Con la boca hecha un cromo, con un trancazo de gripe de esos que te dejan machacao y con el diluvio universal volcándose a tierra más allá de las cristaleras de la sala de estar, pocas opciones quedaban salvo una tarde de sofá y televisión. La oferta de ocio televisado tampoco es que te creara muchos dilemas, así que fuimos a recalar en esta película de Kirk Jones estrenada el año 2009. Ya la había visto y hasta creí que ya la había comentado en el blog, pero acabo de repasarlo y no encuentro el escrito. Quizás la viera en algún avión o en momentos de sequía bloguera.
El caso es que me hinché de llorar, tratando de disimularlo, claro. Debe ser que los antibióticos y antigripales le dejan a uno blandito en la cosa emocional. Pero es curioso cómo, incluso habiéndola visto ya, este tipo de temas (las relaciones padre-hijos) acaba tocándote las zonas blandas. Como dice mi sobrina Raquel, “te da una cosica…”
El caso es que me hinché de llorar, tratando de disimularlo, claro. Debe ser que los antibióticos y antigripales le dejan a uno blandito en la cosa emocional. Pero es curioso cómo, incluso habiéndola visto ya, este tipo de temas (las relaciones padre-hijos) acaba tocándote las zonas blandas. Como dice mi sobrina Raquel, “te da una cosica…”
La historia es bonita y está muy bien contada. Es un remake de una película italiana del año 90, dirigida por Tornatore: Stanno tutti bene. No la he visto, así que no puedo compararlas. La cosa es que un viudo y jubilado (Robert de Niro), abrumado por el vacío vital en que se encuentra, desea volver a reencontrarse con sus hijos (dos chicos y dos chicas) a quienes la vida les ha llevado a distintos lugares del país. Lo intenta primero organizando una comida familiar en su casa a la que todos se comprometen inicialmente a asistir aunque poco a poco van excusando su presencia por motivos varios. Ante esa situación, el padre decide ponerse en marcha él y pasar a verlos a sus casas.
Y así los va visitando uno a uno. Cada uno de ellos va viviendo su vida, en muchos casos frenética. A uno no lo encuentra en casa. Con otra apenas puede estar porque su trabajo la absorbe. Otro casi se pasa el tiempo despidiéndole con la excusa de que tiene un compromiso ineludible que atender. A otra la encuentra en un contexto tan artificial que pronto se da cuenta de que lo que le muestra no es su verdadera situación. Y así, de lugar en lugar, su soledad en lugar de disminuir aumenta. Se va dando cuenta de que no conoce a sus hijos, de que nunca ha sabido casi nada de ellos, porque su interlocutora principal era su madre, de que más que sentir la fortaleza de los lazos familiares, lo que siente en cada encuentro es una frialdad ancestral disfrazada de amabilidad. Más que estar deseando verle y estar con él, van deseando pronto que se vaya.
Y así los va visitando uno a uno. Cada uno de ellos va viviendo su vida, en muchos casos frenética. A uno no lo encuentra en casa. Con otra apenas puede estar porque su trabajo la absorbe. Otro casi se pasa el tiempo despidiéndole con la excusa de que tiene un compromiso ineludible que atender. A otra la encuentra en un contexto tan artificial que pronto se da cuenta de que lo que le muestra no es su verdadera situación. Y así, de lugar en lugar, su soledad en lugar de disminuir aumenta. Se va dando cuenta de que no conoce a sus hijos, de que nunca ha sabido casi nada de ellos, porque su interlocutora principal era su madre, de que más que sentir la fortaleza de los lazos familiares, lo que siente en cada encuentro es una frialdad ancestral disfrazada de amabilidad. Más que estar deseando verle y estar con él, van deseando pronto que se vaya.
El papel de padre lo borda De Niro. Lleno hasta la angustia de emociones actúa, sin embargo, de una forma comedida, racional, paternalmente correcta. No va exigiendo aprecio y reconocimiento a sus hijos. Al contrario, casi se acerca a ellos con prevención y pidiendo disculpas por todo lo que pudo hacer mal como padre. Tenía la ilusión de ver cómo habían ido triunfando pero no consigue disfrutar de la situación más que aceptable en la que todos ellos se encuentran. Quizás porque va constatando en cada uno, lo poco que tiene que ver con él la vida de ellos, lo lejos que se encuentran de su padre.
