diversas alianzas y controversias que aún colaboran más a dejar al descubierto las carencias y contradicciones de unos y otros.
Al final quedan claras dos cosas.
Una que cualquiera de los espectadores que nos hubiéramos subido al escenario habríamos podido vivir en piel propia el mismo proceso de desvelamiento que vivieron los personajes y habríamos podido descubrir contradicciones y vacíos similares a los suyos. Quizás el gran mérito
de la película es ése: se trata de hacer una radiografía del ser humano, de sus contradicciones, de sus capas de socialización, del particular equilibrio inestable en que cada uno vamos ajustando nuestro edificio personal.
La segunda cosa que queda clara es que hablar no es siempre un camino hacia la solución de los problemas. O dicho de otra manera, el problema está en que hablando convertimos las cosas en problemas. O quizás, que los problemas solo son problemas si los vemos como problemas. Dos chiquillos se pelean y sus padres entienden que deben ser civilizados y resolver por las buenas el problema. Pero caen en su propia trampa. Lo que no era problema se convierte en problema y de ese no-problema pasan a otros problemas reales. Algo bastante habitual en las discusiones de pareja. Comienzas hablando de algo que parece una tontería y acabas, sin saber cómo, metido en un zarzal del que no ves cómo salir. Polanski muestra ese proceso circular al cierre de su casi cortometraje: después de que los padres se han hecho la autopsia psicológica a causa de una pelea inicial de sus hijos, podemos verlos a ellos jugando tranquilamente en el parque y sin acordarse siquiera de que hubo un momento en el que se pelearon.
En resumen, una magníficapelícula sobre la vida. Les gustará.

viernes, noviembre 18, 2011

Resituándome


¿Qué verguenza, no? Casi dos meses sin escribir en el blog. Dos meses desatendiendo a los miles de personas que vivían solo para entrar cada mañana a ver qué había escrito. ¡Una irresponsabilidad! Ya se ha encargado el propio blog de ponerme a parir, así que nadie tiene por qué hacer más leña del árbol caído.



La cosa, por qué no decirlo, es que me quedé en blanco. Así. De golpe. No sé si fue cosa de algún virus o, simplemente, que necesitaba un descanso. Es bonito escribir pero, claro, hay que tener qué decir, si no la cosa se pone muy cuesta arriba. Y, además, hay que tener tiempo para hacerlo. Si el tiempo desaparece, ¡ni madres!. ..

Pero en todo este tiempo he visto películas preciosas, mi nieta se ha convertido en una diosa sonriente, he hecho viajes muy interesantes, he pasado agobios de esos que te hacen replanteártelo todo. Han pasado muchas cosas, pero no he sido capaz de escribirlas. Es curioso... Y me preocupa. ¿Es eso una señal de normalidad (que uno se libere de todo, incluso de su blog) o síntoma de una patología (que vas perdiendo vista y reflejos incluso mirando hacia ti mismo)? La leche.

De jóvenes nos creíamos aquello de que "la función crea el órgano" (idea con inevitables resonancias sexuales, por supuesto), pero con los blogs pasa también eso. Más escribes, más ganas tienes de hacerlo. Y como lo dejes (por desidia, por necesidad de atender otras cosas más urgentes, por razones varias), estás fastidiado, porque cada vez te cuesta más. Me ha pasado eso con el blog y con el gimnasio. Con lo cual, tengo hechos unos zorros tanto el cuerpo como la mente. También yo estoy con la prima de riesgo por encima de los 500. A punto de rescate, vamos.

En cualquier caso, ya estoy de nuevo aquí. Ha tenido que ser la T4 de Barajas la que me meta en cintura. Algunas personas van al psicoanalista, yo paso de vez en cuando, frecuentemente para ser sinceros, por la T4 y eso es como recostarte en el diván. Y si es, como hoy, la sala VIP de la T4S en la terminal internacional, el proceso es como un tercer grado. Así que después de un par de copas de vino y de una medio cena (horrorosa, esta vez) no he tenido más remedio que sentarme en el ordenador y poner estas cuatro letras. Sólo para decir que ya estamos aquí de nuevo. Veremos qué da de sí la cosa.

