Estamos en fechas de abrazos, felicitaciones y brindis. Este año, como aún estamos reponiéndonos de ese tiempo penoso de la COVID-19 y otras maldades, incluso ha sido más intensa la necesidad de abrazarnos y brindar por mejores expectativas para el futuro. Ayer, supongo que un poco saturados de tanta afectuosidad, se preguntaban en la radio hasta cuándo pueden continuar las felicitaciones y los brindis. Y sugerían que, una vez pasados los Reyes, sería tiempo ya de olvidarse de las felicitaciones y los buenos deseos y aceptar que estamos ya metidos de hoz y coz en el nuevo año y que será lo que haya de ser.
Bueno, parece sensato eso, pero tampoco hay que exagerar con los plazos. Al menos en mi caso, aún me quedan por enviar algunas felicitaciones y tengo varios brindis pendientes (entre ellos este que hago hoy). Antes de las navidades me siento incapaz de responder en tiempo y forma a la avalancha de felicitaciones que van llegando. Podría hacerlo quizás, como hacen algunos, con una postal prediseñada e igual para todos, pero eso no va conmigo. Yo prefiero escribir a cada quien de forma más personal y sentida. Y eso requiere encontrar el momento. Por eso me toma su tiempo el dar por cerrada la época navideña, aunque soy consciente que eso me sitúa en el “destiempo”.
Así que quería dedicar esta entrada, ya tardía, a brindar por el nuevo año. Y brindaré, aunque soy consciente de que el brindis es un acto que tiene sus reglas, imposibles de cumplir en los brindis on line. El 2 de Enero, La Voz de Galicia (p.10) incluía un texto de Luis Ferrer i Balsebre sobre el brindis en el que se detallaba el protocolo a seguir para brindar: “Hay que brindar mirándose a los ojos, nunca la copa llena, el vidrio debe chocar (salvo que sea multitudinario), no se debe levantar la copa más allá de los ojos ni bajarla más abajo del corazón. Brindar sin beber da mala suerte y beberse la copa de un trago, también”.
Algo parecido comenté yo hace algunos años en el brindis de la cena oficial de un congreso que celebramos en Rosario (Argentina), insistiendo en lo de mirarse a los ojos y advirtiendo que hacer mal un brindis suele traer muy malas consecuencias, y entre ellas, la más grave, el sufrir 4 años de mal sexo. Ya avanzada la cena se me acercó un congresista para agradecerme el brindis: “No sabe cómo le agradezco doctor, su brindis. Yo creí que lo que me pasaba era que estaba pasando por una mala etapa, pero me tranquiliza saber que solo fue un mal brindis”. Y allá, entre abrazos, lo repetimos siguiendo bien las reglas para romper el mal hechizo.
Con todo, eso de brindar por el nuevo año tiene su intríngulis. Como pertenece al mundo de los deseos, ahí uno tiene campo abierto para desear por el morro todo lo que le apetezca. Desear no cuesta dinero ni compromete a nada. Es un chollo. A quienes nos educaron en un contexto más ascético nos pedían no que deseáramos nada, sino que hiciéramos propósitos. Hay una buena diferencia entre solo desear y el compromiso personal que supone proponerse algo.
El catecismo también insistía en lo de los propósitos, pero los situaba en un contexto más negativo: como suponía que algo habrías hecho mal antes, lo que te pedía era el propósito de enmienda. Y eso ya complica mucho las cosas, porque, además, antes tenías que pasar por el examen de conciencia y el dolor de corazón.
O sea, que nada de quedarse solo en lo de desear por el morro. Hay que currarse más lo que uno incorpora al brindis de Año Nuevo. La gente se acostumbra a desear y se echa a dormir esperando que las cosas se cumplan sin más. Y luego pasa lo que pasa…
La Wikipedia pone ejemplo de cómo hacer buenos brindis. Una de las fórmulas me pareció muy atractiva. Dice que se emplea en el Cáucaso y se trata de comenzar por una historia que no tiene que ver con el caso, pero en un momento se le da la vuelta y se aterriza en el deseo. El ejemplo es precioso: "Un pájaro robó un collar que pertenecía al tesoro del rey y se lo llevó volando a las montañas más altas. Una ráfaga de aire arrancó la cuerda del collar esparciendo sus gemas por todo el mundo… Es una suerte haber encontrado una de ellas hoy aquí. ¡Un brindis por María!".
No sé si seré capaz de hacer algo parecido. Eso de brindar bien es un arte. Y como tampoco es una cosa tan frecuente, salvo en estas fechas, no es algo que forme parte de nuestras competencias cotidianas. Pero lo podemos intentar:
Brindis:
Las probabilidades de que nos toque la lotería de Navidad, según la Real Sociedad Matemática de España es de una entre 100.000 (el 0,001%), o sea, más o menos un milagro. Algo de eso ha debido tener el año 2022 para que en su transcurso hayamos vencido la pandemia, nuestra amiga Celia haya superado su cáncer y yo me haya reencontrado con amigos que no veía desde hace 54 años. El gran borrón de ese texto feliz ha sido la guerra de Ucrania, pero ya se sabe que nunca hay felicidad completa. Y ahora llega un 2023 lleno de esperanzas y nubarrones, como todos los años. Puede que la probabilidad realista de un año feliz no supere el 0,001%, pero no queda otra que proponérselo y asumirlo como compromiso.
Pues eso, brindemos por un nuevo año algo mejor que el viejo. No podremos evitar los tropezones ni cumplir un año más, pero, al menos, brindemos por poder seguir quejándonos y riéndonos juntos.
Propósitos de Año Nuevo:
No está claro que empeñarse en enumerar propósitos sea bueno para la salud, sobre todo por la frustración y deterioro de la autoimagen que genera el no cumplirlos, pero algo hay que hacer para sentir de veras que estamos de nuevo en la línea de salida de una etapa nueva y precisamos resetear nuestro GPS personal.
He visto con cierta aprensión que hay gente que se propone eso tan masoquista de salir de su zona de confort. Sinceramente, me parece comenzar mal el año. Mi propósito sería, más bien, ampliar la zona de confort que, últimamente, se está achicando en exceso. Esa idea de buscar más cosas que te gusten, donde uno pueda relajarse y disfrutar… es un propósito cojonudo.
Y luego está ahí el eterno propósito de volver a las médicas del adelgazamiento. Acabo de encontrar entre mis documentos médicos el régimen que me prescribía un médico madrileño en marzo del 1995 que, con seguridad, no fue ni el primero ni el segundo. O sea, que pueden ser más de treinta años con esa relación de amor y odio conmigo mismo y con la báscula. Es una batalla imposible, lo sé, pero bueno, lo importante es no rendirse y hacer lo posible para que las derrotas tampoco sean demasiado aniquiladoras. De hecho, lo que me consuela es comprobar cómo el peso que hace 30 años me llevó a pedir papas y volver al médico del régimen, es más o menos el mismo que me va a llevar a llamar hoy o mañana a mis médicas de ahora para reiniciar por enésima vez un régimen alimenticio para adelgazar.
Y por mí, va que chuta. Ya me llega.
Feliz Año, a todos y todas (vamos, a los dos o tres que leeréis este post).
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