miércoles, agosto 24, 2011

Esa sonrisa tuya...


Como en la copla: “por una sonrisa tuya, yo no sé qué daría…por una sonrisa tuya”. Ésa es la sensación.

Primero fue verla moverse, reaccionar, sentir que estaba viva y que era ella. Iba asumiendo los ritos y posturas de la vida viva (también se movía en el vientre de su madre, pero allí era otro mundo, otro protocolo). En el blog ha recogido su padre esos momentos preciosos del despertar, del estirarse, del hacer morritos, del mover las manos… Primero el movimiento.

Después fue la mirada. Poco a poco sus ojos se fueron abriendo como ventanas de dos direcciones. Supongo que para ella se abrirían hacia fuera para permitirle ver, desde dentro, lo que pasaba fuera. Para los demás, eran ventanas hacia dentro de ella, para poder interpretar cómo era y cómo se sentía en cada momento. Al inicio eran miradas temerosas y furtivas. Las suyas y las nuestras. Poco a poco fueron siéndolo cada vez más claras y firmes. Ella buscaba con la mirada, te seguía, miraba para donde llegaban los sonidos o la luz. Se fijaba en las caras y en las cosas. Fue, durante semanas, un regalo precioso y las primeras formas de diálogo.

Pero, niña, ahora es la sonrisa. Una sonrisa franca, consciente. De esas que, como dicen, mueven cientos de músculos: los ojos se iluminan, la mirada se fija en ti, la boca se abre, las narices se elevan, los brazos se extienden, los papitos se enrojecen. Es todo un espectáculo. Un derroche de simpatía que enloquece. No hay nada mejor ni tan intenso. Te ríes con ella pero sientes que con eso participas poco. No sabes si llorar, si cogerla en brazos, si gritar para que todos lo vean. Esa sonrisa…

Y ahora empezamos con los sonidos. La mirada se completa con sonidos que expresan satisfacción y contacto. Además, se van haciendo contingentes en una especie de diálogo en que cada uno responde al otro. Son mensajes de bienestar y placer, de conexión con quien está cerca. El cielo debe ser así, estar rodeado de ángeles que te miran y sonríen y te envían sonidos que expresan el placer de estar contigo y que te dejan en una especie de estado catatónico en el que sólo puedes mirar hacia ellos y derretirte en la emoción de ser tú su destinatario.

¡Ay esa sonrisa tuya, Berta, mi niña!

viernes, agosto 12, 2011

Reflexiones en la meta.

