lunes, junio 02, 2008

Mil años de oración.




Esta película es como un bonsai, la ha descrito algún crítico. Y no podría estar más de acuerdo. Es así, algo pequeño, minimalista, pero cuidado hasta en sus más mínimos detalles. Trasluce lentitud por todos sus poros, parece poca cosa, tiene poca historia (poco ramaje) pero te atrapa, te seduce. Te acuna durante la hora y media que dura (aunque sí aquí valiera, como en relación a la temperatura, lo de la “sensación de”, uno podría decir que dura una eternidad).
La historia de Wang es sencilla. Un padre chino, ya mayor, se entera de que su hija, que vive en los EEUU, se ha separado. Y va donde ella para, según él, ayudarla. Lo que menos necesita-desea ella es la visita controladora de su padre, pero lo recibe con esa cordialidad mesurada e inexpresiva de la cultura china. El encuentro padre-hija resulta chocante (chocan en todo), como chocantes son las dos culturas (la japonesa y la americana), las dos generaciones (padres e hijos), las dos biografías.
Lo primero que hay que decir es que es una película impecable. En el guión, en la fotografía (los paisajes y encuadres son impresionantes), en la estructura, en el juego de personajes. En todo. Tuvo bien merecidas la concha de oro del Festival Internacional de San Sebastián a la mejor película y la concha de plata al mejor actor Henry O (que hace de padre chino). Entre él y su hija en el film (Faye Yu) construyen una historia llena de matices. Ella está buscando una salida a su matrimonio fracasado (una nave que naufragó, dice). Pero, en realidad, fue ella la que abandonó a su marido para medio liarse con un ruso casado (pero con su familia en Moscú) con el que tampoco ve claro construir un nuevo proyecto. A eso viene el hermoso título tomado de un dicho chino: “hacen falta 300 años de oración para cruzar un río con alguien en una barca; hacen falta mil años de oraciones para compartir una almohada con alguien”. Me pareció preciosa la frase, aunque poco oportuna para el título de la película (he hecho estábamos 6 en la sala: la gente no se mete en una película con ese título, sobre todo cuando en la sala de al lado están proyectando Indiana Jones VI).
La historia en sí misma es interesante. Las relaciones entre los padres y sus hijas es siempre un mundo lleno de ambivalencias. La de los protagonistas es realmente compleja dadas las distancias de todo tipo que existen entre ellos. Pero lo son siempre. A todos nos gustaría controlar la vida de nuestras hisjas, participar activamente en sus opciones, acompañarlas en sus éxitos y fracasos. En fin, nos cuesta darles la autonomía que reclaman con razón. Pero es igual de compleja la relación de las hijas con sus padres. Su cariño se empaña de dudas; tienen que compaginar amores y reivindicaciones; lealtad e independencia.
Hay otra vertiente en la historia que cuenta el film, que tiene que ver con las culturas y los sentimientos. Me ha gustado mucho ese aspecto. Las lenguas educan, vienen a decir los guionistas. La lengua china no se adapta bien a expresar sentimientos, el inglés sí. Por eso, ella, la hija prefirió buscar un interlocutor más expresivo que su marido chino. Ella necesitaba una comunicación más expresiva. No sé si ése es un problema real de las lenguas. Una vez coincidí en York (Reino Unido) en un curso de inglés con estudiantes japoneses que decían lo mismo. Que en su país los padres no besan a sus hijos, que la gente no se abraza, que les cuesta expresar sentimientos. Si es así, lo tendríamos complicado los latinos. Pero sea o no ése un problema cultural y de lenguas, sí es un problema de relaciones. Las relaciones precisan de esa expresividad. Algunas, mucha. Y cuando falta o cuando se hace minimalista, las cosas comienzan a formalizarse a quedarse en pura formalidad inexpresiva. A morir.
Las relaciones son como las plantas. Y volvemos de nuevo a lo del bonsái. Precisan de sentimientos claros y bien expresados como su alimentación, igual que las plantas precisan el agua (¡claro que yo me cargué hace poco un bonsái porque lo regaba en exceso!). Y, a la vez, cuando la planta (las relaciones) están pujantes ellas mismas provocan humedad y facilitan la expresión. ¡Qué fácil son las cosas cuando resulta natural expresar sentimientos sin miedo! Lo siento por los chinos y las chinas si han de ser así de inexpresivos. Lo tienen complicado. Claro que seguro que se saben otros trucos para ligar y seducir. De dónde, si no, iban a ser tantos millones.

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