martes, agosto 09, 2011

LA HABANA 3



Hemos empezado el día con problemas. Por lo visto, la furgoneta que nos mueve de un lado a otro se estropeó ayer noche, lo que en Cuba te deja en una situación bastante problemática: si habrá piezas de repuesto, si te la podrán arreglar de forma rápida, etc. Milagrosamente, a pasada la media mañana ya nos han informado de que la cosa iba bien, que habían encontrado un taller con piezas y que estaría lista en un rato. Había sido poca cosa: los alternadores.
De todas maneras, desayunamos langosta. Lo nuestro no fue un desayuno con diamantes como en la peli, pero lo hicimos con langostas que tampoco está mal. Colas de langosta que es como se sirven aquí. Nos las preparó la esposa del chofer que nos lleva por los sitios. Y pese al histórico apetito de nuestra familia, con resultados obvios que a la vista están, no conseguimos acabarlas. Pero bueno, con los estómagos ya satisfechos, la furgoneta disponible y un sol infernal, nos armamos de valor y fuimos a consumar nuestra última jornada en La Habana. Nos quedan tantas cosas por ver, que nos estamos poniendo un poco nerviosos. Así que lo de hoy ha sido todo un trote.
Tras el opíparo desayuno, visita a un mercadillo de los artesanos porque Inaki y Santi querían hacerse con algunos recuerdos típicos. No fue un buen comienzo porque a punto estuvimos de meternos en una gresca pero, al final, pudimos salir de allí indemnes. Mejor nos fue en la Bodeguilla del Medio donde nos encasquetamos el correspondiente mojito (algunos en plural) y nos llenamos de mecheros y alguna que otra camiseta. Con todo, a los nuevos en esta taberna no les deslumbró tanto como esperaban. El espacio es muy chiquito y agobiante. Y el mojito, tampoco está como para echar cohetes. Creo que les gustó más La Floridita. Como la BdM queda cerca de la catedral (cerrada, por supuesto) y de la plaza del zócalo (aunque allí nadie la conoce por ese nombre pero a Santi le habían dicho que no podía volver de la Habana sin conocer esa plaza), nos quedamos un rato por allí. Allí había dos señoras que te leían las manos y te hacía santería cubana; otro con un bigote enorme y un puro aún mayor que decía ser la representación de Cuba, varios vendiendo gorras de un verde revolucionario con la estrella roja cubana. Por supuesto, mis hermanos no se atrevieron a hacerse leer las manos (me da yuyu, decía Santi) pero se compraron la gorra.
Del centro nos fuimos a la tienda de los Habanos del Meliá Cohiba. Los interesados se empaparon de los olores y recuerdos de los buenos puros. Y todos nos tomamos un cafecito agradable de final de la mañana. Y de allí a comer a El Aljibe, tradicional restaurante de pollo. Para mí ya muy conocido pues cada vez que he venido a este país hemos acabado comiendo pollo en este restaurante. Te lo ponen en un menú acompañado de arroz y frijoles. Y te traen todo lo que seas capaz de comer. Pero uno se llena enseguida. Y mientras nosotros dábamos buena cuenta del pollo cayó una arrollada enorme de agua. Fue bonito sentir la caer con fuerza después de tantos días con un calor realmente agobiante. Además como el Aljibe es un restaurante construido como una chabola con techo de paja, se sentía un placer especial de sentir ese sonido particular del agua sobre las lianas del techo. Y sin goteras.
De allí a la siesta y por la tarde noche a ver el espectáculo de Le Parisien, una especie de cabaret magnífico que se pasa en el Hotel Nacional. Aunque lo hayas visto (era el caso de Ramón, Rafa y mío) siempre te sorprende ese mundo de colores y bailes. Tratan de contar en su lenguaje de movimientos la historia de Cuba y de Sudamérica en su conjunto. Las bailarinas son excelentes (fantásticas en todos los sentidos, miradas con ojos de hombre) y los bailarines machos (como dicen aquí) no les quedan atrás. Para quien le gusta el baile y, a lo que he podido comprobar nos gusta a todos los hermanos quizás herencia de nuestro padre a quien le encantaba, es una auténtica delicia verles moverse por el escenario, verles disfrutar de la danza. Además son una multitud y cuando salen todos a escena aquello es una marabunta pero con mucho ritmo.
Tras el espectáculo de los bailes, viene otro protagonizado por un showman famoso en la isla. Cantó canciones de esas de siempre con algún añadido de Serrat o Sabina. Primero se fue metiendo con los que estábamos en la sala (desgraciadamente ya se había ido mucha gente y quedábamos pocos). Nos preguntó de dónde éramos y trató de incorporar canciones de las diversas regiones (argentinos, españoles, catalanes, vascos, gallegos, guatemaltecos, cubanos). Como buen hombre de estos espectáculos contó algunos chistes, nos hizo participar en las canciones y, al final, logró que pasáramos una hora muy divertida con él. Y allá nos dieron la una y pico de la madrugada.
Pero como los jóvenes del grupo tenían aún energía para más guerra, aún nos paramos en el Habana Club pera escuchar un poco de música discotequera y ver el ambiente. Se nota la crisis porque, a pesar de ser sábado, aquello estaba muy vacío. Y las cosas de siempre, algunos emparejados y otros buscando pareja. Enseguida se acercaron a nuestra mesa unas chicas con ganas de guerra y se pusieron a bailar cerquita. Ramón fue el más animado y saltó a la pista. Y al rato Iñaki, pero abrazarse a Ramón y animar un poco más la cosa bailando bien agarrado entre los dos. Las mozas miraban un poco extrañadas de su poco éxito. Estuvo divertido.
Y con esas volvimos a casa pensando que cerrábamos el capítulo de La Habana. Mañana nos tocará recoger todo, hacer nuestras maletas y prepararnos para la tercera parte de esta peregrinación fraterna a las Américas.

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