En el cine hay películas de las que sales feliz. A veces es una felicidad puramente orgánica. La cosa ésa de las endorfinas, supongo. Otras veces es una felicidad más intelectual, como la que suelen producir las películas de Woody Allen. También hay veces en las que te levantas de la butaca de mala leche. En ocasiones porque te sientes estafado, ves que has perdido dos horas asistiendo a una historia chorra y casi con vergüenza ajena por el director y los actores metidos en proyectos tan estúpidos. Otras veces la mala leche viene de la historia y las imágenes que acabas de ver. La película ha sido extraordinaria pero la historia te deja conmovido y exhausto emocional e intelectualmente. Eso es lo que pasa con También la lluvia, que sales malherido del cine.
Iciar Bollain ha logrado una película excelente. Ha jugado de manera magistral con esa opción de hacer cine sobre cine, igual que otros han hecho teatro sobre el teatro o literatura sobre la literatura. La película trata del proceso de elaboración de una película en Bolivia a donde se desplazan productores y actores desde España. Pero luego la historia está tan bien entramada, el guión es tan perfecto (Paul Laberty, el compañero sentimental de Iciar ha sido el genial guinista) que logra entrecruzar tres historias unidas por la misma temática: la explotación de los indígenas y su rebeldía.
El tema de la película a grabar en Bolivia era la conquista de Cristobal Colón y la historia que se entrecruza con ella es la historia de una revuelta de los indígenas bolivianos de Cochabamba cuando en 2004 contra una multinacional que se ha hecho con la gestión y venta del agua. En el fondo de ambas historias, decía la Bollaín en una entrevista, está la resistencia: los indígenas del S.XV resistieron a Colon, los actuales resisten las injusticias del neoliberalismo capitalista.
El tema de la película a grabar en Bolivia era la conquista de Cristobal Colón y la historia que se entrecruza con ella es la historia de una revuelta de los indígenas bolivianos de Cochabamba cuando en 2004 contra una multinacional que se ha hecho con la gestión y venta del agua. En el fondo de ambas historias, decía la Bollaín en una entrevista, está la resistencia: los indígenas del S.XV resistieron a Colon, los actuales resisten las injusticias del neoliberalismo capitalista.
Aunque la directora había hecho hasta ahora sólo películas sobre mujeres y basándose en actrices, ésta es una película con hombres. También hay mujeres pero en papeles muy secundarios. Los auténticos protagonistas son 4 magníficos actores sobre los que descansa la historia: Luis Tosar que hace el papel de productor de la película que se va a rodar y está expléndido como siempre; Gael García Bernal que va a Bolivia de director del film; Karra Elejalde, destinado a hacer de Colón y que sorprende por la forma en que encara su papel y por esa voz profunda y estropajosa que tiene; y el actor boliviano Juan Carlos Aduviri que hace de indígena y es, probablemente, el mejor de todos, pues durante toda la cinta te hace sentir que él no es actor, que han escogido a personajes reales de la calle para construir una historia más realista. Y es una película, además, a lo grande (5 millones de euros, y eso en Bolivia), de las que ya no se hacen. Moviendo auténticas masas humanas: 130 personas en su equipo, 4.000 extras, cerca de 300 indígenas.
La fotografía es excelente (más en lo que presentan de trozos del futuro film ya montados que cuando se desarrolla como documental), aunque las escenas de la protesta final contra el gobierno son de un realismo insuperable. Uno se piensa que está viendo un telediario. El rodaje en la selva con todos sus problemas climatológicos y de composición de la escenografía es espectacular. También el ritmo en el que van contando y entrelazando las historias está muy logrado. En realidad el guión está hecho con una inteligencia que deja claro que por detrás hay un maestro de ese oficio. Y, luego, hay escenas de un realismo y escabrosidad insuperables. Son como esas patadas en la entrepierna que te dejan doblado y con la respiración entrecortada: los perros persiguiendo a los indígenas, los castigos a quienes no han reunido el oro exigido, las madres con sus hijos en el río, la violencia policial. En fin, eso que decía de una gran película que te remueve hasta lo más profundo.