YA TÁ!. Bueno, ahora sí. Se acabó. Cada mochuelo llegó a su olivo y hemos comenzado la última fase, el post-viaje, el reencuentro con la vida cotidiana, el deshacer las maletas. Y contar, aunque poco a poco, que decirlo todo de golpe puede resultar excesivo pues hay que hacer memoria y clasificar los recuerdos.
El viaje final fue muy bien. Nos tocó un avión magnífico y como el horario no se avenía muy bien a dormir (salimos de México a mediodía y hemos estado volando durante 10 horas que cubrían toda la tarde) algunos sueñitos hemos echado. Y hemos visto varias películas. Yo creí que les iba a gustar jugar al mus en el ordenador con vídeos y juegos que tiene cada asiento, pero tuvo poco éxito. Y eso que Santi se ha hecho un experto en el manejo del chisme para saber en cada momento, a través de los mapas del Google, dónde iba el avión. Pasamos directamente de la comida de ayer al embarcar, al desayuno de esta mañana al llegar (lo que significa que se nos ha quedado una cena perdida en el éter). La policía nos trató bien y después ya nos despedimos pues yo debía tomar otro vuelo hasta Galicia y ellos recoger sus coches. Un fuerte abrazo (más sentido y consciente que a la ida), una media lagrimica y paso siguiente..
Así que, una vez completado el periplo, es también tiempo de saborear la experiencia que hemos vivido estos 10 días intensos. Traemos el disco duro lleno y, como pasa en los ordenadores, cuando los tienes muy llenos de cosas todo se vuelve más lento. Para que se aliviaran un poco de ese peso, les he pedido a todos que me escriban una página con sus sensaciones del viaje para hacer un álbum con fotografías y textos. Me han mirado con cara de póker (por algo hemos estado en Las Vegas) como si les estuviera haciendo una proposición deshonesta. Así que no me las prometo muy felices.
Yo sí quiero reflejar aquí (y cerrar así, al menos de momento, esta crónica del periplo fraterno) algunas de las sensaciones que me ha producido el viaje. Hay sensaciones que se pueden contar y otras que es mejor guardarlas para uno mismo. Pero eso es “de manual”, como sabe bien Ramón, y sucede en toda relación y en todo viaje.
Mis reflexiones (las mías, los demás tendrán las suyas que espero las cuenten para el álbum) las he sintetizado en 10 puntos:
1) 1) La primogenitura. Lo primero que he podido comprobar es que eso de ser el mayor es un pinche título honorífico que no sirve para nada. Yo que estaba tan preocupado por cómo debería actuar para ser el sensato del grupo, para mantener a raya a la tropa… ¡Nada! Al final ha habido una rebelión en toda regla y quienes han marcado las pautas han sido siempre los jóvenes. Se ha perdido el respeto a los años. ¡A dónde vamos a ir a parar!
2) 2) Diferentes pero compatibles. Lo primero que hemos podido comprobar todos es que somos muy diferentes. Ya lo sabíamos, por supuesto, pero verlo así en el día a día lo hace más evidente. Distintos en gustos, en necesidades, en formas de reaccionar, en sensibilidades, en temas de conversación, en fin, en casi todo si lo tomamos individualmente. Si de cara uno de nosotros dependiera el viaje hubiera sido muy distinto.
3 3) El grupo. Pero dicho eso, también podemos decir lo contrario. Tenemos muchas cosas en común, no sólo el ADN. Pasara lo que pasara hemos sido cómplices, hemos sabido dejar a un lado las diferencias para buscar los acuerdos, lo hemos pasado bien juntos, hemos sentido el cariño de los otros hermanos (aunque, a veces, se metieran contigo de forma abusiva). Hemos podido sentir lo que somos como grupo, a pesar de las diferencias individuales. Los defectos individuales se neutralizan y complementan con las virtudes de los otros . Lo decía Julen: he visto a mis tíos todos juntos, como grupo. Y eso ha sido novedoso. Y hermoso también.
4) 4) Viajar. Hemos podido comprobar lo dura que es la vida del turista. Ramón ha sudado más que si cruzara el desierto, no sé cómo habrán llegado las rodillas de Santi, el sol le mataba a Iñaki cada vez que salíamos pese al sombrero enorme que llevaba, yo he estado jodido del estómago buena parte del viaje y he dormido mal, y Rafa seguro que ha acabado agotado con tanta presión. Hemos querido abarcar mucho y eso tiene su costo. También sus beneficios.
5 5) Lo que hemos visto. Los beneficios están en que lo que hemos visto ha sido realmente espectacular. De esas cosas de no olvidar. A mí me ha llamado más la atención lo que yo no conocía, sobre todo Las Vegas. Odio el juego pero, pese a ello, me parece que tanto los hoteles como el pequeño mundo que se ha organizado allí es alucinante. La originalidad y belleza de los interiores de los hoteles, la inmensidad de las construcciones (hoteles con cinco mil habitaciones y con más de 8000 trabajadores); lo inverosímil de algunos hallazgos arquitectónicos (un canal de Venecia con sus gondoleros en el piso 3º del hotel; una pirámide vacía por dentro pero con habitaciones en las paredes de la pirámide; estatuas que se mueven, fuentes de chocolate). Por supuesto, nunca podré olvidar el espectáculo del Cirque du Soleil, KA. Cuba y México ya los conocía, pero mereció la pena volver allí porque en cada lugar encontramos (encontré) emociones diversas a las de otros viajes. En resumen, lo que hemos visto ha sido espectacular en Las Vegas, esperanzador en Cuba (se ve que algo se mueve allí) y grato e íntimo en México. No es poco.
