sábado, junio 11, 2011

Algo va mal. Todo fue mal.

Algunos amigos se han empeñado en que resulta difícil sobrevivir en este mundo complicado sin haber leído Algo va mal de Tony Judt. En ello estoy, pero me está entrando una especie de sensación dubitativa sobre la oportunidad de hacerlo porque llevo unos días en los que, efectivamente, algo va mal. Lo de ayer fue peor: todo fue mal.
Es curioso cómo las cosas comienzan a torcerse en un momento y todo va de mal en peor. Lo de Murphy: “si algo puede ir mal, irá mal”. Y la cosa empezó chunga cuando, por puñetera curiosidad, entré en la página de Iberia para ver cuándo salía mi avión. Ya estaba en el aeropuerto a la espera de iniciar el viaje hasta Chile. Tenía tres horas de intervalo en Madrid, lo que siempre es un fastidio pues se van ampliando las horas del viaje, pero ya he aprendido que casi es mejor eso que andar angustiado sobre si llegas o no. Ni me imaginaba hasta qué punto eso iba a ser cierto.
Debíamos embarcar a las 8,30 pero media hora antes aún no había llegado el avión. Decían que traía algo de retraso. Y fue entonces cuando vi en la WEB de Aena que no solo iba con retraso sino con un “gran retraso”. No saldría de Madrid hasta las 9 de la noche. Eso significaba que no llegaría hasta las diez y pico, que tendría que desembarcar y, posteriormente, embarcar el pasaje y que no podríamos llegar a Madrid antes de las 11 y media. Una hora antes de que saliera mi avión para Chile. No sé por qué tendemos a hacer las cuentas tan ajustadas. Nunca van así. En cada paso vas perdiendo 10-15 minutos.
El avión llegó, efectivamente, a las 10:10 de la noche ( primeros 10 minutos perdidos). La gente comenzó a salir con una pachorra que a quien espera tomar el avión con urgencia, le resulta desesperante. Ellos bajaron y nosotros embarcamos. Y ya estábamos en las 10:45 y había perdido 15 minutos de mi hora para el tránsito. Cerraron las puertas y cuando ya parecía que podíamos comenzar a rodar sonó el timbre y escuchamos al capitán que pedía disculpas por el retraso (una avería técnica que les había obligado a cambiar de avión) y nos anunciada que nos habían dado hora de salida para las 11:05. Un mazazo para cuantos teníamos conexiones. Los gritos y silbidos atronaron la nave. Ya habíamos perdido otros 20 minutos del ala. Ninguna posibilidad de llegar al avión a Chile salvo que también éste fuera con retraso.
Salimos a la hora anunciada (con otros dos minutos de pérdida) y llegamos a Madrid con 5 minutos de adelanto. Eran las 11:55. Pero ya digo, cuando las cosas se tuercen, se tuercen. El avión aterrizó rozando la T4S, junto donde estaba posado mi avión. Si me hubieran abierto la puerta para bajarme allí, lo hubiera alcanzado por los pelos. Pero no, lo que hicimos fue bordear la terminal (casi con recochineo) y avanzar hacia la otra. Y cuando llegamos allí no es que nos dejaran en un finger cercano. Eso sería romper la racha negativa. Volvimos a dar toda la vuelta a la terminal hasta ubicarnos en la otra cara de la misma. 10 minutos más. Abrían las puertas a las 12:12.
Yo ya había negociado con la sobrecargo que me dejara pasar a Bussiness al final del viaje para poder salir a toda leche. Ella fue comprensiva. Así que fue lo mismo abrir la puerta y salir yo corriendo como alma que lleva el diablo. Había otro señor mayor que iba a Argentina y no conocía el aeropuerto. Dijo que me seguiría, pero él tenía media hora más que yo. Así que no pensé mucho en él, la verdad y fui corriendo por la terminal, bajé en el ascensor y me lancé al trenecillo de conexión. Y allí dos sorpresas. El señor mayor que venía tras de mí, estaba también allí. ¡Coño, pensé, cómo ha corrido este hombre! Pero lo peor era que el panel del tren anunciada que el próximo llegaría en 6 minutos. Eran las 12:18. Mi avión salía, teóricamente a las 12:20. A las 12:25 llegó el tren. Tardó 10 minutos en hacer el recorrido. En cuanto se abrieron las puertas me lancé como un poseso a las escaleras mecánicas, pasé la policía en segundos y tomé el ascensor para ir a las puertas de salida. Eran casi las 12:40. Como no sabía la puerta miré en los paneles y ya vi que salía de la puerta R5. El panel describía la situación del vuelo como Última llamada. Me