miércoles, julio 06, 2011

María, la doctora.

No, no es María la portuguesa, como en la canción. Es María, la doctora. Pues sí, la mariquilla, aquella niña entusiasta e incisiva (en Inglaterra le dieron el premio a la niña que hacía más preguntas que no tenían respuesta), aquella adolescente inteligente y crítica (nos advirtieron una vez en su colegio que le dijéramos algo para que se calmara porque algunas de las preguntas que hacía a sus profesores más que preguntas parecían insultos, como si quisiera dejarlos en evidencia), ya es doctora. Toda una señora doctora. La máxima categoría para quienes pretenden seguir la carrera académica. Todo un paso adelante. Paso por el que suspiran miles de personas en todo el mundo y al que han renunciado otros tantos por no sentirse capaces de lograrlo. Pero María, pese a que no siempre le han apoyado las circunstancias, ha podido con ella. Y eso que, siguiendo su estela de desventuras, a punto estuvo de tener que acudir a la defensa de la tesis como la Princesa de Éboli, con un parche en un ojo.
No tienes que decir esas cosas de tu hija, me riñó el otro día un amigo, María es una persona fuerte y capaz". Y siguió, porque lo debía llevar muy sentido, “de tu otro hijo vas diciendo que en un niño redondo, un afortunado; pero de María siempre estás con esa coletilla de las desventuras”. Demonios, pensé, medio KO por el comentario, ¿será verdad eso?, que voy dando esa idea negativa. ¡No, qué va! ¿O quizás sí? Pues no es esa mi intención, desde luego, bien lo sabe Dios. Nunca me atrevería a comparar a mis hijos. Cada uno ha seguido caminos diferentes y ambos lo han hecho bien. Así que no hay comparación posible. Pero, en todo caso, me quedé preocupado. Fue una queja del amigo que a él le salió del alma y a mí me la dejó dolorida. Vaya, ya veo, otro pastón en psicoanalista.
El caso es que la defensa de la tesis salió magnífica. “Un pico de oro”, me decían todos. “Mejor que tú”, se atrevían algunos, sin darse cuenta de que era lo mejor que me podían decir. Y así fue. La exposición del trabajo resultó excelente. Con el ritmo habitual en estos actos en los que te presionan tanto para que no te alargues mucho: comenzó como un ferrari encabritado y poco a poco fue relajando el ritmo, permitiéndose alguna anécdota, relacionando los conceptos y teorías con su propia experiencia de trabajo, introduciendo sus piquitos de emoción en el discurso. Excelente. Y así se lo dijeron los miembros del Tribunal. Y eso que allí había de todo, como debía ser por el tema de la tesis (el trabajo de apoyo a niños/as con cáncer y sus familias): un médico, un psicólogo, y tres de educación (cada uno de ellos especializado en cosas diferentes). Cinco miembros del Tribunal, provenientes de 4 universidades, de dos países. Cada uno con su propia mirada sobre el trabajo y con su propia manera de analizar lo que en él se decía. Todos le hicieron comentarios, le aportaron sugerencias y le animaron a continuar. Les gustó. Y se les notaba cuando hablaban.
La intervención de los directores también fue emocionante. Dirigir una tesis es un proceso largo e intenso en el que o te encantas con el doctorando o te hartas de él/ella. Yo a veces lo he comparado con concebir y criar a un hijo juntos (sin la cosa sexual, claro). Como dice Michel que anda metido ahora en eso de los hijos, tiene que ser un trabajo en equipo. Si no, no sale. Pero salió. También ellos estaban contentos. Mery se emocionó, para ella era mucho más que una doctoranda, había paseado a sus hijas cuando eran pequeñitas en su sillita de jugar. En lugar del muñeco le gustaba llevar a las pequeñas Celeiro. Mucha historia juntas hasta llegar a esa consagración académica. Y Lois, más serio y racional, dejó claro que lleva ya trabajando tiempo con ella, que la conoce bien y, por eso, la aprecia. Una persona fuerte y capaz, dice de ella. Tuvo suerte María con ellos. Fueron directores del trabajo, pero sobre todo animadores y padrinos en ese esfuerzo tremendo que los jóvenes tienen que hacer para consolidar su estatus académico.
