lunes, noviembre 22, 2010

IDIOTA


Eso, idiota, idiota,idiota, idiota, idiota. Ni sé cuántas veces debí decírmelo a la largo de aquella hora horrible. ¡Idiota más que idiota!
Estábamos en el hotel Torremar, en una reunión de la REDU. Un lugar precioso en Sitges, rodeado de mar. Acabadas los Jornadas aún me quedaba una tarde de sábado en la que pretendía andar un poco después de tanta reunión y tanto trabajo intelectual. El organizador que era de la zona, nos había estado tentando a varios con un paseo hasta Vilanova por la orilla del mar. Contó maravillas del paisaje. Una hora, nos dijo. Nadie se animó pero yo sí. Y me fui solo. ¡Idiota!
El caso es que se hizo un poco tarde, porque tenía que cerrar con él algunos asuntos finales. Acabamos a las 5 y pico de la tarde. Nos despedimos, dejé el computador en la habitación y me dispuse al paseo vespertino. El atardecer era precioso y me prometía un paseo feliz para cerrar el día. ¡Idiota!
La cosa es que el paseo marítimo se acabo a los 100 ms. y eso me extrañó. Le pregunté a un señor y me miró un poco suspicaz. Me dijo que se sí se podía ir paseando a Vilanova pero no por un paseo.Que había subidas y bajadas y, a ratos se iba por la playa. Vaya pensé, no voy demasiado bien vestido. Menos corbata llevaba todo lo que se lleva a un Congreso, incluidos mis zapatos negros de vestir. El trozo de playa ya me pareció un exceso para aquel calzado, y para el pantalón y la cazadora. Pero luego fue peor porque el camino, un sendero de senderismo exigente que subía directamente al monte. Me armé de paciencia y seguí. A los 15 minutos de camino el sol comenzaba a ponerse. Hice unas fotografías preciosas como se puede ver. Pero me dejó un poco mosca la rapidez con la que se iba ocultando en el horizonte. A los 20 minutos yo estaba en pleno monte. Pensé que al otro lado se vería Vilanova. Pero sólo se veían más montes. ¡Idiota!
A la media hora me empezé a asustar. Me tocó andar rozando las vías del tren que pasaban cada pocos minutos y a una velocidad endiablada. Los senderos se iban estrechando y salvo el mar que llevaba a mi izquierda yo solo veía montes. Cada vez más densos y oscuros. Sólo me crucé al principio con dos parejas que iban en dirección contraria y después nada, La soledad más absoluta. Y ya sin sol, sólo la luz tenue que deja al ocultarse tras el horizonte. Yo subía y bajaba montes entre pedregales.Y subía y bajaba. Me recordó el Camino de Santiago. Y me empecé a asustar. Volver atrás no tenía sentido porque sería tremendo después de todo lo andado. Yo creía que no debía faltar mucho ya, pero a cada repecho que subía sólo veía otro, y después otro. Y cada vez más de noche.
En esas situaciones uno empieza a pensar mal. Sólo en mitad del monte, con acantilados que dan al mar a tu izquierda, las vías del tres a tu derecha y oscuridad cada vez más profunda alrededor te figuras comido por alimañas, asaltado por yonkis, tirado en el camino con un esguince. En fin, decía yo para animarme, seguro que mañana por la mañana pasa gente por aquí y me encuentran.
Con aquelllos zapatos tan poco aptos llevaba los pies y las pantorrillas hechas trizas. Yo quería poner el piloto automático, como hago en Coruña cuando salgo a caminar, pero era incapaz. La cabeza no dejaba de dar vueltas y el grifo de la angustía seguía con el chorro abierto. Pensé que no era bueno pensar en llegar sino en superar cada trozo de camino que veía delante de mí, daba lo mismo que fuera llano o cuesta arriba. Como cada vez se veía menos, resultaba fácil conseguir esos pequeños objetivos. Afortunadamente el camino estaba claro, con mucha piedra y mucho desnivel pero no tenía desviaciones que pudieran equivocarte. Yo creo que eso me salvó. Cuando ya llevaba más de una hora andando por el monte pasé cerca de una urbanización y eso ya me tranquilizó un poco. Aunque la verdad, casi no había luces, así que es probable que si quería pedir ayuda no encontrara a nadie. La sobrepasé y seguía el monte. Vi a lo lejos la carretera pero había que andar mucho y dar una vuelta enorme, así que me decidí por internarme de nuevo en el monte pensando que aquel camino que apenas veía ya, era mejor opción, siempre que no hubiera un brazo de mar en alguna de las colinas que me cortara el avance, claro.
No la hubo. Pero el camino se hacía cada vez más largo y más negro. Y en esas llegó una bifurcación, con un poste en el medio en el que ví unas flechas. Pero no había luz y era demasiado alto para poder ver lo que decía. Así que tuve que arriesgar de nuevo, dejarme guiar por el mar y la intuición e iniciar otro trayecto monte a través. Ya era de noche completa. Supuse que Vilanova no debía quedar lejos, pero como poco fueron otros dos o tres kilómetros. Luego llegaron algunos chalets pero muy perdidos en el monte y con caminos de tierra. Los fui siguiendo como si fuera una estela de salvación. Y al final, llegué a algo que se parecía a un polígono industrial. Con tan mala suerte que debía ser el estercolero, o el tratamiento de aguas porque olía fatal y estaba todo asqueroso. En fin, pasó la angustía del monte y el miedo y sólo quedó e cansancio y la distancia. Vilanova seguía estando lejos o, al menos, yo no notaba indicios de que estuviera llegando.
Al final, después de mucho andar todavía, llegué al puerto deportivo. Enorme aquello. Y le pregunté a una señora dónde quedaba el centro. Ah!, dijo, tiene que subir mucho. Este es el barrio del mar, coja aquella calle. Y eso hice. Estaba agotado. No sé cuánto tiempo demoré en hacer el recorrido. Una hora y media quizás. Bastante más de la mitad a oscuras. Un susto.
Supongo que no vi la parte interesante de Vilanova y la Geltrú porque me pareció horrorosa. Así que decidí ir directo a la estación (que estaba también en el quinto infierno) y volver en tren a Sitges de nuevo. 0,85€ me costó el trayecto de vuelta en tren. Y lo comparé con la angustia y el cansancio que me costó llegar. ¡Idiota!
La verdad es que, en buenas condiciones, con calzado de paseo, con tiempo y con luz, el paseo puede ser estupendo. Pero en mis condiciones fue una de esas experiencias que no se la deseas ni a tus peores enemigos. En el tren ya recobré el aliento y el humor. Hasta me dio en pensar que si hubiera muerto esa tarde en el monte, lo hubiera hecho el mismo día que murió Franco. ¡Vaya manchón en mi curriculum!.
En fin, está visto que no se puede ir de sobrado por la vida. Y que conviene conocer mejor los horarios de la puesta del sol. En medio de ninguna parte y sin sol, sólo se hace el idiota.

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