animé. Pregunté a unos vigilantes dónde estaba la R5 y me dijeron: en esa dirección al final de la terminal. ¡A tomar por el saco! Otro mazazo. De todas formas eché a correr. Parecía una tarea imposible pues son casi 700 metros pero me dije que no iba a renunciar ahora que estaba al final. Corrí, corrí… Sentía que la boca se me iba quedando seca, que casi no podía respirar, tuve miedo a asfixiarme. Pero seguía, ¡qué leches, la cosa no podía ser peor! Ya estaba llegando (las 12:45 en el reloj) y ví que en dirección contraria venían charlando amigablemente dos azafatas. Oigan, les dije, no serán ustedes las que han embarcado para Santiago de Chile. Sí, me dijeron. Y ahí me derrumbé. ¿Qué me había faltado, 15 ó 20 minutos? Pues no llegué.
Di media vuelta hasta llegar a la oficina de atención al cliente de Iberia. Había una cola enorme con un espacio especial para bussiness y tarjetas especiales. Ocupado, por supuesto, por otra gente. Discutí un poco con ellos y pude aprovecharme de la tarjeta. Pero no sé si fue por la tarjeta o por lo desencajado que me vieron. Yo me sentía realmente mal. Como si me fuera a dar un ataque de un momento a otro. Tanta tensión y tanto correr me habían destrozado. Había una vena en la cabeza que me estallaba de dolor. Comencé a preocuparme. ¡Maldita sea, pensé, verás cómo no sólo he perdido el avión sino que esto va a traer consecuencias!
Casi no pude explicarle a la azafata que me atendió la situación. Tampoco es que ella pudiera hacer mucho. El siguiente avión no saldría hasta el día siguiente de madrugada. Es decir, un día entero tirado en Madrid. Me cambió la tarjeta de embarque y me dejó deambulando por la terminal a la búsqueda de la salida (que la complican infinitamente a esas horas de la noche cuando todo está ya cerrado). Nuevamente pasar por la policía, nuevamente el tren, nuevamente colas enormes en otra oficina de atención al cliente para que te den un baucher para el hotel (en mi estado, ni se me ocurrió pensar que justo al otro lado de donde hacía yo una cola enorme había otra donde atendían a gente con tarjeta oro y que estaba vacía). Con el baucher debes salir fuera y montar en un autobús que te llevará al hotel. Claro que hay que esperar a que se llene. A todas estas eran las 01:30 de la mañana. Nos llevaron al hotel, un Meliá que está en el centro de Madrid. Claro que como salí de los últimos del autobús, ni manera de colarse, tuve que soportar otra cola infinita ante el mostrador de recepción. Allí los ánimos se fueron calentando porque resultó que pese a las horas que eran, no teníamos cena. En el hotel decían que Iberia no la pidió y que a esas horas sus empleados ya no estaban en el hotel. Bronca tremenda del grupo argentino que llevada de la ceca a la meca desde las 5 de la tarde. Media hora después ya tenía mi habitación (magnífica: afortunadamente, las desgracias siempre tienen un puntito discordante, como una rama a la que puedes agarrarte un ratito). Como no había cena, algo imperdonable para mí, salí de explorador. Hay que ver lo animado que está Madrid a las 2 y media de la madrugada. El hotel estaba en Claudio Coello, así que recorrí Diego de León y tomé Velázquez. Había algunos lugares abiertos, pero eran bares de copas. NO me quedó otra que pasear hasta el VIPS y allí a las 2:45 (cierran a las 3) pedí una ensalada. Cerraron y marché. Llegué al hotel a las 3:15 y no logré dormir entre sobresaltos hasta bien entradas las 4. Una aventura que había durado 9 horas para llegar a Madrid. Casi podría haber venido andando desde Santiago.
Y ya veremos hoy. Todo el día dando tumbos por Madrid. Pero después de las angustias de ayer, ya he decidido que no merece la pena apresurarse. La resignación es más práctica. Sufres menos. Y te acerca menos a un ictus cerebral. Pues que sea.

1 comentario:

rafael dijo...

en una ocasion yo me queje con el agente que me vende los billetes de la indefension en que vivimos los que usamos frecuentemente cualquier linea aerea, ya que todas son iguales.
su respuesta me dejo tan aplanado que ahora la recuerdo cada vez que necesito resignarme:
"al que no viaja, no le pasa eso"
y me pregunto, porque estoy padeciendo esto?
por culpa de la aerolinea...

o por mi propia decision??