miércoles, agosto 10, 2011

Puebla de los Ángeles



Pues ya. Esto se acabó. Ya estamos en la sala VIP del aeropuerto del D.F. a la espera de que parta nuestro avión de regreso a España.
Los días de Puebla, como era de suponer, han sido intensos y magníficos. Habían venido los padres de Rossi para cumplimentarnos y hemos pasado con ellos estos dos días. Dedicamos el lunes a conocer la nueva estrella industrial-académica del cluster empresarial de Rafa: sus invernaderos, los laboratorios, la sede de la nueva universidad que está iniciando su camino. Nos impresionó especialmente la zona del laboratorio, la más reciente y con más recursos. La parte de los invernaderos ya nos es más familiar. Y la parte académica está aún por iniciarse. Pero uno ya puede imaginarse toda aquella zona llena de estudiantes que realizan sus cursos, de profesores y profesoras que imparten clases y de investigadores y trabajadores de aquel complejo. Como tenían una actividad formativa con los que van a ser profesores, me entretuve a gusto con ellos y hasta pude compartir algunas ideas sobre el trabajo que van a desarrollar. Al fin y al cabo es lo que voy haciendo mundo adelante.

Tras la visita, nos reunimos las dos familias en el restaurante La Noria. Ya lo conocíamos de viajes anteriores. Cuando todavía era curioso, en él probé, por primera y última vez, fritos de saltamonte y creo que algún tipo de gusano. Esta vez también aparecían en la carta pero mis hermanos no se sintieron muy tentados. Les insistimos pero, ni modo, prefirieron el pescado o viandas más experimentadas. De todas formas, la comida mejicana sigue siendo picante, incluso cuando te aseguran que no lo es. Siempre se me olvida ese principio y acabo pidiendo a gritos algún protector del estómago porque me arde. Pero a los demás les sentó bien.

El resto de la tarde nos fuimos de visita a la casa de los Ander y Julen, para admirar su nueva mansión y, a la vez, poder saludar a su madre, Mónica. Nos vino a buscar Julen con su flamante coche. Aún no tiene edad ni carnet pero ya conduce como un jabato. Se maneja con autoridad en la carretera y sabe bien lo que hace. Tiene sobre su cabeza la espada de Damocles que le plenteó su padre: si tiene un accidente pierde el coche. Así que va con cuidado, aunque le mete caña sin agobios. La casa es preciosa, una especie de clon de la de Rafa y la encontramos arregladísima. Pasamos allí un rato agradable entre cervezas y tequilas como se hacen las tertulias aquí. Al caer la tarde llegó Rafa y volvimos al redil. Cenita ligera y a la piltra que al día siguiente teníamos mañana cultural por el centro de Puebla y fiesta de despedida con mariachi incluido en casa de Rafa..

Así fue. A la hora acordada llegó por allí la furgoneta que nos había de llevar al centro. Allí debía estar esperándonos una guía, pero eso era mucho suponer. Apareció a la media hora y no era una guía sino un señor mayor de traje y corbata y pinta de profesor de Historia en un Instituto. Allá nos fuimos. Primero la casa de cultura con la insuperable biblioteca de Palafox. El guía se empeñaba en darnos lecciones de teología y patrística en relación al fondo que allí se guardaba pero nuestras cabezas, después de Las Vegas y La Habana, no estaban para muchas explicaciones sesudas. Después la Catedral, el convento de los Dominicos y la maravillosa capilla del Rosario. Y como ya iba siendo mucha cosa religiosa le pedimos algo más laico y nos llevó a las tiendas de la cerámica de Talavera. Al final acabamos en una de las terrazas del zócalo tomando una cervecita al son de música de un xilófono de madera (que aquí tiene otro nombre).

Para cuando llegamos a casa ya estaba montada la carpa y puestas las enormes mesas del banquete. Ya nos estaba esperando el trío Pajaritos, viejos conocidos en las fiestas de Rafa (ahora realmente trío, pues hubo un tiempo en que era un trío de dos). Los invitados eran ya amigos de antaño de todos nosotros, así que fue un encuentro que discurrió siempre con mucho desparpajo y afectividad. Al poco de comenzar la comida llegó también el mariachi, diez o doce músicos que nos hicieron las delicias. Cantamos, comimos y bebimos lo normal en estos casos. Muy buenos los chuletones que fue pasando por la parrilla, Gustavo, el papá de Rosi. El mérito de que todo saliera bien fue, sin duda, de nuestra magnífica anfitriona que puso a toda su familia a bregar para que no faltara nada. Y así fue. Todo estuvo estupendo.

Y si buena fue la comida, mejor aún fue la sobremesa. Larga, larguísima: nos sentamos a la mesa a las 2:30 y nos levantamos pasadas las 11 de la noche. Más de ocho horas de sesión continua en la que hubo de todo: cantamos, bailamos, lucieron dotes de actores estupendos tanto Luis Raul como Narciso, hubo peleas de canciones mejicanas entre hombres y mujeres, contamos chistes y bebimos (lo normal en estos casos). Fue la guinda de todo este paseo. Nosotros ya estábamos en la nube del regreso y entre esa situación ambigua nuestra y ese lenguaje de los afectos que tanto y tan bien saben expresar los mejicanos, pasamos un rato realmente memorable.


Y así estamos. Acaban de llamar a embarcar. Última etapa. Ahora sí.

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