martes, junio 24, 2008

Caos calmo.


Nada mejor para un fin de semana de infarto. El jueves salí para Alicante a dar un curso. Tuve que buscarle hueco con forcex, como en los partos difíciles. Mi agenda de final de curso no admite ya ni una pajita. Menos mal que Felipe me echó una mano y compartimos el compromiso. Pero lo malo de todo esto es que luego llegas allí y son 12 personas a las que tampoco les va la vida por trabajar contigo. Supongo que también para ellos/as es un agobio más en el final del curso. En fin, te queda esa cara de perplejidad autoacusadora de quien se pasa la vida preguntándose “¿qué carajo hago yo aquí?”.Y además Alicante estaba insufrible esos días. Todo en obras, las calles cortadas por la plantà, miles de personas en sus fiestas de San Juan. Un auténtico desastre. Menos mal que el arroz a banda con almejas de El Dársena estaba exquisito.

Y de Alicante a Valencia. De boda. Y en un rato de espera, no pude resistir la tentación de meterme en el cine (los 35º de la calle también invitaban a escapar). Caos calmo, hermoso título y consigna muy adecuada para los momentos que yo estaba viviendo.

Muy interesante, empecemos por ahí. Y eso que a mí, Nanni Moretti no me seduce. Demasiado guapo. Excesivamente contenido. Es una historia que requiere de excesos, de hundirse hasta el final del pozo, de hacer visible la inevitable angustia interior. Pero él es todo contención. Es verdad que transmite muy bien que todo en él es un equilibrio inestable, un caos que mal que bien va controlando a través de rituales casi budistas (repetir compulsivamente listas de cosas, situaciones, personajes, ideas…).Pero todo parece demasiado perfecto, al menos por fuera. Casa mal con el supuesto infierno que él está viviendo por dentro.

La historia es simple y hermosa, aunque los guionistas han ido intercalando elementos que no siempre logra uno entender. Siempre me pregunto por qué se han introducido en el guión ciertas cosas. Alguna razón hay, supongo yo, pero no siempre es fácil entreverla. El protagonista pierde a su mujer en un accidente casero estúpido mientras él juega en la playa a la pelotita y salva de ahogarse a muchachas inconscientes. Tienen una hija pequeña que se convierte en una especie de salvavidas culpabilizante. Ése es el núcleo. Todo el resto es vivir con él su elaboración del duelo. Y eso es lo más hermoso y menos creíble de la historia.

El proceso de reconstruir una ruptura tan dramática es siempre una aventura que cada ser humano vive de una manera distinta. Pero pocas veces sucede con lógica. Tampoco en caos calmo. Moretti se aferra a su hija, quiere estar siempre junto a ella, la espera cada día y todo el día a la puerta del colegio, la convierte, pese a ella misma, en su columna de apoyo. Los hijos salvando a los padres de su propia autodestrucción. Es hermoso. Las tinieblas del adulto ceden protagonismo a la vida y la luz que transmiten los hijos. No es que ellos no sufran (algunos internautas poco sensibles critican la figura de la niña por insensible, pero no es cierto; el sufrimiento de los niños no se mide por su sonrisa externa sino por su desestructuración interna), lo hacen de otra manera. Además ella ha de cuidar de su padre, no puede bajar la guardia ni un momento. Eso sí, hay momentos en los que el guión le hace decir cosas que suenan poco a niña.
Luego, van pasando cosas a lo largo del film y de las esperas eternas que Moretti hace al pie de la clase de su hija. Es como en el programa de Cámera Café de Tele5. Cosas diversas, hermosas también en su diversidad abigarrada. Porque la vida sigue, aunque Moretti quiera dejarla de lado. Y como él no va a ella, es ella la que se acerca a él. Y ahí es donde sorprende el protagonista. Jodido hasta el infinito como está, aún conserva esa calma que le permite ayudar a los demás. Aporta componentes racionales a gente que sin sufrir lo que él ni como él, también están en posiciones muy inestables con respecto a su vida. Así que el caos no está tanto dentro del viudo, sino en la vida frenética y competitiva que llevamos los demás, los que estamos bien. A veces, esas paradas forzadas, dentro de su dramatismo, sirven para introducir calma en el caos que la vida nos organiza.
Creo que es una película que va a gustar a mucha gente. Aparte de lo guapareas que son los dos hermanos (Moretti y Gassman), la música está muy bien, la historia es dramática pero te serena, y para los menos convencionales, la secuencia erótica con entre Moretti y la Ferrari es muy estimulante (aunque no se entiende por qué tanto escándalo en el Vaticano).
En fin, a mí me ha gustado. Incluidos algunos tópicos muy italo-españoles (sólo mujeres esperando a sus hijos en el colegio, por ejemplo; sólo maestras en el colegio,; las peleas matrimoniales sus amigos), la imagen un poco boba del niño con síndrome Down, el magnífico perro (y su no menos espectacular dueña, que uno también se fija en eso) que se pasea a diario por el parque.
Pero me ha gustado, sobre todo, el ver que a pesar de los muchos problemas que todos tenemos, somos, en general, buena gente. La gente se abraza (esa imagen es la que le seduce a la chica del perro de lo que ella ve en la plaza: mucha gente abrazando al padre desolado; mucha gente con la que parece mantener una relación intensa), se ayuda (el viudo recuperado que le invita a spaguettis; el camarero que está pendiente de él; el hermano que se preocupa), está ahí aunque a veces no la sintamos. Eso mismo sentí yo en los tiempos de nuestro accidente de coche. Inicias el proceso en la más absoluta soledad y desamparo y poco a poco se va generando toda una red de apoyos que te lleva en volandas. Están ahí, saben de ti y harán todo lo que esté en su mano para ayudarte. Somos buena gente, en general. Aunque el caso de Moretti, es ya una exageración de bondad laica. Ser tan guapo y tan bueno… no debe ser fácil de llevar.

