lunes, enero 17, 2011

Flamenco con Carmen Linares


Es difícil de explicar lo que se siente. El cante es eso, música que te va envolviendo como esa especie de humo artificial con el que se empeñan ahora en adornar los escenarios. Ella cantaba, sentada firme allá en el fondo y la música iba creciendo, haciéndose una nube que te envolvía. No puedes pensar, no merece la pena. Basta con dejarte ir y que la música te lleve.
Antes de comenzar dijo unas palabras y tenía la voz tan casposa que pensé que venía enferma como quien sale de una gripe. Pero no era eso. Ésa era su voz de estropajo para que sus lamentos sonaran como los rugidos del aire que debe zigzaguear entre rocas. Fantástico.
No sé mucho de flamenco. Supongo que hay que nacer en Andalucía para que la piel no sirva de obstáculo y el sonido te llegue al alma. A mí me pasa eso con las jotas, que se me pone carne de gallina, que puedo echarme a llorar en cualquier momento. Pero, fíjate, el flamenco es tan contagioso que no resulta difícil, incluso para legos, meterse en él y dejarse llevar. Y si quien lo canta es Carmen Linares, el placer estético está servido.
La cosa es que se celebra en Compostela "Sons da diversidade" un clico musical que ha ido madurando en los últimos 6 años y que cada convocatoria nos sorprende con cosas nuevas y maravillosas. El mundo está cruzado por culturas musicales tan distintas y tan ricas que merece la pena vivir la experiencia de disfrutar de ellas. Y dentro de ese gran caleidoscopio de sonidos, hoy le tocaba el turno al flamenco, con Carmen Linares como gran protagonista.

En las dos últimas décadas, el cante flamenco de mujer lleva el nombre de Carmen Linares”, así comenzaba el programa de la sesión de hoy. Y con esto sucede como con el cine. Cuando ves una gran película inmediatamente piensas que será seleccionada para los Oscars. Escuchando hoy a Carmen también entiendes que el piropo de los organizadores de la gala no es exagerado.

La sesión ha tenido un poco de todo. Ella fue pasando por casi todos los palos: bulerías, canto de las minas (los más espectaculares), bulerías, cantigas romeras, granainas y rondeñas, alegrías, etc. Carmen venía acompañada de dos guitarristas, dos palmeros y un percusionista. Magníficos todos. Impresionante el ritmo que tiene la gente del flamenco, cómo se combinan, cómo se bifurcan siguiendo cada uno el suyo, cómo se complementan. ¡Es tan potente el ritmo flamenco, tan absorbente, tan imposible (el follón que se puede armar con unas palmas y unos taconazos)…! Uno de los palmeros, además, bailó. ¡Qué energía y ritmo! Le fue fácil tenernos a todos embobaos, que le interrumpiéramos a cada poco con aplausos (el pobre se quedaba quieto con la posturita ya marcada, como una estatua en movimiento, hasta que acabáramos de aplaudir).
Las letras no suelen ser el fuerte del flamenco. Perdón, supongo que para los enterados serán un auténtico maná intelectual. Pero no es fácil seguir el hilo. Cuenta más la connotación, el tono, la intensidad que la semántica, pienso yo. Pero Carmen canta a poetas y eso engrandece su guión. Por allí pasaron García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Bergamín, Machado. Preciosa la letra de Lorca: “El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos…”. Pero a mí me ha impresionado otra que venía a decir más o menos: “Será que no sé contar, será que me sobran penas, que cuando cuento mis penas, me salen penas de más”. La he tenido que apuntar a oscuras para que no se me olvidara. Me parece estupenda.
En fin, una tarde de domingo diferente. Y muy interesante. Quedas con ese regustillo de haber disfrutado mucho. Aunque no sea fácil contarlo. Ya lo veis.

miércoles, enero 12, 2011

Berta.


