No la había escogido con esa intención. En realidad, mi único objetivo era entretener una tarde de esguince compartido. Pero tengo que congratularme. Ninguna película mejor que ésta hispano-argentina de Aristarain (2004) para celebrar el día de la madre.
Hace ya años que me encanta el cine argentino. Supongo que ya lo he contado en otras ocasiones. Me encanta porque cuenta historias. Y las cuenta bien. Con diálogos vibrantes que te hacen pensar. Te mete en situaciones que, a veces, semejan anodinas pero que tienen un encanto especial. Y los personajes son tan cercanos que hacen fácil la identificación. En fin, todo ha sido bello en esta película: la historia (supongo que la participación de Mario Camus en el guión ha ayudado mucho), los personajes, la música, la imagen. Se hace un poco larga (2 horas y media) pero compensa con creces.
Es la historia de un escritor argentino (Adolfo Sacristán) emigrado a España que, ya mayor, trata de reconstruir su biografía con la ayuda de un corrector (Juan Diego Botto). Y en esa reconstrucción brilla con luz propia su madre, Roma (Susú Pecoraro) que hace un papel extraordinario.
Dos horas y media dan, efectivamente, para mucho. ¡Hay tanto que contar de este film! Comenzando ya por esa idea del río como corriente terapéutica (“el río de la vida” fue el título que pensó para autobiografía) capaz de llevarse tus problemas si los dices en voz alta. Vas, se lo cuentas y la fuerza del río se lo lleva. “Los problemas suenan ridículos cuando los dices en voz alta”. El protagonista no fue capaz de hacerlo. Le costaba contar sus problemas en voz alta y cuando fue capaz de hacerlo ya no tenía problemas.
Toda la vida del protagonista es muy interesante. Una secuencia de historias llenas de emoción: la familia, la imagen de su padre al que pierde muy pronto, la imagen de la soledad compartida de su madre, sus primeros amores, sus titubeos vitales, su búsqueda de sí mismo a través de caminos errantes. Y en el trasfondo ese amor tan particular de su madre. Una madre muy especial, que le deja hacer su propia búsqueda, que confía en él por encima de cualquier evidencia (“Roma tuvo fe en mí, confiesa él al final, pero no llegó a saber que tenía razón. Llegué tarde como a todo en la vida”).
Y entremedias de todo esa biografía intensa, el 68 argentino (“en los 60 barrimos todos los límites, dice”), la dictadura argentina, la literatura, la música, la amistad, el sexo. La película es un caleidoscopio de todo el universo humano. Como dice el protagonista, “dentro de una vida uno vive muchas vidas, todas diferentes. Ninguna tiene mucho sentido. Hay que seguir…” Y, junto a las diversiones menores, el dilema del compromiso con la vida, con la política, con la revolución contra los poderosos: “ Eres un rinconero, le critica su amigo Guido que al final se ha hecho montonero, te sientas en un rincón y ves pasar la vida”
De todas formas lo que más te impacta es la gran dosis de amor, de amores, que se derraman a lo largo de la historia. Hay amores de todo tipo. Desde el amor materno de Roma que asombra de puro bueno, hasta los amores más pequeños de las historias de jóvenes y adultos que se quieren y desquieren viviendo intensamente sus amores y desamores. Creo que está en la película la declaración de amor más desgarradora que he visto en el cine. La plantea Guido, el amigo del protagonista con cuya mujer éste se ha liado pero de la que no está enamorado. Guido, ante el intento de suicidio de ella, confiesa que la ama inmensamente, “no la quiero perder, dice, pero no sé cómo se hace. Lo que quiero es que sea feliz, que sea feliz con otro tipo si es eso lo que quiere. No me importa”. Pero al final, la historia no salió bien y cada uno siguió su camino. Y lo cuenta precioso: “Llevábamos tres años juntos y, de pronto, algo pasó. Apareció el silencio. Ella se aburría. Ya no quería estar conmigo. Quería estar sola…” Era la nueva ortodoxia relacional de los 60: el amor como ofrecimiento, como libertad compartida y no como posesión. Era duro. Y no siempre salía bien. Es dramático el reencuentro del protagonista con la chica a la que más ha amado y a la que dejó porque creía enrollada con uno de sus profesores de Facultad. Él creyó que respetaba su libertad y le dejaba tomar sus propias decisiones. Pero ella le estaba pidiendo ayuda. Lo que quería era que la atrapara, que le declarara su cariño, que la besara, que le hiciera el amor. Son los problemas de la descodificación en contextos tan abiertos. Se supone que el otro ha de saber interpretar lo que le pides sin pedírselo. Y no es fácil. A ellos les costó una hermosa y prometedora relación incipiente.
