jueves, septiembre 15, 2011

La piel que habito.


Cuando uno va a ver un film de Almodóvar (o, en mi caso, de Woody Allen) ya sabe que arriesga poco. Te gustará o no, porque ambas alternativas caben, pero sabes que habrá merecido la pena. Y eso es lo que contesto a la gente que me pregunta sobre la película cuando saben que fuimos a verla. Bueno, ¿y qué tal, merece la pena verla?, suelen decir. La contestación es simple: no es lo mejor que habrás visto de él, pero no puedes dejar de verla, aunque sólo sea para que después podamos comentarla.

Así es este film de Almodóvar: otra síntesis más de sus esencias, sus mitos, sus obsesiones, su estética, su estilo narrativo (tiene muchas conexiones con otras películas anteriores como “Átame” o “Carne Trémula”). Esta vez, como otras, se ha rodeado de dos actores que se acomodan bien a sus registros, pero como suele suceder, se ven desbordados por la propia historia que nos cuentan y eso les hace parecer menos buenos de lo que son. A veces, incluso, histriónicos y caricaturescos, pero es probable que eso sea lo que el narcisismo del director pretenda: que él mismo y la historia que quiere narrar sean los protagonistas principales de lo que allí acontece. Elena Anaya me pareció un cuerpo precioso y, sobre todo, unos ojos que perturban pero, con seguridad, se merece registros más variables y matizados para mostrarnos todo lo que tiene de actriz. Y Banderas, lleva bastantes filmes mostrando ese rictus hierático y esa cara de palo de quien ni sufre ni padece. Para ser alguien a quien la historia contada concede un papel tan dramático no se le ve con esa capacidad de adecuarse a cada situación y encarnarla desde el hígado. Pero ya digo, entiendo que esa forma de actuar viene marcada en notas al margen del guión que se les entrega. Forma parte del mensaje del film.

Porque lo relevante de La piel que habito es la historia que cuenta. Algo perturbador e inteligente si quien la ve consigue ir un poco más allá de lo que ve en pantalla. No sé si quiere ser una película de terror (algunos críticos la definen así), pero resulta demasiado aséptica para serlo. Y eso que, sólo de imaginarla, una situación así es una auténtica pesadilla. Almodóvar, al fin y al cabo. La historia nos presenta un supuesto médico que tras perder a su mujer en un accidente de coche en el que éste se incendió y ella pereció abrasada, inicia todo un proceso de investigación en busca de una piel que resista el fuego. Luego, su hija en tratamiento psicológico sufre una supuesta violación y él urde su venganza sobre el muchacho que estuvo con ella, uniendo ambas angustias.

Y por detrás de toda la trama y su desarrollo en pantalla se ven con claridad preguntas esenciales sobre nuestra vida: ¿quiénes somos?, ¿qué es lo que nos hace ser lo que somos?, ¿qué papel juega el cuerpo y sus formas en nuestra identidad, en nuestros sentimientos, en las relaciones que mantenemos con los demás? Mucha tarea si uno se lo lleva como deber de reflexión para casa.

Mi amigo Enríque Martínez Reguera nos contaba la otra noche que él anda metido en un berenjenal similar en su último libro: “Las personas que somos”. Y que le está costando un esfuerzo ímprobo el avanzar. También para él (aunque no ha visto la película ni piensa verla), ésa es una cuestión clave, pues es lo que diferencia, en su opinión, a la persona (que es lo que somos por ser nosotros) del individuo (que es lo que somos por formar parte de un grupo social, por tener una historia, por pertenecer a un tiempo y un espacio concretos). Para Enrique, o eso creí entender, lo que nos hace personas es nuestra biografía que es única, irrepetible, solo nuestra (aunque esta nostredad no indique en modo alguno posesión o poder sobre ella, cosa lógica si uno contempla cómo la biografía de cada quien se va configurando a base de mucho azar y sólo un poco de decisiones personales).

En fin, un buen tema de discusión hoy en día en que ya casi ni sabemos quién somos y, quizás por eso, sacralizamos lo que aparentamos (el sexo, o el género, las formas físicas, la apariencia, las rutinas culturales, el personaje que nos toca desempeñar). Pero, si algo cambiara, podríamos ser “otro” con el mismo desparpajo y “autenticidad”.

Almodóvar no da una respuesta a la cuestión, aunque el desarrollo de la historia podría hacer pensar que, efectivamente, somos lo que somos y sentimos lo que sentimos porque las circunstancias que nos han hecho vivir nos han configurado de esa manera. Pero otros ciclos vitales y otras circunstancias nos habrían llevado a vivir y sentir de otra manera.

Y para los que prefieran no pensar en exceso, en el film se encontrarán todo el resto de cosas que Almodóvar sabe hacer tan bien: una estética llena de colores calientes y fuertes, mucho erotismo, música brillante y una historia bien construida, aunque difícil de creer.

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