Berta. Nuestra Berta.
Vaya por adelantado que lo de nuestra es un decir, aunque algo nos tocará a los abuelos, digo yo. Pero no vayamos a comenzar con malentendidos. Berta es en primer lugar de sus papás y luego, un poquito también de los abuelos. Un poquito. Una vez, siendo estudiante en Zaragoza, se me ocurrió decir a una compañera de guateque “mi chica” (expresión cariñosa en Navarra) y se me puso como una fiera, como si el “mi” en lugar de cariño significara posesión. Pues eso, "nuestra" significa que la queremos y que la esperamos con mucha ilusión.
Nuestra Berta. Curioso. Antes los niños venían “con un pan bajo el brazo”, ahora llegan con un blog (http://bertapasoapso.blogspot.com/ ) y un pedigrí ya documentado. Va a ser una auténtica bebé iPod. ¡A ver cómo hacemos los abuelos para que después le gusten los cuentos tradicionales en papel! Y las aventuras de abuelo que voy guardando para ella, sobre mi pueblico Saigós, sobre mi escuela del siglo pasado, sobre la mili, sobre su padre de chiquito, ¿qué hago con ellas? Bueno, también puedo enviárselas a través mensajes electrónicos, aunque no sé si será lo mismo.
Nuestra Berta. Bendita criatura. Aún apenas concebida fue ya una gran noticia. Esas cosas que normalmente se llevan en secreto hasta que la barriga de la mamá empieza a abultarse, en ella se hicieron públicas pronto. Y así, pudimos festejar su presencia también pronto. Total, que comenzó rompiendo las reglas antes de nacer. No quiero ni pensar cómo va a ser la cosa cuando llegue a la adolescencia.
Nuestra Berta. Ahora todo es distinto. Hemos seguido con intensidad y mucha ilusión cada fase del proceso intrauterino. Estamos en tiempos de trasparencia y un poco de voyeurismo. Menos mal que aún sigue siendo íntimo el momento de la concepción, aunque seguro que a las cámaras de Gran Hermano tampoco les importaría completar la documentación. La cosa es hacer visible lo que siempre fue una caja negra (sabíamos que dentro pasaban cosas, aunque no sabíamos cuáles y, sobre todo, cómo funcionaban). Estamos perdiendo esa capacidad de aceptar el misterio, de diferir el deseo. Ahora necesitamos verlo todo en imágenes, cuanto más realistas mejor. Al lado de la casa de Coruña, las hacen ya en tres dimensiones. Osea, que casi se podrá tocar. Dentro de poco, hasta les harán entrevistas antes de nacer. Es como si no nos creyéramos las cosas si no las vemos. Menos mal que la información realista no mata la ilusión sino que la matiza. Y, en este caso hace crecer la fantasía. Lo tienen peor sus papás que se dedican a eso y saben leer las imágenes con ojos de especialista. Para los demás, ver a Berta, en esa imagen borrosa es imaginársela. Se le ve-imagina el cuerpo, la cabecita, la mano. Y ahí podemos imaginarla saludando con su manita a quienes podamos verla desde el otro lado de la ecografía. Parece que hace el gesto americano del O.K. con puño cerrado y el pulgar abierto hacia arriba. Debe ser que todo está bien por allí adentro, que le llegan los suministros con regularidad y que la crisis apenas se nota. Pero al ritmo que van las cosas, esa satisfacción le va a durar poco a la pobre porque enseguida se va a enterar de lo que significa vivir en un local bien estrecho sin apenas poder moverse. Y va a ser peor aún cuando le llegue la orden de deshaucio y tenga que dejar a la fuerza su alojamiento. La vida es dura, Berta, corazón, pero verás que merece la pena.
Nuestra Berta. Pues nada, pichurrita, aquí estamos a tu espera. Ya queda poco para Mayo ( que también es mi mes y el de varios de mis hermanos y sobrinos; va a ser un mes lleno de cumples). Todos esperamos que las cosas sigan igual de bien hasta el final. Con un papá médico y una mamá matrona ellos se preocuparán de que así sea. Estate atenta a lo que te digan y verás que todo sale bien.

Bueno, corazón, tu papá te va contando cosas y poniendo fotografías en tu blog para que las veas en cuanto tus avances en la Educación Infantil te lo permitan. Se le ve cada vez más ilusionado. Fíjate que le vas cambiando desde antes de nacer. Antes era mucho más reservado. El abuelo también te contará cosas en el suyo. Papá sabe más de Medicina y de esas cosas importantes, pero yo sé más de niños y tengo cosa muy divertidas que contarte. Ya verás, lo vamos a pasar guay.

lunes, enero 10, 2011

También la lluvia

En el cine hay películas de las que sales feliz. A veces es una felicidad puramente orgánica. La cosa ésa de las endorfinas, supongo. Otras veces es una felicidad más intelectual, como la que suelen producir las películas de Woody Allen. También hay veces en las que te levantas de la butaca de mala leche. En ocasiones porque te sientes estafado, ves que has perdido dos horas asistiendo a una historia chorra y casi con vergüenza ajena por el director y los actores metidos en proyectos tan estúpidos. Otras veces la mala leche viene de la historia y las imágenes que acabas de ver. La película ha sido extraordinaria pero la historia te deja conmovido y exhausto emocional e intelectualmente. Eso es lo que pasa con También la lluvia, que sales malherido del cine.
Iciar Bollain ha logrado una película excelente. Ha jugado de manera magistral con esa opción de hacer cine sobre cine, igual que otros han hecho teatro sobre el teatro o literatura sobre la literatura. La película trata del proceso de elaboración de una película en Bolivia a donde se desplazan productores y actores desde España. Pero luego la historia está tan bien entramada, el guión es tan perfecto (Paul Laberty, el compañero sentimental de Iciar ha sido el genial guinista) que logra entrecruzar tres historias unidas por la misma temática: la explotación de los indígenas y su rebeldía.
El tema de la película a grabar en Bolivia era la conquista de Cristobal Colón y la historia que se entrecruza con ella es la historia de una revuelta de los indígenas bolivianos de Cochabamba cuando en 2004 contra una multinacional que se ha hecho con la gestión y venta del agua. En el fondo de ambas historias, decía la Bollaín en una entrevista, está la resistencia: los indígenas del S.XV resistieron a Colon, los actuales resisten las injusticias del neoliberalismo capitalista.
Aunque la directora había hecho hasta ahora sólo películas sobre mujeres y basándose en actrices, ésta es una película con hombres. También hay mujeres pero en papeles muy secundarios. Los auténticos protagonistas son 4 magníficos actores sobre los que descansa la historia: Luis Tosar que hace el papel de productor de la película que se va a rodar y está expléndido como siempre; Gael García Bernal que va a Bolivia de director del film; Karra Elejalde, destinado a hacer de Colón y que sorprende por la forma en que encara su papel y por esa voz profunda y estropajosa que tiene; y el actor boliviano Juan Carlos Aduviri que hace de indígena y es, probablemente, el mejor de todos, pues durante toda la cinta te hace sentir que él no es actor, que han escogido a personajes reales de la calle para construir una historia más realista. Y es una película, además, a lo grande (5 millones de euros, y eso en Bolivia), de las que ya no se hacen. Moviendo auténticas masas humanas: 130 personas en su equipo, 4.000 extras, cerca de 300 indígenas.
La fotografía es excelente (más en lo que presentan de trozos del futuro film ya montados que cuando se desarrolla como documental), aunque las escenas de la protesta final contra el gobierno son de un realismo insuperable. Uno se piensa que está viendo un telediario. El rodaje en la selva con todos sus problemas climatológicos y de composición de la escenografía es espectacular. También el ritmo en el que van contando y entrelazando las historias está muy logrado. En realidad el guión está hecho con una inteligencia que deja claro que por detrás hay un maestro de ese oficio. Y, luego, hay escenas de un realismo y escabrosidad insuperables. Son como esas patadas en la entrepierna que te dejan doblado y con la respiración entrecortada: los perros persiguiendo a los indígenas, los castigos a quienes no han reunido el oro exigido, las madres con sus hijos en el río, la violencia policial. En fin, eso que decía de una gran película que te remueve hasta lo más profundo.
Otra cosa es la interpretación que se hace de la historia. La mezcla de un hecho real reciente (la protesta por el agua y supongo que bien documentado) con episodios históricos de hace 7 siglos y recreados a partir de algunos documentos y mucha imaginación es peligrosa. Siempre lo es pretender juzgar hechos históricos con criterios actuales. Nada ni nadie se salvaría. Ya resulta bien difícil intentar juzgar los hechos actuales porque siempre se encuentra uno con posiciones muy diferentes. Así que pretender hacerlo con hechos históricos resulta terrible. Pero parece estar de moda esa tendencia a revisar la historia (a revisitarla, se dice ahora, pero no es que se vaya de visita para ver lo que hay, sino que lo que se pretende es reconstruirla), sobre todo en lo que se refiere al descubrimiento y conquista de América. Es como si tuviéramos un fuerte sentimiento de culpabilidad ancestral del que precisáramos recuperarnos reconociendo nuestras culpas. Difícil saber si las cosas fueron así o no, pero seguro que hubo momentos malos y otros buenos; momentos crueles y otros de apoyo y compasión. Y que esos momentos fueron protagonizados por unos y por otros. Cierto que en situaciones en las que el equilibrio del poder es muy desigual, quienes más vulnerables resultan son los débiles.
