jueves, abril 13, 2023

SEMANA SANTA CON AMIGOS

 

 En consonancia con lo que he ido escribiendo en los últimos posts sobre los amigos, la amistad y las relaciones, hemos aprovechado las vacaciones de Semana Santa para visitar a unos amigos en la costa castellonense.  Amigos vintage, claro está, de esos que te acogen en su apartamento de la playa y tienen reservas de afecto suficientes como para soportarte durante una semana.

La cosa es que todo ha salido bien, una Semana Santa estupenda. Ryanair ha sido puntual (¡qué maravilla eso de salir de casa en una punta de España y en una hora y poco estar ya al otro lado del país). Un viaje de Santiago a Valencia que, si lo piensas en coche o tren, sería un día completo. Nuestro paso por Valencia nos permitió encontrarnos con Fuen y Rafa y compartir (compartir la cena porque la factura se la tragaron nuestros anfitriones) una cena llena de sorpresas en el Tonyina, un restaurante lleno de imaginación donde, según reza su carta, puedes comenzar de picaeta, seguir con algo de fresquet, continuar con el calentet y acabar de dolcet. Y como según nos iba presentando sus delicias la camarera-sumelier, nosotros salivábamos anticipando el placer, al final nos liamos pidiéndolo todo. Y estaba muy rico, la verdad. Mal (¿malo?) inicio para una semana que debería ser de penitencia y vigilias.

Nuestro destino era Oropesa, porque es en Marina D’Or donde Juan Manuel y Celia tienen su vivienda. A la orilla del mar, en un lugar precioso. Dicen que es un lugar especialmente concebido para desconectar de ansiedades y estrés y reconciliarte contigo mismo y con la vida placentera. Y eso con una sola medicina: el mar y el caminar por su orilla, aunque claro, hacerlo en buena compañía.

Eso hicimos, la verdad. Como nuestros amigos son expertos en gestión de personal (ambos trabajaron en departamentos dedicados a eso), ya saben cómo combinar las experiencias y graduar las emociones de la gente. Para pasarlo bien nos ha bastado con seguir sus instrucciones.  Lo dicho: lo cultural ha maridado muy bien con el ejercicio físico de caminar y moverse; lo gastronómico se ha integrado a la perfección con las charlas y la socialización; el descanso en casa ha estado siempre acompañado de buena música que la chica del Google Home ha ido ofreciéndonos, siempre atenta a las instrucciones de Juan Manuel. Experiencias muy bien combinadas.

 En lo culinario la Semana Santa ha sido un auténtico calvario, una lucha constante contra nuestra tendencia a disfrutar intensamente con las viandas deliciosas que se nos iban ofreciendo. ¿Cómo disfrutar el placer gastronómico sin que eso suponga pecar mortalmente contra las dietas y controles que los médicos nos habían impuesto? Difícil dilema. Estamos (algunos) en una edad en la que no hay mayor pesar que dejar pasar por delante de ti un manjar culinario sin hincarle el diente. Te preguntas, ¿y si no tengo otra oportunidad de tomar algo así? No me lo perdonaría, te respondes nervioso. Y en ese mismo momento, ya sabes que has perdido la batalla. Y lo comes con un cierto deje de culpa, pero chupando hasta los huesos. Es nuestro sino. Ya lo decía uno de los hermanos Marx: “hasta mis debilidades son más fuertes que yo”.

Ha sido una semana grande en lo que a comidas se refiere. Tras el prólogo fantástico de la cena en el Tonyina valenciano (martes), llegaron los inigualables solomillos segovianos que nuestros anfitriones van a buscar expresamente a Mozoncillo y por la noche unas tapas riquísimas en El Olivo, incluido, por supuesto, el all i pebre de anguila (miércoles). Aunque nosotros veníamos de Galicia, resulta imposible olvidar el saborcillo marinero del bogavante frito al que nuestros amigos nos invitaron en el antiguo Mesón del Poble (hoy arrocería Taberna Roge y Sary). Bogavante frito, así, sin nada más. Estaba exquisito, aún me queda el regusto en el paladar. Y qué decir de los huevos, fritos en el aceite del bogavante, que te sirven después. Fue un jueves realmente santo. El viernes tocó descanso gastronómico con potaje y bacalao en casa, pero nada que envidiar a lo que hubiéramos podido tomar por ahí. El sábado salimos de excursión y nos recreamos con un cabrito al horno de notable alto en Villafamés. El domingo tocó descanso porque habíamos tomado tantas tapas en el vermuth en casa de unos amigos que ya se hizo imposible la comida. Pero retomamos la penitencia el lunes con un arroz caldoso de conejo y caracoles fantástico en  La Parrilla. Y ahí acabó la historia porque el martes, día de regreso, tuvimos que contentarnos con medio bocata de jamón en el aeropuerto. Y ahora, ya en casa, a recuperar las verduras de hoja ancha, el pescado cocido y la fruta entre horas.


