domingo, diciembre 13, 2020

LA FELICIDAD HAY QUE CURRÁRSELA

 



Desde luego, la fotografía que abría la pequeña reseña sobre la Felicidad era impactante. Y la historia que se contaba en el periódico (revista PAPEL, en El Mundo 11-12-2020) resultaba chocante: tres amigos de altos vuelos se reúnen en una casa de madera de Los Alpes, en pleno invierno, para debatir sobre la felicidad. Que eso lo hagan tres amigos cualesquiera sería ya de por sí una experiencia atractiva: no me importaría ser uno de ellos. De paso que te alejas de los virus y alegras tu existencia con las hermosas vistas que sin duda habría allí, puedes elucubrar sin cortapisas sobre la felicidad. Seguramente, hasta acabarían siendo unos días realmente felices.

La cuestión diferencial, en este caso, es que esos tres amigos eran bastante especiales: (a) un biólogo molecular del Instituto Pasteur metido a monje budista en un monasterio de Nepal y al que un laboratorio de la Univ. de Wisconsin ha identificado (tras complejos estudios de sus reacciones cerebrales: le colocaron 128 sensores cerebrales mientras meditaba) como el “hombre más feliz del mundo” (sic); (b) otro de los contertulios fue un famoso filósofo francés que nació con parálisis cerebral y que pasó sus primeros 20 años de vida atendido en una institución para personas con discapacidad, autor de éxito ahora con varios premios nacionales; (c) y el tercero un psiquíatra (no podía faltar un psiquiátra) especialista con fama mundial en tratar a personas con problemas mentales y emocionales. No sabemos quién haría la comida o qué tal se alimentarían, pero queda claro que las conversaciones tenían que ser bien apetecibles.

El grupo de 3, obviamente, resulta un poco escaso para afrontar un tema tan complejo y polícromo como la felicidad. Faltan, desde luego, otros perfiles que podrían ver matices de la felicidad que a ellos es probable que se les escaparan. Falta alguna mujer, por ejemplo, o algún deportista, o político; falta algún abuelo o algún inmigrante. Y algún adolescente o algún casado en sus bodas de oro y, por poder estar, hasta podrían invitar a algún profesor de Pedagogía, ya he dicho que me encantaría participar. En fin, faltar faltarían muchos, pero sería demasiada gente para poder pasar unos días en la casita de madera de Los Alpes.


 

Lo que hay que reconocer es que trabajaron bien. De hecho, escribieron un libro que se ha hecho famoso en Francia y lo será, sin duda, en España donde acaba de presentarse: Viva la Libertad (Edit. Arpa).

Pero vayamos a lo importante: qué han dicho que es la felicidad. No he leído aún el libro y, por tanto, me tengo que limitar a lo que nos cuenta la peiodista (Irene Hernández Velasco) que espero que sí lo haya leído. En cuanto lo reciba, se lo comentaré. Pero del texto del artículo se pueden extraer algunas conclusiones provisionales:

1.- Que obviamente y dada la naturaleza de la expertise de los reunidos, la piedra filosofal de la felicidad reside en el cerebro. Es el cerebro, como cabina de mando de todo el organismo, el que tiene que liberarse plenamente de sus dependencias para posibilitar que la persona en su conjunto pueda avanzar hacia la felicidad.

2.- Si el cerebro es el punto sistema del que emanarán las consignas y permisos, la palabra clave es liberación (muy francés el término): se es feliz a medida que uno es capaz de irse liberando de las ataduras que nos atascan (miedos, preocupaciones, traumas, obsesiones, prejuicios). La meta (en realidad siempre son metas volantes porque a la meta final nunca se llega) está en la liberación interior.

3.- La clave está, por tanto, en esa libertad interior que supone un progresivo vaciamiento de las muchas preocupaciones y dependencias a las que está sometido nuestro cerebro. El psiquiátra del grupo aclara que esa libertad interior se rige por las leyes del cerebro, por el funcionamiento al que se vaya acostumbrado: las rutinas y automatismos que se vayan fijando en él, muchos de ellos vinculados a miedos y emociones negativas. El biólogo confirma que el cerebro por sí mismo no es capaz de darnos esa libertad interior pero, dado que su naturaleza es plástica y moldeable, se irá acomodando a lo que le acostumbremos.

4.- Eso pone la patata caliente de la felicidad en manos de cada uno de nosotros. No hay ningún sociólogo en el grupo, así que nadie alzó la voz para oponerse a esa idea. La cuestión estriba, para los reunidos, en que cada quien se tome en serio la cuestión de su felicidad.  Que abandonemos el piloto automático con el que a veces funcionamos para existir como sujetos que controlan su existencia. El cerebro no está programado para darnos la felicidad, dice el biólogo, pero tampoco para impedírnosla. Y, por eso, lo que hagamos con él marcará nuestras vidas. Lo que conscientemente hagamos irá reforzando las correspondientes redes neuronales del cerebro y lo que no hagamos las irá debilitando. Y concluye el biólogo asegurando que las neurociencias van confirmando que cuando los sujetos se ejercitan en acciones vinculadas a comportamientos positivos y/o trabajan por eliminar sus tendencias negativas, eso produce cambios tanto estructurales como funcionales en el cerebro. En definitiva, que esa libertad interior y la felicidad que de ella emana, hay que currársela.

5.- Al final, la felicidad tampoco es hacer cosas raras. El biólogo y monje budista (hablando más como monje que como biólogo) lo sintetiza en pocas palabras: el camino a la felicidad se basa en tres bases simples, a saber, una práctica espiritual (la que sea), amigos de los buenos y generosidad.

 

Lo que más llama la atención de todo esto no es tanto lo que han acabado diciendo los tres sabios sino el hecho mismo de que la experiencia haya tenido lugar. Que se haya puesto de moda hablar de felicidad en los tiempos que corren (el libro resumen de la reunión ha vendido más de 250.000 ejemplares), que se aborde el tema no desde las soflamas de curanderos y charlatanes buenistas sino desde personas armadas de herramientas científicas y filosóficas, y que, al final, la experiencia haya podido convertirse en noticia periodística. Ha pasado en Francia. Resulta interesante. Ahora nos falta leer el libro. Y hacer algo al respecto, claro.

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