Los aspectos técnicos de la película son correctos. De hecho, fue nominada a los globos de oro del 2009 y recibió el premio a la mejor canción. La historia posee una secuencia sin lagunas y con un dramatismo in crescendo que te hace mantener el interés e implicarte cada vez más en la historia. Las actrices y actores del reparto son todos gente muy conocida (Kate Beckinsale, Sam Rockwell, Drew Barrymore, etc.) y desarrollan muy bien sus papeles. El director juega con frecuentes flashback retrotrayéndose a la época en que sus hijos eran niños y buscando allí las respuestas a lo que sucedía en la actualidad. En fin, una película concebida a la mayor gloria de Robert de Niro, emotiva e interesante. Una buena película que me ha encantado repetir.
Por eso no entiendo demasiado las críticas de los críticos quienes la han valorado poco. Es curioso cómo es diferente la forma de ver el cine cuando uno se sitúa desde fuera en plan juez con su bloc de notas en el que ir anotando aciertos y errores, cuando se ve el cine como un producto técnico, y cuando uno entra en la historia y trata de vivirla dejando que el director del film te lleve. Uno tiene que hacerse cómplice del director/a de la obra, entrar en su juego, al menos durante el tiempo en que dura la película. Luego ya la analizarás y sacarás tus conclusiones. A mí me gusta más así. Claro que hay películas en la que no hay una historia en la que meterte, en la que todo resulta tan irreal, tan absurdo o tan complejo que te obligan a quedarte fuera, como mero espectador.
En Todos están bien, sí hay una historia. Y está muy bien contada. Hay personajes que se parecen a ti, que pasan por cuitas similares a las tuyas, que aunque te dejen entrar en su historia, en el fondo, lo que están haciendo sibilinamente en llevarte a tu propia historia, la que no es cine, la que se refiere a tu vida. Por eso te emocionas y te haces las mismas preguntas que los personajes: ¿qué hacen tus hijos?, ¿qué tal estarán?, ¿en qué medida los conoces realmente?, ¿hasta qué punto has condicionado su vida en tus tiempos de padre?, ¿qué tal padre has sido para ellos? ¡Cómo no emocionarse ante esas dudas vitales que todos llevamos a flor de piel!
En Todos están bien, sí hay una historia. Y está muy bien contada. Hay personajes que se parecen a ti, que pasan por cuitas similares a las tuyas, que aunque te dejen entrar en su historia, en el fondo, lo que están haciendo sibilinamente en llevarte a tu propia historia, la que no es cine, la que se refiere a tu vida. Por eso te emocionas y te haces las mismas preguntas que los personajes: ¿qué hacen tus hijos?, ¿qué tal estarán?, ¿en qué medida los conoces realmente?, ¿hasta qué punto has condicionado su vida en tus tiempos de padre?, ¿qué tal padre has sido para ellos? ¡Cómo no emocionarse ante esas dudas vitales que todos llevamos a flor de piel!
Al pobre padre de la historia las cosas de sus hijos no le habían preocupado tanto porque las resolvía su mujer. Ella era la que mantenía la complicidad con los hijos. A ella le contaban las cosas. Y así, cuando ella faltó, se encontró con que apenas sabía nada de ellos. Más de un padre debe tener esa misma sensación ambivalente. Como padre, quizás como hombre, vales para algunas cosas (en general las más materiales) pero hay otras que se te escapan, quedan en una zona opaca a la que no tienes acceso. Algunos lo viven bien así. Otros con desazón.
Bueno, no nos pongamos trágicos. La vida y los hijos son así, un juego de luces y sombras. Después de todo, Robert de Niro consiguió que sus hijos, salvo el pobre calavera que se perdió en el camino, acudieran a su casa y celebraran todos juntos las Navidades. Así que su viaje no fue en vano. Aún conservaba parte de su “carisma” paterno. No es un mal final. Dice el subtítulo de la película que" a veces, para encontrar el amor hay que salir a buscarlo". Tampoco es mala idea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario