Uno lo escucha y se asusta. Me contaban la crisis de una pareja toledana (versión de ella) que estaban a punto de separarse. Tienen dos hijas. Se separaban por los detalles, decía ella. Son pequeños detalles que se van acumulando y, al final, el vaso se desborda. Hasta aquí es fácil de entender. De libro. Cualquiera sabe que la convivencia se hace de pequeños detalles. Parece obvio que algunos entran en la cuenta del “haber” y otros lo hacen en la cuenta del “debe”. Todo normal. Lo que asusta es cuando comienzas a saber cuáles son esos detalles. Quien me lo contaba puso algunos ejemplos. “Es que le falta sensibilidad, justificaba ella. Te figuras, le había contado ella, celebramos el santo de nuestra hija pequeña. Le hicimos una fiesta. Él le trajo un regalo a la niña. Pero no me trajo nada a mí. Con lo que me había costado tener a esa niña…ni siquiera se le ocurrió pensar que me encantaría”. Eso sí que es hilar fino, pensé para mí mientras hacía un rápido examen de conciencia de mi propia sensibilidad. Otro ejemplo: “Tú ya sabes que andamos justos económicamente, contaba. Por eso compro en Día. Para ahorrar. El otro día venía de la compra con 6 bolsas. Apenas podía con ellas al subir las escaleras de casa. Entonces llegaba él. Y sabes qué me dijo: ‘mujer, cómo vas cargando tanto peso, ¿no te compensaría coger un taxi en lugar de ir con tu coche a la tienda, tener que cargar en él las bolsas, tener que descargarlas en el garaje y luego subirlas? Fíjate, en lugar de agradecerme el ahorro y coger él las bolsas, se le ocurre decirme por qué no cojo un taxi. Ahí fue cuando decidí que tenía que separarme, que no podía seguir así”.
Cualquiera con medio dedo de frente puede suponer que tiene que haber algo más. Otras heridas e insatisfacciones que conviertan a estos detalles en elementos cruciales de una separación con todo lo que esto supone de drama personal y familiar. Pero incluso así, asusta un poco, que cosas de ese tipo puedan hacer tambalear una relación. Los detalles…
Estoy seguro, intenté mediar (y autojustificarme, supongo) que si ella se lo dijera así a él, si lo hablara, él estaría de acuerdo, le pediría disculpas y avivaría su atención hacia esas cosas. Estoy seguro que él no se da cuenta de que esas cosas son tan importantes para ella. No, me cortaron, parte del problema es, justamente, eso, que no se dé cuenta, que haya que decirlo, que no surjan de él. Puede, acepté resignado, pero es excesivo castigo para un detalle. Los detalles…
No sé si es algo que me pasa a mí o más gente lo siente. Pero resulta un agobio pensar que cosas de ese tipo, que parecen pequeñas chorradas que le pueden pasar a cualquiera, puedan provocar resultados tan nefastos. Me pongo en la piel del marido de la historia y es para echarse a llorar. Se le puede venir la vida abajo por cosas de las que ni siquiera es consciente. Decir que el problema es precisamente el que no se dé cuenta, a él, desde luego, no le ayuda nada. Es una ignorancia invencible. Puede que esté pensando en que lo importante son otras cosas y a ésas dedique su atención. No lo sé, puede que sea realmente una mala persona y un insensible. Pero creo que cualquiera de los hombres casados o emparejados que yo conozco podríamos cometer esos errores que esta chica le achacaba al suyo. Yo, desde luego, sí. Bueno, en el segundo ejemplo, lo primero que haría sería cogerle las bolsas y luego le diría casi con las mismas palabras lo del taxi.
Reconozco que son importantes, muy importantes, los detalles. Pero tampoco tanto como para sustituir a cuestiones más esenciales. Leí una vez que “amar significa no tener que decir lo siento”. O al menos, no tener que estar diciéndolo todo el tiempo. Se supone que las personas a las que amas o que te aman son lo suficientemente comprensivas como para hacer como que no ven tus errores. Al menos, los pequeños. Ahí está el problema, parece ser, en el tamaño de los errores, que resulta una variable muy circunstancial. Depende de quién vaya a valorar su gravedad. Y además, esa valoración ni siquiera depende solo de que sea una persona u otra, sino del momento personal en que ella se encuentre, de cómo lleve el día, de buen o mal humor con que la cojas. En fin, mil variables. Pero quién no se equivoca en el tono de su voz, en una palabra que dices y te la interpretan de forma muy distinta al sentido que tú querías darle, en olvidarse de una fecha, de un encargo. Los detalles…
De todas formas tengo que confesar que a mí me encantan los detalles. Soy consciente de que también tienen su parte positiva. Para quien los hace y para quien los recibe. Y me encanta cuando alguien los tiene conmigo: una mirada, una caricia, un regalito, una llamada, un mensaje, una frase de apoyo, un gesto de complicidad. Es precioso y te hace sentir bien. También procuro tenerlos yo con la gente que aprecio. Pero pese a todo, desde que escuché la historia anterior, me ha quedo rondando la cabeza este asunto de los detalles como si fuera un enjambre de abejas que me pueden acribillar en cualquier momento. Es que seguro que cada día dejo todo un reguero de detalles sin cumplir. Y eso agobia.
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