miércoles, mayo 14, 2008

Fifty nine.


Felicidades, Miguel. Felicidades, chaval. También te llegó la hora a ti, amigo. ¿O qué creías, que el tiempo pasaba de largo a tu lado? Pues no, ya ves. Ha llegado el 14 de Mayo con la misma puntualidad de cada año. Y con idéntico realismo rudo y desconsiderado. Otro año más que cargar en la mochila.
¿Qué quieres que te diga, Migueliño? Lo hemos vivido este último año (y casi todos) tan juntos que cualquier cosa que escriba va a ser como desvelar intimidades. No te enfades mucho si se escapa alguna. Es lo malo de los blogs, que te van enredando y, al final, ya no funcionan los filtros. Además, esta vez he comenzado tu felicitación sin saber muy bien qué voy a escribir. Y eso es preocupante.
He sabido qué decir de los demás, pero me resulta más difícil saber qué puedo decir de ti que sea decible. No ha sido un gran año, ¿verdad? Poco podías pensar tú en aquel Mayo del 2007, ahora tan lejano, que irían a pasar las cosas que después han pasado. Ni en tus peores sueños. Pero la vida es así. Y si malo es que sucediera lo que ha sucedido, resulta más reconfortante pensar que aquí seguimos. Un poco más deprimidos y alicaídos, pero vivos. Y no vivos como quien no tiene más remedio y se resigna a continuar (no te veo yo en ese papel). Vivos con todo el sentido que eso tiene, como quien usa la vida como una herramienta para hacerse presente y participar y amar y seguir en la pelea del día a día. Y si algo está claro es que sigues peleón, metomentodo, provocador. Sigues siendo la persona contradictoria que siempre fuiste. Siempre rozando el abismo de la depresión y las ganas de abandonarlo todo y siempre lleno de iniciativas, “argallando” ideas, comprometiéndote en excesivas cosas, jugando con el éxito como si fuera una granada de mano que pudiera explotarte en cualquier momento. Quizás una cosa vaya ligada a la otra, no lo sé. Pero así eres tú y, al menos hasta ahora, nadie ha conseguido cambiarte. Ni siquiera tú. Mil veces has prometido que revisarías tu estilo de vida y otras mil has seguido diciendo que sí a los infinitos reclamos que te hacen. No tienes remedio y creo que lo sabes. Probablemente ves el peligro pero no tienes clara una salida adecuada. Quién sabe si este año, a medida que se acercan los 60, se va perfilando una solución. En fin, como te conozco desde hace tiempo, no me hago muchas ilusiones al respecto.
¿Recuerdas que me contaste una vez de una de aquellas sesiones de “grupos de encuentro” en un pueblico navarro en que te pasaste un fin de semana sin hablar? Y que lo único que podíais hablar era sentado frente a otro/a de los participantes para deciros por turnos de 5 minutos y mirándoos a los ojos qué era lo que el otro/a te parecía y lo que te hacía sentir. Aluciné sólo de pensarlo, pero tuve que reconocer que las cosas que decías que te dijeron eran clavadas. Sobre todo aquella chavala que te dijo que le parecías el juez y el reo a la vez. Que se te veía, a veces, como quien se come el mundo y con cierto aire de prepotencia y al rato, e incluso a la vez, como quien va pidiendo perdón y sintiéndose incapaz. Te dijo que a ella eso le producía inseguridad. Seguro que eso te lo han dicho más veces. Y si no, te lo digo yo, porque así te vemos y sentimos muchos. Como una suma de opuestos que genera desconcierto. Al menos hasta que se te conoce un poco más. Claro, que no sé muy bien a qué viene esto en una felicitación, pero ya te advertí que comencé sin guión. También me acuerdo de aquella otra profesora urugüaya de Educación Infantil, ya jubilada que, según contabas, te había dicho que lo que más le había encantado de ti es que eras “querible”. No “creible” que lo dicen con frecuencia de tus charlas y escritos, ni “increíble” que de vez en cuando alguien demasiado generoso te dice. La palabra era “querible”. Una categoría que, decías, era el mejor título que nunca te habían otorgado.
Bueno, chico, lo dicho. Un añico más. Así, uno a uno, se va pudiendo mejor con ellos. Y eso que ya sé (bueno eso se nota a la legua) que estás llevando bastante mal estos últimos cincuenta. Pero, oye, no mires para atrás. No merece la pena. No ganas mucho hurgando las heridas. Y tú, a medio camino entre la hipocondría y la depresión, menos que nadie. Sueles decir a los demás que han de sacar fuerza de flaqueza y, probablemente, esa deberá ser también tu medicina. Es verdad que tu mundo-alrededor se ha tambaleado mucho de como era hace un año. Pero sabes bien que en ciertos casos sirve de poco la nostalgia. Ciertas cosas no se pueden recuperar y estancarse en la melancolía es destructivo. Además, siempre dices que tu mundo próximo, el de cada día, el de la familia, el de los amigos de verdad, es tu fortaleza. Ahí está tu fortín, tu fuente de energía. Pues chico, es bien fácil. Vive esa parte de tu mundo con toda la energía de que seas capaz. Como decía aquel vividor: no dosifiques los placeres si puedes derrocharlos. Carpe diem!
Oye, que tú estés deprimido porque cumples otro año, puede entenderse, pero que lo esté yo que sólo hago felicitarte es de juzgado de guardia. No puede ser. Además, qué carajo, si te quejas es de vicio. Poca gente conoce mejor que tú los restaurantes de Santiago, Iberia te lleva en Bussiness la mayor parte de los viajes largos, te paseas por toda España como si fuera el hall de tu casa, te llaman a reuniones importantes, te has echado un coche del carajo y hasta da la impresión de que has perdido barriga en estas últimas semanas. Te quejas de vicio, chaval. Ya firmaba yo llegar a tu edad en condiciones parecidas. Eso sí, con un poco más de pelo.
Pues vale. Pues eso, alegra esos ojillos. Si al final solo son 59. Ni siquiera cambias de decena como tus amigos que se han hecho sesentones. Y echa mano de esa risa franca que era tu señal de identidad pero que últimamente moderas en exceso. Te cuento un chiste (de sexo, obviamente, dada tu edad) para que acabe esta historia con una sonrisa. ¿Sabes cuál es el colmo de la confianza? Dos caníbales haciendo el 69.
Y nada, cúidate, que se te ve bien por fuera, pero ya son muchos años. Un beso. Y felicidades.
Tu amigo Angel.

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