miércoles, junio 18, 2008

Adorable Brasil


El amor tiene que ser eso. Que digan cosas agradables sobre ti. Si son verdaderas o no, es una cuestión de menos peso (siempre es aceptable una exageración si te hace sentir bien). Creo que ya mencioné en otras ocasiones que mi teoría es que, al final, nos enamoramos de nosotros mismos. Nos enamoramos de aquellos que nos dicen cosas cariñosas, aquellos a los que les gustamos y que nos lo dicen. Es como un boomerang afectivo que al final regresa sobre uno mismo.
Y eso, creo, me pasa con Brasil. Por eso me enamoré del país desde que lo conocí. Te hacen sentirte bien allí, dicen cosas increibles de ti, te encuentras con gente tan amable y cariñosa que es capaz de recuperarte de cualquier depresión o tristeza. Cuando me preguntan, con mirada maliciosa, por qué viajo tanto a aquel país, debería decir eso: es que me quieren. Sólo que, entonces, seguramente no me creerían o malinterpretarían mis palabras. Pero es eso.

Estoy hablando de amores profesionales, por supuesto. Los otros pertenecen a otro negociado. La cosa es que he recibido un mensaje de mi amigo Antonio Novoa, rector de la Univ. de Lisboa que me cuenta que en su último viaje allí, se encontró con una revista brasileña (EDUCAÇAO) en que hablaban de ambos. Decían de nosotros que éramos una parte de los 10 pedagogos que han marcado el Siglo.“10 nombres cruciales para entender la educación contemporánea”. ¿Puede haber una exageración más agradable? Y en portada
Pues allí estoy yo (de décimo, claro, que casi me caigo de la lista). Y junto a nombres que te dejan sin respiración: Malaguzzi, Ferreiro, Brougère, Nóvoa. En fín, un premio tan inmerecido como gratificante. Pero así es el cariño. Lleno de exageraciones dispuestas a hacer feliz al otro. Los adoro. Pero si hasta han escogido para su caricatura una fotografía mía bien antigüa en la que aún tengo pelo y negro. Son un cielo.

