martes, diciembre 07, 2010

Cancún y alrededores.

Esto no es Cancún, nos advirtió el guía. Ustedes dicen Cancún pero esto es Playa del Carmen. Bueno, creo que la diferencia no es tan importante. Estamos a 68 kms. de Cancún y, según dicen, esta es la parte bonita de la península de Yucatán.
El hotel (¿lo dije ya?) es magnífico. Podía ser mejor. Los hay mejores (justo enfrente tenemos uno de la misma cadena, el Riu Palace, que debe ser la leche: por supuesto nosotros no podemos entrar en él, ni gozamos de los mismos privilegios de que gozan ellos. Ayer, me acerqué a un chiringuito de la playa pidiéndoles un jugo de frutas que tenía buena pinta pero cuando vieron mi brazalete me dijeron que yo no podía pedirlo, que era exclusivo para los del Palace). Bueno, de todas formas éste, el Riu Tequila, está más que bien. Además a caballo regalado no se le puede mirar el diente, ¿no?, pues eso. Encantados.
Hoy hemos acabado el día en un restaurante asiático dentro del hotel (además del general tienen otros tres a los que tienes opción de ir una sola vez durante tu estancia). Magnífico. Nos pusimos las botas. Lo que no estuve mal después del día de locura que hemos pasado. Bueno, me refiero a la excursión de día completo que te deja muerto.
Nos fuimos a Chichenitza que en los mapas parece cerca pero metidos en la furgoneta se ha hecho eterno: salida a las 7,30 de la mañana y regreso a las 8 de la tarde. Al principio lo llevas bien, pero a medida que van pasando las horas, la cosa se pone fastidiosa. Chichen Itza está bien, pero te llama menos la atención cuando ya has visto otras pirámides y espacios Mayas. De todas formas era lo que más ansiaba ver de esta zona, así que un objetivo cumplido. Me he quedado profundamente impresionado de la grandeza de aquel pueblo. Y de su crueldad. Algo deberían hacer los historiadores para mejorar la imagen de los Mayas, porque todo lo que te cuentan de ellos son muertes y sacrificios. Hoy fue un día terrible en ese sentido. El campo del juego de pelota es impresionante. Pero lo es mucho más cuando te explican que jugaban siete contra siete y que el equipo perdedor (o quizás el ganador no supieron decirlo) era decapitado en honor a los dioses. Vaya. Allí sí que tenían importancia los árbitros. Pues nada, te colaban un gol y estabas jodido.
Pero, luego, todo lo que hemos ido viendo era de lo mismo. Lugares para sacrificar personas. Les cortaban las cabezas y luego las ponían sobre un palo como se ve en la fotografía. Un mueo de los horrores. Incluso los cenotes, unos huecos enormes en la tierra que se llenan de agua, servían para arrojar allí a los sacrificados para los dioses. Además tenían muchos: había 13 cielos cada uno con su propio dios. De esos cielos, varios eran subterráneos. Y a esos mandaban a los tipos a los que arrojaban al agua de esos inmensos agujeros. Eso sí, antes los atiborraban de alcohol, setas alucinógenas y peyote. Al final se iban al otro mundo pero con un coloque espectacular. Cuando caían al agua desde 20 metros de altura, ni nadar ni leches, claro. Al fondo directos.
En fin, he acabado con un agobio terrible. Allí no se libraba ni el apuntador. Nos quejamos ahora, pero el miedo que debían tener metido en el cuerpo aquella gente debía ser tremendo. Las imágenes son tigres o serpientes que se te merendaban en un suspiro, o gente que te sacaba el corazón y se lo comía… En fin, malos tiempos. Y luego critican a los españoles que llegaron por aquí por violentos.
En cambio, estuvo bien Valladolid, una pequeña ciudad que ha conservado todo su encanto colonial. Me encantó. Las casitas pequeñas, armónicas, colorida. Una enorme plaza central delante de la Iglesia. Todo muy a la española. Lo que fue casa consistorial lo han convertido en museo público (con casi ningún contenido) y puedes asomarte a los balcones y mirar la plaza sintiéndote importante. También vimos allí al lado, en un bar, una exposición sobre la mujer en la cultura maya que me pareció estupenda. Quizás lo mejor de todo el viaje.
Y luego, camioneta, camioneta, camioneta. La ida ya es dura, pero el regreso que te coge desfondado después de todo el calor del día, se hace eterno. Menos mal que tras la ducha de recuperación de mínimos llegó la cena asiática. Ahí sí acabamos mejor.
Mañana, playa y a descansar.

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