Un beso.

domingo, septiembre 25, 2011

El árbol de la vida.

Desconcertado. Así sales de la sala. Ibas a ver una obra maestra y acabas con dolor de cabeza y un fuerte marasmo intelectual. “Una paja mental”, oí que decían al salir. Pero aún me pareció más fuerte el hecho de que las imágenes finales de la película (claro que tú no sabes que es el final), cuando vuelven a aparecer destellos semejantes a los iniciales, la gente comenzó a reírse. Calculo que fue la ansiedad contenida durante las dos horas anteriores, pero las risas en ese momento eran toda una enmienda a la totalidad a la película. Y eso que nadie marchó de la sala (por vergüenza torera, quizás) como dicen que ha sucedido en otros cines. Incluso me han contado que en algunas salas, cuando compras la entrada para ver "El árbol de la vida", te regalan otra para esa misma sesión por si acaso te sales para que puedas cambiarte a otra sala. Un poco de lío, la verdad.

Como ya todo el mundo sabe, “El árbol de la vida”, es la última película de Malick, un icono del cine de autor que no ha hecho más que 5 films en cuarenta años que lleva dedicado a ello. Y cada nueva obra genera tal expectación que rompe todos los records. Se ha estrenado en España la semana pasada, así que estamos en los inicios y ya va de primera en espectadores. Sus dos papeles principales son bordados por Brad Pitt y Jessica Chastais. Aparece un par de veces Sean Penn en un papel un tanto fantasioso, y actúan como protagonistas tres chavales que son magníficos, sobre todo Hunter McCracken que hace de hermano mayor. Hay que destacar, desde luego, a Lubezki que lleva la fotografía.

Yendo a la sustancia, no sabría decir, en verdad, si me ha gustado o no. Probablemente es la película más interesante desde el punto de vista estético que yo haya visto jamás. Aunque solo sea por eso, merece mucho la pena verla. Es una auténtica poesía visual. Una epifanía del cosmos contada con colores. Una auténtica pieza de orfebrería de la que podían extraerse decenas de exposiciones de fotografía e imágenes alucinantes.

El contenido es más complejo. Yo adoro el cine argentino por lo bien que cuenta historias así que, en principio, este tipo de películas tan densas y complejas no me gustan demasiado. De todas formas, soy capaz de entender que tienen un mensaje profundo. Lástima que al utilizar una narrativa tan barroca y abstracta, se haga difícil llegar a él. Pero supongo que eso es, justamente, lo que pretende Malick. En ese sentido la película me trae muchos recuerdos de cuando íbamos al cine a ver a Bergman, solo que entonces teníamos más paciencia. Tampoco es que entendiéramos mucho pero nos daba para tener sesudas discusiones durante muchos días.

La película me ha parecido un sofisticado discurso sobre el proceso de la vida: la vida del universo y la vida de las personas. La parte inicial es como un alucinante “big-bang” sobre los inicios del universo. Unas fotografías y mezclas de colores alucinantes. Si uno supiera dejarse llevar sólo por el placer estético de lo que ve y oye sin pensar en qué demonios está pasando en la pantalla o qué nos están contando, podríamos disfrutar infinitamente porque, la verdad, aquello es un caleidoscopio onírico de colores y sensaciones. Luego cuando del nivel macro se pasa al nivel micro y aparece la familia de Texas que servirá de modelo de análisis del desarrollo de la humanidad, la cosa se hace más comprensible. Y podemos admirar la concepción y nacimiento de los niños y cómo estos van creciendo entre el afecto de la madre y la rigidez del padre. Y ahí se va trenzando la historia.
Una historia que permanentemente se mueve entre dicotomías. Todo lo que sucede tiene dos caras. Quizás sea ésa la moraleja del film: todo es dicotómico y ambivalente. Podemos escoger entre dos caminos, nos dice la voz en off, el camino de la naturaleza o el camino de lo divino. Pero en realidad no podemos escoger porque siempre están presentes los dos caminos. La vida es eso, ambivalencia, juego de opuestos. Y así todo tiene una doble perspectiva, una doble cara. Aparece lo macro del universo y lo micro de la familia; vemos la aparición de la piedad (hermoso el pasaje en el que el dinasaurio apresa pero perdona la vida a un animal más pequeño) y la presencia de la crueldad (terribles algunas secuencias del padre, que sin embargo también es muy afectivo); el odio al padre (hasta desear su muerte) y la necesidad de tenerlo cerca y de abrazarlo y obtener su reconocimiento; lo masculino y lo femenino, lo infantil y lo adulto; lo terrenal y lo divino; las aguas tranquilas y acogedoras del río y las aguas devoradoras de la catarata; la música épica de Sbetana y el gregoriano fúnebre de difuntos. En fin, todo es doble, cambiante, de doble cara. La vida y las personas somos así, contradictorios.

