domingo, enero 29, 2023

DECISION TO LEAVE

 

Los viajes y el frío de estos últimos días, con su correspondiente gripazo cruel, me han dejado sin cine durante casi un mes y ya siento el mono de ese placer noble que te ofrece el cine, mezcla de disfrute visual y de estimulación intelectual. Así que, bien provisto de bufanda y con un chute doble de jarabe antigripal, nos fuimos al cine a ver Decision to leave, la peli del coreano Park Chan-wook que tan buena acogida tuvo en Cannes, donde se llevó el premio a la mejor dirección y que ha sido nominada a la mejor película extranjera de habla no inglesa en varios de los grandes festivales.

Que era una buena película estaba, por tanto, garantizado. Y con esa expectativa entramos en la sala. En otros casos, los nombres que figuran tanto en el elenco técnico como en el artístico te ayudan a fijar esas expectativas; en este caso, al tratarse de nombres coreanos que se te hacen lingüísticamente complejos y que son menos conocidos (al menos por mí) vas un poco a la aventura. De todas formas, en este caso, es muy de destacar la propia estructura del  guión (obra del propio director y de Jeong Seo-Gyeong) y la fotografía (Kim Ji-yong) y, por supuesto, los actores, dos actorazos fantásticos que han sabido desarrollar ese papel de personajes emocionalmente intensos, pero con la capacidad de controlar perfectamente sus emociones. La música me ha pasado un poco más desapercibida, con menor protagonismo en la película.

La historia está muy bien pensada para el tipo de producto fílmico de cine negro que querían desarrollar: una historia en la que el crimen y el romance caminen en paralelo, pero como historias diferentes, aunque con los mismos personajes. No es un tema original porque ya se ha explorado mucho esa idea de policía que se enamora de delincuente, tanto si el policía es un hombre como si es una mujer. La cuestión es que en Decision lo leave ese enamoramiento es algo intangible, tan evidente como invisible, construido a base de pequeños rasgos, como guardando permanentemente las formas… Eso requiere un cuidado exquisito, un guión permanentemente saturado de detalles. El propio cartel de la película lo refleja muy bien, ese dedo meñique que se roza con el meñique del otro… y todo es así, un enamoramiento que es un rugir interior pero que exteriormente solo puede expresarse por analogías (“tira ese móvil al mar”… se convierte en toda una declaración de amor), por miradas o suspiros.

Pero, lo que llama más la atención es que ese mismo cuidado por los detalles de la narrativa, los aplica Park Chan-wook a la construcción técnica de la película. El montaje, la transición de una imagen a otra, la secuencia de las escenas, la composición de los elementos, la estética de cada plano, etc. son espectaculares. Pese a tratarse de una historia de crímenes y pasión, es ante todo, una historia de ver, de cine en su más clara esencia. La secuencia final del agua arrastrando la arena y de él buscando a su sospechosa es inolvidable.

 Park Chan-wook decía en una entrevista que su intención al hacer la película era contar una historia de amor y de pérdida, pero que no quería darle un tono demasiado trágico, sino que prefería contarlo de manera más sutil y con toques de humor porque así, entendía él, los espectadores podrían empatizar más con la historia. Si esa fue su intención, yo creo que lo ha logrado plenamente. Al menos en mi caso, he salido convencido de que el crimen con el que se inicia la historia es solo un pretexto para todo lo que viene después, que tiene mucho menos que ver con el crimen que con la atracción convulsa y compleja que se produce entre policía y sospechosa.

Claro que no podía faltar un defecto. En este caso, uno más, la extensión excesiva del film (2 horas y 20 minutos), esa manía moderna de los directores de alargar las historias con círculos concéntricos, regodeándose en sus propias redundancias, como si no estuvieran seguros de poder alcanzar su objetivo comunicativo sin insistir en ello.  Yo creo que esta misma historia podría contarse de forma eficaz en mucho menos tiempo. A veces me pregunto si el problema es meramente comunicacional, de hipermétrica, o hay, quizás, razones económicas o de catalogación que presionan a directores y productores a realizar películas más largas de lo habitual.

En todo caso, las buenas sensaciones superan con mucho a las malas y mi conclusión es que se trata de una película que merece la pena verse. Y que se ha merecedio con justicia los muchos galardones que ha ido consiguiendo. Y los que vendrán.

 

 

sábado, enero 07, 2023

BRINDIS POR EL NUEVO AÑO

 


Estamos en fechas de abrazos, felicitaciones y brindis. Este año, como aún estamos reponiéndonos de ese tiempo penoso de la COVID-19 y otras maldades, incluso ha sido más intensa la necesidad de abrazarnos y brindar por mejores expectativas para el futuro. Ayer, supongo que un poco saturados de tanta afectuosidad, se preguntaban en la radio hasta cuándo pueden continuar las felicitaciones y los brindis. Y sugerían que, una vez pasados los Reyes, sería tiempo ya de olvidarse de las felicitaciones y los buenos deseos y aceptar que estamos ya metidos de hoz y coz en el nuevo año y que será lo que haya de ser.

