domingo, junio 01, 2008

Duelos latentes


No fue fácil, Javier. Creí que lo tenía más asumido. Pero no. La herida está ahí, a medio cicatrizar. Basta cualquier roce para que comience de nuevo a sangrar con sus secuelas de angustias y lágrimas. Pero no podía dejar de hacerte una visitica. Era el cumple de la Blanqui. Y nos añadimos todos los de Mayo, Iñaki, Ramón y yo mismo. Además también había sido el cumple de Eduardo. Así que aprovechamos para hacer una pequeña reunión familiar. No vino Rafa de Méjico, que llegará dentro de unos días, y también faltaron algunos sobrinos, pero así y todo allí estábamos veintitantos en la comida del Pasarela. Lo de siempre, ya sabes. Mucha comida, bastante bebida, buenos postres, conversación incesante. Y luego el mus y el chinchón. Esta vez, el papá disfrutó como hacía mucho que no lo hacía. Como tenía buenas cartas se podía permitir el lujo de chulearse, sobre todo conmigo. Y se reía como como un descosido. Así y todo le cogí en un par de renuncios. Con lo cual, todos nos divertimos mucho. Pero te seguimos echando de menos. Tu recuerdo es como una nube oscura siempre colgada del horizonte y dispuesta a soltar en cualquier momento una granizada monumental.
La granizada me cogió a mí esa mañana en Tafalla. No podía dejar de hacerte una visita en el cementerio. Los que están allá pueden hacerlo con frecuencia. Yo tengo que aprovechar los viajes. Preferí ir solo. Y menos mal. Luego el papá me riñó por no haberle avisado porque se hubiera venido conmigo. No quiero ni figurarme el espectáculo que habríamos montado los dos allí a moco tendido. Iba tan nervioso que ni siquiera conseguía encontrar tu nicho. Daba vueltas y vueltas y no lo veía. El cuidador me debió ver tan atolondrado que me preguntó si buscaba a alguien. A mi hermano Javier, le dije. Y enseguida me indicó. Está ahí en el centro, con el pañuelico del Osasuna. Y allí me fui. Con miedo, no creas. Pero tú estás allí, tan sereno, tan tranquilo, con esa mirada tan límpia y amigable que el primer momento no es tan malo. Tus hijas escogieron bien la foto. Ése eras tú y ésa es la imagen que hemos guardado de ti en nuestra memoria.
Te pregunté qué tal estabas pero enseguida me di cuenta de que era una pregunta estúpida. Cualquier pregunta que te hiciera resultaría fuera de lugar. Eso lo sé. Y forma parte de la angustia. Pero me moría por saber cosas de ti. Hay tantas cosas que nos quedan por saber cuando alguien se nos va así, de repente. De algunas ya habíamos podido hablar. No mucho, pero sí lo suficiente. Pero me queda ahí un hueco que no consigo llenar con nada. Lo que pasó al final, de lo que sentiste en los últimos momentos, allí tirado en el gimnasio. Es posible que ni te dieras cuenta. O quizás sí. No lo sé, Pachín, pero esos momentos tan definitivos son para mí como una de esas aves negras que revolotean dando vueltas una y otra vez por encima de mi cabeza. Se eternizan en su revoloteo circular y, aunque parezca que de vez en cuando se van, luego vuelven y se instalan de nuevo en sus círculos perversos. En fin, hermanito, allí me pasé un rato contigo dando vueltas, pensando, recordando… Me gustó mucho tu mirada serena. No puedes decir nada, pero esa mirada y esa sonrisa tuya invitan a hablar, a contarte cosas, a pedirte ayuda. Uno se mueve y tú le sigues con la mirada como si no quisieras perder ripio de lo que te decimos, incluso cuando no lo decimos.
No te había visitado desde final de año. Allí me hice, contigo y con tu ayuda, algunas promesas que, mal que bien, se van cumpliendo. No todas, claro. Pero sí algunas que son importantes para mí. Yo ya había tocado fondo por aquellos días. Y te lo conté. Y el eco de tu ejemplo y de algunas de las cosas de las que ya habíamos hablado me ayudaron mucho. Ha pasado medio año, desde entonces. Poco tiempo para procesos largos. Pero se van poniendo los cimientos de ciertas cosas. O eso creo, vamos. No lo sé. Ya te lo contaré más adelante.
Bueno hermano, duele mucho venir por aquí, ¿sabes? Hay que “elaborar el duelo”, decimos los psicólogos. Suena bien, pero cuando te toca a ti, te das cuenta de que ayuda poco. Hay que reconstruir tantas cosas en uno mismo. La muerte es como una demolición. Te deja en ruinas. Como decía nos decía un sacerdote amigo ante la despedida de otra gran amiga, “es pasar de la presencia a la ausencia, de la ausencia al recuerdo, del recuerdo a los recuerdos”. Un penoso viacrucis. Por eso, verte de nuevo en esa hermosa fotografía, sentir tan de cerca tu presencia fundida en una ausencia irreversible (saber que estás ahí y que no estás), echarte tanto de menos y tan de golpe… es duro. Eso sí, consuela el poder pensar en ti, el poderte hablar y contarte cosas (de los papás, de la familia, de uno mismo, del Osasuna), el pedirte ayuda.
Volví a casa para la comida familiar un poco melancólico y malherido. Pero eso se pasa. Ya he comenzado diciéndote que la comida estuvo bien y disfrutamos mucho. También por ti. Siempre estás entre nosotros, Javier.
Me gustó mucho poder hacerte esta visitica, hermano.

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