A Sacristán le va bien el tono desarraigado de su personaje. “Somos prescindibles, confiesa ya desde el inicio, y todo seguirá igual cuando nos vayamos”. “El pasado está ahí, pero no hay que andar volviendo sobre él, trayéndolo. Hablándolo”. Sin embargo él lo hace. Al final, somos nuestro pasado y eso es lo que podemos contar de nosotros mismos. Además, como su madre confiesa recordando a su padre “es mentira que con el tiempo todo pasa. Nada pasa. Lo sigo esperando como el primer día”.
En fin, lo he pasado muy bien. que también les gustará a quienes les guste el cine con vida, ese tipo de vida que combina momentos de placer con otros de sufrimiento, momentos de seguridad con otros de incertidumbre, momentos de compañía con otros de soledad. Algunos críticos se quejan de que hay poco drama en el film, de que las cosas que pasan son demasiado normales. Pero la vida, en general, es así. Le basta con ser intensa en sus emociones, no precisa de dramatismos suplementarios. Al menos, eso me parece a mí. Lo otro me daría miedo.
Hace ya años que me encanta el cine argentino. Supongo que ya lo he contado en otras ocasiones. Me encanta porque cuenta historias. Y las cuenta bien. Con diálogos vibrantes que te hacen pensar. Te mete en situaciones que, a veces, semejan anodinas pero que tienen un encanto especial. Y los personajes son tan cercanos que hacen fácil la identificación. En fin, todo ha sido bello en esta película: la historia (supongo que la participación de Mario Camus en el guión ha ayudado mucho), los personajes, la música, la imagen. Se hace un poco larga (2 horas y media) pero compensa con creces.
Es la historia de un escritor argentino (Adolfo Sacristán) emigrado a España que, ya mayor, trata de reconstruir su biografía con la ayuda de un corrector (Juan Diego Botto). Y en esa reconstrucción brilla con luz propia su madre, Roma (Susú Pecoraro) que hace un papel extraordinario.
Dos horas y media dan, efectivamente, para mucho. ¡Hay tanto que contar de este film! Comenzando ya por esa idea del río como corriente terapéutica (“el río de la vida” fue el título que pensó para autobiografía) capaz de llevarse tus problemas si los dices en voz alta. Vas, se lo cuentas y la fuerza del río se lo lleva. “Los problemas suenan ridículos cuando los dices en voz alta”. El protagonista no fue capaz de hacerlo. Le costaba contar sus problemas en voz alta y cuando fue capaz de hacerlo ya no tenía problemas.
Toda la vida del protagonista es muy interesante. Una secuencia de historias llenas de emoción: la familia, la imagen de su padre al que pierde muy pronto, la imagen de la soledad compartida de su madre, sus primeros amores, sus titubeos vitales, su búsqueda de sí mismo a través de caminos errantes. Y en el trasfondo ese amor tan particular de su madre. Una madre muy especial, que le deja hacer su propia búsqueda, que confía en él por encima de cualquier evidencia (“Roma tuvo fe en mí, confiesa él al final, pero no llegó a saber que tenía razón. Llegué tarde como a todo en la vida”).