6) 6) Como ricos. Viajar sin preocuparte del dinero es increíble. Como un cuento de la cenicienta en la que de pronto te conviertes en príncipe por unos días. Una experiencia que sólo unos pocos privilegiados pueden tener. Y eso hemos sido estos días, unos privilegiados. Hemos tenido un sponsor generoso y detallista. No solo no nos ha faltado de nada sino que nos ha sobrado de casi todo. Viajar todos juntos en Bussiness ha sido cojonudo: hasta las chicas de las salas VIP se sonreían al ver que entrábamos en tropel tanta familia (“es lindo ver a tantos hermanos juntos” le oí que decía una de ellas). Claro que esta es la visión de quien no paga. No sé si las sensaciones de Rafa que era quien pagaba todo y siempre serán igual de gratas (estos pinches hermanos, habrá pensado a veces, comen más que el macho del ayuntamiento y beben más que una esponja vieja).
7) 7) ¿Muchos conflictos? Hombre, tantos días juntos, con experiencias intensas, con el cansancio que se va acumulando, etc. crean situaciones propicias a que surjan algunas chispas. Así es la convivencia. Y sí, algunos conflictos han surgido pero sin que nunca llegara la sangre al río. También eso ha sido interesante, ver cómo reaccionábamos ante los momentos de tensión. Al ser tan distintos, las reacciones se iban compensando unas a otras y, al final, la tensión se difuminaba un poco. Y al rato, volvíamos a lo de siempre. Con todo, está claro que somos muchos gallos para el mismo corral. Cada uno de nosotros tiene su forma de ser, su estilo de tomar decisiones, su mayor o menos disponibilidad a ceder. En ese sentido, el viaje ha tenido la duración justa, ni corto ni largo.
8) 8) ¿Nos conocemos mejor? No sabría qué decir. En lo profundo no, porque tampoco han salido temas personales importantes en nuestras conversaciones. La realidad externa era tan potente, las actividades tan atrapadoras y constantes, los temas de conversación tan superficiales y monotemáticos en la mayor parte del tiempo, que apenas quedaban resquicios para entrar a considerar otros temas. Parecerían fuera de lugar. Además es probable que los demás no quisieran, para nada, abordar ese tipo de cuestiones. Supongo que cada uno de nosotros había establecido su objetivo del viaje, más centrado en el pasarlo bien juntos que otro tipo de cosas. Y eso fue lo que hicimos. De todas formas, el pasar tanto tiempo juntos ya era de por sí una novedad. Y eso te permite ver a tus hermanos desde una óptica diversa. Yo he descubierto a un Iñaki coñón y simpático que no conocía, a un Ramón muy suelto y extrovertido (y bailarín). He confirmado las buenas dotes de conversador de Santi y la enorme capacidad de planificación y control de las situaciones por parte de Rafa. Me hubiera gustado entrar un poco más adentro en el caparazón de cada uno, pero ya entiendo que eso es puro morbo y una clara deformación profesional.
9) 9) ¿Mereció la pena? Por supuesto. Ha sido una experiencia al alcance de muy pocas personas. Hace falta que se dé la circunstancia de contar en la familia con un hermano como Rafa, generoso y con recursos, para que algo así sea posible. No quiero ni pensar lo que le ha debido costar toda esta aventura. Ojalá le haya compensado el costo económico con la satisfacción personal que él haya extraído del viaje. Seguro que cuando lo pensó, se hizo su propia composición de propósitos y expectativas. Solo cabe esperar que se hayan cumplido y que todo el esfuerzo, personal y económico (probablemente aún ha sido mayor el personal que el económico) que ha desplegado estos días le haya dejado satisfecho.
10 10) ¿Y después de esto? Yo ya confesé al grupo, en el primer momento emotivo que vivimos al poco de llegar, que había aceptado encantado el viaje no sólo por lo que tenía de atractivo en sí mismo (aunque para mí viajar se ha convertido más en una forma de trabajo que de placer, pero éste era muy distinto) sino por lo que podía significar de construir mayores y más intensos lazos entre nosotros. Lazos que vayan más allá del presente. Mientras viven los padres, ellos hacen que la familia se mantenga unida. Ellos son la energía centrípeta que hace que todos converjamos hacia donde ellos están. Hemos tenido la suerte de tener unos padres con una gran capacidad de atracción sobre todos nosotros. Por eso, primero Tafalla y ahora Pamplona han sido una especie de Meca a donde todos queremos viajar cada poco. Ahí sigue la mamá y ella será nuestra razón de encuentro en el futuro. Pero cuando los padres faltan, hacen falta otros motivos. Cuando los padres faltan son los hermanos quienes han de ser capaces de generar esa red de afectos y afinidades que te impulse a querer seguir juntos, a visitarse, a mantener fechas de reunión, a saber los unos de los otros. No es eso lo que suele suceder. El ADN no es argumento suficiente. Esa complicidad y simbiosis hay que construirla poco a poco. Somos hermanos por azar del destino. Mantenerse como hermanos y amigos, como fratía, es harina de otro costal. Requiere de iniciativa, de liderazgo, de voluntad y, a veces de un poco de esfuerzo. Me pareció que este viaje podría ser un paso en esa dirección. Ojalá sea así.
En definitiva, yo me lo he pasado muy bien. He recargado las pilas emotivas, aunque haya descargado otras. Ya veremos lo que cuentan mis hermanos. Si es que cuentan, que son muy vagos para eso. En cualquier caso, un abrazo enorme para todos y, en especial para Rafa que ha sido el gran mago que ha sabido convertir en realidad un sueño.

