miércoles, diciembre 30, 2020

LA OTRA PANDEMIA: LOS KILOS.

 

Abuelo, me decía mi nieta de 4 años, te estás poniendo muy grande”. Ya, le contesté, quieres decir que me estoy poniendo muy gordo, ¿no? Ella no dijo nada, solo movió afirmativamente la cabeza. Pero tampoco hacía falta más.

Durante estos largos días de festejos y celebraciones (llevamos ya bastantes semanas de esta guisa) muchos hemos evitado acudir a la báscula para evitar sorpresas y depresiones, pero la política del avestruz de meter la cabeza debajo de alguna lechuga ocasional no puede ser eterna y, al final, uno tiene que enfrentarse a la realidad. Un desastre, un susto, una mierda, con perdón. “Pero, ¿cómo puede ser?, yo nunca había llegado a esos dígitos, es imposible”.

Imposible no es, desde luego. Y algo de verdad tiene ese meme que nos llegó en plena pandemia: “no le eches la culpa a la pandemia, tú ya eras gordo antes de que todo esto empezara”. Nada que objetar. Uno ya está resignado. Hace ya años que mi hijo médico, fuera cual fuera el problema de salud que yo tuviera, tenía una coletilla fija en sus recomendaciones: … cinco kilitos menos no te vendrían mal. Y en esa batalla me he ido entreteniendo (es un decir, porque costar cuesta un huevo) desde que tengo recuerdos. Siempre en vano, aunque me pese.

“No se hace palleiro sen palla”, suele decir mi cuñado cuando ve a alguien gordito que se ensaña con un buen plato de comida. Y es verdad. No es que los kilos aparezcan ahí por arte de magia, son el resultado de méritos propios (deméritos, quería decir). Y en eso vuelve a ser cierto aquello que decía uno de los hermanos Marx: “hasta mis debilidades son más fuertes que yo”. Cómo haces para evitar el comer cada día (comer lo que hay, claro, no vas a andar con excepciones en días así, ya complejos de por sí). Y un día es un guiso, otro unos mariscos, otro una pasta rica porque también hay niños. Y luego los postres que, aunque no quieras exagerar, algo tiene que probar. Y el vino… Y el queso (nosotros que somos locos por el queso)… Y esa oncita pequeña de chocolate al acercarse la media noche. En fin, días complejos en lo alimentario. Y en el ejercicio: ¿quién en su sano juicio sale a pasear con la lluvia y el frío que hace? Nada, todo se pone en contra… tarea imposible el mantenerse en el peso.

El que no se consuela es porque no quiere, me susurra el blog, eres bueno buscando excusas, pero lo único cierto de todo eso son esos malditos dígitos de la báscula (que, por cierto, ni siquiera has dicho cuáles son, olé la transparencia…)”. No lo he dicho, ni pienso hacerlo. Las vergüenzas, mejor si quedan en privado. Y es cierto que son excusas, pero a partir de enero esto se acabó.

 Ése va a ser mi primer propósito de Año Nuevo. Otro año más. Y con la receta de siempre: verduras de hoja ancha, carne o pescado cocidos o a la plancha, no cerdo ni cordero, no fritos, mucha agua, cinco comidas a lo largo del día, y ejercicio (menos plato y más zapato). Y todo ello sin pensarlo mucho, sin deprimirse por el hecho de que hasta ahora nunca he ganado con solvencia esa batalla, sin atajos… Así que ya tengo chollo para el primer semestre del 2021. Y ya estoy agotado, solo de pensarlo.

martes, diciembre 22, 2020

DE LA FELICIDAD Y OTROS DESEOS NAVIDEÑOS

 



¡Cuántas veces habremos repetido estos días el deseo de felicidad! Lo decimos así, con cariño, pero sin pensarlo mucho. Desde luego, sin tener muy claro qué mete cada uno en ese deseo. Parece obvio que cada quien ha de tener una visión diferente de lo que sea la felicidad. Y probablemente, también, una experiencia personal diferente de lo que ha significado para él o ella el sentirse feliz. De todas formas, nunca está claro. ¿Ser feliz es estar satisfecho o requiere más condiciones?; ¿La gente que vive bien es gente feliz?; ¿La felicidad es algo que sale de dentro o es algo que nos viene de fuera?; ¿La felicidad es de esas cosas que o las tienes o no las tienes (como lo de estar embarazada), o es algo que puedes tener un poquito, algo, bastante o mucho?

En fin, que eso de la felicidad tiene su mandanga y da qué pensar. Y en estas fechas aún más. Es cierto que, dado los tiempos que corren con la pandemia y el tsunami político y económico que nos ha traído, a algunos puede parecerles frívolo y cursi el traer a colación la felicidad, pero tampoco es sano quedarse estancado en esas conversaciones funerarias de lo mal que estamos y lo mucho que tenemos que cuidarnos. Sin comparación, el tema de la felicidad resulta más estimulante.