domingo, junio 15, 2008

Infartos argentinos

Una aventura inesperada este viaje a Argentina. Esta vez no se ha cumplido aquello de que lo que "bien empieza bien acaba". Las cosas empezaron bien. Los vuelos todos en hora. Los encargados de recogerte en los aeropuertos (aqui les llaman remis) casi en hora (cuando llegue a Buenos Aires no habia nadie con mi nombre y empezo la angustia, pero enseguida me vi en una columna de papeletas). En fin, todo segun lo esperado (salvo que tampoco esta vez Iberia tuvo la amabilidad de pasarme a Bussiness; esto se esta convirtiendo en habitual asi que me voy a tener que replantear eso de la fidelidad a toda costa a la compania). Pues eso, llegue a Santa Fe y alli estaba mi tocayo Miguel esperandome para llevarme al Hotel. Y despues por alli vinieron Anabel y Francisca para atenderme con toda la amabilidad de que siempre son portadoras las gentes de por aqui.
El taller sobre docencia universitaria se mantuvo dentro de un orden. Esta vez varie el formato y estuvo bien, porque me hubiera ido con la idea de que todo habia sido un exito y que los habia dejado flipados, y de eso nada. En el fondo mantenian, al menos algunos, muchas reticencias sobre lo que les dije. Y eso me llevo a discutir con los criticos. En fin, ya hablare de eso en otra entrada.
El Congreso tambien bien. La conferencia que llevaba preparada tuve que variarla porque habia entendido mal quien era el publico. Bueno, quedo bien y recibi muchas felicitaciones.
Asi que no tendria de que quejarme. Comi Surubi que es un pescado de rio que ya habia probado en Manaos. Rico, aunque no comparable con los nuestros de Galicia. Tambien saboree buenas carnes, entre ellas el mitico bife de chorizo. Bien, pero sin exagerar. Prefiero la carne de Porto Alegre, quizas porque te la van sirviendo a los pocos y la difrutas mas. Y tome buen vino argentino, aunque sin el sibaritismo que me habia aconsejado Felipe. Bebedeiro.
El drama fue (esta siendo: escribo esto en la sala VIP del aeropuerto de Ecieza, como se puede ver con un ordenador sin acentos, no entiendo por que lo hacen) el regreso. El drama es siempre la Argentina, me decian dos colegas que venian conmigo desde Santa Fe hasta Buenos Aires, por carretera porque los fines de semana no hay aviones. El campo argentino esta levantado en armas contra el Gobierno. Y la pagan haciendo cortes de trafico. El Viernes parecia que la cosa iba amainando pero el sabado a primera hora hubo un corte en el que intervino la policia y arresto a uno de los cabecillas. Asi que se echaron a la calle todos los agricultores con miles de cortes. Imposible viajar. Pero nosotros teniamos que llegar a Buenos Aires para tomar el avion el domingo. Lo dicho, una aventura.
Al poco de salir ya nos encontramos el primer piquete. No se podia pasar. Ninguna excusa era v'alida. Echamos para atras ytratamos de sortearlos entrando por carreteras de monte. Milagrosamente lo logramos. Pero fue una alegria corta porque al poco habia otro piquete, otro corte y cientos de vehiculos retenidos. Vuelta para atras hasta encontrar algun paisano generoso que nos diera ideas para sobrepasarlos por trochas inenarrables. Nos llevo dios y ayuda, tuvimos que ir hacia delante y hacia atrasy llegar, a veces, a lugares por los que no se podia seguir, pero lo conseguimos de nuevo. Pero no servia de nada al poco aparecia otro piquete y otro corte. Un tipo nos disjo que hacia cuatro dias que habia salido de Buenos Aires cara a Santa Fe y alli estaba sin poder avanzar al otro lado del piquete. Nuevo asesoramiento con un paisano y alla nos lanzamos por un camino de tierra imposible. No eramos los unicos. Y de pronto otro corte: un jergon, unas ramas, y dos hierros. Y unos jovenes al lado. Esto es coima, dijo enseguida el chofer. Y efectivamente: te doy 10 pesos si me abres, ledijo a uno de ellos. Dicho y hecho. Santo Cielo, pense, tipos espabilados como estos pueden poner trabas cada 100 metros y hacer imposible cualquier avance. Pero fue el unico. La angustia era que en una de esas te parara un piquete y para cuando quisieras volver para atras hubiera otro piquete que te impidiera regresar. Quedariamos asi en medio de ninguna parte. Y Buenos Aires a 300 Kms. Varias veces estuvimos a punto de renunciar. Ademas anunciaban piquetes enormes en puntos estrate gicos por los que necesariamente deberiamos pasar. Pero seguimos. Se iba echando la noche y hacia un viento frio del carajo. Y afortunadamente lo piquetes se fueron retirando de las vias principales. Parecia un milagro. Pero asi y todo tardamos casi 10 horas para hacer esos 400 kms. Y eso que el chofer, en cuanto cogia un trozo de autopista se ponia a 150 Kms. por hora (otra angustia anadida). En fin, llegamos. Pero el hotel al que teniamos que ir no nos podia recibir (los clientes que deberian dejar libres nuestras habitaciones no habian podido salir por culpa de los piquetes y se habian quedado en el hotel). Asi que nos transfirieron a otro hotel, o lo que fuera. No estaba lejos pero era malo con categoria. Con animos tan decaidos como los que nos quedaban, ninguna posibilidad de protestar. Asi que cai en la cama como un bulto. Me desperto un mensaje al movil a las 7 de la manana. Era de Iberia: habian cambiado el horario del avion, que les llamara. Eso hice y me informaron que lo habian retrasado tres horaspor llegada tardia del avion, que perdia mi conexion en Madrid y que me la cambiaban por otra posterior. Algo asi tenia que pasar, pense. Y veras como tampoco esta vez me pasan a bussiness. Esta cantado.

martes, junio 10, 2008

La agenda

No sé como valorarlo. ¿Podéis creer que una agenda pueda volverse en contra de su dueño? Pues la mía lo hace. Me está puteando desde hace varios meses. Quizás desde antes, pero ha sido últimamente cuando yo me he dado cuenta. Yo ya veía que algo estaba fallando. Me faltan días. Huecos que yo había reservado como espacios libres resulta que ahora los encuentro ocupados. No entiendo cómo lo hace, pero es una auténtica campaña sádica contra mí. Porque sabe que es ahí donde me duele.

Así que voy de asombro en asombro. Me encuentro con compromisos que tenía asumidos cambiados de fecha. Otros que desaparecen de la agenda o son sustituidos por otras cosas. Días en los que hay apuntadas varias actividades incompatibles. Semanas en las que desaparece algún día. Huecos que yo estaba seguro que había guardado para mí que aparecen ocupados por actividades inesperadas. Un caos. Me tiene montado un cisco tan monumental que no sé como voy a salir de ésta. Es como una pesadilla. Hasta estoy viendo que algunos días de Agosto (¡de Agosto, por dios!) aparecen con compromisos.
No sé que hacer. Es una Luxindex. Yo la tenía por buena agenda, pero esto que está pasando me da mucho que pensar. La he amenazado con pasarme a un PDA. Pero temo irritarla aún más y que me haga coincidir una reunión de Departamento con un viaje a Venezuela. Es que su crueldad no tiene límites.

domingo, junio 08, 2008

Aritmética emocional.


¡Qué título sugerente! Eso fue lo primero que pensamos al revisar la cartelera. La acababan de estrenar el viernes y eso era otro punto a su favor. Luego, cuando nos percatamos del plantel de actores que participaban (Susan Sarandon, que está espléndida pese a sus muchos años; Max von Sydow, al que hacía una eternidad que no veía; Christopher Plumber) ya no tuvimos dudas. Y no nos equivocamos. Una gran película en todos sus apartados: una historia preciosa, una fotografía espectacular con unos traveling curiosos; unos paisajes de ensueño. Lo tiene todo aunque puede resultar pesada a quienes estén acostumbrados al cine de acción porque lo que tiene es poca acción. Es una película de interiores. Bucea en las personas, las analiza, hace una deconstrucción de las biografías y los sentimientos. Al más puro estilo Bergman (la presencia de von Sydow recuerda constantemente a sus trabajos con él).
La historia que cuenta es una historia doble. Un profesor de historia en la universidad compagina sus clases con el cuidado de una granja. Vive allí con su esposa, su hijo y un nieto. La esposa, Melanie (Susan Sarandon, la gran protagonista del film)se dedica a escribir cartas intentando reencontrar a personas que pasaron por los campos de concentración nazis, experiencia que ella misma había vivido de niña. Los encerraron en Drancy, el campo de reclusión instalado por los alemanes en las afueras de París durante la II Guerra Mundial. Allí conoció a otro preso niño como ella y a un adulto. Con ambos construyó una profunda amistad y una gran complicidad. En sus pesquisas sobre censos y destinos de los judíos descubrió que Jacob, a quien había llevado después a Auschwitz, seguía vivo. Ella le escribe y la historia comienza cuando Jacob le anuncia su visita. Y llega a la granja acompañado de Christopher, aquel niño del campo de concentración que fuera el gran amigo de Melanie. Así que la historia pasa en la actualidad pero se entiende sólo en relación al pasado. Presente y pasado se van vinculando con constantes flashback.
No he logrado entender muy bien el porqué del título. Se habla de “ecuación” o de principios, pero no sé a qué viene lo de la aritmética. Quizás porque Melanie, siguiendo las instrucciones de Jacob, había seguido tomando puntual nota de los movimientos de llegadas y salidas de gente en el campo: número, edad, sexo, etc. Quizás fuera eso. En cambio, lo de “emocional” está claro. Todo el film es una pura emoción contenida. Podría titularse “radiografía emocional” porque eso es lo que sucede.