miércoles, agosto 10, 2011

Puebla de los Ángeles



Pues ya. Esto se acabó. Ya estamos en la sala VIP del aeropuerto del D.F. a la espera de que parta nuestro avión de regreso a España.
Los días de Puebla, como era de suponer, han sido intensos y magníficos. Habían venido los padres de Rossi para cumplimentarnos y hemos pasado con ellos estos dos días. Dedicamos el lunes a conocer la nueva estrella industrial-académica del cluster empresarial de Rafa: sus invernaderos, los laboratorios, la sede de la nueva universidad que está iniciando su camino. Nos impresionó especialmente la zona del laboratorio, la más reciente y con más recursos. La parte de los invernaderos ya nos es más familiar. Y la parte académica está aún por iniciarse. Pero uno ya puede imaginarse toda aquella zona llena de estudiantes que realizan sus cursos, de profesores y profesoras que imparten clases y de investigadores y trabajadores de aquel complejo. Como tenían una actividad formativa con los que van a ser profesores, me entretuve a gusto con ellos y hasta pude compartir algunas ideas sobre el trabajo que van a desarrollar. Al fin y al cabo es lo que voy haciendo mundo adelante.

Tras la visita, nos reunimos las dos familias en el restaurante La Noria. Ya lo conocíamos de viajes anteriores. Cuando todavía era curioso, en él probé, por primera y última vez, fritos de saltamonte y creo que algún tipo de gusano. Esta vez también aparecían en la carta pero mis hermanos no se sintieron muy tentados. Les insistimos pero, ni modo, prefirieron el pescado o viandas más experimentadas. De todas formas, la comida mejicana sigue siendo picante, incluso cuando te aseguran que no lo es. Siempre se me olvida ese principio y acabo pidiendo a gritos algún protector del estómago porque me arde. Pero a los demás les sentó bien.

El resto de la tarde nos fuimos de visita a la casa de los Ander y Julen, para admirar su nueva mansión y, a la vez, poder saludar a su madre, Mónica. Nos vino a buscar Julen con su flamante coche. Aún no tiene edad ni carnet pero ya conduce como un jabato. Se maneja con autoridad en la carretera y sabe bien lo que hace. Tiene sobre su cabeza la espada de Damocles que le plenteó su padre: si tiene un accidente pierde el coche. Así que va con cuidado, aunque le mete caña sin agobios. La casa es preciosa, una especie de clon de la de Rafa y la encontramos arregladísima. Pasamos allí un rato agradable entre cervezas y tequilas como se hacen las tertulias aquí. Al caer la tarde llegó Rafa y volvimos al redil. Cenita ligera y a la piltra que al día siguiente teníamos mañana cultural por el centro de Puebla y fiesta de despedida con mariachi incluido en casa de Rafa..

Así fue. A la hora acordada llegó por allí la furgoneta que nos había de llevar al centro. Allí debía estar esperándonos una guía, pero eso era mucho suponer. Apareció a la media hora y no era una guía sino un señor mayor de traje y corbata y pinta de profesor de Historia en un Instituto. Allá nos fuimos. Primero la casa de cultura con la insuperable biblioteca de Palafox. El guía se empeñaba en darnos lecciones de teología y patrística en relación al fondo que allí se guardaba pero nuestras cabezas, después de Las Vegas y La Habana, no estaban para muchas explicaciones sesudas. Después la Catedral, el convento de los Dominicos y la maravillosa capilla del Rosario. Y como ya iba siendo mucha cosa religiosa le pedimos algo más laico y nos llevó a las tiendas de la cerámica de Talavera. Al final acabamos en una de las terrazas del zócalo tomando una cervecita al son de música de un xilófono de madera (que aquí tiene otro nombre).