Pues eso, no creo que nadie logre entender bien la película (da para organizar un máster para analizarla) pero pese a ello, a unos les gustará y a otros no. Lo que es seguro es que nadie va a quedar indiferente. Y entre tantas cosas hermosas que se ven y se oyen, todos podemos sacar también alguna impresión. A mí me gustó aquello de que “sin amor, la vida pasa como un destello”.

jueves, septiembre 15, 2011

La piel que habito.


Cuando uno va a ver un film de Almodóvar (o, en mi caso, de Woody Allen) ya sabe que arriesga poco. Te gustará o no, porque ambas alternativas caben, pero sabes que habrá merecido la pena. Y eso es lo que contesto a la gente que me pregunta sobre la película cuando saben que fuimos a verla. Bueno, ¿y qué tal, merece la pena verla?, suelen decir. La contestación es simple: no es lo mejor que habrás visto de él, pero no puedes dejar de verla, aunque sólo sea para que después podamos comentarla.

Así es este film de Almodóvar: otra síntesis más de sus esencias, sus mitos, sus obsesiones, su estética, su estilo narrativo (tiene muchas conexiones con otras películas anteriores como “Átame” o “Carne Trémula”). Esta vez, como otras, se ha rodeado de dos actores que se acomodan bien a sus registros, pero como suele suceder, se ven desbordados por la propia historia que nos cuentan y eso les hace parecer menos buenos de lo que son. A veces, incluso, histriónicos y caricaturescos, pero es probable que eso sea lo que el narcisismo del director pretenda: que él mismo y la historia que quiere narrar sean los protagonistas principales de lo que allí acontece. Elena Anaya me pareció un cuerpo precioso y, sobre todo, unos ojos que perturban pero, con seguridad, se merece registros más variables y matizados para mostrarnos todo lo que tiene de actriz. Y Banderas, lleva bastantes filmes mostrando ese rictus hierático y esa cara de palo de quien ni sufre ni padece. Para ser alguien a quien la historia contada concede un papel tan dramático no se le ve con esa capacidad de adecuarse a cada situación y encarnarla desde el hígado. Pero ya digo, entiendo que esa forma de actuar viene marcada en notas al margen del guión que se les entrega. Forma parte del mensaje del film.

Porque lo relevante de La piel que habito es la historia que cuenta. Algo perturbador e inteligente si quien la ve consigue ir un poco más allá de lo que ve en pantalla. No sé si quiere ser una película de terror (algunos críticos la definen así), pero resulta demasiado aséptica para serlo. Y eso que, sólo de imaginarla, una situación así es una auténtica pesadilla. Almodóvar, al fin y al cabo. La historia nos presenta un supuesto médico que tras perder a su mujer en un accidente de coche en el que éste se incendió y ella pereció abrasada, inicia todo un proceso de investigación en busca de una piel que resista el fuego. Luego, su hija en tratamiento psicológico sufre una supuesta violación y él urde su venganza sobre el muchacho que estuvo con ella, uniendo ambas angustias.

