domingo, marzo 15, 2009

Fernando Gurriarán



Otro amigo que entra, con todos los honores y por propio pie, en la cofradía de los sesentones. Y eso que hizo falta montarle toda una encerrona. Se lo llevaron de excursión lejos de casa y al regreso se encontró colapsada la salida de la autopista con una pancarta y un montón de gente tras alguien, megáfono en mano, que gritaba consignas. ¡Vaya cómo se ha puesto la cosa, nos contó que pensó! Ahora vienen a protestar a la misma autopista. Mira, le dijeron, pone Fernando en la pancarta. Sí, pero no soy yo, se rió. Y ahí empezaron a entrarle las dudas. ¡Estos cabrones...!

Y era él. Le habían montado una entrada monumental en su casa donde le esperaban miles de sorpresas de aniversario: gaiteiros, una peli biográfica, escritos, canciones y un menú de 5 estrellas como para un ejército. Y eso fue lo que se encontró cuando llegó a su casa en la Garrida viguesa, un ejército de amigos que lo esperaban para celebrar con él un aniversario tan significativo.


Yo tuve menos suerte que los demás. Para poder estar en Vigo por la tarde tuve que apresurar todo el horario. Tenía una conferencia esa mañana en Pamplona. Comencé a las 10 como estaba previsto pero la acabé a las 11, 30 pasadas y eso que mi avión salía a las 12. Así que todo fueron prisas y urgencias. Pero llegué a Santiago a la hora prevista, las 5 y pico de la tarde. Cambiarse de ropa deprisa y enseguida salir para Vigo. Lo que no había previsto era que el GPS estaba mal informado y desconocía absolutamente dónde se encontraba La Garrida. Así que nos perdió en Vigo y así anduvimos más de una hora, yendo de la ceca a la meca, sin nadie que supiera informarnos fidedignamente (a cada pregunta que hacíamos, más lejos acabábamos del lugar). Y al final, ya desesperados, resultó que nos encontramos con una casa conocdida y donde sonaban las gaitas. ¡Allí era, felizmente!


Fue una tarde memorable con 70 u 80 personas amontonadas en el precioso albollo de nuestro amigo, con comida y bebida por todas partes y con muchas ganas colectivas por cantar. Nos habían preparado un dossier con las típicas canciones que casi todo el mundo conoce y después que ya no podíamos más de chorizos, empanadas, quesos, tartas, dulces y otras viandas exquisitas y abundantes nos pusimos a cantar. Afortunadamente contábamos con dos o tres guitarristas enterados y un acordeonista paciente, capaces de dar el tono. Así que nos convertimos en scouts bullangueros y repasamos todo el repertorio musical de campamento juvenil. Pas mal!


Así que otro amigo que entra en esa etapa especial de los sesenta. Parece que se cruza una línea muy particular. Como me tocará hacerlo dentro de pocas semanas, miro expectante a los que me van precediendo a ver qué dicen y cómo lo hacen. Lo curioso es que no parecen asustados, ni especialmente afectados. Quizás no sea tan grave después de todo.


Un abrazo muy fuerte, Fernando. Yo te había preparado un texto por si había oportunidad de leértelo in situ. No tuvo caso, así que te lo adjunto en el blog.

Me encantó haber podido participar en tu fiesta. Espero tenerte también en la mía.








DEDICADO A FERNANDO


FELICIDADES FERNANDO

Nuestro amigo Fernando Gurriarán cumple sesenta años. Y yo quisiera celebrárselo con un estribillo comentado:

A los sesenta uno se asienta, se amiga, se abuela, se agrela, se silencia, se hace plural…

Dicen que no es una buena edad. O quizás sí, no lo sé. Lo seguro es que es una edad grande como uno de esos picos nevados que dan para poder ver un amplio panorama por cada lado. Y eso, lo que ves desde allí, es lo que hace que la edad sea buena o mala. Edith Piaf (que debe ser de nuestra época) cantaba aquello de Non, je ne regrette rien (no me arrepiento de nada). Ni siquiera de los errores que hayamos podido cometer. Y seguro que eso es lo que podría cantar ahora Fernando: no me arrepiento de nada. Casi seguro, porque…