 Para ser justos hay que señalar que aparte de comer bien, caminamos mucho. Así que la balanza se equilibraba. Pese a mi pie escachuflado y las lumbares en huelga indefinida, hemos hecho muchos kilómetros estos días, muchos. Y es que caminar por la orilla del mar es casi tan placentero como comer. Y más barato. Oropesa es un lugar privilegiado para quienes adoramos el mar y buscamos su compañía mientras andamos. Caminar escuchando el rumor calmo y constante de las olas relaja mucho. Poder extender la vista hasta un horizonte tan luminoso y bello como el que ofrece el Mediterráneo es algo que te ensancha el cerebro y amplía los pensamientos. Sentirte arropado por la brisa que llega del mar, incluso cuando llega fresquita como estos días, te airea los pulmones y parece como que tira de ti y te da fuerza para que sigas avanzando. Muy bonitos y placenteros los paseos. Y si lo haces en compañía aún resultan más gratos: acompasas la conversación y el paso a tu compañero; te enriqueces con sus ideas y comentarios, te sientes bien. Caminar por el mar con otra persona es una terapia. Y si te descalzas y vas caminando por el agua y hablas, y avanzas juntos se genera una tal combinación de sensaciones (prácticamente todos los sentidos están activados: la vista, el tacto, el oído, el olfato, las sensaciones proprioceptivas) que el cerebro se pone a cien y produce un chute de dopamina asombroso. Y, además, al contrario de lo que sucede con la comida, aquí no te sientes culpable. Por contra, se añade el plus ese de poderte decir: “lo estás haciendo bien, tío; este es el camino correcto”.

Con todo, y ya ven que lo anterior fue bueno de cojones, lo mejor de unas vacaciones con amigos son, justamente, los amigos y la posibilidad de poder pasar unos días de encuentro intenso con ellos. El ecosistema pareja, incluso cuando funciona bien, precisa de momentos de apertura a otros contactos. Es una apertura que cuesta trabajo porque obliga a romper rutinas, porque te expone a miradas ajenas, porque supone un compartir espacios y momentos, porque pone a prueba nuestra capacidad de adaptación y empatía. Pero aún así (y quizás, justamente por eso) resulta muy gratificante. No es fácil, desde luego. No todas las personas (y menos aún, todas las parejas) valen para eso, pero cuando sale bien, es fantástico. En ese sentido, han sido unos días estupendos. Juanma y Celia son unos anfitriones excelentes y eso ya lo sabíamos de otras veces que convivimos juntos. Es fácil compaginar con ellos los diversos momentos de la cotidianidad. Lo ponen muy fácil. Y son generosos hasta la exageración. Elvira y Celia nunca acaban de hablar y sus conversaciones son infinitas; Juanma y yo somos menos habladores, pero tampoco nos faltan temas y él tiene, además, esa cualidad rara de ser curioso e interesarse por temas que me quedan cerca, aunque a él le queden lejos. Así que da gusto pasear con él.

 En fin,  unas vacaciones de Semana Santa tampoco dan para más. Al final son 7 días que pasas fuera de casa, dos de ellos viajando. Pero, así y todo, han sido días bien intensos y aprovechados. Hemos completado una interesante agenda cultural tanto en Oropesa (con su zona antigua y su castillo, es una ciudad con una historia y un patrimonio muy interesante), como en  Villafamés  a la que llaman la joya de Castellón (espectacular en su estructura radial para ascender al castillo, sus murallas, la belleza de sus calles, su museo…). En ambos casos, fue todo un descubrimiento. Ya expliqué que también hemos cumplido con la parte gastronómica (incluidas unas caipiriñas y la queimada, que compartimos los gallegos). Y lo cumplimos tan a fondo que, seguramente, traerá como consecuencia varias semanas de régimen intensificado. Y hemos socializado con nuestros amigos y con los amigos de nuestros amigos, lo que nos ha llenado de nuevas energías para afrontar la etapa primaveral.

O sea, una semana santa estupenda.