La fotografía es excelente (más en lo que presentan de trozos del futuro film ya montados que cuando se desarrolla como documental), aunque las escenas de la protesta final contra el gobierno son de un realismo insuperable. Uno se piensa que está viendo un telediario. El rodaje en la selva con todos sus problemas climatológicos y de composición de la escenografía es espectacular. También el ritmo en el que van contando y entrelazando las historias está muy logrado. En realidad el guión está hecho con una inteligencia que deja claro que por detrás hay un maestro de ese oficio. Y, luego, hay escenas de un realismo y escabrosidad insuperables. Son como esas patadas en la entrepierna que te dejan doblado y con la respiración entrecortada: los perros persiguiendo a los indígenas, los castigos a quienes no han reunido el oro exigido, las madres con sus hijos en el río, la violencia policial. En fin, eso que decía de una gran película que te remueve hasta lo más profundo.
Otra cosa es la interpretación que se hace de la historia. La mezcla de un hecho real reciente (la protesta por el agua y supongo que bien documentado) con episodios históricos de hace 7 siglos y recreados a partir de algunos documentos y mucha imaginación es peligrosa. Siempre lo es pretender juzgar hechos históricos con criterios actuales. Nada ni nadie se salvaría. Ya resulta bien difícil intentar juzgar los hechos actuales porque siempre se encuentra uno con posiciones muy diferentes. Así que pretender hacerlo con hechos históricos resulta terrible. Pero parece estar de moda esa tendencia a revisar la historia (a revisitarla, se dice ahora, pero no es que se vaya de visita para ver lo que hay, sino que lo que se pretende es reconstruirla), sobre todo en lo que se refiere al descubrimiento y conquista de América. Es como si tuviéramos un fuerte sentimiento de culpabilidad ancestral del que precisáramos recuperarnos reconociendo nuestras culpas. Difícil saber si las cosas fueron así o no, pero seguro que hubo momentos malos y otros buenos; momentos crueles y otros de apoyo y compasión. Y que esos momentos fueron protagonizados por unos y por otros. Cierto que en situaciones en las que el equilibrio del poder es muy desigual, quienes más vulnerables resultan son los débiles.
Duele hurgar tanto en esas heridas. Supongo que hay partidarios de hacerlo porque le atribuyen cualidades terapéuticas pero yo no creo en eso. Simplemente se abren heridas. En mis frecuentes viajes por Iberoamérica me he encontrado, sobre todo en algunos países (Perú y México, en mi experiencia, pero calculo que lo mismo sucede en otros que no conozco como Venezuela, Bolivia, etc.) mucho resquemor por la historia. Para muchos, este tipo de reconstrucciones literarias o cinematográficas no son piezas artísticas imaginadas, sino documentos históricos que cuentan las cosas exactamente como fueron. El cine suple a la realidad y convierte en un hecho actual algo sucedido hace 7 siglos. Ése es el poder del cine que provoca una especie de psicosis individual y colectiva pues te involucra tanto en los hechos que narra que los vives como si fueran verdad. Eso es la psicosis: vivir como real algo que es imaginado. No es peligrosa cuando uno es capaz de recuperarse al salir del cine y volver, de nuevo, de la ficción a la realidad. Pero no siempre es fácil. Y cuanto mejor construida esté la ficción, cuanto más te cueste ver que es ficción, más difícil resulta el regreso. Acabo de leer en Internet la protesta de un tipo mejicano porque su país, según él, censuró la película También la lluvia para el festival de Toronto. Él estaba convencido de que la película era del director mejicano Gael García Bernal, el que hace de director en la historia. Y removió Roma con Santiago, desde la Embajada mejicana en Canadá hasta la dirección del festival y sus servicios de prensa para enterarse por qué la película del director mejicano no había sido seleccionada. Sería cómico si no fuera un poco trágico.
Tampoco quiero negar que las cosas fueran así o parecidas. Quizás lo fueran. Es lo que tienen las conquistas y las guerras. Es lo que tiene el poder y el miedo. Mucha maldad. Cualquier historia de guerra te deja sobrecogido. También las de ahora, no hace falta irse 7 siglos atrás. Pero da la impresión de que en nuestro caso, ese intento por cargar las tintas se ha convertido en una especie de manía auto-persecutoria. Muchos países conquistaron otros en aquellos siglos. En condiciones similares, supongo, si no peores. Pero no parece que estén tan preocupados por hurgar las heridas. Quizás es que ese tipo de cine nos llega menos. No sé. Llama la atención.
