miércoles, agosto 24, 2011

Esa sonrisa tuya...


Como en la copla: “por una sonrisa tuya, yo no sé qué daría…por una sonrisa tuya”. Ésa es la sensación.

Primero fue verla moverse, reaccionar, sentir que estaba viva y que era ella. Iba asumiendo los ritos y posturas de la vida viva (también se movía en el vientre de su madre, pero allí era otro mundo, otro protocolo). En el blog ha recogido su padre esos momentos preciosos del despertar, del estirarse, del hacer morritos, del mover las manos… Primero el movimiento.

Después fue la mirada. Poco a poco sus ojos se fueron abriendo como ventanas de dos direcciones. Supongo que para ella se abrirían hacia fuera para permitirle ver, desde dentro, lo que pasaba fuera. Para los demás, eran ventanas hacia dentro de ella, para poder interpretar cómo era y cómo se sentía en cada momento. Al inicio eran miradas temerosas y furtivas. Las suyas y las nuestras. Poco a poco fueron siéndolo cada vez más claras y firmes. Ella buscaba con la mirada, te seguía, miraba para donde llegaban los sonidos o la luz. Se fijaba en las caras y en las cosas. Fue, durante semanas, un regalo precioso y las primeras formas de diálogo.

Pero, niña, ahora es la sonrisa. Una sonrisa franca, consciente. De esas que, como dicen, mueven cientos de músculos: los ojos se iluminan, la mirada se fija en ti, la boca se abre, las narices se elevan, los brazos se extienden, los papitos se enrojecen. Es todo un espectáculo. Un derroche de simpatía que enloquece. No hay nada mejor ni tan intenso. Te ríes con ella pero sientes que con eso participas poco. No sabes si llorar, si cogerla en brazos, si gritar para que todos lo vean. Esa sonrisa…

Y ahora empezamos con los sonidos. La mirada se completa con sonidos que expresan satisfacción y contacto. Además, se van haciendo contingentes en una especie de diálogo en que cada uno responde al otro. Son mensajes de bienestar y placer, de conexión con quien está cerca. El cielo debe ser así, estar rodeado de ángeles que te miran y sonríen y te envían sonidos que expresan el placer de estar contigo y que te dejan en una especie de estado catatónico en el que sólo puedes mirar hacia ellos y derretirte en la emoción de ser tú su destinatario.

¡Ay esa sonrisa tuya, Berta, mi niña!

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