A los sesenta uno se asienta, se amiga, se abuela, se agrela, se silencia, se hace plural…


Lo de asentarse no es que sea muy Gurriarán, pero Fernando rompió bastante los patrones de su clan familiar. Siempre ha jugado a ser antiprotagonista, alguien que prefiere dejar a los demás brillar con su luz antes que deslumbrarlos con su propia claridad. Sabe estar sin quedarse, ayudar sin comprometer, sin condicionar. Así ha sido siempre y ahora, a los sesenta, está como esos tipos cachazudos que han vivido mucho, que están de vuelta de muchas cosas y que, a trancas y barrancas, han logrado hacer una síntesis cojonuda entre experiencia y juventud. Y es que…

A los sesenta uno se asienta, se amiga, se abuela, se agrela, se silencia, se hace plural…

Hablar de amigarse con Fernando es una pura redundancia. Ahí, a su alrededor, han estado siempre sus amigos peleando, disfrutando, soportando y, sobre todo, compartiendo. La suya es una amistad silenciosa, segura, sin exigencias. Da lo mismo que hayan pasado meses sin vernos porque todo sigue siempre igual. Igual de vivo, de atractivo. Y , como fuentes nutricias, ahí han estado, durante años, los magostos anuales que han sido ese meeting point de gentes de mil colores y equipajes, pero todos con la marca común de la amistad y el cariño de Fernando y Ángeles.


A los sesenta uno se asienta, se amiga, se abuela, se agrela, se silencia, se hace plural…

A los sesenta uno se abuela. Llegar ahí, a la cima es como una marca de calidad que demuestra las buenas raíces. Y ahí estuvo Fernando, con una vida familiar intensa con su Ángeles y sus angelitos, Xiana y Sabela. Seguro que no siempre ha sido fácil. O quizás sí, no sé pero, desde luego, lo cierto es que ha sido siempre un compromiso bien asumido. Y así hasta los 60 como la gente de raza (¡aquel 49 debió ser un año de buena cosecha, abofé!)
Y ahora llegó Mariña y con ella una sobredosis de proteínas familiares. Ya sabemos que los retoños nuevos son como un comenzar de nuevo en casi todo. Nuevas risas y lloros, nuevas tareas a recordar, nuevas ilusiones. Una nueva primavera. Volver a empezar. Porque la vida de este nuevo sesentón ha tenido mucho de espera de este momento: estudiante de medio pelo, novio insistente, marido abnegado, padre exigente y, ahora, por fin, abuelo dichoso. Un carrerón…

A los sesenta uno se asienta, se amiga, se abuela, se agrela, se silencia, se hace plural…

Y uno se agrela. Por culpa del latoso colesterol o cualquiera de las otras muchas averías que nos amenazan. Dicen de las mujeres que a partir de una cierta edad o se ajamonan o se amojaman. ¡Suerte la de ellas!, porque en los hombres la cosa está aún peor porque la única alternativa es que te ajamonas. A pesar de las verduritas diarias de las que te atiborras ilusionado hasta tener cara de grelo. Y ni por esas, no hay manera de disimular la panza. Y en Fernando esa batalla cotidiana (que casi todos perdemos) ha resultado aún más difícil porque tiene a su lado a esa Ángeles inmisericorde que puede comer lo que le dé la gana y no gana ni un gramo. ¡Y cómo joroba eso!

A los sesenta uno se asienta, se amiga, se abuela, se agrela, se silencia, se hace plural…


No, no es que Fernando haya sido silencioso. Lo suyo es que apenas podía meter baza. Ha sido el hombre de los paréntesis. El habla cuando Ángeles deja un huequito libre. No habla, pero se ve que piensa mucho, que da vueltas a las cosas, que tiene mucha vida interior y una gran conversación, como buen ourensán. Por eso, de vez en cuando habla, y cuando habla hasta los obispos se asombran…

A los sesenta uno se asienta, se amiga, se abuela, se agrela, se silencia, se hace plural…

Pero al final, lo más importante es el Fernando plural, el Fernando de las mil vidas, de los mil magostos, de los mil amigos. El Fernando del banco que huía de puestos relevantes, el Fernando de los mares, el de las playas nudistas, el de las comunidades de base, el Fernando de las eternas obras en casa, el Fernando de las convocatorias multitudinarias a sus magostos. En fin, ese Fernando plural que todos los que estamos aquí hemos conocido durante estos años de la larga travesía hasta los sesenta.

