Si en el post de ayer me refería a la investigación de la Univ. de Harvard sobre la importancia de las relaciones, hoy quisiera referirme a otro trabajo interesante que vuelve sobre el mismo tema. Robin Dunbar, profesor de la Univ. de Oxford acaba de publicar su libro “Amigos” (editorial Paidós en el que destaca la importancia sin par de tener amigos, tanto en lo que se refiere a la salud como al bienestar general de las personas. El periodista Gonzálo Suárez le hace una entrevistas muy interesante a Dunbar (EL MUNDO, 02/04/2023, pag. 6, sección PAPEL).
Dunbar, que es antropólogo, psicólogo y biólogo, ya se hizo famoso hace 30 años con el denominado “número de Dunbar”. Vinculando la evolución del cerebro humano y la evolución de los grupos en la historia de la humanidad, Dunbar llegó a la conclusión de que el máximo número de sujetos con los que podemos mantener una relación simultánea y sostenida es de 150. Su tesis es que los individuos de un grupo de ese tamaño han de tener un incentivo fuerte para mantenerse juntos y que, para conseguir esa cohesión, al menos el 42% de su actividad habría de estar dedicada a garantizar la cohesión. Eso, obviamente, restaría capacidad productiva al grupo, lo que pondría en riesgo su propia supervivencia como grupo. Así que en ese entorno de los 150 miembros es donde se encuentra el fiel de la balanza (y, aún así, ya se ve que el esfuerzo requerido para mantener la cohesión es agobiante).
La cosa es que, de sus investigaciones sobre primates y grupos, Dunbar pasó a hablar de la amistad y su influencia en el bienestar de las personas y los grupos. Y como la cabra siempre tira al monte, Dunbar sigue hipotetizando números: solo podemos tener 150 amigos a la vez, pero no más de cuatro o cinco amigos íntimos y en torno a los 10 como buenos amigos.
Está claro que más allá de las cifras, lo que cambia en cada una de esas categorías es lo que significa la palabra amigo/a. Cuando hablas de cantidades amplias (los 150), amigos son aquellas personas con las que te pararías a hablar cuando te las encuentras en la calle o en un aeropuerto. No sé si no se quedará corto en esa estimación. Tengo amigos con los que es un calvario pasear por la calle porque se saludan y se paran a hablar con todo quisque que se cruza. Lo de los 5 amigos íntimos parece apropiado: siempre se dijo que los amigos amigos se podían contar con los dedos de una mano. Y lo de los 10 buenos amigos me parece escaso, salvo que el listón de “buen amigo” lo situemos muy alto.
Pero más que el número de amigos, lo que me interesa destacar es la propia idea de amistad. La idea de Dunbar, al igual que la de Waldinger y Shulz que comentába ayer, es que la amistad está vinculada a la salud: con cinco amigos cercanos la posibilidad de una depresión cae en picado; la correlación entre buenas relaciones sociales y un mejor estado de salud general está comprobada; quedar con amigos y pasarlo bien genera endorfinas que mejoran la sensación de bienestar y refuerzan el sistema inmunitario; los amigos son el mejor remedio contra la soledad.
Lo curioso, señala Dunbar, es que muchos de los avances modernos y los cambios culturales que se están produciendo están haciendo desaparecer los espacios colectivos donde interactuar, para conducirnos a espacios más reducidos y solitarios. Antes se iba a la Iglesia, se acostumbraban las comidas colectivas, se iba al cine o a espectáculos, se frecuentaban los bares y las partidas, había fiestas y bailes en el pueblo. No es que todo eso haya desaparecido, pero es verdad que cada vez más se buscan espacios restringidos donde uno queda aislado en su propio grupo de referencia: bebes en casa, las series en tu salón sustituyen al cine, se reducen las fiestas populares y los bailes abiertos. Afortunadamente, los jóvenes siguen manteniendo sus espacios colectivos y por eso el problema acaba teniendo más incidencia entre la gente mayor. Y para dejarlo claro, da un titular al periodista: “Desde el punto de vista de la salud, es mejor quedar a tomar un par de birras con tus amigos que irte a hacer running tu solo”. Espero que no le crucifiquen por ello.
¿Qué tiene la amistad para producir esos efectos? Sin duda alguna, y para eso no preciso citar a Dunbar, lo que nos aporta la amistad es esa condición de encuentro con el otro. El salirte de ti mismo, de tus bucles cognitivos y emocionales, para encontrarte con otro, para ver el mundo desde su perspectiva. Y en ese ejercicio de acomodación a diversas personas y situaciones vamos reforzando nuestras capacidades (especialmente la empatía) y viendo el mundo de otra manera. Ese proceso es patente si uno observa el comportamiento de los niños pequeños y cómo van transitando de su mundo egocéntrico al mundo social que le impone la realidad de la convivencia con sus hermanos, con sus padres y con el resto de personas y situaciones con las que se van encontrando. Con los amigos nos pasa eso, su singularidad diferente a la nuestra nos exige adaptaciones constantes (igual que se las exige a ellos en relación a nosotros). Y así se va trenzando esa malla de ajustes que constituye la amistad.
Una de las cosas curiosas que destaca Dunbar en la entrevista es la diferencia entre las amistades masculinas y las femeninas. Las masculinas se basan en compartir algo (una afición, una actividad, un interés); las femeninas, dice, son más intensas y profundas, lo que las hace, también, más persistentes. Póngame un ejemplo, le dice el periodista. Figúrese un grupo de parejas que se conocen entre sí y que se van a hacer senderismo durante una semana. Al volver, las mujeres lo sabrán todo sobre las relaciones familiares de las otras parejas; lo hombres solo sabrán en qué trabaja cada uno.
Una de las cosas interesantes que señala Durban en la entrevista (y supongo que desarrolla más minuciosamente en el libro) son los factores que ayudan a la configuración de buenas amistades. Los denomina “pilares de la amistad” y son siete: (1) hablar el mismo idioma; (2) nacer en el mismo entorno; (3) tener estudios parecidos; (4) compartir aficiones e intereses; (5) tener ideas políticas y morales similares; (6) que te hagan reír las mismas cosas y (7) que te guste la misma música. Bueno, tengo mis dudas sobre ese catálogo de condiciones, pero el propio Dunbar reconoce que no es preciso cumplirlas todas, bastaría con que se diera una sola de ellas para tejer una buena amistad.
Y junto a ese elenco de condiciones Dunbar da tres consejos para quienes se encuentren flojos y quieran mejorar su círculo de amistades: que se unan a un coro (cantar juntos y acoplarse al grupo genera mucha sintonía); o que lo hagan a un club de senderismo (no hay como caminar juntos para aprender a acoplarse al ritmo del otro); y, después, que se vaya a tomar una copa con los miembros del coro o del senderismo (los bares son el gran ecosistema de la amistad).
En fin, lo que deja claro Dunbar es que la amistad no es una cualidad innata, es un estado que se alcanza con esfuerzo, hay que currárselo. Los hombres, dice, somos un poco gandules en eso de trabajarse la amistad y por eso las nuestras suelen quedarse más en la superficie. Pues a aplicarse el cuento.
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