Y por detrás de toda la trama y su desarrollo en pantalla se ven con claridad preguntas esenciales sobre nuestra vida: ¿quiénes somos?, ¿qué es lo que nos hace ser lo que somos?, ¿qué papel juega el cuerpo y sus formas en nuestra identidad, en nuestros sentimientos, en las relaciones que mantenemos con los demás? Mucha tarea si uno se lo lleva como deber de reflexión para casa.

Mi amigo Enríque Martínez Reguera nos contaba la otra noche que él anda metido en un berenjenal similar en su último libro: “Las personas que somos”. Y que le está costando un esfuerzo ímprobo el avanzar. También para él (aunque no ha visto la película ni piensa verla), ésa es una cuestión clave, pues es lo que diferencia, en su opinión, a la persona (que es lo que somos por ser nosotros) del individuo (que es lo que somos por formar parte de un grupo social, por tener una historia, por pertenecer a un tiempo y un espacio concretos). Para Enrique, o eso creí entender, lo que nos hace personas es nuestra biografía que es única, irrepetible, solo nuestra (aunque esta nostredad no indique en modo alguno posesión o poder sobre ella, cosa lógica si uno contempla cómo la biografía de cada quien se va configurando a base de mucho azar y sólo un poco de decisiones personales).

En fin, un buen tema de discusión hoy en día en que ya casi ni sabemos quién somos y, quizás por eso, sacralizamos lo que aparentamos (el sexo, o el género, las formas físicas, la apariencia, las rutinas culturales, el personaje que nos toca desempeñar). Pero, si algo cambiara, podríamos ser “otro” con el mismo desparpajo y “autenticidad”.

Almodóvar no da una respuesta a la cuestión, aunque el desarrollo de la historia podría hacer pensar que, efectivamente, somos lo que somos y sentimos lo que sentimos porque las circunstancias que nos han hecho vivir nos han configurado de esa manera. Pero otros ciclos vitales y otras circunstancias nos habrían llevado a vivir y sentir de otra manera.

Y para los que prefieran no pensar en exceso, en el film se encontrarán todo el resto de cosas que Almodóvar sabe hacer tan bien: una estética llena de colores calientes y fuertes, mucho erotismo, música brillante y una historia bien construida, aunque difícil de creer.

miércoles, agosto 24, 2011

Esa sonrisa tuya...


Como en la copla: “por una sonrisa tuya, yo no sé qué daría…por una sonrisa tuya”. Ésa es la sensación.

Primero fue verla moverse, reaccionar, sentir que estaba viva y que era ella. Iba asumiendo los ritos y posturas de la vida viva (también se movía en el vientre de su madre, pero allí era otro mundo, otro protocolo). En el blog ha recogido su padre esos momentos preciosos del despertar, del estirarse, del hacer morritos, del mover las manos… Primero el movimiento.

Después fue la mirada. Poco a poco sus ojos se fueron abriendo como ventanas de dos direcciones. Supongo que para ella se abrirían hacia fuera para permitirle ver, desde dentro, lo que pasaba fuera. Para los demás, eran ventanas hacia dentro de ella, para poder interpretar cómo era y cómo se sentía en cada momento. Al inicio eran miradas temerosas y furtivas. Las suyas y las nuestras. Poco a poco fueron siéndolo cada vez más claras y firmes. Ella buscaba con la mirada, te seguía, miraba para donde llegaban los sonidos o la luz. Se fijaba en las caras y en las cosas. Fue, durante semanas, un regalo precioso y las primeras formas de diálogo.