Para cuando llegamos a casa ya estaba montada la carpa y puestas las enormes mesas del banquete. Ya nos estaba esperando el trío Pajaritos, viejos conocidos en las fiestas de Rafa (ahora realmente trío, pues hubo un tiempo en que era un trío de dos). Los invitados eran ya amigos de antaño de todos nosotros, así que fue un encuentro que discurrió siempre con mucho desparpajo y afectividad. Al poco de comenzar la comida llegó también el mariachi, diez o doce músicos que nos hicieron las delicias. Cantamos, comimos y bebimos lo normal en estos casos. Muy buenos los chuletones que fue pasando por la parrilla, Gustavo, el papá de Rosi. El mérito de que todo saliera bien fue, sin duda, de nuestra magnífica anfitriona que puso a toda su familia a bregar para que no faltara nada. Y así fue. Todo estuvo estupendo.

Y si buena fue la comida, mejor aún fue la sobremesa. Larga, larguísima: nos sentamos a la mesa a las 2:30 y nos levantamos pasadas las 11 de la noche. Más de ocho horas de sesión continua en la que hubo de todo: cantamos, bailamos, lucieron dotes de actores estupendos tanto Luis Raul como Narciso, hubo peleas de canciones mejicanas entre hombres y mujeres, contamos chistes y bebimos (lo normal en estos casos). Fue la guinda de todo este paseo. Nosotros ya estábamos en la nube del regreso y entre esa situación ambigua nuestra y ese lenguaje de los afectos que tanto y tan bien saben expresar los mejicanos, pasamos un rato realmente memorable.


Y así estamos. Acaban de llamar a embarcar. Última etapa. Ahora sí.

COMIENZA EL REGRESO



En realidad no es eso, aún nos queda la tercera etapa, Puebla, pero yo creo que la iniciamos pensando en que estamos de vuelta. En el caso de Rafa por razones obvias, porque él vuelve a su casa. En el caso de los demás porque, al fin y al cabo, vamos a casa de un hermano. Es como hacer una paradita en el camino de regreso. De todas formas, estoy seguro de que esta parte va a ser tan interesante e intensa, o más, que las otras. Quizás sea tiempo de hacer un repaso de lo que han supuesto para nosotros estos días. Ya me van diciendo que el blog está siendo demasiado descriptivo, pero no es fácil entrar a bucear mucho. Quizás la convivencia radica en eso, en ser capaces de estar juntos sin necesidad de ir más allá de lo que ofrece la vida cotidiana. Unas vacaciones juntos, tampoco pueden convertirse en una sesión de catarsis familiar. No sé cómo acabaríamos.
El caso es que ha llegado el último día de Cuba. Día corto pues nuestro avión sale a las 2 y media de la tarde y hay que estar en el aeropuerto con tres horas de adelanto.
Recoger el apartamento no fue moco de pavo. Sobre todo en el caso de Santi y mío pues nuestro apartamento sirvió de base general de operaciones y central de abasto durante los tres días. Éramos los que quedábamos más cerca de la piscina y nos tocó convertir en choco nuestro espacio. Pero estuvo bien. Debe ser manía familiar eso de comprar mucho de todo. Así que llegamos al día final y sobró mucho de todo. Una felicidad para el chofer que nos paseaba pues le llenamos una maleta y varias bolsas de cosas de las que podrá disfrutar en su casa. Bebida no es que quedara mucha, pero comida y latas para parar un tren.
Desayuno final de nuevo en el Nacional. Nos gustaron los bocadillos que sirven allí y esa fue nuestra postrera sensación en La Habana. De allí al aeropuerto. Nuevas colas para facturar. Más colas para pasar la policía y el control de seguridad y una larga espera en el aeropuerto. Como sólo había sala VIP para Cubana de Aviación y nosotros volábamos con Aeroméxico, Rafa tuvo que hacer algunas gestiones especiales y untar algo el engranaje para que nos dejaran pasar. Y allí estuvimos. Gracias a ese ratico pude poner en orden algunas de las ideas que luego han subido al blog. Después el avión que se hizo corto y en un plis/plas estábamos ya en el aeropuerto del DF. Si el viaje se hizo corto, la espera por las maletas fue, en cambio, larguísima. Algo más de una hora empantanaos en la cinta. Y cuando finalmente llegaron las maletas, antes de ponerlas en la cinta, las fueron poniendo una a una en fila y pasaban por encima de ellas los perros para analizar si contenían droga o algo. Como lo hacían al otro lado de un cristal opaco se notaban todas las siluetas. Y así nos las fueron entregando por tandas, cada vez salían 15 o 20 maletas (las que habían analizado los perros) y se paraba la cinta. Nueva tanda de maletas, de nuevo los perros y otras pocas maletas que salían. Aquello parecía no concluir nunca. Las nuestras, al fina. Yo que no había facturado maleta alguna (la experiencia en eso es un grado) ya me iba agotando de tanta espera y decidí que los esperaría en la salida. Pero mi falta de paciencia tuvo su castigo: pulsé el botón y me salió rojo. ¡Qué putada! Mira que he hecho viajes a México pues es la primera vez que me sucede. Ni madres, allí tuve que ir, abrir mi trol y dejar que hurgara en él la policía. Y lo mismo con la mochila. Pero como no encontró nada interesante (tampoco prestó mucha atención, la verdad) me dejó marchar.
Del aeropuerto a Puebla. Fue otro viaje estupendo, sin apenas tránsito (otro milagro, aunque el que fuera domingo a media tarde también ayudó). Después llegada triunfal a la mansión de nuestro hermano anfitrión. Allí nos esperaba Rosi. Como era de esperar a quienes no la conocían, les entusiasmó la casa. Aunque hay que decir que le prestamos especial atención a la bodega. Tanta que ya no quisimos salir de allí hasta que Rafa abrió unas botellas de vino y Rossi se apañó para ponernos unas viandas para acompañarlo. Hay que ver lo que estamos comiendo y bebiendo en este viaje. Sacos sin fondo. Y como desde Las Vegas no nos hemos pesado, creo que estamos bajando la guardia. Ya veremos al llegar a casa. Corriendo a las rebajas para incrementar la talla.
Nos trasegamos un par de botellas especiales de Ribera del Duero (el Aalto, que tanto gusta a Rafa) y, después, una más en la cena oficial, para la que medio le forzamos a comenzar un jamón de bellota extraordinario. Total, una buena entrada en Méjico. Y comienza una nueva etapa. Bien.

