Antes de que perdiéramos definitivamente la posibilidad de verla en una
buena sala de cine hemos ido a ver UN MÉTODO PELIGROSO de Cronenberg. No hace
mucho que la estrenaron, pero en algunos cines ya la eliminaron de la cartelera
y en otros la van arrinconando a horarios menos apetecibles. Siendo los dos
psicólogos, parecía lógico que no la dejáramos pasar.
Y tras verla, la verdad, no sé muy bien qué decir. Pertenece a ese género
de cine-teatro en el que unos pocos actores, casi siempre en interiores
desarrollan acciones parsimoniosas pero con diálogos intensos. Películas de
mucho primer plano, de estar atentos a los gestos, a la decoración, a la
iluminación y, sobre todo, al diálogo. Como no te involucres pronto en la
historia o te sorprenda la dinámica del intercambio entre los actores corres
serio riesgo de acabar cabeceando. Ese riesgo se corre en este método
peligroso.
La historia de la película se refiere a la supuesta relación ambivalente entre
los padres del psicoanálisis Freud y Jung. Aparece, para completar el triangulo
otra pionera, Sabina Spielrein, que no solía aparecer en nuestros manuales de
psicoanálisis. Pero así, al socaire del triángulo se puede ir analizando
algunos de los principios básicos en los que se sustentaba la teoría
psicoanalítica: la construcción del yo (como espacio de mediación entre las
pulsiones y la moral del deber ser); la sexualidad como motor de la vida; el
sentido de culpa; el papel de los sueños; la muerte del padre; el
autoconocimiento y la curación a través de la “terapia de la palabra”. Todo muy
ortodoxo, aunque excesivamente académico para quienes van al cine con otros
propósitos. Tal como allí aparecen, y aunque en realidad sí son los problemas
básicos de la vida de las personas, se parecen poco a los que nos toca afrontar
en el día a día. Todo resulta muy correcto, incluso las pasiones se racionalizan
y acaban pareciendo más actividades terapéuticas que golfería. Menos mal que
aparece como contrapunto un psiquíatra medio jamado que rompe esa normalidad de
nevera y es capaz de situarse en lo políticamente incorrecto.
Por lo demás, la película es de una hechura impecable. Es probable que se
precise una segunda o tercera visión para ser capaces de identificar todos los
detalles y significados que Cronenberg pretende transmitir en cada plano. Los
actores demuestran la maestría de los buenos actores capaces de mantener el
peso de una acción lenta y con mucho de interiorismo (y no solo en lo que se
refiere a los espacios sino, también, en
lo que se tiene que ver con las temáticas que se abordan). Fassbender hace de
Jung y lo representa como una persona estirada y con escasos recursos
expresivos. Siempre impecable, con una imagen de austríaco finolis al que no se
le mueve una pestaña ni se le dibuja una arruga tanto da que esté
psicoanalizando o psicoanalizándose, que esté acariciando a su esposa o echando
un polvo con la amante. Todo lo contrario de Keira Knightley que hace una
Sabina Spielrein demasiado exagerada en sus gestos de loca inicial. En cambio, el
Freud que representa Viggo Mortensen resulta más semejante a la imagen que uno
se ha hecho de él (incluso por el gran parecido que han logrado entre su imagen
y la que siempre hemos conocido de Freud), aunque cuesta creer que fuera tan
equilibrado, tan consciente de la necesidad de ser políticamente correcto para
no dañar la aceptación de sus teorías, tan resignado al hecho de que ser judío fuera
un hándicap que le obligaba a ser prudente y le condenaba a no ser nunca
aceptado del todo en el ambiente centroeuropeo. Para alguien tan rupturista en
las ideas y procedimientos relacionados con su profesión suena a raro que fuera
tan controlado en esa dimensión social. Pero puede ser. Ya lo discutiré con mis
amigos psicoanalistas. Y el 4º en discordia, un Vincent Cassel que hace de
psiquíatra heterodoxo y que hace entrar un poco de aire fresco en la historia.
Nunca pases delante de un oasis sin pararte a beber”, le dice al estirado (solo
mentalmente, porque en la vida es como los demás) Jung. Y la otra frase a
recordar es la del propio Jung: “A veces hay que hacer algo imperdonable para
poder seguir existiendo”. Nada más cierto. La otra opción es demasiado lineal y
aburrida (a parte de que dejaría sin trabajo a los psicoanalistas).
En fin, no se hace larga pero, como suele suceder en estas acciones
interioristas y muy conceptuales, tampoco se necesitaba más. Y eso que para
nosotros tuvo el encanto de haber sido rodada en Viena lo que nos permitió
recordar nuestros paseos de hace dos semanas por los jardines de Belvedere
(donde decía Freud que le gustaba pasear repensando sus ideas) y los del
palacio de Schönbrunn.
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