Pasar por un campo de concentración debe ser una experiencia espeluznante. Aunque sobrevivas te quedan muchas zonas muertas por dentro. Y eso es lo que les pasó a los tres protagonistas. Son incapaces de superar aquellos traumas. Menos aún en el caso de Melanie, pues ella continua hurgando en las heridas, buscando a los desaparecidos, tratando de que aquel horror no se olvide: “sobrevivimos para poder contar lo que pasó”. Pero, en todo caso, no es una película sobre el exterminio nazi (de hecho, las veces que los recuerdos les llevan a aquellas fechas no aparece ninguna escena dolorosa, solo el cariño que existía entre los tres, sus encuentros). Destrozos aparte, lo que quedó de aquellas experiencias, fue una gran fascinación por Jacob y un gran amor infantil entre los niños. Y eso es lo que tratan de ajustar en la película.
Claro que sus vidas siguieron. Melanie es ahora una mujer casada, aunque no parece que las cosas vayan bien con su marido (somos “guerreros en el campo de batalla del matrimonio” dice ella). Él la considera una enferma y ella lo tiene por un pervertido (“¿a qué estudiante aduladora se estará follando en este momento?, le pregunta-afirma a su hijo en un momento en que hablan de él). De la vida de los otros dos se sabe poco, salvo que también están tocados. Jacob, al que le maltrataron durante años ha perdido su vitalidad y su memoria. Christopher se dedica a estudiar a las avispas y es una persona reconcentrada que añora sus amores infantiles con Melanie. Y ése es el meollo de la historia: cómo las personas pueden (o no pueden) reconstruir sus vidas tras una experiencia tan dura. Y sobre cómo los que conviven con ellos deben padecer las secuelas de tanto sufrimiento.
Y no es fácil. El director nos lleva hasta los sentimientos profundos de cada personaje. Por eso es una película de interiores. Y lenta. Las ecuaciones que le sirven de eje son que “si uno ha pasado por un campo nazi hay que ser condescendientes con él”; “si uno ha pasado por un psiquiátrico hay que cuidarle mucho y tratarle con cariño”. Pero la más dolorosa de todas es la consideración de que “si vives con alguien que ha padecido tanto, tú no tienes derecho a quejarte de tus males que nunca serán comparables con aquellos”. Esa es la queja del marido. Y resulta creíble al ver su relación y las reacciones de su mujer: unas veces nerviosa y deprimida, otras cariñosa, otras enloquecida, otras con ataques de asma. Resulta difícil compaginar el papel de enfermero, de compañero, de amante. Y sin embargo se quieren mucho. Llega a producir dolor sentir la angustia de David, el marido, sus celos controlados, su preocupación. Y ella, a veces, resulta tierna hasta hacerte llorar (preciosa la escena donde ella se queja de que él no le dice “te quiero” y le mueve con sus manos la boca y los labios para que lo diga).
Es difícil salir del atolladero en que cada uno se encuentra metido y en las relaciones cruzadas (unas patológicas, otras frustradas, algunas felices pero todas intensas) que se van haciendo visibles a lo largo del film. Y una moraleja: sólo la sinceridad, el afrontar abiertamente los problemas puede hacer posible la reconstrucción de los afectos. Por eso la película acaba bien. Todos se confiesan con todos, todos hacen saber a los “otros” próximos sus sentimientos. Todo un ejercicio de asertividad. Y como son buena gente uno sale del cine un poco cargado de tanta emoción pero satisfecho por cómo las han ido elaborando. Y con la impresión de que ha asistido a una película memorable.

Los detalles.