Duele hurgar tanto en esas heridas. Supongo que hay partidarios de hacerlo porque le atribuyen cualidades terapéuticas pero yo no creo en eso. Simplemente se abren heridas. En mis frecuentes viajes por Iberoamérica me he encontrado, sobre todo en algunos países (Perú y México, en mi experiencia, pero calculo que lo mismo sucede en otros que no conozco como Venezuela, Bolivia, etc.) mucho resquemor por la historia. Para muchos, este tipo de reconstrucciones literarias o cinematográficas no son piezas artísticas imaginadas, sino documentos históricos que cuentan las cosas exactamente como fueron. El cine suple a la realidad y convierte en un hecho actual algo sucedido hace 7 siglos. Ése es el poder del cine que provoca una especie de psicosis individual y colectiva pues te involucra tanto en los hechos que narra que los vives como si fueran verdad. Eso es la psicosis: vivir como real algo que es imaginado. No es peligrosa cuando uno es capaz de recuperarse al salir del cine y volver, de nuevo, de la ficción a la realidad. Pero no siempre es fácil. Y cuanto mejor construida esté la ficción, cuanto más te cueste ver que es ficción, más difícil resulta el regreso. Acabo de leer en Internet la protesta de un tipo mejicano porque su país, según él, censuró la película También la lluvia para el festival de Toronto. Él estaba convencido de que la película era del director mejicano Gael García Bernal, el que hace de director en la historia. Y removió Roma con Santiago, desde la Embajada mejicana en Canadá hasta la dirección del festival y sus servicios de prensa para enterarse por qué la película del director mejicano no había sido seleccionada. Sería cómico si no fuera un poco trágico.
Tampoco quiero negar que las cosas fueran así o parecidas. Quizás lo fueran. Es lo que tienen las conquistas y las guerras. Es lo que tiene el poder y el miedo. Mucha maldad. Cualquier historia de guerra te deja sobrecogido. También las de ahora, no hace falta irse 7 siglos atrás. Pero da la impresión de que en nuestro caso, ese intento por cargar las tintas se ha convertido en una especie de manía auto-persecutoria. Muchos países conquistaron otros en aquellos siglos. En condiciones similares, supongo, si no peores. Pero no parece que estén tan preocupados por hurgar las heridas. Quizás es que ese tipo de cine nos llega menos. No sé. Llama la atención.
Iciar Bollaín decía que la línea que une las historias mezcladas en el film es la resistencia. Es una forma de ver lo positivo, efectivamente. Pero en la otra cara de la moneda está la opresión. Y eso lo describe muy bien el film. Puede que Colón oprimiera a los indígenas hasta límites dramáticos; puede que la multinacional que se hizo con la explotación del agua en Cochabamba quisiera obtener ganancias a sus inversiones cargando sobre los indígenas; puede que nuestro sentido crítico sea sensible a entender y valorar negativamente tales hechos. Pero resulta que los mismos que van a denunciar esos hechos están, a su vez, oprimiendo a esos mismos indígenas: se han ido a filmar a Bolivia porque resulta más barato y es más fácil obtener permisos; porque pueden obtener un gran número de extras a precios irrisorios; porque pueden construir los escenarios (talando árboles, alterando el mobiliario urbano, sobornando a quien corresponda si fuera preciso) sin tener que pasar por los trámites y costos europeos. Al final, también para los denunciantes es más importante su film que las propias protestas que quieren ensalzar y emplean el poder del dinero para tratar de controlar mejor la situación. En fin, que actúan de forma similar o incluso peor que la propia multinacional a la que denuncian. Ese juego de contradicciones morales está muy bien reflejado en el guión. En realidad es lo que uno puede sacar en limpio, la moraleja del film. Porque es verdad que hoy día nosotros no cortaríamos la mano a ningún indio, ni lanzaríamos los perros a destrozar fugitivos, ni cazaríamos esclavos, pero sí seguimos siendo capaces de conservar esas otras miserias que están a nuestro alcance. Total que cada uno puede ser cruel y opresor en la medida que puede y con las modalidades que están en su mano. Y es ahí donde debemos poner nuestra mirada crítica. Mirar 7 siglos atrás, al final, resulta cómodo. Y para algunos, tranquilizador.
En cualquier caso, una gran película. Aunque salgas del cine con alguna nausea y muchas preguntas.