Bueno, parece sensato eso, pero tampoco hay que exagerar con los plazos. Al menos en mi caso, aún me quedan por enviar algunas felicitaciones y tengo varios brindis pendientes (entre ellos este que hago hoy). Antes de las navidades me siento incapaz de responder en tiempo y forma a la avalancha de felicitaciones que van llegando.  Podría hacerlo quizás, como hacen algunos, con una postal prediseñada e igual para todos, pero eso no va conmigo. Yo prefiero escribir a cada quien de forma más personal y sentida.  Y eso requiere encontrar el momento. Por eso me toma su tiempo el dar por cerrada la época navideña, aunque soy consciente que eso me sitúa en el “destiempo”.

Así que quería dedicar esta entrada, ya tardía, a brindar por el nuevo año. Y brindaré, aunque soy consciente de que el brindis es un acto que tiene sus reglas, imposibles de cumplir en los brindis on line. El 2 de Enero, La Voz de Galicia (p.10) incluía un texto de Luis Ferrer i Balsebre sobre el brindis en el que se detallaba el protocolo a seguir para brindar: “Hay que brindar mirándose a los ojos, nunca la copa llena, el vidrio debe chocar  (salvo que sea multitudinario), no se debe levantar la copa más allá de los ojos ni bajarla más abajo del corazón. Brindar sin beber da mala suerte y beberse la copa de un trago, también”.

Algo parecido comenté yo hace algunos años en el brindis de la cena oficial de un congreso que celebramos en Rosario (Argentina), insistiendo en lo de mirarse a los ojos y advirtiendo que hacer mal un brindis suele traer muy malas consecuencias, y entre ellas, la más grave, el sufrir 4 años de mal sexo. Ya avanzada la cena se me acercó un congresista para agradecerme el brindis: “No sabe cómo le agradezco doctor, su brindis. Yo creí que lo que me pasaba era que estaba pasando por una mala etapa, pero me tranquiliza saber que solo fue un mal brindis”. Y allá, entre abrazos, lo repetimos siguiendo bien las reglas para romper el mal hechizo.

Con todo, eso de brindar por el nuevo año tiene su intríngulis. Como pertenece al mundo de los deseos, ahí uno tiene campo abierto para desear por el morro todo lo que le apetezca. Desear no cuesta dinero ni compromete a nada. Es un chollo. A quienes nos educaron en un contexto más ascético nos pedían no que deseáramos nada, sino que hiciéramos propósitos. Hay una buena diferencia entre solo desear y el compromiso personal que supone proponerse algo.

El catecismo también insistía en lo de los propósitos, pero los situaba en un contexto más negativo: como suponía que algo habrías hecho mal antes, lo que te pedía era el propósito de enmienda. Y eso ya complica mucho las cosas, porque, además, antes tenías que pasar por el examen de conciencia y el dolor de corazón.

O sea, que nada de quedarse solo en lo de desear por el morro. Hay que currarse más lo que uno incorpora al brindis de Año Nuevo. La gente se acostumbra a desear y se echa a dormir esperando que las cosas se cumplan sin más. Y luego pasa lo que pasa…

La Wikipedia pone ejemplo de cómo hacer buenos brindis. Una de las fórmulas me pareció muy atractiva. Dice que se emplea en el Cáucaso y se trata de comenzar por una historia que no tiene que ver con el caso, pero en un momento se le da la vuelta y se aterriza en el deseo.  El ejemplo es precioso: "Un pájaro robó un collar que pertenecía al tesoro del rey y se lo llevó volando a las montañas más altas. Una ráfaga de aire arrancó la cuerda del collar esparciendo sus gemas por todo el mundo… Es una suerte haber encontrado una de ellas hoy aquí. ¡Un brindis por María!".

No sé si seré capaz de hacer algo parecido.  Eso de brindar bien es un arte. Y como tampoco es una cosa tan frecuente, salvo en estas fechas, no es algo que forme parte de nuestras competencias cotidianas. Pero lo podemos intentar:

Brindis:

Las probabilidades de que nos toque la lotería de Navidad, según la Real Sociedad Matemática de España es de una entre 100.000 (el 0,001%), o sea, más o menos un milagro. Algo de eso ha debido tener el año 2022 para que en su transcurso hayamos vencido la pandemia, nuestra amiga Celia haya superado su cáncer y yo me haya reencontrado con amigos que no veía desde hace 54 años. El gran borrón de ese texto feliz ha sido la guerra de Ucrania, pero ya se sabe que nunca hay felicidad completa. Y ahora llega un 2023 lleno de esperanzas y nubarrones, como todos los años. Puede que la probabilidad realista de un año feliz no supere el 0,001%, pero no queda otra que proponérselo y asumirlo como compromiso.

