miércoles, agosto 10, 2011

COMIENZA EL REGRESO



En realidad no es eso, aún nos queda la tercera etapa, Puebla, pero yo creo que la iniciamos pensando en que estamos de vuelta. En el caso de Rafa por razones obvias, porque él vuelve a su casa. En el caso de los demás porque, al fin y al cabo, vamos a casa de un hermano. Es como hacer una paradita en el camino de regreso. De todas formas, estoy seguro de que esta parte va a ser tan interesante e intensa, o más, que las otras. Quizás sea tiempo de hacer un repaso de lo que han supuesto para nosotros estos días. Ya me van diciendo que el blog está siendo demasiado descriptivo, pero no es fácil entrar a bucear mucho. Quizás la convivencia radica en eso, en ser capaces de estar juntos sin necesidad de ir más allá de lo que ofrece la vida cotidiana. Unas vacaciones juntos, tampoco pueden convertirse en una sesión de catarsis familiar. No sé cómo acabaríamos.
El caso es que ha llegado el último día de Cuba. Día corto pues nuestro avión sale a las 2 y media de la tarde y hay que estar en el aeropuerto con tres horas de adelanto.
Recoger el apartamento no fue moco de pavo. Sobre todo en el caso de Santi y mío pues nuestro apartamento sirvió de base general de operaciones y central de abasto durante los tres días. Éramos los que quedábamos más cerca de la piscina y nos tocó convertir en choco nuestro espacio. Pero estuvo bien. Debe ser manía familiar eso de comprar mucho de todo. Así que llegamos al día final y sobró mucho de todo. Una felicidad para el chofer que nos paseaba pues le llenamos una maleta y varias bolsas de cosas de las que podrá disfrutar en su casa. Bebida no es que quedara mucha, pero comida y latas para parar un tren.
Desayuno final de nuevo en el Nacional. Nos gustaron los bocadillos que sirven allí y esa fue nuestra postrera sensación en La Habana. De allí al aeropuerto. Nuevas colas para facturar. Más colas para pasar la policía y el control de seguridad y una larga espera en el aeropuerto. Como sólo había sala VIP para Cubana de Aviación y nosotros volábamos con Aeroméxico, Rafa tuvo que hacer algunas gestiones especiales y untar algo el engranaje para que nos dejaran pasar. Y allí estuvimos. Gracias a ese ratico pude poner en orden algunas de las ideas que luego han subido al blog. Después el avión que se hizo corto y en un plis/plas estábamos ya en el aeropuerto del DF. Si el viaje se hizo corto, la espera por las maletas fue, en cambio, larguísima. Algo más de una hora empantanaos en la cinta. Y cuando finalmente llegaron las maletas, antes de ponerlas en la cinta, las fueron poniendo una a una en fila y pasaban por encima de ellas los perros para analizar si contenían droga o algo. Como lo hacían al otro lado de un cristal opaco se notaban todas las siluetas. Y así nos las fueron entregando por tandas, cada vez salían 15 o 20 maletas (las que habían analizado los perros) y se paraba la cinta. Nueva tanda de maletas, de nuevo los perros y otras pocas maletas que salían. Aquello parecía no concluir nunca. Las nuestras, al fina. Yo que no había facturado maleta alguna (la experiencia en eso es un grado) ya me iba agotando de tanta espera y decidí que los esperaría en la salida. Pero mi falta de paciencia tuvo su castigo: pulsé el botón y me salió rojo. ¡Qué putada! Mira que he hecho viajes a México pues es la primera vez que me sucede. Ni madres, allí tuve que ir, abrir mi trol y dejar que hurgara en él la policía. Y lo mismo con la mochila. Pero como no encontró nada interesante (tampoco prestó mucha atención, la verdad) me dejó marchar.
Del aeropuerto a Puebla. Fue otro viaje estupendo, sin apenas tránsito (otro milagro, aunque el que fuera domingo a media tarde también ayudó). Después llegada triunfal a la mansión de nuestro hermano anfitrión. Allí nos esperaba Rosi. Como era de esperar a quienes no la conocían, les entusiasmó la casa. Aunque hay que decir que le prestamos especial atención a la bodega. Tanta que ya no quisimos salir de allí hasta que Rafa abrió unas botellas de vino y Rossi se apañó para ponernos unas viandas para acompañarlo. Hay que ver lo que estamos comiendo y bebiendo en este viaje. Sacos sin fondo. Y como desde Las Vegas no nos hemos pesado, creo que estamos bajando la guardia. Ya veremos al llegar a casa. Corriendo a las rebajas para incrementar la talla.
Nos trasegamos un par de botellas especiales de Ribera del Duero (el Aalto, que tanto gusta a Rafa) y, después, una más en la cena oficial, para la que medio le forzamos a comenzar un jamón de bellota extraordinario. Total, una buena entrada en Méjico. Y comienza una nueva etapa. Bien.

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