Y allí estábamos los demás en la sala. Expectantes. Luca, Elvira, gente del departamento, amigos y amigas de María. Algunos ya habían pasado por ese trance; una de ellas los haría a los pocos días. Todos con la curiosidad inicial de ver cómo alguien querido supera un trance social complejo y poco a poco, a medida que avanza el acto, con la alegría de ver que la cosa no es tan difícil y que todo va saliendo bien.
En fin. Todo salió, efectivamente, muy bien. Para los no académicos es un acto muy bonito. Quizás un tanto formal y amanerado: se hablan de usted personas que en la puerta lo hacían de tú; se siguen rutinas sociales de agradecimiento al Presidente (en este caso presidenta), de saludo a los otros miembros del Tribunal, de agradecimiento por haber sido invitado. En fin, todo un protocolo. Para los académicos, suele ser un momento que tiene sus complejidades. Uno debe juzgar, pero a la vez, se siente enormemente juzgado. Parece que tienes poder, pero en realidad, lo que menos sientes es el poder (salvo, claro, algunos bobos/as, que de todo hay en la viña universitaria, que se creen que pueden decir lo que les venga en gana y menospreciar al doctorando y a su trabajo). Me contaron que una vez, en la Univ. de Salamanca, uno de los miembros del tribunal fue tan duro con la doctoranda y criticó tan fuerte su trabajo, que la madre de ella que estaba entre el público no lo pudo soportar, se levantó, se acercó a la mesa del tribunal y sin mediar palabra le soltó una hostia. Después se acercó a su hija, le hizo un mimo y se volvió a su silla. No sé cómo acabó la historia. Me figuro que mal. Pero, por lo general, las cosas son mucho más sencillas y amables. Como miembro del Tribunal de tesis más que la sensación de poder, lo que sientes es un sentimiento de riesgo y una sensación de desafío. Sobre todo si el trabajo acaba interesándote. Porque entonces te metes a fondo en él y es fácil que le veas fallos (al final, la tesis es un trabajo iniciático del doctorando/a, que está aprendiendo a investigar). Y tienes que combinar cómo ser amable y respetuoso con el inmenso trabajo que supone hacer una tesis y, a la vez, coherente y justo con tu papel de evaluador o evaluadora. Y si, además, andan de por medio los afectos, la cosa se complica aún más. Supongo que mucho de eso debieron sentir quienes formaban el tribunal. Que gozaron y sufrieron, a la vez, leyendo el trabajo y haciendo, después, sus comentarios. Pero la verdad es que estuvieron bien, fueron amables, expresaron con cordialidad sus dudas y fueron generosos al plantear sus correcciones y propuestas de mejora. Chapeau!
Yo que estaba medio escondido en la sala pude vivir desde el otro lado lo que muchas veces hago yo mismo vivir, cuando estoy en un tribunal, a quienes defienden sus tesis y a sus familiares. Esa incógnita de qué dirán los 5 jueces. De si la doctoranda sabrá identificar sus preguntar y responderlas. Y eso que ya le había advertido. Mira, tú lo primero que tienes que decir es: “Ni se imagina lo mucho que le agradezco sus comentarios. Me van a venir muy bien para mejorar mi trabajo”. Primero dices eso y luego ya respondes a las preguntas lo mejor que sepas. Pero todo fue bien. Respondió con una seguridad apabullante. Captó muy bien las preguntas importantes y supo driblar las peligrosas. Así que ya no fue ninguna sorpresa que obtuviera el Sobresaliente cum laude. Se lo merecía.
Objetivo cumplido. Aunque lo malo que tiene esto de cumplir objetivos es que lejos de suponer una llegada (¡ya está, lo conseguí, ahora me puedo relajar un poco!) es todo lo contrario: más presiones, más prisas, más trabajos. Antes de salir de la sala ya había quedado comprometida a escribir varios artículos con distintas miembros del tribunal y una comunicación a un Congreso Internacional. Suena a privilegio (el que te inviten a publicar con ellos), pero es más carga. Con una peculiaridad preocupante: que ya no acabará nunca.
Y como decía el Dr. Gestal, si el primer ejercicio fue bueno, el segundo no podía quedarle atrás. Y a eso fuimos al Fornos, el restaurante amigo donde convergemos cada poco. Una indigestión de mariscos, el pescado o la carne exquisita que Leonardo prepara, los postres, los chupitos y así hasta el millón y pico de calorías y transaminasas.
Un día feliz. Todo salió bien. ¡Enhorabuena, mariquilla! Ahora a disfrutarlo. Un poquito al menos.

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