Pero, niña, ahora es la sonrisa. Una sonrisa franca, consciente. De esas que, como dicen, mueven cientos de músculos: los ojos se iluminan, la mirada se fija en ti, la boca se abre, las narices se elevan, los brazos se extienden, los papitos se enrojecen. Es todo un espectáculo. Un derroche de simpatía que enloquece. No hay nada mejor ni tan intenso. Te ríes con ella pero sientes que con eso participas poco. No sabes si llorar, si cogerla en brazos, si gritar para que todos lo vean. Esa sonrisa…

Y ahora empezamos con los sonidos. La mirada se completa con sonidos que expresan satisfacción y contacto. Además, se van haciendo contingentes en una especie de diálogo en que cada uno responde al otro. Son mensajes de bienestar y placer, de conexión con quien está cerca. El cielo debe ser así, estar rodeado de ángeles que te miran y sonríen y te envían sonidos que expresan el placer de estar contigo y que te dejan en una especie de estado catatónico en el que sólo puedes mirar hacia ellos y derretirte en la emoción de ser tú su destinatario.

¡Ay esa sonrisa tuya, Berta, mi niña!

viernes, agosto 12, 2011

Reflexiones en la meta.

YA TÁ!. Bueno, ahora sí. Se acabó. Cada mochuelo llegó a su olivo y hemos comenzado la última fase, el post-viaje, el reencuentro con la vida cotidiana, el deshacer las maletas. Y contar, aunque poco a poco, que decirlo todo de golpe puede resultar excesivo pues hay que hacer memoria y clasificar los recuerdos.
El viaje final fue muy bien. Nos tocó un avión magnífico y como el horario no se avenía muy bien a dormir (salimos de México a mediodía y hemos estado volando durante 10 horas que cubrían toda la tarde) algunos sueñitos hemos echado. Y hemos visto varias películas. Yo creí que les iba a gustar jugar al mus en el ordenador con vídeos y juegos que tiene cada asiento, pero tuvo poco éxito. Y eso que Santi se ha hecho un experto en el manejo del chisme para saber en cada momento, a través de los mapas del Google, dónde iba el avión. Pasamos directamente de la comida de ayer al embarcar, al desayuno de esta mañana al llegar (lo que significa que se nos ha quedado una cena perdida en el éter). La policía nos trató bien y después ya nos despedimos pues yo debía tomar otro vuelo hasta Galicia y ellos recoger sus coches. Un fuerte abrazo (más sentido y consciente que a la ida), una media lagrimica y paso siguiente..
Así que, una vez completado el periplo, es también tiempo de saborear la experiencia que hemos vivido estos 10 días intensos. Traemos el disco duro lleno y, como pasa en los ordenadores, cuando los tienes muy llenos de cosas todo se vuelve más lento. Para que se aliviaran un poco de ese peso, les he pedido a todos que me escriban una página con sus sensaciones del viaje para hacer un álbum con fotografías y textos. Me han mirado con cara de póker (por algo hemos estado en Las Vegas) como si les estuviera haciendo una proposición deshonesta. Así que no me las prometo muy felices.
Yo sí quiero reflejar aquí (y cerrar así, al menos de momento, esta crónica del periplo fraterno) algunas de las sensaciones que me ha producido el viaje. Hay sensaciones que se pueden contar y otras que es mejor guardarlas para uno mismo. Pero eso es “de manual”, como sabe bien Ramón, y sucede en toda relación y en todo viaje.
Mis reflexiones (las mías, los demás tendrán las suyas que espero las cuenten para el álbum) las he sintetizado en 10 puntos:
1) 1) La primogenitura. Lo primero que he podido comprobar es que eso de ser el mayor es un pinche título honorífico que no sirve para nada. Yo que estaba tan preocupado por cómo debería actuar para ser el sensato del grupo, para mantener a raya a la tropa… ¡Nada! Al final ha habido una rebelión en toda regla y quienes han marcado las pautas han sido siempre los jóvenes. Se ha perdido el respeto a los años. ¡A dónde vamos a ir a parar!