Y entremedias de todo esa biografía intensa, el 68 argentino (“en los 60 barrimos todos los límites, dice”), la dictadura argentina, la literatura, la música, la amistad, el sexo. La película es un caleidoscopio de todo el universo humano. Como dice el protagonista, “dentro de una vida uno vive muchas vidas, todas diferentes. Ninguna tiene mucho sentido. Hay que seguir…” Y, junto a las diversiones menores, el dilema del compromiso con la vida, con la política, con la revolución contra los poderosos: “ Eres un rinconero, le critica su amigo Guido que al final se ha hecho montonero, te sientas en un rincón y ves pasar la vida”
De todas formas lo que más te impacta es la gran dosis de amor, de amores, que se derraman a lo largo de la historia. Hay amores de todo tipo. Desde el amor materno de Roma que asombra de puro bueno, hasta los amores más pequeños de las historias de jóvenes y adultos que se quieren y desquieren viviendo intensamente sus amores y desamores. Creo que está en la película la declaración de amor más desgarradora que he visto en el cine. La plantea Guido, el amigo del protagonista con cuya mujer éste se ha liado pero de la que no está enamorado. Guido, ante el intento de suicidio de ella, confiesa que la ama inmensamente, “no la quiero perder, dice, pero no sé cómo se hace. Lo que quiero es que sea feliz, que sea feliz con otro tipo si es eso lo que quiere. No me importa”. Pero al final, la historia no salió bien y cada uno siguió su camino. Y lo cuenta precioso: “Llevábamos tres años juntos y, de pronto, algo pasó. Apareció el silencio. Ella se aburría. Ya no quería estar conmigo. Quería estar sola…” Era la nueva ortodoxia relacional de los 60: el amor como ofrecimiento, como libertad compartida y no como posesión. Era duro. Y no siempre salía bien. Es dramático el reencuentro del protagonista con la chica a la que más ha amado y a la que dejó porque creía enrollada con uno de sus profesores de Facultad. Él creyó que respetaba su libertad y le dejaba tomar sus propias decisiones. Pero ella le estaba pidiendo ayuda. Lo que quería era que la atrapara, que le declarara su cariño, que la besara, que le hiciera el amor. Son los problemas de la descodificación en contextos tan abiertos. Se supone que el otro ha de saber interpretar lo que le pides sin pedírselo. Y no es fácil. A ellos les costó una hermosa y prometedora relación incipiente.
A Sacristán le va bien el tono desarraigado de su personaje. “Somos prescindibles, confiesa ya desde el inicio, y todo seguirá igual cuando nos vayamos”. “El pasado está ahí, pero no hay que andar volviendo sobre él, trayéndolo. Hablándolo”. Sin embargo él lo hace. Al final, somos nuestro pasado y eso es lo que podemos contar de nosotros mismos. Además, como su madre confiesa recordando a su padre “es mentira que con el tiempo todo pasa. Nada pasa. Lo sigo esperando como el primer día”.
En fin, lo he pasado muy bien. que también les gustará a quienes les guste el cine con vida, ese tipo de vida que combina momentos de placer con otros de sufrimiento, momentos de seguridad con otros de incertidumbre, momentos de compañía con otros de soledad. Algunos críticos se quejan de que hay poco drama en el film, de que las cosas que pasan son demasiado normales. Pero la vida, en general, es así. Le basta con ser intensa en sus emociones, no precisa de dramatismos suplementarios. Al menos, eso me parece a mí. Lo otro me daría miedo.
Y lo dicho, un hermoso homenaje a las madres. Ningún amor es comparable al suyo. Ella le tuvo fe por encima de cualquier duda aunque ésta fuera razonable. Y fue generosa hasta el infinito, como casi todas, "no me debes nada, no tienes que hacer nada por mí".
1 comentario:
Olá Miguel Zabalza!
Preciso ajudar uma amiga sua... Quando é seu aniversário? Sei que neste mês... mas ainda não descobri quando. Preciso de uma resposta urgente.
Abraços
Paola
paola_scortegagna@hotmail.com
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