martes, agosto 09, 2011

LA HABANA 3



Hemos empezado el día con problemas. Por lo visto, la furgoneta que nos mueve de un lado a otro se estropeó ayer noche, lo que en Cuba te deja en una situación bastante problemática: si habrá piezas de repuesto, si te la podrán arreglar de forma rápida, etc. Milagrosamente, a pasada la media mañana ya nos han informado de que la cosa iba bien, que habían encontrado un taller con piezas y que estaría lista en un rato. Había sido poca cosa: los alternadores.
De todas maneras, desayunamos langosta. Lo nuestro no fue un desayuno con diamantes como en la peli, pero lo hicimos con langostas que tampoco está mal. Colas de langosta que es como se sirven aquí. Nos las preparó la esposa del chofer que nos lleva por los sitios. Y pese al histórico apetito de nuestra familia, con resultados obvios que a la vista están, no conseguimos acabarlas. Pero bueno, con los estómagos ya satisfechos, la furgoneta disponible y un sol infernal, nos armamos de valor y fuimos a consumar nuestra última jornada en La Habana. Nos quedan tantas cosas por ver, que nos estamos poniendo un poco nerviosos. Así que lo de hoy ha sido todo un trote.
Tras el opíparo desayuno, visita a un mercadillo de los artesanos porque Inaki y Santi querían hacerse con algunos recuerdos típicos. No fue un buen comienzo porque a punto estuvimos de meternos en una gresca pero, al final, pudimos salir de allí indemnes. Mejor nos fue en la Bodeguilla del Medio donde nos encasquetamos el correspondiente mojito (algunos en plural) y nos llenamos de mecheros y alguna que otra camiseta. Con todo, a los nuevos en esta taberna no les deslumbró tanto como esperaban. El espacio es muy chiquito y agobiante. Y el mojito, tampoco está como para echar cohetes. Creo que les gustó más La Floridita. Como la BdM queda cerca de la catedral (cerrada, por supuesto) y de la plaza del zócalo (aunque allí nadie la conoce por ese nombre pero a Santi le habían dicho que no podía volver de la Habana sin conocer esa plaza), nos quedamos un rato por allí. Allí había dos señoras que te leían las manos y te hacía santería cubana; otro con un bigote enorme y un puro aún mayor que decía ser la representación de Cuba, varios vendiendo gorras de un verde revolucionario con la estrella roja cubana. Por supuesto, mis hermanos no se atrevieron a hacerse leer las manos (me da yuyu, decía Santi) pero se compraron la gorra.
Del centro nos fuimos a la tienda de los Habanos del Meliá Cohiba. Los interesados se empaparon de los olores y recuerdos de los buenos puros. Y todos nos tomamos un cafecito agradable de final de la mañana. Y de allí a comer a El Aljibe, tradicional restaurante de pollo. Para mí ya muy conocido pues cada vez que he venido a este país hemos acabado comiendo pollo en este restaurante. Te lo ponen en un menú acompañado de arroz y frijoles. Y te traen todo lo que seas capaz de comer. Pero uno se llena enseguida. Y mientras nosotros dábamos buena cuenta del pollo cayó una arrollada enorme de agua. Fue bonito sentir la caer con fuerza después de tantos días con un calor realmente agobiante. Además como el Aljibe es un restaurante construido como una chabola con techo de paja, se sentía un placer especial de sentir ese sonido particular del agua sobre las lianas del techo. Y sin goteras.
De allí a la siesta y por la tarde noche a ver el espectáculo de Le Parisien, una especie de cabaret magnífico que se pasa en el Hotel Nacional. Aunque lo hayas visto (era el caso de Ramón, Rafa y mío) siempre te sorprende ese mundo de colores y bailes. Tratan de contar en su lenguaje de movimientos la historia de Cuba y de Sudamérica en su conjunto. Las bailarinas son excelentes (fantásticas en todos los sentidos, miradas con ojos de hombre) y los bailarines machos (como dicen aquí) no les quedan atrás. Para quien le gusta el baile y, a lo que he podido comprobar nos gusta a todos los hermanos quizás herencia de nuestro padre a quien le encantaba, es una auténtica delicia verles moverse por el escenario, verles disfrutar de la danza. Además son una multitud y cuando salen todos a escena aquello es una marabunta pero con mucho ritmo.
Tras el espectáculo de los bailes, viene otro protagonizado por un showman famoso en la isla. Cantó canciones de esas de siempre con algún añadido de Serrat o Sabina. Primero se fue metiendo con los que estábamos en la sala (desgraciadamente ya se había ido mucha gente y quedábamos pocos). Nos preguntó de dónde éramos y trató de incorporar canciones de las diversas regiones (argentinos, españoles, catalanes, vascos, gallegos, guatemaltecos, cubanos). Como buen hombre de estos espectáculos contó algunos chistes, nos hizo participar en las canciones y, al final, logró que pasáramos una hora muy divertida con él. Y allá nos dieron la una y pico de la madrugada.
Pero como los jóvenes del grupo tenían aún energía para más guerra, aún nos paramos en el Habana Club pera escuchar un poco de música discotequera y ver el ambiente. Se nota la crisis porque, a pesar de ser sábado, aquello estaba muy vacío. Y las cosas de siempre, algunos emparejados y otros buscando pareja. Enseguida se acercaron a nuestra mesa unas chicas con ganas de guerra y se pusieron a bailar cerquita. Ramón fue el más animado y saltó a la pista. Y al rato Iñaki, pero abrazarse a Ramón y animar un poco más la cosa bailando bien agarrado entre los dos. Las mozas miraban un poco extrañadas de su poco éxito. Estuvo divertido.
Y con esas volvimos a casa pensando que cerrábamos el capítulo de La Habana. Mañana nos tocará recoger todo, hacer nuestras maletas y prepararnos para la tercera parte de esta peregrinación fraterna a las Américas.

lunes, agosto 08, 2011

Tranquilo, David. Relájate!

Ser el cronista de esta historia un poco loca de hermanos y sobrinos deambulando por el mundo adelante tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La ventaja es que puedo contar las cosas desde mi perspectiva. El inconveniente es que es sólo una parte de la historia. Seguro que los otros protagonistas la contarían de otra manera. Y en nuestro caso, eso es más cierto todavía. Parece mentira que tengamos el mismo ADN y seamos, a la vez, tan diferentes (salvo en las barrigas generosas, claro). El caso es que los tengo un poco preocupados por lo que pueda contar y me temo que en cualquier momento me van a hacer una moción de cesura como cronista pidiendo la censura previa. Afortunadamente creo que bastará con el contrato de confidencialidad que hemos firmado con sangre: lo que sucede en el grupo se queda en el grupo. Eso era lo que hacíamos, en mis tiempos jóvenes, en las dinámicas de grupo. Es la única manera de superar las defensas y represiones de cada uno. Y en esa terapia estamos.

