lunes, julio 11, 2011


Bueno, pues ya estamos de nuevo en esos mundos de Dios. Ahora en Perú, iniciando una travesía que me llevará a Argentina y Brasil. Un largo viaje. Veremos si todo sale tan bien como ha comenzado.
El Perú que hemos sobrevolado me ha parecido maravilloso. Primero kilómetros y kilómetros de selva con esos ríos que son como líneas curvas infinitas que la cruzan de parte a parte. Después la sierra infinita y seca. Monten y montes de color rojizo. De una sequedad desértica que, curiosamente, de vez en cuando, se veían llenas de niebla como si fuera espuma blanca que se había puesto allí a propósito.
Esto de viajar te hace no hace sino romperte los esquemas y prejuicios. Vas viendo y sintiendo cosas que por un lado te admiran y por otro te extrañan. A veces, te hacen sonreír. Una de ellas sucedió al llegando a Lima, cuando ya estábamos en pleno proceso de aproximación al aeropuerto. La sobrecargo nos advirtió que deberíamos ocupar nuestros puestos pues la normativa peruana exige que todas las aeronaves que llegan a sus aeropuertos deben ser desinfectadas antes de aterrizar. Y allí pasaron al poco con sprays supuestamente desinfectantes. Llegas de Europa y para entrar en Perú y debes desinfectar el avión. Chocante.
Luego llegas a Lima y, en verdad, es una ciudad estupenda. Un poco caótica, como muchas, aunque nada que ver con el Distrito Federal, por ejemplo. Pero tiene zonas preciosas y resulta muy creativa. Hoy domingo he podido asistir a una carrera pedestre de novios. Ellas iban con una especie de gasa blanca en la cabeza al estilo de un velo cortito. Y ambos, él y ella estaban atados por sus muñecas. Así que tenían que correr juntos y bien compenetrados. Un buen ejercicio para poner a prueba su capacidad de entendimiento. Y había cientos de parejas. En otra calle me encontré con una manifestación ecológica: otro montón de gente exigiendo mayor cuidado de las planteas. Iban disfrazados de palmas, con planteas y enredaderas. Muchos/as andando pero también gente en bicis, en patines, con coches de niños. Y lo más curioso, con muchos policías como manifestantes. Llamaba la atención verlos allí con sus plantas caminando por una calle sin tráfico.
La comida con un amigo en un restaurante de comida peruana magnífico (La Panchita). Aunque me invitó él, me pareció que las cosas no estaban baratas. Ya me había pasado por la mañana: tomé un café por el que me cobraron 5,5 pesos. Unos 2 euros. Estaba riquísimo, pero me pareció una exageración.
Por la tarde, me habían reservado uno de esos sightseeing de Lima at night. La primera parte fue un poco frustrante pues se trataba de llegar a la plaza central y dar una vuelta por allí, cosa que yo ya he hecho en otras ocasiones. Pero la segunda parte, la visita al parque de las fuentes fue mucho más divertida. Las fuentes normales son eso, normales. Pero hay un par de ellas muy divertidas. En una de ellas se trata de jugar con el agua. Es una especie de laberinto donde se mete la gente y tiene que buscar espacios donde no se moje. Pero el agua no sale siempre igual y hay chorros que hacen círculos, los más fáciles de evitar, pero otros te mandan el agua desde lugares más lejanos. Muchísima gente jugando. Me hubiera encantado, pero claro es difícil librarte de un chapuzón y te echa para atrás seguir la excursión mojado. En otra de las fuentes se trataba de pasar por debajo de una especie de arco que formaban los chorros. Tenía menos misterio que la otra pero fue divertido meterte por aquel túnel. Y ése sí que lo hice. Pero la sorpresa principal de la noche estuvo en la fuente espectáculo. Preciosa la combinación de agua, música, color y cine. La música fue pasando por diversos estilos, desde la clásica hasta la folklórica. Siempre con colores, con laser y con movimientos siguiendo el ritmo. Además se iban proyectando imágenes de vídeo sobre la pantalla de agua: ballet, bailes regionales, espectáculos. Muy espectacular todo. Al final, un buen rato.
Y así pasó el primer día en este mundo ajen. Mañana comenzamos ya con el trabajo. Y ya dará lo mismo cuál sea la ciudad.

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