Y hete aquí que, entre chuflas y gaitas, nos hemos puesto en los 60. Y no es fácil, vamos eso dicen, cumplir los sesenta porque el tiempo se va acelerando hasta coger una velocidad de vértigo. Y así, como en un suspiro pasan los días y las cosas. Y aquello que parecía tan lejano se te pone delante como un espejo para que te veas y rumies nostalgias. Y allí aparecen, como en un cortometraje unipersonal lo que fuimos en todos esos años. A algunos les asusta esa visión. Estoy seguro de que a ti no. Tu guión fue simple pero lleno de intensidad: la familia, la salud, el trabajo, la familia, el ocio, la pareja, la familia, los hijos, la familia, los amigos, la comunidad, la familia… Y así en un largo ritornelo, con una cadencia armónica que te ha ido llevando de aniversario en aniversario, de fiesta en fiesta, de sueño en sueño. No han faltado los momentos dramáticos, como en las buenas historias que cuentan la vida real. Y así, hasta hoy, cargado de experiencia y, como habrás podido ver, del cariño de mucha gente que ha tenido la suerte de compartir contigo parte de esa epopeya.

En fin, querido amigo Fernando, felicidades. Puede que sea verdad lo que decía la señora sesentona de que la mejor manera de enfrentarse a un cumpleaños de este tipo es hacer todo lo posible por sacártelo de la cabeza. Pero no sé si con eso bastará. En cualquier caso, lo mejor que podemos hacer es no quitar años a la vida sino ponerles mucha vida a los años. De eso podemos aprender mucho de ti.

Un abrazo muy fuerte sesentón y felicidades de nuevo.

Miguel Zabalza



domingo, marzo 08, 2009

Mi hermano Rafa.


Es importante tener hermanos así..
Esta vez no pensaba ir a Puebla porque mi recorrido mejicano no pasaba por allí. Y porque deseaba, sobre todo, volver a casa cuanto antes. Pero, al final, unos Idus de Marzo adelantados (los idus eran días de buenos augurios que tenían lugar los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre) hicieron que tuviera la suerte de pasar unas horas en Puebla, de coincidir con mi hermano que estaba regresando ese mismo día de Las Vegas y de poder pasar un rato en familia.
Había coincidido en el viaje con una profesora bilbaína (Nélida Zaitegi) que también iba a Oaxaca a impartir una conferencia. Viajaba con su esposo Eladi. Nos conocíamos poco pero fue suficiente para que compartiéramos la experiencia de este largo viaje. Visitamos juntos las maravillas de Oaxaca en compañía de las amigas Mari Cruz y Minerva y allí quedaron mientras yo continuaba mi periplo. Luego nos volvimos a encontrar en Puebla donde ambos teníamos sendas conferencias.
Esto sucede muchas veces y en muchos viajes, pero esta vez fue algo especial. Y todo gracias a mi hermano Rafael. A él va dedicada entra entrada al blog. Y no sólo porque tuvo la santa paciencia de acudir a escucharme, sino por su enorme calidad como anfitrión Bastó que le dijera que estaban en Puebla unos amigos de Bilbao implicados en las mismas andanzas académicas que yo para que inmediatamente organizara un encuentro en su casa con sus amigos Garay y Ma. José de Portugalete. Y fue una fiesta memorable. Comimos, bebimos, comentamos (discutiendo duramente, como debe ser entre gente de casta) las novedades políticas del momentos, hicimos chistes, escandalizamos a la buena de Guadalupe y acabamos todos medio cogorzas a base de buen vino y otras delicias que Rafa siempre guarda para ocasiones especiales. “Hacía tiempo que no veía tan contento a Eladi”, nos reconoció Nédida. Y ni siquiera bastó esa cena, pues enseguida organizó una nueva comida al día siguiente para todos juntos en un buen restaurante.
Obviamente, a la mañana yo estaba hecho unos zorros y eso se notó en el seminario de 4 horas que tenía que realizar en la Universidad. Pero me sentía tan lleno de alegría y de satisfacción fraterna que me importó poco (eso sí requerí de media docena de cafés y otras tantas botellas de agua). Me hizo feliz sentir la gran capacidad de Rafa para atender como si fueran amigos de toda la vida a personas que acababa de conocer y con las que no tenía más compromiso que el habérselo pedido yo. No hace cuestión de la trabajera que eso pueda suponer, no repara en costes, no se plantea si él mismo está cansado o no (por cierto, que habían regresado de Las Vegas el día anterior con un constipado fatal tanto él como Rossi), no te pide nada a cambio, ni siquiera que colabores. Simplemente, se pone manos a la obra y te cumple el capricho.
Mi gustó mucho ver disfrutar a los amigos, sentirse felices. En esa ocasión estaba yo presente y lo pude ver, como otras muchas veces, con mis propios ojos (y con el hígado y los riñones, a los que tendré que someter a una lubricación intensiva en los próximos días). Pero ha sido parecido, aun sin estar yo, cuando le he avisado que otros amigos o amigas pasaban por Puebla.
Eres un magnífico anfitrión, hermano. Sabes tratar a la gente con esa cordialidad y proximidad que les hace sentirse bien enseguida. También los papás lo han sabido hacer muy bien durante toda su vida. Ellos, obviamente, en la medida de sus recursos. Aún me preguntan por ellos compañeros que sólo los han visto una vez que los llevé a comer a casa. Quedaban impresionados de la amabilidad y el cariño que se les hacía sentir. Y, ahora, algunos de los hermanos lo habéis heredado con creces. Da mucho gusto.
Tendría que decirte gracias, una vez más. Pero siento que eso es poco, porque se trata de un sentimiento profundo e intenso de orgullo, de saberse hermano de personas que son capaces de mantener e incrementar esa cualidad de la hospitalidad y la amistad desinteresada. He regresado de México emocionado, Rafa, y quería que lo supieras. Un enorme abrazo para ti y para Rossi.

