jueves, agosto 04, 2011

INTERVALO


En eso estamos ahora, en el intervalo entre la fase A y una fase B sobrevenida. Hemos llegado al aeropuerto del D.F. de madrugada (a las 4 de la mañana en nuestro cuerpo, las seis de México: hay que ver, ¡qué dura es la vida del turista!). Hemos cumplido con los trámites de todo tipo que imponen las reglas, nos hemos puesto las botas con un desayuno pantagruélico y un poco accidentado (nuestra camarera traducía nuestras peticiones a cosas que no le habíamos pedido) y ya estamos de nuevo a la espera de embarcar para Cuba.
Nuestra despedida de Las Vegas estuvo bien. La mañana de paseo por la ciudad con la visita a la exposición de los Ferrari y Masseratti. Por la tarde, arreglo de las maletas y cuenta atrás ya en la furgoneta que nos había de llevar al aeropuerto. Y, como suele pasar a veces, esos momentos que crees que son ratos perdidos, se convierten en experiencias muy interesantes. Eso nos pasó ayer.
Primero, que el chofer nos descubrió la ciudad antigua, donde nació Las Vegas. Y resulta que era una parte muy atractiva. Quizás con menos glamour que la zona moderna de hoteles impresionantes pero más amigable y lo mismo de ruidosa y animada. Y con una tirolina que nos atrajo mucho desde el inicio. Al principio eran los peques (incluido Iñaki) los que deseaban probarla pero, al final, nos animamos todos (menos Santi que se negó a someterse al desafío). Y allí fuimos. Toda una experiencia. La primera, ponerse los arneses, cosa no fácil dado nuestro volumen. Te haces un lío con los pies y luego no es fácil colocarse bien el braguero. Como no te avisan, no ordenas adecuadamente tus atributos y, al final, tus partes pudendas quedan hechas una pasa. Pero la experiencia estuvo bien. Dimos los gritos habituales al lanzarnos y se cumplieron con exactitud: En el primer turno Rafa ganó por goleada a Julen y en la segunda Ramón salió mangado por la sirga, yo le seguía a corta distancia, después Iñaki y, al final, Ander. El la suma del peso por el declive del cable no mentía sobre la cantidad de libras que llevamos encima cada uno. Por cierto, que ya se convirtió en una manía eso de pesarnos. Ya nos habían pesado para subir al helicóptero, nos pesaron para la tirolina (no se admitían más de 250 libras y no se debieron fiar mucho de que algunos no anduviéramos por ahí) y aún nos habían de pesar una vez más esa tarde para la siguiente sesión de helicóptero. Bueno, estuvo bien lo de la tirolina. Tenemos fotos interesantes aunque hemos de escanearlas para subirlas al blog. A la vuelta.
Nos fuimos después al tour nocturno en helicóptero. Como ya nos conocíamos el proceso, la cosa fue fácil. Nueva pesada, nuevas instrucciones (le dijimos al piloto que éramos expertos en la cosa pero no nos valió: explicaciones obligatorias, nos dijo) y nuevo reparto de asientos. Esta vez con sorpresa pues se debieron equivocar en la pesada y me pusieron a mí con los flaquitos. Un encanto, la niña de la recepción. El paseo fue precioso. Las Vegas de noche, vista desde un helicóptero que vuela justo por encima de rascacielos, resulta espectacular. Los colores, los volúmenes, la organización de los espacios, todo. Además, como ya lo habíamos pateado a pie de suelo, resultaba fácil identificar los edificios. Muy bonito y un digno colofón a la parte pija de nuestro viaje fraterno.
Y luego más aeropuerto, más controles, más sala VIP (a la que prácticamente dejamos sin reservas, sobre todo de cervezas), más risas. Y después, muertos de sueño, al avión. Y allí, fue llegar y entrar en un inmenso sopor. Ramón, lo inició desde que se sentó y hubo que despertarle cuando llegábamos al D.F. Y los demás, con un poco más de retraso pero segimos el mismo camino. Ya decía que es muy dura la vida del turista. Y con cerveza, más dura aún.
El caso es que ya estamos a punto de partir para Cuba y cumplir otro de los deseos intensos de Santi e Iñaki. También de los peques, Julen y Ander que tampoco la conocen. Se van cumpliendo los deseos. Las cosas van muy bien. ¡Que siga así!

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