sábado, enero 08, 2011

TODOS ESTÁN BIEN


Con la boca hecha un cromo, con un trancazo de gripe de esos que te dejan machacao y con el diluvio universal volcándose a tierra más allá de las cristaleras de la sala de estar, pocas opciones quedaban salvo una tarde de sofá y televisión. La oferta de ocio televisado tampoco es que te creara muchos dilemas, así que fuimos a recalar en esta película de Kirk Jones estrenada el año 2009. Ya la había visto y hasta creí que ya la había comentado en el blog, pero acabo de repasarlo y no encuentro el escrito. Quizás la viera en algún avión o en momentos de sequía bloguera.
El caso es que me hinché de llorar, tratando de disimularlo, claro. Debe ser que los antibióticos y antigripales le dejan a uno blandito en la cosa emocional. Pero es curioso cómo, incluso habiéndola visto ya, este tipo de temas (las relaciones padre-hijos) acaba tocándote las zonas blandas. Como dice mi sobrina Raquel, “te da una cosica…”
La historia es bonita y está muy bien contada. Es un remake de una película italiana del año 90, dirigida por Tornatore: Stanno tutti bene. No la he visto, así que no puedo compararlas. La cosa es que un viudo y jubilado (Robert de Niro), abrumado por el vacío vital en que se encuentra, desea volver a reencontrarse con sus hijos (dos chicos y dos chicas) a quienes la vida les ha llevado a distintos lugares del país. Lo intenta primero organizando una comida familiar en su casa a la que todos se comprometen inicialmente a asistir aunque poco a poco van excusando su presencia por motivos varios. Ante esa situación, el padre decide ponerse en marcha él y pasar a verlos a sus casas.
Y así los va visitando uno a uno. Cada uno de ellos va viviendo su vida, en muchos casos frenética. A uno no lo encuentra en casa. Con otra apenas puede estar porque su trabajo la absorbe. Otro casi se pasa el tiempo despidiéndole con la excusa de que tiene un compromiso ineludible que atender. A otra la encuentra en un contexto tan artificial que pronto se da cuenta de que lo que le muestra no es su verdadera situación. Y así, de lugar en lugar, su soledad en lugar de disminuir aumenta. Se va dando cuenta de que no conoce a sus hijos, de que nunca ha sabido casi nada de ellos, porque su interlocutora principal era su madre, de que más que sentir la fortaleza de los lazos familiares, lo que siente en cada encuentro es una frialdad ancestral disfrazada de amabilidad. Más que estar deseando verle y estar con él, van deseando pronto que se vaya.
El papel de padre lo borda De Niro. Lleno hasta la angustia de emociones actúa, sin embargo, de una forma comedida, racional, paternalmente correcta. No va exigiendo aprecio y reconocimiento a sus hijos. Al contrario, casi se acerca a ellos con prevención y pidiendo disculpas por todo lo que pudo hacer mal como padre. Tenía la ilusión de ver cómo habían ido triunfando pero no consigue disfrutar de la situación más que aceptable en la que todos ellos se encuentran. Quizás porque va constatando en cada uno, lo poco que tiene que ver con él la vida de ellos, lo lejos que se encuentran de su padre.
Los aspectos técnicos de la película son correctos. De hecho, fue nominada a los globos de oro del 2009 y recibió el premio a la mejor canción. La historia posee una secuencia sin lagunas y con un dramatismo in crescendo que te hace mantener el interés e implicarte cada vez más en la historia. Las actrices y actores del reparto son todos gente muy conocida (Kate Beckinsale, Sam Rockwell, Drew Barrymore, etc.) y desarrollan muy bien sus papeles. El director juega con frecuentes flashback retrotrayéndose a la época en que sus hijos eran niños y buscando allí las respuestas a lo que sucedía en la actualidad. En fin, una película concebida a la mayor gloria de Robert de Niro, emotiva e interesante. Una buena película que me ha encantado repetir.
Por eso no entiendo demasiado las críticas de los críticos quienes la han valorado poco. Es curioso cómo es diferente la forma de ver el cine cuando uno se sitúa desde fuera en plan juez con su bloc de notas en el que ir anotando aciertos y errores, cuando se ve el cine como un producto técnico, y cuando uno entra en la historia y trata de vivirla dejando que el director del film te lleve. Uno tiene que hacerse cómplice del director/a de la obra, entrar en su juego, al menos durante el tiempo en que dura la película. Luego ya la analizarás y sacarás tus conclusiones. A mí me gusta más así. Claro que hay películas en la que no hay una historia en la que meterte, en la que todo resulta tan irreal, tan absurdo o tan complejo que te obligan a quedarte fuera, como mero espectador.
En Todos están bien, sí hay una historia. Y está muy bien contada. Hay personajes que se parecen a ti, que pasan por cuitas similares a las tuyas, que aunque te dejen entrar en su historia, en el fondo, lo que están haciendo sibilinamente en llevarte a tu propia historia, la que no es cine, la que se refiere a tu vida. Por eso te emocionas y te haces las mismas preguntas que los personajes: ¿qué hacen tus hijos?, ¿qué tal estarán?, ¿en qué medida los conoces realmente?, ¿hasta qué punto has condicionado su vida en tus tiempos de padre?, ¿qué tal padre has sido para ellos? ¡Cómo no emocionarse ante esas dudas vitales que todos llevamos a flor de piel!
Al pobre padre de la historia las cosas de sus hijos no le habían preocupado tanto porque las resolvía su mujer. Ella era la que mantenía la complicidad con los hijos. A ella le contaban las cosas. Y así, cuando ella faltó, se encontró con que apenas sabía nada de ellos. Más de un padre debe tener esa misma sensación ambivalente. Como padre, quizás como hombre, vales para algunas cosas (en general las más materiales) pero hay otras que se te escapan, quedan en una zona opaca a la que no tienes acceso. Algunos lo viven bien así. Otros con desazón.
Bueno, no nos pongamos trágicos. La vida y los hijos son así, un juego de luces y sombras. Después de todo, Robert de Niro consiguió que sus hijos, salvo el pobre calavera que se perdió en el camino, acudieran a su casa y celebraran todos juntos las Navidades. Así que su viaje no fue en vano. Aún conservaba parte de su “carisma” paterno. No es un mal final. Dice el subtítulo de la película que" a veces, para encontrar el amor hay que salir a buscarlo". Tampoco es mala idea.