Volviendo de México

Y de nuevo por el blog. Ha sido una ausencia extraña, también para mí. Pero supongo que esas cosas pasan. Son momentos de un cierto vacío, sin cosas que contar. O con demasiadas cosas por contar y escasa esperanza de que resulten interesantes para nadie. También es una terapia personal que te requiere un periodo de silencio, de ordenar ideas, de no tener que preocuparte por qué decir ni por qué pensar en los demás cuando escribes. En fin, qué más da. La cosa que es no deseo una obligación más, aunque fuera agradable y me gustaría dejar el blog para momentos en que, realmente, me apetezca contar algo.
Como hoy, por ejemplo, recién llegado de México. Aun está mi organismo alborotado (estoy escribiendo esto un domingo a las 7 de la mañana porque ya no soy capaz de dormir) pero tengo una sensación espléndida del viaje. Y eso pese a que ha sido agotador, toda una tournée por 4 estados mexicanos y por 4 instituciones universitarias en tres de las cuales no conocía a nadie. Pero sigo pensando que eso en México es un asunto venial. Son todos tan amables, se desviven tanto por ti que te sientes como si estuvieras en casa.

La parte académica ha sido todo un éxito. Si por ellos y ellas fuera, podría quedarme a trabajar en México o estar viajando cada semana a una institución distinta. Tantas invitaciones te abruman. Todos quieren que vuelva y, además, no así en una visita relámpago sino para una temporadita de forma que pudiéramos entrar más en profundidad en los asuntos. Se han hecho conmigo cientos de fotografías. Andaba por allí Juan Delval y me decía que si cobráramos 3 pesos por cada fotografía regresaríamos ricos. Es cierto que les interesaba la figura no la persona, pero así y todo, resulta agradable porque veías su alegría, su orgullo (lo pondremos en la WEB del Instituto, me decían), su deseo de sentirte cerca (“no doctor, así no, abráceme”). En fin, ingenuo que es uno. Y hombre, al fin y al cabo. De todas formas, espero que luego no hagan vudú con las fotos.
Esta vez, la gran protagonista cultural del viaje ha sido Oaxaca. Una ciudad realmente preciosa. Me recordó mucho a Puebla, pero con un centro histórico mucho mejor conservado. Una delicia para poder pasear por ella, para entretenerte en sus iglesias y Museos, para no dejar de ver cosas en cada esquina. Eso sí, caía la tarde y aquello parecía un desierto, aunque para nosotros daba lo mismo pues estábamos tan cansados que lo único que apetecía era irse a dormir. Y luego la parte arqueológica fue toda una gozada. Un día nos fuimos a Mitla (lugar del descanso para los muertos) y otro a Monte Albán, toda una experiencia en la cultura zapoteca. Aquellos espacios inmensos con sus edificios pétreos, sus pirámides, sus imágenes de figuras humanas y animales, las vistas del valle… Da un poco de susto ser español en aquel contexto (oí a uno de los guías de otro grupo que decía que todo aquello lo habían destruido los españoles). Una maravilla, en todo caso.