Uno lo escucha y se asusta. Me contaban la crisis de una pareja toledana (versión de ella) que estaban a punto de separarse. Tienen dos hijas. Se separaban por los detalles, decía ella. Son pequeños detalles que se van acumulando y, al final, el vaso se desborda. Hasta aquí es fácil de entender. De libro. Cualquiera sabe que la convivencia se hace de pequeños detalles. Parece obvio que algunos entran en la cuenta del “haber” y otros lo hacen en la cuenta del “debe”. Todo normal. Lo que asusta es cuando comienzas a saber cuáles son esos detalles. Quien me lo contaba puso algunos ejemplos. “Es que le falta sensibilidad, justificaba ella. Te figuras, le había contado ella, celebramos el santo de nuestra hija pequeña. Le hicimos una fiesta. Él le trajo un regalo a la niña. Pero no me trajo nada a mí. Con lo que me había costado tener a esa niña…ni siquiera se le ocurrió pensar que me encantaría”. Eso sí que es hilar fino, pensé para mí mientras hacía un rápido examen de conciencia de mi propia sensibilidad. Otro ejemplo: “Tú ya sabes que andamos justos económicamente, contaba. Por eso compro en Día. Para ahorrar. El otro día venía de la compra con 6 bolsas. Apenas podía con ellas al subir las escaleras de casa. Entonces llegaba él. Y sabes qué me dijo: ‘mujer, cómo vas cargando tanto peso, ¿no te compensaría coger un taxi en lugar de ir con tu coche a la tienda, tener que cargar en él las bolsas, tener que descargarlas en el garaje y luego subirlas? Fíjate, en lugar de agradecerme el ahorro y coger él las bolsas, se le ocurre decirme por qué no cojo un taxi. Ahí fue cuando decidí que tenía que separarme, que no podía seguir así”.
Cualquiera con medio dedo de frente puede suponer que tiene que haber algo más. Otras heridas e insatisfacciones que conviertan a estos detalles en elementos cruciales de una separación con todo lo que esto supone de drama personal y familiar. Pero incluso así, asusta un poco, que cosas de ese tipo puedan hacer tambalear una relación. Los detalles…
Estoy seguro, intenté mediar (y autojustificarme, supongo) que si ella se lo dijera así a él, si lo hablara, él estaría de acuerdo, le pediría disculpas y avivaría su atención hacia esas cosas. Estoy seguro que él no se da cuenta de que esas cosas son tan importantes para ella. No, me cortaron, parte del problema es, justamente, eso, que no se dé cuenta, que haya que decirlo, que no surjan de él. Puede, acepté resignado, pero es excesivo castigo para un detalle. Los detalles…
No sé si es algo que me pasa a mí o más gente lo siente. Pero resulta un agobio pensar que cosas de ese tipo, que parecen pequeñas chorradas que le pueden pasar a cualquiera, puedan provocar resultados tan nefastos. Me pongo en la piel del marido de la historia y es para echarse a llorar. Se le puede venir la vida abajo por cosas de las que ni siquiera es consciente. Decir que el problema es precisamente el que no se dé cuenta, a él, desde luego, no le ayuda nada. Es una ignorancia invencible. Puede que esté pensando en que lo importante son otras cosas y a ésas dedique su atención. No lo sé, puede que sea realmente una mala persona y un insensible. Pero creo que cualquiera de los hombres casados o emparejados que yo conozco podríamos cometer esos errores que esta chica le achacaba al suyo. Yo, desde luego, sí. Bueno, en el segundo ejemplo, lo primero que haría sería cogerle las bolsas y luego le diría casi con las mismas palabras lo del taxi.
Reconozco que son importantes, muy importantes, los detalles. Pero tampoco tanto como para sustituir a cuestiones más esenciales. Leí una vez que “amar significa no tener que decir lo siento”. O al menos, no tener que estar diciéndolo todo el tiempo. Se supone que las personas a las que amas o que te aman son lo suficientemente comprensivas como para hacer como que no ven tus errores. Al menos, los pequeños. Ahí está el problema, parece ser, en el tamaño de los errores, que resulta una variable muy circunstancial. Depende de quién vaya a valorar su gravedad. Y además, esa valoración ni siquiera depende solo de que sea una persona u otra, sino del momento personal en que ella se encuentre, de cómo lleve el día, de buen o mal humor con que la cojas. En fin, mil variables. Pero quién no se equivoca en el tono de su voz, en una palabra que dices y te la interpretan de forma muy distinta al sentido que tú querías darle, en olvidarse de una fecha, de un encargo. Los detalles…
De todas formas tengo que confesar que a mí me encantan los detalles. Soy consciente de que también tienen su parte positiva. Para quien los hace y para quien los recibe. Y me encanta cuando alguien los tiene conmigo: una mirada, una caricia, un regalito, una llamada, un mensaje, una frase de apoyo, un gesto de complicidad. Es precioso y te hace sentir bien. También procuro tenerlos yo con la gente que aprecio. Pero pese a todo, desde que escuché la historia anterior, me ha quedo rondando la cabeza este asunto de los detalles como si fuera un enjambre de abejas que me pueden acribillar en cualquier momento. Es que seguro que cada día dejo todo un reguero de detalles sin cumplir. Y eso agobia.

lunes, junio 02, 2008

Mil años de oración.




