sábado, julio 30, 2011

De camino



Pues ya estamos de camino. Y, la verdad es que hay caminos y caminos. Unos alegres y gozosos y otros que lo son bien menos. Camino al trabajo, camino a una visita, camino a una compra o una gestión, camino a un examen (peor si es médico), camino a un cementerio. También los hay gozosos. Sin ir más lejos el Camino de Santiago al que nosotros pertenecemos. Pero no es el único: el camino a una cita, a una fiesta, a un viaje de relax, a quitarte unos puntos o una escayola, a buscar el paquete que te envían por correo. En fin esas pequeñas alegrías anticipadas que comienzas a disfrutar antes de recibirlas. Al final, eso es ponerse de viaje: iniciar un trayecto, aún incierto en sus resultados pero ya anticipado mentalmente.
Todo eso tiene el camino que iniciamos hoy. Una peregrinación fraterna hacia un santuario laico, Las Vegas. Aunque llevo en el cuerpo más millas que el correcaminos, pocas veces como hoy me había sentido excitado e inquieto. No porque tema que algo pueda salir mal, sino porque me parece tan fantástica la idea, tan distinto este viaje a todos los que he hecho anteriormente que no estoy nada seguro de si la ropa que llevo será la adecuada, el dinero suficiente, la documentación la requerida o el ánimo el correcto.
Pues eso, nos vamos a Las Vegas. De hermanos hombres. La saga completa, hermana incluida, queda para una próxima aventura. 5 chavalotes con el mismo ADN y barrigas similares a disfrutar juntos durante unos cuantos días en los procelosos territorios del espectáculo, el buen vivir y las ruletas. Supongo que también hay iglesias en las Vegas, aunque de eso se habla menos. ¡Vaya panda!
Ha sido el pequeño, el que en un ataque divino de furor fraterno nos invita a pasar juntos unos días. Un extraordinario sponsor para una experiencia que, hasta ahora, apenas habíamos disfrutado. Y eso va a ser lo interesante, ver cómo llevamos adelante una convivencia a la que ninguno de nosotros estamos acostumbrados desde que éramos niños, siglos ha. Y eso es lo excitante, ésta va a ser la vez en la que más tiempo esté con mis hermanos en prácticamente toda mi vida. Y estar juntos así en el día a día, como en una pareja de hecho con cinco miembros (lo de los miembros se refiere a las personas, no malmetamos). Siendo, como somos, tan distintos (en este caso no parece apropiado decir que somos “cada uno de su padre y su madre”) en casi todo (edad, historia personal, experiencias de vida, ideas, situación actual, etc.) será bonito ver cómo nos las arreglamos para mantenernos en una fraternidad alegre y consensual. Y, además, sin mujeres que siempre juegan el papel de mitigadoras de las tensiones aunque sea, como en mi caso, a base de patadas por debajo de la mesa o de pellizcos disimulados. No me veo yo recibiendo una patada (y menos aún dándola) de un hermano por debajo de la mesa para exigirme, disimuladamente, que deje ya de hacer subir la voz, decir palabrotas o excederme en los comentarios. Quizás tengamos que partir por acordar un código de “buenas maneras” para que todo corra pacíficamente.
Pero, obviamente, todo eso son solo elucubraciones mañaneras debido a la ilusión del viaje y al deseo de que todo salga bien. No tenemos ninguna necesidad de ponernos la tirita antes de hacernos la herida. Hasta ahora lo hemos llevado magníficamente bien y somos una familia que llama la atención por lo unidos que estamos todos pese a las distancias y las diferencias. Y esta experiencia va a suponer una nueva oportunidad de poder disfrutar juntos y de conocernos un poco más en el regate corto y en la cama o el asiento de al lado.
¡Hay tanta gente que vive mal las reuniones familiares! Van a ellas como si fueran al martirio. Pero en nuestro caso es todo lo contrario. Nos encanta estar juntos y buscamos cualquier oportunidad para hacerlo. Cuando nuestros padres estaban bien, eran ellos el eje y el principal atractivo de los encuentros. Ahora que perdimos a papá, sigue siendo nuestra madre la que nos reúne en torno a ella en las fechas clave. Esta experiencia de reunirnos entre hermanos es nueva pero me parece fantástica. Como sabemos bien quienes tenemos nuestras propias familias, también el cariño y el calor familiar se tiene que ir construyendo y revitalizando. Y cuanto más tiempo va pasando o cuando se ha pasado por experiencias más duras (el 2010 fue un año realmente duro para nosotros) precisas de chutes de fraternidad que revitalicen los quereres y hagan más real y próxima la vida cotidiana (aunque lo de hablar de “vida cotidiana”, en Las Vegas, resulta un tanto fuera de perspectiva).
En fin, ahí estamos. Ya he hecho mi pequeña maleta y preparado mi mochila. Tengo la sensación de que hay cosas que me faltan, pero no se me ocurre qué. Y es extraño porque es algo que no me suele pasar cuando salgo de viaje, ni siquiera cuando voy lejos y para bastantes días. En fin, aunque nuestras tallas puede que no sean idénticas, es probable que podamos intercambiarnos alguna ropa si fuera preciso. Al fin y al cabo, eso era lo que hacía nuestra madre de chiquitos, ir pasando la ropa de los mayores a los pequeños. Ahora tendrá que ser al revés, aprovechar los mayores la ropa de los pequeños. Eso si el diámetro de las barrigas es compatible, aunque más o menos por ahí le andamos todos.

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