2) 2) Diferentes pero compatibles. Lo primero que hemos podido comprobar todos es que somos muy diferentes. Ya lo sabíamos, por supuesto, pero verlo así en el día a día lo hace más evidente. Distintos en gustos, en necesidades, en formas de reaccionar, en sensibilidades, en temas de conversación, en fin, en casi todo si lo tomamos individualmente. Si de cara uno de nosotros dependiera el viaje hubiera sido muy distinto.
3 3) El grupo. Pero dicho eso, también podemos decir lo contrario. Tenemos muchas cosas en común, no sólo el ADN. Pasara lo que pasara hemos sido cómplices, hemos sabido dejar a un lado las diferencias para buscar los acuerdos, lo hemos pasado bien juntos, hemos sentido el cariño de los otros hermanos (aunque, a veces, se metieran contigo de forma abusiva). Hemos podido sentir lo que somos como grupo, a pesar de las diferencias individuales. Los defectos individuales se neutralizan y complementan con las virtudes de los otros . Lo decía Julen: he visto a mis tíos todos juntos, como grupo. Y eso ha sido novedoso. Y hermoso también.
4) 4) Viajar. Hemos podido comprobar lo dura que es la vida del turista. Ramón ha sudado más que si cruzara el desierto, no sé cómo habrán llegado las rodillas de Santi, el sol le mataba a Iñaki cada vez que salíamos pese al sombrero enorme que llevaba, yo he estado jodido del estómago buena parte del viaje y he dormido mal, y Rafa seguro que ha acabado agotado con tanta presión. Hemos querido abarcar mucho y eso tiene su costo. También sus beneficios.
5 5) Lo que hemos visto. Los beneficios están en que lo que hemos visto ha sido realmente espectacular. De esas cosas de no olvidar. A mí me ha llamado más la atención lo que yo no conocía, sobre todo Las Vegas. Odio el juego pero, pese a ello, me parece que tanto los hoteles como el pequeño mundo que se ha organizado allí es alucinante. La originalidad y belleza de los interiores de los hoteles, la inmensidad de las construcciones (hoteles con cinco mil habitaciones y con más de 8000 trabajadores); lo inverosímil de algunos hallazgos arquitectónicos (un canal de Venecia con sus gondoleros en el piso 3º del hotel; una pirámide vacía por dentro pero con habitaciones en las paredes de la pirámide; estatuas que se mueven, fuentes de chocolate). Por supuesto, nunca podré olvidar el espectáculo del Cirque du Soleil, KA. Cuba y México ya los conocía, pero mereció la pena volver allí porque en cada lugar encontramos (encontré) emociones diversas a las de otros viajes. En resumen, lo que hemos visto ha sido espectacular en Las Vegas, esperanzador en Cuba (se ve que algo se mueve allí) y grato e íntimo en México. No es poco.
6) 6) Como ricos. Viajar sin preocuparte del dinero es increíble. Como un cuento de la cenicienta en la que de pronto te conviertes en príncipe por unos días. Una experiencia que sólo unos pocos privilegiados pueden tener. Y eso hemos sido estos días, unos privilegiados. Hemos tenido un sponsor generoso y detallista. No solo no nos ha faltado de nada sino que nos ha sobrado de casi todo. Viajar todos juntos en Bussiness ha sido cojonudo: hasta las chicas de las salas VIP se sonreían al ver que entrábamos en tropel tanta familia (“es lindo ver a tantos hermanos juntos” le oí que decía una de ellas). Claro que esta es la visión de quien no paga. No sé si las sensaciones de Rafa que era quien pagaba todo y siempre serán igual de gratas (estos pinches hermanos, habrá pensado a veces, comen más que el macho del ayuntamiento y beben más que una esponja vieja).
7) 7) ¿Muchos conflictos? Hombre, tantos días juntos, con experiencias intensas, con el cansancio que se va acumulando, etc. crean situaciones propicias a que surjan algunas chispas. Así es la convivencia. Y sí, algunos conflictos han surgido pero sin que nunca llegara la sangre al río. También eso ha sido interesante, ver cómo reaccionábamos ante los momentos de tensión. Al ser tan distintos, las reacciones se iban compensando unas a otras y, al final, la tensión se difuminaba un poco. Y al rato, volvíamos a lo de siempre. Con todo, está claro que somos muchos gallos para el mismo corral. Cada uno de nosotros tiene su forma de ser, su estilo de tomar decisiones, su mayor o menos disponibilidad a ceder. En ese sentido, el viaje ha tenido la duración justa, ni corto ni largo.