Iciar Bollaín decía que la línea que une las historias mezcladas en el film es la resistencia. Es una forma de ver lo positivo, efectivamente. Pero en la otra cara de la moneda está la opresión. Y eso lo describe muy bien el film. Puede que Colón oprimiera a los indígenas hasta límites dramáticos; puede que la multinacional que se hizo con la explotación del agua en Cochabamba quisiera obtener ganancias a sus inversiones cargando sobre los indígenas; puede que nuestro sentido crítico sea sensible a entender y valorar negativamente tales hechos. Pero resulta que los mismos que van a denunciar esos hechos están, a su vez, oprimiendo a esos mismos indígenas: se han ido a filmar a Bolivia porque resulta más barato y es más fácil obtener permisos; porque pueden obtener un gran número de extras a precios irrisorios; porque pueden construir los escenarios (talando árboles, alterando el mobiliario urbano, sobornando a quien corresponda si fuera preciso) sin tener que pasar por los trámites y costos europeos. Al final, también para los denunciantes es más importante su film que las propias protestas que quieren ensalzar y emplean el poder del dinero para tratar de controlar mejor la situación. En fin, que actúan de forma similar o incluso peor que la propia multinacional a la que denuncian. Ese juego de contradicciones morales está muy bien reflejado en el guión. En realidad es lo que uno puede sacar en limpio, la moraleja del film. Porque es verdad que hoy día nosotros no cortaríamos la mano a ningún indio, ni lanzaríamos los perros a destrozar fugitivos, ni cazaríamos esclavos, pero sí seguimos siendo capaces de conservar esas otras miserias que están a nuestro alcance. Total que cada uno puede ser cruel y opresor en la medida que puede y con las modalidades que están en su mano. Y es ahí donde debemos poner nuestra mirada crítica. Mirar 7 siglos atrás, al final, resulta cómodo. Y para algunos, tranquilizador.
En cualquier caso, una gran película. Aunque salgas del cine con alguna nausea y muchas preguntas.
Tampoco quiero negar que las cosas fueran así o parecidas. Quizás lo fueran. Es lo que tienen las conquistas y las guerras. Es lo que tiene el poder y el miedo. Mucha maldad. Cualquier historia de guerra te deja sobrecogido. También las de ahora, no hace falta irse 7 siglos atrás. Pero da la impresión de que en nuestro caso, ese intento por cargar las tintas se ha convertido en una especie de manía auto-persecutoria. Muchos países conquistaron otros en aquellos siglos. En condiciones similares, supongo, si no peores. Pero no parece que estén tan preocupados por hurgar las heridas. Quizás es que ese tipo de cine nos llega menos. No sé. Llama la atención.
Iciar Bollaín decía que la línea que une las historias mezcladas en el film es la resistencia. Es una forma de ver lo positivo, efectivamente. Pero en la otra cara de la moneda está la opresión. Y eso lo describe muy bien el film. Puede que Colón oprimiera a los indígenas hasta límites dramáticos; puede que la multinacional que se hizo con la explotación del agua en Cochabamba quisiera obtener ganancias a sus inversiones cargando sobre los indígenas; puede que nuestro sentido crítico sea sensible a entender y valorar negativamente tales hechos. Pero resulta que los mismos que van a denunciar esos hechos están, a su vez, oprimiendo a esos mismos indígenas: se han ido a filmar a Bolivia porque resulta más barato y es más fácil obtener permisos; porque pueden obtener un gran número de extras a precios irrisorios; porque pueden construir los escenarios (talando árboles, alterando el mobiliario urbano, sobornando a quien corresponda si fuera preciso) sin tener que pasar por los trámites y costos europeos. Al final, también para los denunciantes es más importante su film que las propias protestas que quieren ensalzar y emplean el poder del dinero para tratar de controlar mejor la situación. En fin, que actúan de forma similar o incluso peor que la propia multinacional a la que denuncian. Ese juego de contradicciones morales está muy bien reflejado en el guión. En realidad es lo que uno puede sacar en limpio, la moraleja del film. Porque es verdad que hoy día nosotros no cortaríamos la mano a ningún indio, ni lanzaríamos los perros a destrozar fugitivos, ni cazaríamos esclavos, pero sí seguimos siendo capaces de conservar esas otras miserias que están a nuestro alcance. Total que cada uno puede ser cruel y opresor en la medida que puede y con las modalidades que están en su mano. Y es ahí donde debemos poner nuestra mirada crítica. Mirar 7 siglos atrás, al final, resulta cómodo. Y para algunos, tranquilizador.
En cualquier caso, una gran película. Aunque salgas del cine con alguna nausea y muchas preguntas.
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