domingo, julio 17, 2011

Río de Janeiro, ¿qué Río?

Uno llega a Río lleno de expectativas y nostalgias. Por aquí he pasado ratos preciosos. Sólo, en pareja, con mi hija, con amigos. En fin, uno ya sabe de qué va esto. Pero lo de hoy ha sido otra cosa. Nada que ver con el Río de las postales y los recuerdos.
Ya empezó todo mal de par de mañana en Argentina. Tenía que salir de Luján a las 7,30 de la mañana para poder tomar el avión en Ezeiza a las 10,30. En eso habían quedado los chóferes de la Universidad. Faltaban 10 minutos para esa hora y ya me estaba poniendo nervioso porque por allí no aparecía nadie. Llegó la hora y seguía sin aparecer nadie. Pasó un cuarto de hora y todo seguía igual. Los nervios se convirtieron en agobio y paseos nerviosos sin saber qué hacer. Tampoco respondían los teléfonos. Al final, decidí cortar por lo sano. Así que a las 8 menos 10 llamamos un taxi. Y como suele suceder en estos casos, fue llamar al taxi y llegar el chofer de la Universidad. Vuelta a llamar al taxi para que no viniera y salimos.
Llegamos por los pelos a Ezeiza, sobre las 9. Faltaba sólo una hora y media para la salida de mi vuelo. Parecía que la cosa, por los pelos, pero ya estaba resuelta. Ni me imaginaba el siguiente paso. ¿Sabes qué? Resulta que el vuelo no salía de Ezeiza sino de Aeroparque. Salí pitando a buscar un taxi y tomé el primero que pasó. Una temeridad según los nativos. 60 Kms. de distancia entre ambos aeropuertos, me dijo que había el taxista, seguramente para cobrarme más. Y se lanzó a toda leche Buenos Aires adelante (porque hay que cruzarlo todo, incluída la avenida del obelisco). Bueno, dios aprieta pero no ahoga, o eso creía yo porque llegué al Aeroparque con unos 50 minutos de tiempo. El taxista me timó, por supuesto, pero poco podía yo negociar en aquellas circunstancias. Me dieron la tarjeta de embarque y creí respirar. Sólo dos minutos, hasta que ví la cola que había para pasar el control de seguridad. Ahí perdí toda esperanza. Aunque no suelo hacerlo, esta vez pedí y supliqué a los primeros de la fila que me dejara pasar que perdía el vuelo y se compadecieron de mí. Pasé el control pero aún me quedaba la policía y allí la cola era, de nuevo, infinita. Nueva aceptación de lo inevitable. Imposible tomar el avión. Entonces la pareja que venía detrás de mí me debió ver tan preocupado que me dijo que me relajara que habían retrasado el avión a las 11. Bueno, pensé, menos mal. Logré pasar la policía pensando en eso, que salía a las 11, pero resultó que no era así, ellos venían también a Río pero con otro vuelo que hacía escala en Montevideo. El mío ya había embarcado. Menos mal que me aceptaron y al final allí fui a mi asiento.

El vuelo fue bien, pero parece que cuando uno está de mala racha, las cosas tardan en enderezarse. Y así, cuando llegué a Río, nadie me esperaba pese a las promesas que el día anterior me habían hecho los organizadores del Congreso. Esperé una hora y al final tuve que tomar otro taxi y venirme al hotel. Menos mal que sabía el nombre del Hotel (porque me enteré ayer). En otro caso no hubiera sabido que hacer y sería casi imposible encontrar una habitación en Rio pues, según he sabido, mañana domingo se corre el maratón. Y son miles y miles, venidos de todo el país, los que corren. De hecho el hotel en el que estoy está a tope de gente que ha venido con ese objetivo. Y para que las sorpresas no concluyeran, la última ha sido que el hotel que han escogido esta vez es un Ibis que está en el medio de la ciudad antigua de Río en una zona medio degradada. Salí a dar un paseo por los alrededores y me he quedado escandalizado por la degradación. Este no es el Río que yo conocía. Estoy tocando a la catedral pero, salvo unos rascacielos impresionantes totalmente fuera de lugar, todo esto es una zona sucia y cutre. Un desastre. Quizás mañana logre construir otra mirada, pero lo de hoy ha sido terriblemente frustrante.
Necesito al otro Río. El Río que te atrapa y enamora. Así que mañana, por recomendación médica, ración doble de Copacabana. I promise!

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