8) 8) ¿Nos conocemos mejor? No sabría qué decir. En lo profundo no, porque tampoco han salido temas personales importantes en nuestras conversaciones. La realidad externa era tan potente, las actividades tan atrapadoras y constantes, los temas de conversación tan superficiales y monotemáticos en la mayor parte del tiempo, que apenas quedaban resquicios para entrar a considerar otros temas. Parecerían fuera de lugar. Además es probable que los demás no quisieran, para nada, abordar ese tipo de cuestiones. Supongo que cada uno de nosotros había establecido su objetivo del viaje, más centrado en el pasarlo bien juntos que otro tipo de cosas. Y eso fue lo que hicimos. De todas formas, el pasar tanto tiempo juntos ya era de por sí una novedad. Y eso te permite ver a tus hermanos desde una óptica diversa. Yo he descubierto a un Iñaki coñón y simpático que no conocía, a un Ramón muy suelto y extrovertido (y bailarín). He confirmado las buenas dotes de conversador de Santi y la enorme capacidad de planificación y control de las situaciones por parte de Rafa. Me hubiera gustado entrar un poco más adentro en el caparazón de cada uno, pero ya entiendo que eso es puro morbo y una clara deformación profesional.
9) 9) ¿Mereció la pena? Por supuesto. Ha sido una experiencia al alcance de muy pocas personas. Hace falta que se dé la circunstancia de contar en la familia con un hermano como Rafa, generoso y con recursos, para que algo así sea posible. No quiero ni pensar lo que le ha debido costar toda esta aventura. Ojalá le haya compensado el costo económico con la satisfacción personal que él haya extraído del viaje. Seguro que cuando lo pensó, se hizo su propia composición de propósitos y expectativas. Solo cabe esperar que se hayan cumplido y que todo el esfuerzo, personal y económico (probablemente aún ha sido mayor el personal que el económico) que ha desplegado estos días le haya dejado satisfecho.
10 10) ¿Y después de esto? Yo ya confesé al grupo, en el primer momento emotivo que vivimos al poco de llegar, que había aceptado encantado el viaje no sólo por lo que tenía de atractivo en sí mismo (aunque para mí viajar se ha convertido más en una forma de trabajo que de placer, pero éste era muy distinto) sino por lo que podía significar de construir mayores y más intensos lazos entre nosotros. Lazos que vayan más allá del presente. Mientras viven los padres, ellos hacen que la familia se mantenga unida. Ellos son la energía centrípeta que hace que todos converjamos hacia donde ellos están. Hemos tenido la suerte de tener unos padres con una gran capacidad de atracción sobre todos nosotros. Por eso, primero Tafalla y ahora Pamplona han sido una especie de Meca a donde todos queremos viajar cada poco. Ahí sigue la mamá y ella será nuestra razón de encuentro en el futuro. Pero cuando los padres faltan, hacen falta otros motivos. Cuando los padres faltan son los hermanos quienes han de ser capaces de generar esa red de afectos y afinidades que te impulse a querer seguir juntos, a visitarse, a mantener fechas de reunión, a saber los unos de los otros. No es eso lo que suele suceder. El ADN no es argumento suficiente. Esa complicidad y simbiosis hay que construirla poco a poco. Somos hermanos por azar del destino. Mantenerse como hermanos y amigos, como fratía, es harina de otro costal. Requiere de iniciativa, de liderazgo, de voluntad y, a veces de un poco de esfuerzo. Me pareció que este viaje podría ser un paso en esa dirección. Ojalá sea así.
En definitiva, yo me lo he pasado muy bien. He recargado las pilas emotivas, aunque haya descargado otras. Ya veremos lo que cuentan mis hermanos. Si es que cuentan, que son muy vagos para eso. En cualquier caso, un abrazo enorme para todos y, en especial para Rafa que ha sido el gran mago que ha sabido convertir en realidad un sueño.