Por cierto, que he descubierto que en Oaxaca, en esa fiesta preciosa que llaman la GALAGETZA, utilizan los gigantes como en Tafalla, aunque hay que reconocer que con mucha menos gracia para bailarlos que allí. Eché de menos a Paula para darle ritmo a la cosa. Hasta estuve yo mismo a punto de ofrecerme a bailar a alguno.

Y después, la correría por aeropuertos y universidades. San Luis Potosí para trabajar con la Benemérita y Centenaria Normal del Estado; el Distrito Federal para compartir curso y taller con la Universidad Paramericana a quienes no conocía de nada; y como postre inesperado (eso no estaba previsto y hasta hubieron de cambiar mi billete de regreso) la visita a Puebla para trabajar con la Autónoma de Puebla. Cada una de ellas con gentes distintas, con orientaciones pedagógicas muy diferentes, pero todas encantadas de poder compartir sus preocupaciones y enormemente generosas a la hora de valorar mis aportaciones.
Bueno, pero lo mejor de todo, la gente. Cada viaje que hago a México es como un doctorado en ciudadanía y amistad. Vas conociendo gente que derrocha amabilidad (en cada actividad de que realizas son muchísimos los que se te acercan para preguntarte si deseas alguna cosa: un cafecito, agua, una galleta, lo que sea, pero la cuestión es que están pendientes de ti, te cuidan, sientes el aprecio de una manera casi física). He tenido experiencias bastante similares en otros países iberoamericanos, pero lo de México me tiene anonadado.
Y no es sólo la amabilidad ambiente. Luego están las personas concretas que se hacen cargo de ti y te miman hasta más no poder. José Miguel y Maru como organizadores del evento de Oaxaca, siempre atentos; Minerva y su amistad inquebrantable. Mari Cruz, una persona encantadora que no me conocía (sólo por amigos comunes) y que se desvivió por todos nosotros hasta el punto de estar dispuesta a perder fiestas familiares (cosa que por supuesto no permitimos) por atendernos a nosotros; Dalid en San Luis Potosí dándonos tiempo a recordar viejas nostalgias de su paso por Santiago de Compostela. Maite y la gente de la panamericana, amables hasta la exageración, en el D.F. resolviendo cuantos problemas se fueron presentando. Y Guadalupe en Puebla, insistente primero como corresponde a cualquier organizador que quiere montar un evento en pocos días, y cordial y ayudadora en todo el tiempo, incluidos los momentos de farra en casa de mi hermano Rafael. Todos ellos son una muestra de esa dimensión afectiva que aún se conserva viva en México y que aquí vamos perdiendo.
En fin, una experiencia que llena de satisfacción. No estoy muy seguro de que les haya aportado mucho, aunque sus caras y comentarios desmentían mi insatisfacción. Y hasta hubo quien me susurró “cómo se tiene que sentir orgulloso, profesor, de haber dejado esa profunda huella en todos nosotros”. Gusta oírlo, pero no es fácil creérselo. Estas cosas de las que me han pedido hablar (el trabajo por competencias) es una cuestión de ponerse a trabajar, de dedicarle tiempo. En una charla o en un taller de pocas horas solo puedes iniciar el tema y generar más dudas de las que tenían. De todas formas, me siento contento. Agotado física y mentalmente, pero encantado.