lunes, agosto 01, 2011

Las Vegas-primer día.

Bueno nuestro viaje comenzó. El mío un poco antes porque carecía de conexión desde Santiago. Así que adelanté el viaje a la tarde anterior. Pero mis hermanos salieron de Tafalla a la 1 de la madrugada para llegar a Madrid a las 4 (¡cabrones!) a despertarme. Tardé un poco en recuperar el sentido (me había acostado a la una de la mañana) pero a los 15 minutos ya estaba con ellos en la acera del hotel.
A las 4,30 de la madrugada poco hay que hacer en Madrid y eso que estábamos en la zona de Ópera, tocando a Leganitos y allí aún había algunos garitos abiertos. De todas formas con aquellas caras de sueño pocas expectativas de éxito podíamos tener. Nos fuimos de tiro al aeropuerto. A las 5 ya estábamos allí, con una puntualidad patológica. El check-in de Américan Airlines no lo abrían hasta las 7, así que nos chupamos dos horas deambulando por el aeropuerto y tomando un café en el único lugar abierto, el cuchitril de MacDonalds.
A las 7 en punto ya estaba armado todo el tinglado de cintas y pasillos y comenzó la revisión exhaustiva de los americanos. Te preguntan por todo: quién te hizo la maleta, hace cuántos días, dónde ha estado la maleta desde entonces, quién compró los billetes, cuánto costaron, si llevábamos cosas de otros, si habíamos hablado con otras personas mientras esperábamos. Un tercer grado en toda regla. Había una cierta psicosis de seguridad. Lo normal, supongo, en el caso de las empresas americacas: había una chica comprobando su un espejito atado a un mango largo que no había explosivos. Se parecía a lo que hacen en el País Vasco para comprobar que no hay bombas en los bajos de los coches. En todo caso pasamos con éxito el control y nos fuimos a buscar el trenecillo (ramón era todo preguntas: quería enterarse bien para futuras ocasiones). Llegamos a la T4S y nos metimos en la sala VIP. Como aún no habían puesto el desayuno vayó el segundo café con bollería y algún embutido. Lo colocaron a las 9 y allí fuimos en busca de nuestro tercer desayuno en la mañana. Tortilla, bacon, champiñones, quesos, zumos, fruta. Una enchenta!
Llegó la hora de embarcar y allá nos fuimos a la S46 que era la nuestra. No estaba lejos y la suerte de ir en Bussiness es que no haces cola y pasas enseguida. Teníamos los primeros asientos del avión, casi mano a mano con los pilotos. Santi conmigo y Tamón e Yñaki en los asientos detrás. Y nada más sentarnos comenzó un nuevo capítulo de comida. Primero champán, luego bebidas y frutos secos y una vez alcanzada la altura la comida. Estábamos al borde del empacho.

Como el vuelo era largo (ocho horas y pico) dormimos a ratos (Iñaki todo el tiempo), vimos películas divertidísimas y tuvimos ratos para charlar y aburrinos. Da para mucho un vuelo intercontinental. La llegada a N.Y. fue preciosa porque nos paseó por la bahía, se vió perfectamente Manhatan y algo la estatua de la libertad.

En el aeropuerto todo fue rápido. Ellos me decían que no fuera tan deprisa, pero cuando luego vieron la fila que se hacía, lo entendieron bien. Te choca un poco que se fotografíen la pupila, que te tomen las huellas digitales de todos los dedos (no sólo el grode como en la tradición española).
Las maletas llegaron bien y, sin más sobresaltos, nos metimos en la sala VIP del siguiente vuelo. La sala VIP no tiene mucho que ver con las magníficas de Iberia en Madrid, pero no se estaba mal. Allí consumimos otras 4 horas. Entre unas cosas y otras habíamos llegado a las 11 de la noche españolas, las 5 en N.Y. Y ya nos están esperando en el siguiente avión a Las Vegas.

De N.Y. a Las Vegas eran otras 5 horas y pico. Más comidas, más sueño, una peliculita de la pantalla común (con tanta desgracia para mí que era la misma que yo había visto la noche anterior en Madrid, lo que ya en sí era una desgracia pues ya la había visto unas semanas antes en otro avión). Y el paisaje de llegada a Las Vegas, precioso. Todo un desierto espectacular.

Llegamos, quizás con un poco de adelanto. Al poco llegó Rafa con los peques y ya nos vinimos al Hotel. Espectacular. 4.000 habitaciones. Dimos un paseito de asombro en asombro. Tuvimos una cena magnífica en un restaurante de un chef español y bajamos la cena con otro pequeño paseo. Llevabámos más de 37 horas sin dormir y se iba notando.

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