 

martes, abril 04, 2023

QUEDAR CON AMIGOS/AS, COMER, BEBER, REIR, CANTAR, BAILAR, CONTAR HISTORIAS…

 

Si en el post de ayer me refería a la investigación de la Univ. de Harvard sobre la importancia de las relaciones, hoy quisiera referirme a otro trabajo interesante que vuelve sobre el mismo tema. Robin Dunbar, profesor de la Univ. de Oxford acaba de publicar su libro “Amigos” (editorial Paidós en el que destaca la importancia sin par de tener amigos, tanto en lo que se refiere a la salud como al bienestar general de las personas. El periodista Gonzálo Suárez le hace una entrevistas muy interesante a Dunbar (EL MUNDO,  02/04/2023, pag. 6, sección PAPEL).

Dunbar, que es antropólogo, psicólogo y biólogo, ya se hizo famoso hace 30 años con el denominado “número de Dunbar”. Vinculando la evolución del cerebro humano y la evolución de los grupos en la historia de la humanidad, Dunbar llegó a la conclusión de que el máximo número de sujetos con los que podemos mantener una relación simultánea y sostenida es de 150. Su tesis es que los individuos de un grupo de ese tamaño han de tener un incentivo fuerte para mantenerse juntos y que, para conseguir esa cohesión, al menos el 42% de su actividad habría de estar dedicada a garantizar la cohesión. Eso, obviamente, restaría capacidad productiva al grupo, lo que pondría en riesgo su propia supervivencia como grupo. Así que en ese entorno de los 150 miembros es donde se encuentra el fiel de la balanza (y, aún así, ya se ve que el esfuerzo requerido para mantener la cohesión es agobiante).

La cosa es que, de sus investigaciones sobre primates y grupos, Dunbar pasó a hablar de la amistad y su influencia en el bienestar de las personas y los grupos. Y como la cabra siempre tira al monte, Dunbar sigue hipotetizando números: solo podemos tener 150 amigos a la vez, pero no más de cuatro o cinco amigos íntimos y en torno a los 10 como buenos amigos.

Está claro que más allá de las cifras, lo que cambia en cada una de esas categorías es lo que significa la palabra amigo/a. Cuando hablas de cantidades amplias (los 150), amigos son aquellas personas con las que te pararías a hablar cuando te las encuentras en la calle o en un aeropuerto. No sé si no se quedará corto en esa estimación.  Tengo amigos con los que es un calvario pasear por la calle porque se saludan y se paran a hablar con todo quisque que se cruza. Lo de los 5 amigos íntimos parece apropiado: siempre se dijo que los amigos amigos se podían contar con los dedos de una mano. Y lo de los 10 buenos amigos me parece escaso, salvo que el listón de “buen amigo” lo situemos muy alto.

 Pero más que el número de amigos, lo que me interesa destacar es la propia idea de amistad. La idea de Dunbar, al igual que la de Waldinger y Shulz que comentába ayer, es que la amistad está vinculada a la salud: con cinco amigos cercanos la posibilidad de una depresión cae en picado; la correlación entre buenas relaciones sociales y un mejor estado de salud general está comprobada; quedar con amigos y pasarlo bien genera endorfinas que mejoran la sensación de bienestar y refuerzan el sistema inmunitario; los amigos son el mejor remedio contra la soledad.

Lo curioso, señala Dunbar, es que muchos de los avances modernos y los cambios culturales que se están produciendo están haciendo desaparecer los espacios colectivos donde interactuar, para conducirnos a espacios más reducidos y solitarios. Antes se iba a la Iglesia, se acostumbraban las comidas colectivas, se iba al cine o a espectáculos, se frecuentaban los bares y las partidas, había fiestas y bailes en el pueblo. No es que todo eso haya desaparecido, pero es verdad que cada vez más se buscan espacios restringidos donde uno queda aislado en su propio grupo de referencia: bebes en casa, las series en tu salón sustituyen al cine, se reducen las fiestas populares y los bailes abiertos. Afortunadamente, los jóvenes siguen manteniendo sus espacios colectivos y por eso el problema acaba teniendo más incidencia entre la gente mayor. Y para  dejarlo claro, da un titular al periodista: “Desde el punto de vista de la salud, es mejor quedar a tomar un par de birras con tus amigos que irte a hacer running tu solo”. Espero que no le crucifiquen por ello.