Esta película es como un bonsai, la ha descrito algún crítico. Y no podría estar más de acuerdo. Es así, algo pequeño, minimalista, pero cuidado hasta en sus más mínimos detalles. Trasluce lentitud por todos sus poros, parece poca cosa, tiene poca historia (poco ramaje) pero te atrapa, te seduce. Te acuna durante la hora y media que dura (aunque sí aquí valiera, como en relación a la temperatura, lo de la “sensación de”, uno podría decir que dura una eternidad).
La historia de Wang es sencilla. Un padre chino, ya mayor, se entera de que su hija, que vive en los EEUU, se ha separado. Y va donde ella para, según él, ayudarla. Lo que menos necesita-desea ella es la visita controladora de su padre, pero lo recibe con esa cordialidad mesurada e inexpresiva de la cultura china. El encuentro padre-hija resulta chocante (chocan en todo), como chocantes son las dos culturas (la japonesa y la americana), las dos generaciones (padres e hijos), las dos biografías.
Lo primero que hay que decir es que es una película impecable. En el guión, en la fotografía (los paisajes y encuadres son impresionantes), en la estructura, en el juego de personajes. En todo. Tuvo bien merecidas la concha de oro del Festival Internacional de San Sebastián a la mejor película y la concha de plata al mejor actor Henry O (que hace de padre chino). Entre él y su hija en el film (Faye Yu) construyen una historia llena de matices. Ella está buscando una salida a su matrimonio fracasado (una nave que naufragó, dice). Pero, en realidad, fue ella la que abandonó a su marido para medio liarse con un ruso casado (pero con su familia en Moscú) con el que tampoco ve claro construir un nuevo proyecto. A eso viene el hermoso título tomado de un dicho chino: “hacen falta 300 años de oración para cruzar un río con alguien en una barca; hacen falta mil años de oraciones para compartir una almohada con alguien”. Me pareció preciosa la frase, aunque poco oportuna para el título de la película (he hecho estábamos 6 en la sala: la gente no se mete en una película con ese título, sobre todo cuando en la sala de al lado están proyectando Indiana Jones VI).
La historia en sí misma es interesante. Las relaciones entre los padres y sus hijas es siempre un mundo lleno de ambivalencias. La de los protagonistas es realmente compleja dadas las distancias de todo tipo que existen entre ellos. Pero lo son siempre. A todos nos gustaría controlar la vida de nuestras hisjas, participar activamente en sus opciones, acompañarlas en sus éxitos y fracasos. En fin, nos cuesta darles la autonomía que reclaman con razón. Pero es igual de compleja la relación de las hijas con sus padres. Su cariño se empaña de dudas; tienen que compaginar amores y reivindicaciones; lealtad e independencia.
Hay otra vertiente en la historia que cuenta el film, que tiene que ver con las culturas y los sentimientos. Me ha gustado mucho ese aspecto. Las lenguas educan, vienen a decir los guionistas. La lengua china no se adapta bien a expresar sentimientos, el inglés sí. Por eso, ella, la hija prefirió buscar un interlocutor más expresivo que su marido chino. Ella necesitaba una comunicación más expresiva. No sé si ése es un problema real de las lenguas. Una vez coincidí en York (Reino Unido) en un curso de inglés con estudiantes japoneses que decían lo mismo. Que en su país los padres no besan a sus hijos, que la gente no se abraza, que les cuesta expresar sentimientos. Si es así, lo tendríamos complicado los latinos. Pero sea o no ése un problema cultural y de lenguas, sí es un problema de relaciones. Las relaciones precisan de esa expresividad. Algunas, mucha. Y cuando falta o cuando se hace minimalista, las cosas comienzan a formalizarse a quedarse en pura formalidad inexpresiva. A morir.
Las relaciones son como las plantas. Y volvemos de nuevo a lo del bonsái. Precisan de sentimientos claros y bien expresados como su alimentación, igual que las plantas precisan el agua (¡claro que yo me cargué hace poco un bonsái porque lo regaba en exceso!). Y, a la vez, cuando la planta (las relaciones) están pujantes ellas mismas provocan humedad y facilitan la expresión. ¡Qué fácil son las cosas cuando resulta natural expresar sentimientos sin miedo! Lo siento por los chinos y las chinas si han de ser así de inexpresivos. Lo tienen complicado. Claro que seguro que se saben otros trucos para ligar y seducir. De dónde, si no, iban a ser tantos millones.

