lunes, mayo 26, 2008

De regreso







Otra vez, aprovechando la espera del próximo aviòn, aquí estoy en una sala del aeropuerto de México D.F. matando el tiempo y el malhumor. Este viaje ha estado un poco gafado desde el incio. No tuve suerte con el paso a Bussines ni en la venida ni, a lo que se ve, la tendré en el regreso. Me perdieron la maleta en Madrid cuando venía y no la he podido recuperar hasta ayer, un día antes de volver a casa. Esta vez, además, me había confiado en exceso y en la maleta de mano sólo llevaba una muda y, menos mal, una camisa y una chaqueta. Así que lo único que he podido hacer es combinar las dos camisas que llevaba con la única chaqueta. Cuando las cosas pintan mal, lo hacen a conciencia. Me compré una corbata (nadie serio puede pretender dar una conferencia oficial sin corbata en Méjico). Tenía la conferencia a las 4, así que nos fuimos a comer antes. Y ¡zas!, la gran mancha en la corbata. Así que fui con corbata. Y con lamparón. He debido dar una imagen lamentable.

Pero, por lo demás, la gente mexicana es extraordinaria. Cálida hasta el exceso. Se turnan para cuidarte y que no estés nunca solo. Te miman. Te mantienen en un clima de afecto permanente. Es como si fueras de la familia de siempre.

Tengo que reconocer que han sido unos dias estupendos. Pese a la maleta. San Luis Potosi estaba precioso, aunque verlo por segunda vez en tan poco tiempo le hace perder el encanto de la novedad. Pero la novedad ha estado esta vez en la visita a REAL DE CATORCE una ciudad fantasma de los tiempos gloriosos de la minería. Una ciudad que llego a tener mas de 10.000 habitantes y que hoy es un conjunto de ruinas. Pero ruinas de unas casas de piedra preciosas. Y las que quedan en pie son realmente impresionantes. Incluido un paredón donde en los malos tiempos de la revolución se fusilaba (parece un frontón como se puede ver, y por lo que nos contaron así los utilizaban los niños, pero en cuanto uno se acerca se ven los agujeros de las balas). Es una ciudad a 2750 metros sobre el nivel del mar y metida entre montañas. De hecho, uno de los caminos de llegada es meterte entre montes y montes a través de un camino escarpado hasta llegar a un tunel de 2800 metros (una de las antiguas galerías de la mina) que desemboca en el pueblo. Es como una alucinacion, sales del tunel de la montana y te topas con una enorme ciudad de piedra. Nosotros no hicimos ese camino. Nos llevaron en un Willis (una especie de Jeep antiquisimo que es capaz de escalar por una pared). El camino era espeluznante, caminando al borde de precipicios de 400 y 500 metros. Tenias la impresion de que en cualquier momento podria fallar una piedra del borde y caer todos al vacio. Pero las vistas eran impresionantes. De hecho, en lugar de ir dentro del jeep, nos subimos a la baca y alli, agarrados como posesos a las barras (a una de las profesoras se le hicieron ampollas de la fuerza con que se agarraba) disfrutamos y sufrimos los 12 kms. que se convertian en dos horas en la subida y una hora y media en la bajada. Pero merecio la pena.


Por cierto, que uno de los supuestos encantos de esta zona, es que allí se produce el peyote (ahí lo tenéis en la fotografia). Esa sustancia estimulante que utilizaban los antiguos indígenas para darse fuerza y entrar en trance. Aún se ve, caminando por las calles que alguna gente le ha cogido un cierto gustillo a la cosa.

Y ahora de vuelta a casa. A retomar los afanes cotidianos. Uno vive como entre nubes estas salidas y salir de ellas para entrar a pecho descubierto en el dia a dia resulta complicado. Por un lado lo echas de menos (más a las personas que al trabajo) pero, por otro, desearías aplazar sine die los compromisos urgentes, los agobios, las demandas que llegan de todas partes. Pero ni caso. Manana es lunes y eso significa lanzarse a la piscina de la realidad. Y sin flotador, con lo bien que vendría.Al menos para los primeros dias.

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