martes, enero 04, 2011

LOS IMPLANTES


Ahora todo el mundo se hace implantes. Se acabó la época en que lo guai era ponerte un diente de oro, un capuchón de platino o, si tus posibles no llegaban a tanto, un puente salvador. Se ve que vamos evolucionando y ya quien más quien menos lleva encima un implante de titanio.
A mí me tocó ayer. Aunque pertenecía a la generación de los puentes y llevaba con uno ni se sabe el tiempo, últimamente uno de sus anclajes se fue al carajo y me sugirieron que la mejor solución era acudir a los implantes. Lo primero que te asusta es la pasta gansa que cuesta: más de 1500€ por implante. Y eso con rebaja de navarro (que para eso escogí a un especialista cojonudo de mi tierra y con el que solía celebrar la comida de los navarros en julio, por San Fermín, y en diciembre, por San Francisco Javier). Y como tenía que ponerme 5, pues el presupuesto se ponía por las nubes.
Pero, en fin. Lo que más me asustaba no era el precio, que también, sino eso de que te taladren y perforen tu encía para meterte unos tornillos como si fueras un rodapié. Lo bueno de este es que lo apalabras con mucho tiempo de antelación y, entonces, lo ves todo tan lejos que te sientes animoso. Cuando yo lo hice me quedaba aún medio mes de Noviembre, el viaje lúdico-laboral a México, las fiestas navideñas. Buff!, mucho tiempo. Pero, ¡qué leche!, apenas ha durado nada. Y desde hace varios días comencé a sentir esa especie de tembleque que te entra antes de fechas clave. Como el miedo es libre, el mío se aprovecha de la menor oportunidad para buscar protagonismo, como los chavales repelentes.
Y así, ayer, sin más consideraciones tuve que aprestarme al sacrificio. Yo en estos casos destapo el frasco de las hipocondrías y me pongo en disposición de lo peor. Repaso el testamento y procuro dejar todo en orden por lo que pudiera suceder. Pero eso sí, a las 4 menos cuarto (mi cita estaba marcada para los 4) estaba listo para la carnicería. Se retraso un poco el médico pero llegó alegre. En el pasillo nos comentamos que ambos lo habíamos pasado muy bien en Pamplona, que hacía buen tiempo (pese al frío) y, decía él, que cada vez le gustaba más viajar allí. Por sus hijos y porque era el lugar donde pensaba pasar su jubilación. No estuvo mal para ahuyentar un poco a los demonios, aunque suelen decir que no es bueno que los verdugos confraternicen con los condenados.
Y como el tiempo pasa inexorablemente, a los pocos minutos ya estaba recostado en el sillón del martirio, aunque todo hay que decirlo, enfrascado en una conversación intrascendente. Otras veces, suele ser para dormirte, pero esta vez no había sedación. Enseguida tomó la jeringuilla con anestesia local y empezó a pincharme sin mucho miramiento. Casi es mejor así, pensé. Y a partir de ahí renuncié a cualquier tipo de pensamiento. Que decidan ellos. Y traté de relajarme.
Lo que empiezas a sentir es que la boca se convierte en una esponja. A mí me preocupaba sobre todo la lengua que se había hecho enorme y me llenaba toda la boca. Por supuesto, ni manera de decir nada. Y entonces me visaron que me iban a cubrir. Tenía pinta de mortaja. O de burka. Un agujerito para la boca y la nariz y todo lo demás tapado y a oscuras. Me impuse yo mismo otra dosis de relajación para llevarlo con paciencia. Unos minutos de pausa para que la anestesia hiciera su papel y “allá vamos”, me dijo el navarro. La primera impresión fue buena. Se notó que me dio un tajo soberano en la encía pero yo lo sentí como que tocaba algo que apenas era