martes, diciembre 22, 2020

DE LA FELICIDAD Y OTROS DESEOS NAVIDEÑOS

 



¡Cuántas veces habremos repetido estos días el deseo de felicidad! Lo decimos así, con cariño, pero sin pensarlo mucho. Desde luego, sin tener muy claro qué mete cada uno en ese deseo. Parece obvio que cada quien ha de tener una visión diferente de lo que sea la felicidad. Y probablemente, también, una experiencia personal diferente de lo que ha significado para él o ella el sentirse feliz. De todas formas, nunca está claro. ¿Ser feliz es estar satisfecho o requiere más condiciones?; ¿La gente que vive bien es gente feliz?; ¿La felicidad es algo que sale de dentro o es algo que nos viene de fuera?; ¿La felicidad es de esas cosas que o las tienes o no las tienes (como lo de estar embarazada), o es algo que puedes tener un poquito, algo, bastante o mucho?

En fin, que eso de la felicidad tiene su mandanga y da qué pensar. Y en estas fechas aún más. Es cierto que, dado los tiempos que corren con la pandemia y el tsunami político y económico que nos ha traído, a algunos puede parecerles frívolo y cursi el traer a colación la felicidad, pero tampoco es sano quedarse estancado en esas conversaciones funerarias de lo mal que estamos y lo mucho que tenemos que cuidarnos. Sin comparación, el tema de la felicidad resulta más estimulante.


 

Además, esta semana Carlos Manuel Sánchez, en la revista XLSEMANAL (nº 1730, pg. 40-44), nos ha ofrecido una interesante entrevista con Alejandro Cencerrado, un albaceteño que trabaja en Copenhague midiendo la felicidad de los daneses. Curioso personaje este Alejandro, de 33 años, que tras acabar la carrera de Física en la Complutense y no encontrar trabajar aquí se fue a Dinamarca y allí lo consiguió no por su expediente académico (que también contaría, supongo) sino porque él llevaba 10 años anotando cada día en su diario cuál era el nivel de felicidad de ese día. La valoraba entre 0 y 10.  Si el trabajo suponía medir la felicidad de los daneses, difícil conseguir un candidato mejor. También yo lo hubiera escogido: mantener su diario durante 10 años e ir anotando cada día su nivel de felicidad tiene un mérito fantástico. Y en lo que a él mismo se refiere saca conclusiones sensatas: el valor promedio de su recuento es el 5, ha habido tantos días felices como infelices (si tomamos al 5 como frontera) y en términos generales concluye que “mi mujer y yo somos razonablemente felices”.

El caso es que medir la felicidad (se supone que para mejorar los dispositivos para incrementarla) es todo un trabajo que algunos países, incluso, priorizan. Como no podía ser menos, también en este tema los puntajes mayores se alcanzan en los países nórdicos. Durante muchos años, el primer país de la lista fue Dinamarca, aunque últimamente le ha superado Finlandia. El ranking lo gestiona la ONU y abarca a 156 países. Consideran 6 factores: el PIB per cápita, la esperanza de vida, la generosidad, el apoyo social, la libertad, la ausencia de corrupción. Los últimos resultados de 2020 ponen en cabeza a Finlandia, Dinamarca, Suiza, Islandia y Noruega. España queda en el puesto 28 (lo que entre 156 tampoco está mal).

Hay cosas muy interesantes en la entrevista. Por ejemplo, que la felicidad está muy vinculada a la soledad y a la calidad de las relaciones sociales. Ambas cosas bien afectadas por la pandemia, por cierto. El tema de la soledad es especialmente preocupante en estos tiempos de confinamiento. “Lo que te hace feliz es la gente que tienes alrededor y te hace sentir especial… (y por eso) … es más infeliz la persona sola que la enferma”, dice Alejandro. Y esa es la sensación que cualquiera de nosotros ha tenido siempre. Dice, también, que “la felicidad verdadera es una utopía”, es decir, que tampoco es necesario pensar que estamos llamados a ser felices todo el tiempo. En el fondo, la felicidad, como decía Galeano de la utopía, siempre va buscando su distancia, siempre se ofrece como una meta que nunca alcanzas del todo. Los felices no lo son porque hayan alcanzado la meta de la felicidad completa sino porque se empeñan en buscarla con tranquilidad y sin el agobio de pretender alcanzarla a toda costa. Que se lo digan a Abderramán III, que también llevaba una especie de diario en el que anotaba sus días felices. En sus 70 años de vida solo había anotado 14 días como felices.


 

Que la felicidad (en su versión positiva) funciona por contraste es otro de los datos curiosos de la entrevista. Los momentos felices lo son por contraste de otros menos felices. Lo que dicho en otras palabras significa que si no tuviéramos experiencias infelices no sabríamos identificar las felices. Y eso da sentido a la inevitable policromía de satisfacciones e insatisfacciones que completan nuestra vida cotidiana. Al final, y eso es lo importante, parece ser que cada uno de nosotros nos vamos moviendo en una especie de rango promedio de felicidad. Por eso decía Alejandro que en sus estimaciones diarias predominaba el 5 (su promedio). En eso, la felicidad es como el peso. Tu puedes salirte coyunturalmente de tu promedio por más o por menos (siempre hay momentos que elevan o disminuyen el grado de satisfacción y te hacen sentir más feliz o más infeliz), pero más pronto que tarde acabas volviendo a tu promedio. Por eso, lo importante es lograr estabilizar un promedio decente (llegar al notable debe ser ya una meta nada despreciable) y luego, pues eso, tener suerte y familia y amigos que suministren el apoyo necesario para que la soledad no campe a sus anchas a nuestro alrededor.

 

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