viernes, diciembre 09, 2011

Viena


Ha estado bien el viaje a Viena, incluidos los prolegómenos (Bresanone y Saltzburgo). El viaje comenzó atravesado (es inútil esperar milagros con Iberia, uno debería estar acostumbrado a que los vuelos nunca van en hora y, por eso mismo, un tránsito de poco más de 45 minutos es una promesa para ingenuos). Y así fue, por ingenuos, que perdimos el vuelo a Munich. Y eso que volví a cometer la estupidez de atravesar corriendo el aeropuerto (a punto del infarto, de nuevo) y logré llegar a la puerta a la hora en que el avión debía salir. Pero ya se había ido: la ley de Murphy: justo el que yo había de tomar fue el único avión que no llevaba ni un minuto de retraso aquella tarde. Pero no tiene caso, las cosas son como son y no como uno las imagina. Así que mejor no hacerse mal cuerpo. Iberia ni se entera y todos los costes son para ti.
Hicimos noche en Madrid, lo que tampoco estuvo mal. Relajados, en un buen hotel, con tiempo para saborear una buena cena y descansar sin agobios. A la mañana siguiente a Munich, donde deberíamos haber hecho noche. Un taxi rápido a la estación del tren e inicio de la siguiente etapa del viaje hasta Italia. Como teníamos una hora libre, dimos una vueltita por Munich donde no habíamos estados desde el ochenta y tantos, con el programa europeo Leonardo da Vinci. Entonces llegué a conocer bien la ciudad, pero aquella familiaridad ya pasó. Algunos recuerdos retornaron paseando por las calles céntricas (llenas hasta el abarrote de gente) pero era poco el tiempo y fue más la cosa de decir que habíamos estado allí que el paseo nostálgico que yo hubiera deseado. Ni siquiera fui capaz de alcanzar la Marienplatz de la que tan buenos recuerdos tenía de cuando el reloj daba las horas con un baile de los muñecos.
El viaje en tren a Bresanone fue un poco estresado. Yo tenía que intervenir esa tarde en el Congreso, pero ya vi que no llegaría a tiempo a la hora de mi conferencia. Supuse que me dejarían para el final de la tarde. Debería haber intervenido a las tres pero no llegaba hasta las 5. Me cambié en el tren y nada más llegar tomé un taxi a la reunión pero llegué tarde. Ya había acabado todo. Pasaron mi intervención al día siguiente.
Lo bueno fue que allí encontré a amigos carísimos como Franco Frabboni y Franca Pinto Minerva, Massimo Baldacci, etc.. No conocía a los organizadores, pero con los italianos eso no es ningún problema y a los pocos minutos ya nos tratábamos como si nos conociéramos de toda la vida. La tarde aún dio para un paseo por esa hermosa villa de Bresanone, siempre llena de casetitas de madera con objetos navideños y otros objetos de artesanía. Es como una feria permanente. Como hacía un frío que pelaba, nos sentó bien el vino caliente que toman allí. Es algo que un buen bebedor de vino jamás debiera aceptar, pero uno tiene que adaptarse a las circunstancias. Ya no lo tomé más, pero la verdad es que ese sabor y olor dulzón lo hemos ido sintiendo en todos los lugares por los que hemos ido pasando.
El congreso ni fu ni fa. Cuatro gatos. Los estudiantes estaban de huelga protestando porque la universidad de Bolzano les exigía presencia obligatoria en clase y porque habían eliminado algunas carreras. Asistíamos los ponentes y algunos profesores. Y con temas heterogéneos. Pero en fin, siempre se sacan cosas buenas. Yo conseguí entrevistar a Frabboni para el proyecto eméritos, me comprometí con un libro y varios artículos de revista. Más chollo. Fueron tres días gratos.
Y el sábado de nuevo en ruta cara a Salztburgo. El viaje, pese a que nos equivocamos de tren y tomamos uno lento que paraba en todas las estaciones, fue maravilloso. Para mí, lo mejor del viaje. Cruzamos el corazón mismo de los Alpes por paisajes realmente bellos, montañas nevadas, lagos también helados, zonas de esquí, pueblitos preciosos… una pasada. No me importaría volver en caravana y disfrutar más lentamente de tanta naturaleza. Luego Saltzburgo es lo que es. Iniciamos mal la visita porque el hotel que había reservado por Internet estaba en el quinto carajo. Con el agravante de que el tren había pasado previamente por allí y había parado en la estación. Cuando vi que la estación se llamaba Sud-Saltzburg, algo que también ponía en mi reserva ya vi que la cosa estaba chunga. Pero luego, tras el disgusto inicial, la cosa no estuvo tan mal pues había autobuses al centro cada poquito.