 

Además, esta semana Carlos Manuel Sánchez, en la revista XLSEMANAL (nº 1730, pg. 40-44), nos ha ofrecido una interesante entrevista con Alejandro Cencerrado, un albaceteño que trabaja en Copenhague midiendo la felicidad de los daneses. Curioso personaje este Alejandro, de 33 años, que tras acabar la carrera de Física en la Complutense y no encontrar trabajar aquí se fue a Dinamarca y allí lo consiguió no por su expediente académico (que también contaría, supongo) sino porque él llevaba 10 años anotando cada día en su diario cuál era el nivel de felicidad de ese día. La valoraba entre 0 y 10.  Si el trabajo suponía medir la felicidad de los daneses, difícil conseguir un candidato mejor. También yo lo hubiera escogido: mantener su diario durante 10 años e ir anotando cada día su nivel de felicidad tiene un mérito fantástico. Y en lo que a él mismo se refiere saca conclusiones sensatas: el valor promedio de su recuento es el 5, ha habido tantos días felices como infelices (si tomamos al 5 como frontera) y en términos generales concluye que “mi mujer y yo somos razonablemente felices”.

El caso es que medir la felicidad (se supone que para mejorar los dispositivos para incrementarla) es todo un trabajo que algunos países, incluso, priorizan. Como no podía ser menos, también en este tema los puntajes mayores se alcanzan en los países nórdicos. Durante muchos años, el primer país de la lista fue Dinamarca, aunque últimamente le ha superado Finlandia. El ranking lo gestiona la ONU y abarca a 156 países. Consideran 6 factores: el PIB per cápita, la esperanza de vida, la generosidad, el apoyo social, la libertad, la ausencia de corrupción. Los últimos resultados de 2020 ponen en cabeza a Finlandia, Dinamarca, Suiza, Islandia y Noruega. España queda en el puesto 28 (lo que entre 156 tampoco está mal).

Hay cosas muy interesantes en la entrevista. Por ejemplo, que la felicidad está muy vinculada a la soledad y a la calidad de las relaciones sociales. Ambas cosas bien afectadas por la pandemia, por cierto. El tema de la soledad es especialmente preocupante en estos tiempos de confinamiento. “Lo que te hace feliz es la gente que tienes alrededor y te hace sentir especial… (y por eso) … es más infeliz la persona sola que la enferma”, dice Alejandro. Y esa es la sensación que cualquiera de nosotros ha tenido siempre. Dice, también, que “la felicidad verdadera es una utopía”, es decir, que tampoco es necesario pensar que estamos llamados a ser felices todo el tiempo. En el fondo, la felicidad, como decía Galeano de la utopía, siempre va buscando su distancia, siempre se ofrece como una meta que nunca alcanzas del todo. Los felices no lo son porque hayan alcanzado la meta de la felicidad completa sino porque se empeñan en buscarla con tranquilidad y sin el agobio de pretender alcanzarla a toda costa. Que se lo digan a Abderramán III, que también llevaba una especie de diario en el que anotaba sus días felices. En sus 70 años de vida solo había anotado 14 días como felices.


 

Que la felicidad (en su versión positiva) funciona por contraste es otro de los datos curiosos de la entrevista. Los momentos felices lo son por contraste de otros menos felices. Lo que dicho en otras palabras significa que si no tuviéramos experiencias infelices no sabríamos identificar las felices. Y eso da sentido a la inevitable policromía de satisfacciones e insatisfacciones que completan nuestra vida cotidiana. Al final, y eso es lo importante, parece ser que cada uno de nosotros nos vamos moviendo en una especie de rango promedio de felicidad. Por eso decía Alejandro que en sus estimaciones diarias predominaba el 5 (su promedio). En eso, la felicidad es como el peso. Tu puedes salirte coyunturalmente de tu promedio por más o por menos (siempre hay momentos que elevan o disminuyen el grado de satisfacción y te hacen sentir más feliz o más infeliz), pero más pronto que tarde acabas volviendo a tu promedio. Por eso, lo importante es lograr estabilizar un promedio decente (llegar al notable debe ser ya una meta nada despreciable) y luego, pues eso, tener suerte y familia y amigos que suministren el apoyo necesario para que la soledad no campe a sus anchas a nuestro alrededor.

 

domingo, diciembre 13, 2020

LA FELICIDAD HAY QUE CURRÁRSELA

 



Desde luego, la fotografía que abría la pequeña reseña sobre la Felicidad era impactante. Y la historia que se contaba en el periódico (revista PAPEL, en El Mundo 11-12-2020) resultaba chocante: tres amigos de altos vuelos se reúnen en una casa de madera de Los Alpes, en pleno invierno, para debatir sobre la felicidad. Que eso lo hagan tres amigos cualesquiera sería ya de por sí una experiencia atractiva: no me importaría ser uno de ellos. De paso que te alejas de los virus y alegras tu existencia con las hermosas vistas que sin duda habría allí, puedes elucubrar sin cortapisas sobre la felicidad. Seguramente, hasta acabarían siendo unos días realmente felices.

