domingo, diciembre 06, 2020

LOS OTROS AMORES

 

 


Escuchaba en la radio a aquella señora y me hacía yo las mismas preguntas que ella se hacía en público. Según ella, esta segunda ola de la pandemia estaba teniendo consecuencias bastante más perjudiciales que la primera. Sobre todo, en el mundo del ánimo, de los afectos, de la forma en que la estamos viviendo. A la primera respondimos con sorpresa, pero con rabia (aquellos aplausos a las 8 de la tarde, aquellas canciones de resistencia, aquellos video-encuentros para no perder el contacto con los amigos…). Plantamos batalla anímica. Se diría que consumimos en ello buena parte de nuestras reservas y que la llegada de la segunda oleada del virus nos ha encontrado desfallecidos.

No se nota ni la épica rebelde de aquellos momentos, ni la lírica amable que trataba de driblar los miedos mediante eslóganes de ánimo (faciamo finta che... tutto va ben; resistiré…erguido frente a todo…). Y por lo que la gente cuenta hasta parece que ha decaído esa necesidad de encontrarnos con las otras personas, aunque sea de forma virtual. No ha disminuido la preocupación, pero va decayendo el ánimo. Va creciendo el silencio y, en consecuencia, la soledad.

En este mundo en el que casi todo se resuelve a través de softwares complicados, debería haber uno que convirtiera el silencio en distancia. Obviamente, no se trata de distancia física, sino afectiva, relacional. Cómo de alejados están de ti aquellas personas con las que has ido poco a poco dejando de comunicarte. ¿Será que a mayor duración del silencio mayor es la distancia? Si algo tiene de cierto aquello de que “el roce hace el cariño”… bien pudiera ser.

Es curioso cómo el cansancio, la tristeza o el desánimo generan una cierta tendencia al aislamiento. Te acomodas a las desangeladas rutinas diarias y te cuesta romperlas. Y eso sintiéndote bien, no quiero ni pensar en qué debe suceder si, encima, empiezas a sentirte mal. Esa involución, ese ensimismamiento, esa tendencia a una vida plana está haciendo estragos según la señora de la radio. Estoy de acuerdo con ella.

 Y ahí es donde sitúo una de las pérdidas mayores que puede provocarnos esta pandemia: a menor ánimo, menor conversación, menos llamadas, más silencio, más distancia. Recuerdo una conversación, supongo que en alguna película, en la que él le decía a ella (que le anunciaba que empezaba a salir con alguien) que él pensaba que su relación estaba bien y que le sorprendía ese anuncio. La respuesta de ella fue simple: “¿desde cuándo no hemos hablado o cuántas veces lo hemos hecho en los últimos meses?” Es eso, el silencio como causa o, quizás, solo como evidencia de la distancia.

Dicen que la vida va llenando de experiencias y afectos la mochila con la que cada uno va cargando. Las experiencias siempre irán contigo. Puede que la memoria las vaya desdibujando con el paso del tiempo, pero ahí quedan porque son tuyas. Más complejo es el tema de los afectos porque estos poseen una naturaleza variable en función del proceso de conservación que sobre ellos se aplica: se agrandan o achican, se calientan o enfrían, provocan alegría o desespero, te acarician o te agreden, te estimulan o te aplanan, se aproximan o se alejan.  Y lo que tienen en común todos esos movimientos es que el silencio siempre actúa en favor del polo negativo de la ecuación.

Y es así como la quietud y el silencio que, poco a poco, se han ido extendiendo en nuestras vidas como una espesa niebla en estos meses de pandemia y confinamiento nos van alejando de las personas con las que compartíamos afectos, con los otros amores. En algunos casos, las quejas son dramáticas: duele escuchar a algunos abuelos recluidos en residencias quejarse de la ausencia de sus hijos y nietos. Casi entiendo la rebeldía de los jóvenes incapaces de renunciar al encuentro con sus amigos y amigas pues ese encuentro real lo necesitan tanto como la alimentación. Pero en ese mismo síndrome estamos casi todos. Uno piensa y se culpabiliza del silencio que se ha creado a su alrededor (¿desde cuándo no he escrito o no he hablado con éste amigo o aquella amiga…? ¿Se habrá olvidado de mí, habremos pedido aquella complicidad que nos unía, será todo más frío y distante a partir de ahora?, ¿Soy yo quien está provocando este silencio o es él-ella quien se va distanciando?). Y lo peor es que cuanto más dilatas los contactos, más duro se hace reiniciarlos y retomar los afectos. Es el frío del silencio.

Nos habían prometido, al inicio de todo esto, que saldríamos de esta pandemia fortalecidos. Demasiado optimismo. Quizás salgamos, pero, mucho me temo que lo haremos más solos, con ese silencio-distancia que se te mete en los huesos como el frío húmedo. Habrá que poner en marcha un plan Marshall de recuperación de afectos y amigos. O pedir que las vacunas contengan, también, algún tipo de licor suave que nos devuelva el ánimo y nos haga más locuaces y proactivos.




2 comentarios:

Carmen dijo...

Tan identificada con su reflexión.

Lydia dijo...

Mi querido Miguel, muchas gracias por esta reflexión...a pasar de la tristeza que puede generarnos la vivencia de lo que relatas,me encantó!! Ya te cuento sobre mi experiencia en este sentido ;)