domingo, junio 01, 2008

Duelos latentes


No fue fácil, Javier. Creí que lo tenía más asumido. Pero no. La herida está ahí, a medio cicatrizar. Basta cualquier roce para que comience de nuevo a sangrar con sus secuelas de angustias y lágrimas. Pero no podía dejar de hacerte una visitica. Era el cumple de la Blanqui. Y nos añadimos todos los de Mayo, Iñaki, Ramón y yo mismo. Además también había sido el cumple de Eduardo. Así que aprovechamos para hacer una pequeña reunión familiar. No vino Rafa de Méjico, que llegará dentro de unos días, y también faltaron algunos sobrinos, pero así y todo allí estábamos veintitantos en la comida del Pasarela. Lo de siempre, ya sabes. Mucha comida, bastante bebida, buenos postres, conversación incesante. Y luego el mus y el chinchón. Esta vez, el papá disfrutó como hacía mucho que no lo hacía. Como tenía buenas cartas se podía permitir el lujo de chulearse, sobre todo conmigo. Y se reía como como un descosido. Así y todo le cogí en un par de renuncios. Con lo cual, todos nos divertimos mucho. Pero te seguimos echando de menos. Tu recuerdo es como una nube oscura siempre colgada del horizonte y dispuesta a soltar en cualquier momento una granizada monumental.
La granizada me cogió a mí esa mañana en Tafalla. No podía dejar de hacerte una visita en el cementerio. Los que están allá pueden hacerlo con frecuencia. Yo tengo que aprovechar los viajes. Preferí ir solo. Y menos mal. Luego el papá me riñó por no haberle avisado porque se hubiera venido conmigo. No quiero ni figurarme el espectáculo que habríamos montado los dos allí a moco tendido. Iba tan nervioso que ni siquiera conseguía encontrar tu nicho. Daba vueltas y vueltas y no lo veía. El cuidador me debió ver tan atolondrado que me preguntó si buscaba a alguien. A mi hermano Javier, le dije. Y enseguida me indicó. Está ahí en el centro, con el pañuelico del Osasuna. Y allí me fui. Con miedo, no creas. Pero tú estás allí, tan sereno, tan tranquilo, con esa mirada tan límpia y amigable que el primer momento no es tan malo. Tus hijas escogieron bien la foto. Ése eras tú y ésa es la imagen que hemos guardado de ti en nuestra memoria.
Te pregunté qué tal estabas pero enseguida me di cuenta de que era una pregunta estúpida. Cualquier pregunta que te hiciera resultaría fuera de lugar. Eso lo sé. Y forma parte de la angustia. Pero me moría por saber cosas de ti. Hay tantas cosas que nos quedan por saber cuando alguien se nos va así, de repente. De algunas ya habíamos podido hablar. No mucho, pero sí lo suficiente. Pero me queda ahí un hueco que no consigo llenar con nada. Lo que pasó al final, de lo que sentiste en los últimos momentos, allí tirado en el gimnasio. Es posible que ni te dieras cuenta. O quizás sí. No lo sé, Pachín, pero esos momentos tan definitivos son para mí como una de esas aves negras que revolotean dando vueltas una y otra vez por encima de mi cabeza. Se eternizan en su revoloteo circular y, aunque parezca que de vez en cuando se van, luego vuelven y se instalan de nuevo en sus círculos perversos. En fin, hermanito, allí me pasé un rato contigo dando vueltas, pensando, recordando… Me gustó mucho tu mirada serena. No puedes decir nada, pero esa mirada y esa sonrisa tuya invitan a hablar, a contarte cosas, a pedirte ayuda. Uno se mueve y tú le sigues con la mirada como si no quisieras perder ripio de lo que te decimos, incluso cuando no lo decimos.
No te había visitado desde final de año. Allí me hice, contigo y con tu ayuda, algunas promesas que, mal que bien, se van cumpliendo. No todas, claro. Pero sí algunas que son importantes para mí. Yo ya había tocado fondo por aquellos días. Y te lo conté. Y el eco de tu ejemplo y de algunas de las cosas de las que ya habíamos hablado me ayudaron mucho. Ha pasado medio año, desde entonces. Poco tiempo para procesos largos. Pero se van poniendo los cimientos de ciertas cosas. O eso creo, vamos. No lo sé. Ya te lo contaré más adelante.
Bueno hermano, duele mucho venir por aquí, ¿sabes? Hay que “elaborar el duelo”, decimos los psicólogos. Suena bien, pero cuando te toca a ti, te das cuenta de que ayuda poco. Hay que reconstruir tantas cosas en uno mismo. La muerte es como una demolición. Te deja en ruinas. Como decía nos decía un sacerdote amigo ante la despedida de otra gran amiga, “es pasar de la presencia a la ausencia, de la ausencia al recuerdo, del recuerdo a los recuerdos”. Un penoso viacrucis. Por eso, verte de nuevo en esa hermosa fotografía, sentir tan de cerca tu presencia fundida en una ausencia irreversible (saber que estás ahí y que no estás), echarte tanto de menos y tan de golpe… es duro. Eso sí, consuela el poder pensar en ti, el poderte hablar y contarte cosas (de los papás, de la familia, de uno mismo, del Osasuna), el pedirte ayuda.
Volví a casa para la comida familiar un poco melancólico y malherido. Pero eso se pasa. Ya he comenzado diciéndote que la comida estuvo bien y disfrutamos mucho. También por ti. Siempre estás entre nosotros, Javier.
Me gustó mucho poder hacerte esta visitica, hermano.