mío. Él continuó fozando con energía y yo seguí tranquilo como quien asiste a un colega que va pelando un palo para sacarle punta. Sentía la fuerza que él hacía hacia abajo pero ni pizca de dolor. Eso sí, sentías como te taladraban. Igual que cuando andan los obreros en las aceras. Pero no dolía. Me empecé a preocupar al escuchar las cosas que se decían. El taladro, decía él. Un destornillador del 3,5. Las tenazas. Este tornillo no encaja dame uno menor. No debe estar bien la rosca, vamos a sacarlo. Coño, parecía una carpintería. Y yo setía perfectamente como daba vuelta a los tornillos apretándolos o soltándolos. Usaba una de esas llaves que se autoajustan y las vas moviendo con medios giros. Ras, ras, ras… Los tornillos los movía primero con la tenaza y luego los sacaba con la mano. A veces, le costaba moverlos y le decían que se notaba que venía de vacaciones, que aún andaba flojo. Yo ya había oído que los cirujanos cardiovasculares trabajaban como los fontaneros, haciendo empalmes de tubería. Pero ya veo que los maxilofaciales son como los carpinteros.
La cosa es que al rato me dijo que ya casi había acabado con aquella parte. Sólo faltaba coser. Así que no solo eran carpinteros, también sastres. Pero resultaba gracioso que a ratos preguntaba, ¿nos queda más hueso? Así que me habían quitado hueso. Debió figurarse mi asombro porque me explicó que era el hueso sobrante de los agujeros que me había hecho. Los escombros, vamos. Y me lo puso, de nuevo. Difícil de entender.
Hasta ese momento iban 2 implantes. Faltaban otros 3 del otro lado. No había estado mal. 5 minutos para que me relajara y vuelta a empezar. Sólo que esta vez sí sentí su primer embate. Sin problema, me dijo. Y me encajó otra dosis de anestesia. Y vuelta a los taladros, los clavos, los tornillos, los alicates, las llaves, las tenazas y toda la herramienta al uso. Y los ruiditos de cada una y esa sensación de que no sabes si te están poniendo un diente o haciendo una estantería. Más hilo para coser (yo notaba cómo iban clavándolo a los lados y haciendo el nudo de dos vueltas encima) y tijeras para cortar cada zurcido. Artesanos es lo que son estos médicos.
Y ahí acabó la historia. Me sacaron el burka me preguntaron qué tal estaba (no puede responder, por supuesto, porque tenía la lengua que se me salía de la boca de grande que era) y balbuciendo señalé que bien. Me pasaron a un sofá con dos bolsas de hielo y al ratico me mandaron para casa. De tiempo objetivo habían pasado 40 minutos, de sensación temporal, varias horas. Pero estaba bien. Con la boca igual que cuando hacen un desmonte para iniciar un garaje subterráneo pero, en lo demás bastante bien.
Me aconsejaron que me pusiera guisantes congelados a cada lado de la cara y que no hiciera esfuerzos. Lo de los guisantes nos sonó un poco a friki, pero resultó útil. Lo del esfuerzo fue una recomendación inútil, bastante tenía con sostener las bolsas de guisantes. Y así, con ese dolor sordo que se confundía con la barba pasé una tarde de sofá y televisión.
Por la noche me llamó un contratista que nos hace unas obras. Le conté cómo estaba y él me dijo que también se lo había hecho él y que fue con mucho la peor experiencia de su vida. Que lo pasó horrorosamente mal y que por nada del mundo se volvería a hacer un implante. Toqué madera y lo mandé al carajo no fuera a ser gafe. Pero me sentí feliz. Visto lo visto, lo mío había sido una experiencia hasta agradable. Quizás la diferencia es que a mí me la hizo un paisano navarro. Y eso se nota.