¿Qué tiene la amistad para producir esos efectos? Sin duda alguna, y para eso no preciso citar a Dunbar, lo que nos aporta la amistad es esa condición de encuentro con el otro. El salirte de ti mismo, de tus bucles cognitivos y emocionales, para encontrarte con otro, para ver el mundo desde su perspectiva. Y en ese ejercicio de acomodación a diversas personas y situaciones vamos reforzando nuestras capacidades (especialmente la empatía) y viendo el mundo de otra manera. Ese proceso es patente si uno observa el comportamiento de los niños pequeños y cómo van transitando de su mundo egocéntrico al mundo social que le impone la realidad de la convivencia con sus hermanos, con sus padres y con el resto de personas y situaciones con las que se van encontrando. Con los amigos nos pasa eso, su singularidad diferente a la nuestra nos exige adaptaciones constantes (igual que se las exige a ellos en relación a nosotros). Y así se va trenzando esa malla de ajustes que constituye la amistad.

Una de las cosas curiosas que destaca Dunbar en la entrevista es la diferencia entre las amistades masculinas y las femeninas. Las masculinas se basan en compartir algo (una afición, una actividad, un interés); las femeninas, dice, son más intensas y profundas, lo que las hace, también, más persistentes. Póngame un ejemplo, le dice el periodista. Figúrese un grupo de parejas que se conocen entre sí y que se van a hacer senderismo durante una semana. Al volver, las mujeres lo sabrán todo sobre las relaciones familiares de las otras parejas; lo hombres solo sabrán en qué trabaja cada uno.

Una de las cosas interesantes que señala Durban en la entrevista (y supongo que desarrolla más minuciosamente en el libro) son los factores que ayudan a la configuración de buenas amistades. Los denomina “pilares de la amistad” y son siete: (1) hablar el mismo idioma; (2) nacer en el mismo entorno; (3) tener estudios parecidos; (4) compartir aficiones e intereses; (5) tener ideas políticas y morales similares; (6) que te hagan reír las mismas cosas y (7) que te guste la misma música. Bueno, tengo mis dudas sobre ese catálogo de condiciones, pero el propio Dunbar reconoce que no es preciso cumplirlas todas, bastaría con que se diera una sola de ellas para tejer una buena amistad.

 Y junto a ese elenco de condiciones Dunbar da tres consejos para quienes se encuentren flojos y quieran mejorar su círculo de amistades: que se unan a un coro (cantar juntos y acoplarse al grupo genera mucha sintonía); o que lo hagan a un club de senderismo (no hay como caminar juntos para aprender a acoplarse al ritmo del otro); y, después, que se vaya a tomar una copa con los miembros del coro o del senderismo (los bares son el gran ecosistema de la amistad).

En fin, lo que deja claro Dunbar es que la amistad no es una cualidad innata, es un estado que se alcanza con esfuerzo, hay que currárselo. Los hombres, dice, somos un poco gandules en eso de trabajarse la amistad y por eso las nuestras suelen quedarse más en la superficie. Pues a aplicarse el cuento.

lunes, abril 03, 2023

LAS BUENAS RELACIONES NOS DAN SALUD Y BIENESTAR

 

“Tu blog ya no es tan interesante, ahora solo escribes sobre cine”. Me lo dijo una amiga así, de sopetón.  Bueno, le dije para ganar tiempo, gracias por pensar que alguna vez lo fue, porque mi sensación es que escribo para mí mismo, que, salvo algún despistado, nadie lo lee. Y después le expliqué que, efectivamente marzo había sido un mes ocupado por el cine. Tuvimos el ciclo de cine educativo en el Ateneo de Santiago y luego estaban las películas que se iban estrenando en los cines comerciales. O sea que es verdad, últimamente escribo sobre todo de cine. Pero, ya llegó abril y hoy vamos a cambiar de tercio. Volvemos a un tema bien querido (y también frecuente en el blog): los amigos y amigas. Y su importancia para la salud y el bienestar.

En pocos días se han sucedido dos artículos de prensa que me han suscitado esta reflexión. No porque lo que decían me resultara nuevo (como psicólogo ya lo sé), sino porque aportan evidencias provenientes de diferentes y relevantes contextos (Harvard y Oxford). El día 26 de marzo Laura Miyara comentaba en La Voz de Galicia (pag. 40: sección Sociedad) el informe de Harvard sobre el estudio longitudinal iniciado en el año 1938 en torno al bienestar humano. La pregunta básica que se hacían fue: ¿qué es lo que nos hace felices? Iniciaron su estudio con una muestra de algo menos de mil adolescentes (entre estudiantes de la universidad y chicos y chicas de los barrios de la ciudad) y los han ido siguiendo durante 84 años. Es verdad que inicialmente los sujetos estudiados eran personas jóvenes, heterosexuales, de raza blanca y de género masculino, pero esas desviaciones se fueron corrigiendo a medida que pasaban los años hasta lograr una muestra equilibrada en dichas variables. Los investigadores Robert Waldinger y Marc Schulz acaban de publicar los resultados de esa enorme investigación en un libro: “Una Buena Vida”, publicado en español por la Editorial Planeta.

