miércoles, mayo 22, 2013

Sobrevolando Brasil




Estoy sobrevolando Brasil desde hace un par de horas. Es curioso esto de las distancias, sobre todo en este enorme país. Todo es enorme. Ya estábamos por encima de tierras brasileñas y anunciaban los mapas del avión que faltaban casi tres mil kilómetros al destino. Recuerdo una vez haber comprobado que desde que el avión despegaba de Guarulhos hasta que cruzaba la ciudad de Sao Paulo t
ardamos casi 20 minutos. ¡20 minutos de avión para cruzar una ciudad! Impresiona pensarlo.
La cosa es que estaba viendo una película italiana bastante insulsa, NINA, (ya sería la tercera de este viaje) y me han entrado ganas de escribir. Hace días que no cuento nada en el blog y eso que han sido días llenos de emociones (una de ellas este viaje) y se me va llenando el depósito emotivo lo que no augura nada bueno. Al final, esa tensión estalla a través de la depresión o las lágrimas. Una lata.
Salir de casa suele tener estas cosas. Por un lado lo deseas ardientemente porque es movilizarte, visitar otros países, volver a encontrarte con colegas de todas las partes del mundo, estar en el candelero, sentir que te llaman, que valoran tus ideas, que te aplauden. La vida cotidiana no tiene esas cosas, allí eres uno más y cada vez más invisible. Salir es como una fiesta narcisista que engrasa las piezas de los mecanismos interiores. La gente de universidad lo necesitamos mucho. Sacamos fuerzas de este ir y venir. Los aeropuertos acaban formando parte de las coreografías profesionales.

De todas formas, en el escaso tiempo que tuve de espera en Barajas aún tuve tiempo para admirarme de mi propia fortuna. Que viajen gentes de la industria, de la medicina, del arte, de las ciencias, de la política, etc. hasta parece lógico. Pero que quienes nos dedicamos a la Educación entremos en esta danza, sorprende. A mí, gratamente desde, luego pero seguro que hay gente que piensa que es un despilfarro. Y la verdad es que resulta muy costoso. Uno va uniendo viajes, hoteles y comidas a los gastos de tu trabajo y la suma final resulta desmesurada. De hecho, nosotros en España no podemos hacerlo. Es una suerte que los países emergentes crean aún que la importancia de la educación merece esos dispendios. Con todo, no deja de ser una fuente de preocupación para quienes viajamos. Tienes que pensar mucho qué vas a decir para que les compense el esfuerzo.
Claro que a su esfuerzo económico y de anfitriones no le va a la zaga nuestro propio esfuerzo personal. Tienes que cambiar de horario, de ritmo de vida, de comidas. Pierdes muchos días, a veces, para una conferencia en un congreso. Eso sí me parece un despilfarro. En mi caso, este viaje tiene, además, la emoción añadida de ser mi primera salida seria tras el síncope cardíaco. Así que voy un poco asustado y vigilando cada sensación que se produce en el pecho. La verdad es que hasta ahora todo ha sido muy tranquilo, pero  no es fácil despreocuparse. Es mi prueba de fuego. Espero no tener que poner en marcha el Reveal y que todo vaya bien por ahí adentro.
….
Pues el viaje, lo que fue el vuelo, salió bien. En hora. Pero como no hay alegría completa, luego tardamos una hora y media en pasar la policía de inmigración.  Esta fase de los viajes se está convirtiendo cada vez más en una pesadilla. Parece mentira que no se cuide más ese aspecto. Unas colas infinitas de pasajeros exhaustos del viaje y que ven que las colas no avanzan, que hay muy pocos puestos de policía funcionando, que van lentísimos. Un calvario.
Llovía en Sao Paulo. Esa lluvia tropical intensa que lo inunda todo. Nuevas colas en las autopistas de entrada en la ciudad. Otra hora y media de coche. Entre la lluvia, el caos de tráfico, los inmensos atascos, un camión accidentado el periplo del taxi se hizo eterno. Así que la llegada al hotel después de tanta peripecia, me pareció un milagro. Pero ya estoy aquí.
Los primeros momentos son siempre un tanto melodramáticos. Sólo en el hotel, con días por delante alejado de tu mundo, empieza a subirte un hormigueo pantorrilla arriba. Es el inicio de la depresión de llegada. Chungo. Suelo atacarla saliendo a pasear por el lugar para irme adueñando un poco del nuevo espacio, pero esta vez estaba lloviendo mucho y eso se hacía imposible. Se hacía necesario un plan B. Siendo Brasil, estaba claro: una caipiriña. La niña que atendía la cafetería del hotel no parecía muy ducha en esos menesteres pero se esmeró y, al final, quedó rica y estimulante. Después me telefoneo un amigo malagueño que suele coincidir conmigo en estos congresos y quedamos para cenar.  Lo peor del inicio estaba vencido.
Bienvenido a Sao Paulo.

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