Pues eso, brindemos por un nuevo año algo mejor que el viejo. No podremos evitar los tropezones ni cumplir un año más, pero, al menos, brindemos por poder seguir quejándonos y riéndonos juntos.

Propósitos de Año Nuevo:

No está claro que empeñarse en enumerar propósitos sea bueno para la salud, sobre todo por la frustración y deterioro de la autoimagen que genera el no cumplirlos, pero algo hay que hacer para sentir de veras que estamos de nuevo en la línea de salida de una etapa nueva y precisamos resetear nuestro GPS personal.

He visto con cierta aprensión que hay gente que se propone eso tan masoquista de salir de su zona de confort. Sinceramente, me parece comenzar mal el año. Mi propósito sería, más bien, ampliar la zona de confort que, últimamente, se está achicando en exceso. Esa idea de buscar más cosas que te gusten, donde uno pueda relajarse y disfrutar… es un propósito cojonudo.


 

Y luego está ahí el eterno propósito de volver a las médicas del adelgazamiento. Acabo de encontrar entre mis documentos médicos el régimen que me prescribía un médico madrileño en marzo del 1995 que, con seguridad, no fue ni el primero ni el segundo. O sea, que pueden ser más de treinta años con esa relación de amor y odio conmigo mismo y con la báscula. Es una batalla imposible, lo sé, pero bueno, lo importante es no rendirse y hacer lo posible para que las derrotas tampoco sean demasiado aniquiladoras. De hecho, lo que me consuela es comprobar cómo el peso que hace 30 años me llevó a pedir papas y volver al médico del régimen, es más o menos el mismo que me va a llevar a llamar hoy o mañana a mis médicas de ahora para reiniciar por enésima vez un régimen alimenticio para adelgazar.

Y por mí, va que chuta. Ya me llega.

Feliz Año, a todos y todas (vamos, a los dos o tres que leeréis este post).

 

jueves, enero 05, 2023

EL PEOR VECINO DEL MUNDO

 

Empezaré diciendo que prefiero, con mucho, el título original de la película: Un hombre llamado Otto. Mucho más simple y eufónico. Y más acorde con lo que la película cuenta que, de todas formas, no es mucho. Mi mujer, que no es dada a categorías muy sofisticadas a la hora de valorar las películas que vemos, suele diferenciar entre películas de tele para ver en casa y películas para ver en pantalla grande y en el cine. Esta es de las de ver en casa. Tiene, eso sí, el mérito añadido de que la protagoniza Tom Hanks que, aunque lejos ya de aquel enorme artista de Forrest Gump, Salvar al soldado Ryan o La Terminal, tira de oficio y hace su papel con dignidad.

La película (2022) está dirigida por Marc Foster, un director con notable experiencia en trabajos con los grandes actores del cine americano, que en este caso construye un film simple y sin artificios. Todo acontece en una calle de un barrio de adosados de clase media y cuenta las cuitas de un vecino (Toms Hanks) que está allí desde que se construyó y siente muy suyo el barrio y lo que en él acontece. Esa es su vida y a eso se agarra obsesivamente desde que falleció su esposa. Una vida que, de todas maneras, le apetece poco vivir porque lo que él desea es desaparecer e irse al otro mundo con su querida esposa. Sus rutinas se rompen cuando llega una nueva familia con dos niños que ha alquilado el chalet enfrente al suyo. Ella es una mejicana habladora y cariñosa que le rompe todos los esquemas.

Y así va transcurriendo la vida de aquel barrio que la película describe. Otto hace el papel de personaje extrovertido y colaborador al que los sucesivos avatares de la vida le han ido convirtiendo en un vecino avinagrado y obsesivo, al que los demás aprecian por lo que fue, aunque cada vez les cuesta más soportar sus nuevos modales. Por eso, la llegada de una familia nueva, ajena a los modos de actuación del barrio, supone como un reseteado para la dinámica relacional en la que Otto se movía. Y así, sin quererlo, va redescubriendo su original forma de ser, ahogada en los últimos tiempos por la hojarasca de las desgracias sobrevenidas.

 En el fondo, la temática de la película no es otra que la descripción del particular proceso interior que Otto sigue desde que llega, lleno de energía, vitalidad y afectos, al barrio hasta esa fase que él ha planificado como final y de huida con su amada, pero al que el azar y su propia incompetencia como suicida le otorga una prórroga inesperada. Una prórroga que, afortunadamente, es su salvación.  La historia que se cuenta es bastante previsible pero ese toque particular que Foster le da, entre comedia y drama, la hace interesante y entretenida.

Y luego aparecen otros temas colaterales muy actuales: la inmigración, la soledad, el suicidio, el apoyo entre vecinos, la avaricia capitalista de las constructoras, el poder de las redes sociales, etc.

No es una gran película y podría verse con tranquilidad un sábado por la tarde en la televisión de casa, pero tampoco sientes que hayas perdido tiempo y dinero yendo al cine. Se pasa bien y dura lo justo.