lunes, enero 03, 2011

Bye, Bye 2010


Se nos fue el dosmildiez. Y pensaba dejarlo ir así, a la sueca, como quien no se da cuenta. Pero da un poco de yu-yu que en una época de tanto gesto supersticioso (las uvas, los brindis, las bragas rojas, los deseos escritos y quemados, las felicitaciones, las promesas) te vayas a pasar por alto una despedida del año. Y si eso trae mala suerte, ¿a quién reclamas después? Se lo he comentado al blog y él era de la misma opinión. No tentar a la suerte y, menos aún, con la que está cayendo.
En fin, que aquí estamos, mirando todavía de reojo al fin de año de puro recelo. Cuesta mucho iniciar una nueva andadura. Y, además, cuesta arriba.
La verdad es que en situación normal, tendría que estar deseoso de llenar páginas y páginas desbrozando la maraña de sentimientos que deja atrás este maldito/bendito año que se nos va. Ha estado tan lleno de emociones que tengo el alma igual que el despacho, tan abarrotado y desordenado que apenas puedes moverte en él. Quizás por eso esta especie de galbana que te impide rebuscar entre tanta cosa. En el despacho tengo un cartelito semi-exculpador en el que dice “Un día de estos tengo que organizarme”. Fue el buen propósito de hace dos o tres años, pero allí sigue. Algo parecido quise hacer con el mundillo interior y por eso solicité el año sabático. Y en esas estamos, pero van pasando los meses y tampoco parece que en ese otro escenario las cosas vayan organizándose. O sea que, habrá que incluir ése entre los buenos propósitos para el 2011.
¿Mal año, buen año? Las dos cosas. Cómo calificar un año en el que has perdido a tu padre y eso te ha enviado al infierno, pero, a la vez, se han casado tus dos hijos y te han anunciado que hay una nietita en ciernes. El cielo y el infierno en el mismo vaso. Con el problema añadido de que son cosas, las buenas y las malas, de naturaleza tan distinta que resulta imposible hacer medias y compensar lo malo por lo bueno. Y la cuestión es que el 2010, el pobre, no se ha salido del guión. Salvo alguna excepción, y buena, lo que ha sucedido era lo que ya sabíamos que sucedería. Pero ni siquiera el saberlo amortigua el efecto marasmo que produce tanta emoción. Es como una gota fría que desborda las previsiones e inunda los espacios y reblandece las seguridades, pocas ya, con las que uno iba sobreviviendo.
Pues eso. El 2011 será un año de reconstrucción. Como en la economía. Lo que pasa que por dentro de uno no tienes a quien bajar el sueldo, ni tienes impuestos que elevar para recuperar los balances. Habrá que buscar soluciones más imaginativas y pedir suplementos masivos de endorfinas en vena para ver si mejora el pronóstico.
Y lo jodido es que ya comenzamos medio mal. Aún estamos a día 3 y ya me están esperando esta tarde para perforarme la encía y clavarme cinco implantes. ¿Qué se puede esperar de un año que comienza tan malamente?