Nos encantó Saltzburgo, aunque como llegamos tarde todo se nos hizo un tanto agobiante. Llegamos en pleno concierto de Adviento. Una maravilla singular de esa ciudad en la que los músicos situados en los tejados de los edificios de la plaza central y distribuidos por grupos van estableciendo una especie de diálogo entre unos y otros. Era precioso y estaba a tope de gente (también aquí las plazas centrales están abarrotadas de casitas de madera que son puestos de venta de objetos de regalo y comida) pero comenzó a llover y el espectáculo se deslució un poco. Luego, como íbamos sin comer, también sentimos la necesidad de buscar un restaurante. Cosa difícil sin reserva. Tras algunas frustraciones encontramos, sin embargo, una pensión típica austríaca fantástica. Justo lo que buscábamos. Por supuesto, le dimos duro a las salchichas que estaban extraordinarias. Repuestas las fuerzas y ya sin llover, dimos un primer paseo exploratorio por la ciudad y nos retiramos a descansar. Nuevo paseo diurno al día siguiente y recorrido sistemático por esa preciosa ciudad que es Saltzburgo. Incluido, desde luego el palacio fortaleza. Esta vez la suerte nos acompañó y encontramos una cervecería típica que está a la bajada de la fortaleza. Nuevas salchichas para completar el cupo y de nuevo al tren.
El viaje a Viena fue más relajado. El tren era mejor aunque se llenó de estudiantes (da gusto ver los trenes llenos y la vitalidad que le da tanta gente joven en busca de su universidad). Llegamos bien a Viena y seguimos el mismo protocolo de siempre: tren al hotel y salida inmediata a un bautismo turístico por la ciudad con cena incluida. En este caso, el hotel Belvedere está prácticamente en el centro así que no hemos necesitado ni metro ni taxi. Andando llegamos en 10 minutos a la calle de la Ópera y nos movimos, de estreno, por ese eje central. Difícil como siempre, al principio, nos resultó encontrar un restaurante. Esta vez, al ser domingo la cosa se complicaba aún más. Así que una trattoria nos sacó del apuro y pudimos regresar al hotel, cenados y con la primera impresión de la magnitud y señorío de la ciudad en la cabeza.
Para el segundo día teníamos ya un plan más elaborado y sistemático. Siguiendo los recorridos que proponía nuestra guía. Y nos salió todo bien, salvo un revés con el primer café mañanero: una pócima en un lugar inhóspito. Para darse de cogotadas contra la pared. Pero después paseamos por el goldring que como su nombre índica es todo un anillo de monumentos y palacios. Visitamos el museo de Sissi y nos alucinamos con las cuberterías del Palacio Imperial. Fue un día intenso y andarín. Y, al final, una buena cena en uno de los café tradicionales. Y sin hacer cola, algo que resulta milagroso. Nuestro tercer día estaba ya señalado: el palacio de Schöbrunn y el de Belvedere, por la mañana y la ópera, por la tarde. Ya teníamos las entradas para ver Nabucco. No se puede ir a Viena y no pasar por la Ópera. Estuvo bien, pero sin esa cosa de emocionarte. Demasiado minimalista para mi gusto. Prácticamente sin coreografía ninguna y esos cuatro objetos que no cambiaron durante los 4 actos. Se mezclaba la historia original con resonancias actuales (los israelitas vestían de trajes de ejecutivo) lo que seguramente tenía un significado para el director pero poco para los espectadores poco avezados. Menos mal que el coro (ciento y bastantes personas perfectamente acopladas) era fantástico y la obra se basta a sí misma para resultar atrayente.
En fin un buen paseo por una ciudad que ha sido elegida por tercera vez consecutiva la ciudad con mayor calidad de vida del mundo (si no fuera por el frío, yo también lo diría). Nos faltó Klimt pero dos días y medio no dan para más.

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