La cuestión diferencial, en este caso, es que esos tres amigos eran bastante especiales: (a) un biólogo molecular del Instituto Pasteur metido a monje budista en un monasterio de Nepal y al que un laboratorio de la Univ. de Wisconsin ha identificado (tras complejos estudios de sus reacciones cerebrales: le colocaron 128 sensores cerebrales mientras meditaba) como el “hombre más feliz del mundo” (sic); (b) otro de los contertulios fue un famoso filósofo francés que nació con parálisis cerebral y que pasó sus primeros 20 años de vida atendido en una institución para personas con discapacidad, autor de éxito ahora con varios premios nacionales; (c) y el tercero un psiquíatra (no podía faltar un psiquiátra) especialista con fama mundial en tratar a personas con problemas mentales y emocionales. No sabemos quién haría la comida o qué tal se alimentarían, pero queda claro que las conversaciones tenían que ser bien apetecibles.

El grupo de 3, obviamente, resulta un poco escaso para afrontar un tema tan complejo y polícromo como la felicidad. Faltan, desde luego, otros perfiles que podrían ver matices de la felicidad que a ellos es probable que se les escaparan. Falta alguna mujer, por ejemplo, o algún deportista, o político; falta algún abuelo o algún inmigrante. Y algún adolescente o algún casado en sus bodas de oro y, por poder estar, hasta podrían invitar a algún profesor de Pedagogía, ya he dicho que me encantaría participar. En fin, faltar faltarían muchos, pero sería demasiada gente para poder pasar unos días en la casita de madera de Los Alpes.


 

Lo que hay que reconocer es que trabajaron bien. De hecho, escribieron un libro que se ha hecho famoso en Francia y lo será, sin duda, en España donde acaba de presentarse: Viva la Libertad (Edit. Arpa).

Pero vayamos a lo importante: qué han dicho que es la felicidad. No he leído aún el libro y, por tanto, me tengo que limitar a lo que nos cuenta la peiodista (Irene Hernández Velasco) que espero que sí lo haya leído. En cuanto lo reciba, se lo comentaré. Pero del texto del artículo se pueden extraer algunas conclusiones provisionales:

1.- Que obviamente y dada la naturaleza de la expertise de los reunidos, la piedra filosofal de la felicidad reside en el cerebro. Es el cerebro, como cabina de mando de todo el organismo, el que tiene que liberarse plenamente de sus dependencias para posibilitar que la persona en su conjunto pueda avanzar hacia la felicidad.

2.- Si el cerebro es el punto sistema del que emanarán las consignas y permisos, la palabra clave es liberación (muy francés el término): se es feliz a medida que uno es capaz de irse liberando de las ataduras que nos atascan (miedos, preocupaciones, traumas, obsesiones, prejuicios). La meta (en realidad siempre son metas volantes porque a la meta final nunca se llega) está en la liberación interior.

3.- La clave está, por tanto, en esa libertad interior que supone un progresivo vaciamiento de las muchas preocupaciones y dependencias a las que está sometido nuestro cerebro. El psiquiátra del grupo aclara que esa libertad interior se rige por las leyes del cerebro, por el funcionamiento al que se vaya acostumbrado: las rutinas y automatismos que se vayan fijando en él, muchos de ellos vinculados a miedos y emociones negativas. El biólogo confirma que el cerebro por sí mismo no es capaz de darnos esa libertad interior pero, dado que su naturaleza es plástica y moldeable, se irá acomodando a lo que le acostumbremos.

4.- Eso pone la patata caliente de la felicidad en manos de cada uno de nosotros. No hay ningún sociólogo en el grupo, así que nadie alzó la voz para oponerse a esa idea. La cuestión estriba, para los reunidos, en que cada quien se tome en serio la cuestión de su felicidad.  Que abandonemos el piloto automático con el que a veces funcionamos para existir como sujetos que controlan su existencia. El cerebro no está programado para darnos la felicidad, dice el biólogo, pero tampoco para impedírnosla. Y, por eso, lo que hagamos con él marcará nuestras vidas. Lo que conscientemente hagamos irá reforzando las correspondientes redes neuronales del cerebro y lo que no hagamos las irá debilitando. Y concluye el biólogo asegurando que las neurociencias van confirmando que cuando los sujetos se ejercitan en acciones vinculadas a comportamientos positivos y/o trabajan por eliminar sus tendencias negativas, eso produce cambios tanto estructurales como funcionales en el cerebro. En definitiva, que esa libertad interior y la felicidad que de ella emana, hay que currársela.

5.- Al final, la felicidad tampoco es hacer cosas raras. El biólogo y monje budista (hablando más como monje que como biólogo) lo sintetiza en pocas palabras: el camino a la felicidad se basa en tres bases simples, a saber, una práctica espiritual (la que sea), amigos de los buenos y generosidad.

 

Lo que más llama la atención de todo esto no es tanto lo que han acabado diciendo los tres sabios sino el hecho mismo de que la experiencia haya tenido lugar. Que se haya puesto de moda hablar de felicidad en los tiempos que corren (el libro resumen de la reunión ha vendido más de 250.000 ejemplares), que se aborde el tema no desde las soflamas de curanderos y charlatanes buenistas sino desde personas armadas de herramientas científicas y filosóficas, y que, al final, la experiencia haya podido convertirse en noticia periodística. Ha pasado en Francia. Resulta interesante. Ahora nos falta leer el libro. Y hacer algo al respecto, claro.