domingo, mayo 22, 2016

El amor, según McCullers.




No era fácil esperarse algo así. La historia era simple y un poco rebuscada. La protagonista es una señora llamada Amelia que vivía en un pueblo meláncólico y solitario. Así lo describe McCullers en “La Balada del  Café Triste” (Edit. Austral-Seix Barral ) de donde extraigo esta reflexión:
El pueblo de por sí es ya melancólico. No tiene gran cosa, aparte de la fábrica de hilaturas de algodón, las casas de dos habitaciones donde viven los obreros, varios melocotoneros, una iglesia con dos vidrieras de colores y una miserable calle mayor que no medirá más de cien metros. Los sábados llegan los granjeros de los alrededores para hacer sus compras y charlar un rato. Fuera de eso, el pueblo es solitario, triste: está como perdido y olvidado del resto del mundo… (p.7).
Vamos, nada del otro mundo. Y volviendo a doña Amelia, resulta que un día recibe en el café que regenta a un pariente enano y bastante maltrecho al que aloja en su casa y cuida cuanto puede. Le dedica tanta atención que se comenta en el pueblo que entre ellos se establece una relación muy especial que quizás sea amor. Un amor complejo porque hay muchas diferencias entre ellos y porque de ser verdad rompe no pocas reglas del comportamiento esperable de una señora mayor y viuda como Dña. Amelia. El caso es que, de pronto, aparece una interesante reflexión sobre el amor y los amantes. McCullers que diferencia entre amante y amado (compleja dicotomía en una relación en la que pareciera que ambos debían ser amantes) se refiere, primero, a los/las amantes. Y dice:
En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña, y este conocimiento le hace sufrir. No le queda más que una salida, alojar su amor en su corazón del mejor modo posible, tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permítasenos añadir que este amante del que estamos hablando no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra (p. 31).
Interesante descripción. Puede que ésa fuera la situación de doña Amelia pero  lo es, también, para mucha gente, jóvenes y mayores, solteros y casados, hombres y mujeres. Es decir, no es algo extraño, me parece a mí. ¡Cuántos amores guardados no  residirán en los corazones de las personas! Esos que no puedes confesar, que ni siquiera sabes bien si pertenecen a esa categoría del amor o a otros caprichos menos respetables. Es decir, quieres, aprecias, admiras, piensas en él o ella de forma incógnita o disimulada, procurando que no rompa tu vida ni la de la otra persona. Cuando los amigos y amigas cuentan sus experiencias (casi siempre, alterándolas para que no parezcan propias) es fácil reconocer situaciones así.
La situación del amado es más simple. O quizás, no.
Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. Se da, por ejemplo, el caso de un hombre que es ya abuelo que chochea, pero sigue enamorado de una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw, hace veinte años. Un predicador puede estar enamorado de una perdida. El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es solo el amante quien determina l valía y la cualidad de todo amor.
El pobre enano de la historia le ha llevado a Mc Cullers a cargar las tintas sobre los amados y amadas. Quizás llame más la atención ese amor silencioso cuando quien lo provoca es alguien escasamente elegible, si fueran las reglas del amor convencional las que fueran a dirigir el proceso. Amores épicos son ésos. Pero lo normal no es eso. No es así como suelen suceder las cosas que luego te comentan los amigos (cosa no fácil, el contarla, pues por algo es un sentimiento embridado). Amantes y amados suelen ser personas normales, gente que por alguna razón se ha encontrado, se ha conocido y ha quedado deslumbrado por el otro, incluso si éste-ésta no lo sabe.
Por esta razón, la mayoría preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos. El amado teme y odia al amante, y con razón: pues el amante está siempre queriendo desnudar a su amado. El amante fuerza la relación con el amado, aunque esta experiencia no le cause más que dolor.
No es un buen final. No sé si es cierto que la mayoría prefiere ser amante a ser amado. Probablemente sí porque te sientes más protagonista y autosuficiente. Eres tú quien decide y siente. Pero cuesta más pensar en que el amado teme y odia al amante. Y si fuera así, no entiendo que el amante desee continuar siéndolo. Demasiado heterodoxo ese amor que fuerza la relación y nutre su amor de dolor.
En fin, un lío, pero me ha parecido muy interesante este soliloquio filosófico sobre el amor y sus complejidades. Cuadra bien con lo que te cuentan los amigos.

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