La conclusión central del estudio era previsible: las relaciones humanas de calidad son el más potente predictor del bienestar personal. Lo que llama más la atención es que el estudio vincula también las buenas relaciones a la salud de las personas. “La sorpresa fue, confesaba Waldinger a la BBC, que las personas que tenían relaciones más cálidas se mantuvieron físicamente más saludables a medida que envejecían”.

 Es decir, las buenas relaciones constituyen una condición básica para el bienestar y la salud porque afectan a nuestra fisiología. La vida cotidiana va generando estrés. Y el estrés está vinculado a la frecuencia cardíaca, a la presión arterial, etc. Esas alteraciones forman parte natural de nuestra vida y de los equilibrios adaptativos constantes que nuestro organismo va haciendo. Normalmente, nos recuperamos del estrés a través de las rutinas de nuestra vida ordinaria. Lo que ha destacado el estudio es que la soledad y el aislamiento no solo son, a veces, situaciones estresantes, sino que, cuando no lo son, ayudan poco a disminuir nuestro estrés cotidiano. Y eso no sucede cuando tú interactúas con otras personas y hay alguien que te escuche o cuando la presencia de otros facilita el que salgas del runrún interior provocado por el estrés.

Los investigadores hablan de una “felicidad basal” para describir esa tendencia innata a sentirse más feliz y adaptado o, por el contrario, para tender a la ansiedad. Así, tras momentos de mayor satisfacción o euforia, nuestro cerebro y nuestras sensaciones suelen retornar a su línea base de bienestar. Pero esa tendencia se modula en función de las condiciones en que se vaya desarrollando nuestra vida, del peso que en ella hayan tenido y tengan las relaciones de calidad.

Total, que el misterio está en preguntarse las relaciones que mantenemos son de calidad. Y la pregunta es obvia: ¿cuándo son de calidad las relaciones? Ese es el tema que aborda el libro Una Buena Vida. La larguísima investigación realizada (y otros muchos datos que han ido recogiendo de diferentes estudios sobre el tema) vincula la calidad de las relaciones a varias condiciones. Algunas de esas condiciones abordan la cuestión por el lado del NO: la calidad no está relacionada:

ü  Con la cantidad de relaciones, no es el número de relaciones o contactos que tengas (uno puede sentirse solo en medio de un gran grupo de gente o perteneciendo a una familia numerosa). Ni con el estado civil que tengas (soltero, casado, viudo). Ni con la situación económica (salvo en caso de necesidad relevante). Ni con los muchos o pocos contactos formales basados en la profesión, la actividad laboral, el ocio.

 Por el contrario, la calidad SÍ está vinculada a condiciones como:

§   El grado de intimidad de las relaciones: superar la superficialidad o el formalismo. El contacto físico: por ejemplo, el simple hecho de darse la mano produce reacciones cerebrales de reducción de la ansiedad y el miedo. La atención: el estar presente e interesado en la relación, no solamente escuchando o estar haciendo otra cosa. El participar activamente en la relación: el observar o quedarse al margen no aporta gran cosa. Cuestión importante en las relaciones a través de las redes sociales: mirar simplemente no aporta nada, hay que intervenir, dejar comentarios, participar en los diálogos. El hablar con la gente. Las relaciones menores, poco importantes, circunstanciales también tienen un gran valor. Esas relaciones amables que no llevan necesariamente a la amistad pero que van llenando tu mundo y abriéndote al entorno que te rodea: los vecinos, los comerciantes, los camareros, las personas con que compartes un viaje o una espera. El contacto visual, la aproximación a ellos/as y todo el recorrido de conversación amable que se mantiene refuerzan tu identidad y presencia en tu entorno de vida y generan una sensación de bienestar y autoestima muy positivas.

En fin, gusta comprobar que pese a que el mundo va en la dirección de sustituir las relaciones presenciales por otras virtuales,  el saber convivir y mantener un contacto amable y próximo con los demás sigue siendo una receta válida para alcanzar esa felicidad que tanto añoramos. Lo decía Waldinger: Si tuviéramos que reducir nuestro trabajo de ochenta y pico años a un solo principio, ese principio diría: las buenas relaciones nos mantienen más sanos y felices. Amén!