Pero dejando temas profundos, es curioso que no sé cómo debo escribir Habana, si con b o con v. En los mismos lugares podemos verlo de la doble forma Club Habana y Havana Club. Yo estoy acostumbrado a la b, así que en esas seguiré.

Una vez adaptados al nuevo espacio (lo que peor llevamos es el calor; la cosa ya estaba chunga en Las Vegas pero es que aquí, como el ambiente es mucho más húmedo, aún se hace más difícil de llevar: nos pasamos sudando el día entero para desesperación de Ramón).

La cosa ha empezado bien con un desayuno en el Hotel Nacional a base de los típicos sándwiches cubanos (bocadillos de mezcla abigarrada y sabrosa de jamón, queso, carne, pepinillos y alguna cosa más). Como nuestros desayunos se suelen alargar perdemos la cuenta de si estamos en el desayuno, el almuerzo o la comida. Y eso altera, también, la noción de cuál será el próximo encuentro con la comida. Así que hemos empezado todos a seguir la máxima de Iñaki: hacerlo todo como si fuera la última vez. Principio que hemos seguido aplicando en nuestra inmediata visita al Floridita. Pues si va a ser la última vez, lo mejor es no dejar nada sin probar: mojitos y daiquiris a tutiplé.

De allí al morro y esa fue una equivocación que estuvo a punto de acabar con los 4 valientes que nos animamos a bajar de la furgoneta para entrar en el castillo que defiende La Habana desde el otro lado de la ría. Los listos se quedaron echando una siesta en la furgoneta con el aire acondicionado. El morro es interesante, lo que sucede es que está chungo el visitarlo a 40 grados. Buscábamos las sombras pero era inútil. Pero la construcción resulta interesante. Pudimos ver a presos trabajando (nos lo contaron luego pero ya vimos que el espíritu con que trabajaba aquel pobre negro picando el recebo de las paredes externas de una torre). También fue curioso e imaginativo el hecho de poner sobre uno de los muros del castillo una serie de imágenes de la ciudad (hasta 23) y luego en el espacio interior de la torre han puesto unos numeritos para que situados en ellos y orientando nuestra vista a través de un pequeño punzón de referencia podamos ver sobre la ciudad real cada una de las imágenes señaladas en el cuadro.

Tan agotados estábamos de aquella canícula que nos volvimos a los apartamentos y al relax de nuestra piscina que aquel día estaba extrañamente llena de chiquillos. Santi preparó un piscolabis y allí estuvimos cautivos de una sombra benefactora. Tanto las cervezas que volaban como los combinados más requeridos por la tropa (gin-tonic, vozka-tonic, whiski y ron) en los que fuimos generosos fueron caldeando el ambiente y las emociones del día fueron liberándose poco a poco. Difícil estar en Cuba sin sentir ese calor dulzón que te altera las reacciones y estimula la imaginación. Teníamos, además a nuestra vera, a un par de muchachas húngaras (atletas según pudimos averiguar de sus conversaciones) que se habían instalado en los mismos apartamentos con dos negrazos y no se cortaban un pelo, ni siquiera delante de los otros convecinos llenos de niños aquella tarde. Así que, enseguida, fueron surgiendo planes fantasiosos (probablemente producto de una sana envidia) de nuevas experiencias más picantes. Fantasías masculinas, al fin y al cabo. Fue entonces cuando alguien nos contó un chiste. El de un masajista a cuya camilla llegó un tipo para darse un masaje. Le hizo desnudarse, lo tumbó en la camilla y se puso a la tarea del masaje. De vez en cuando se le oía decir al masajista: “tranquilo David, relájate”. Y al rato, mientras le pasaba las manos por la espalda y avanzaba hacia las nalgas, de nuevo, la misma cantinela: “Respira hondo, David; relájate, David, tranquilo”. Y cada poco la misma historia: “tranquilo David, relájate”. El tipo que recibía el masaje se volvió hacia él y le dijo: “oiga, lo está haciendo muy bien y de verdad me estoy relajando, pero sabe, yo no me llamo David”. No, ya, le contestó el masajista, David soy yo.

Tras las risas, entendimos la moraleja y seguimos con los combinados.