Era una de las ofertas que te hacen en estos macro hoteles. Y la que más te entra por los ojos por su belleza y sus posibilidades. Así que se convirtió en uno de nuestros objetivos en esta semana de relax. Y ayer, como de carambola, nos encontramos frente al delfinario. Así que no lo dudamos y, aunque eso significaba abandonar durante una hora a nuestros amigos cubanos en la terraza de una cafetería, nos fuimos con los delfines.
Como es un monopolio de una empresa americana, abusan un poco en el costo pero, pese a todo, merece la pena. Te preparas para el agua, ellos te preparan para saber cómo tratarlos y comienza la fiesta. Una auténtica fiesta.
Como es un monopolio de una empresa americana, abusan un poco en el costo pero, pese a todo, merece la pena. Te preparas para el agua, ellos te preparan para saber cómo tratarlos y comienza la fiesta. Una auténtica fiesta.
Los delfines son un capricho de la naturaleza en el reino animal. Perfectos en sus hechuras, en su textura, en sus movimientos, en su sensibilidad, en su gracia. No me extraña que sean unos terapeutas magníficos. Te lo pasas fantástico con ellos porque es un placer que te recorre todo entero, el movimiento, el tacto, la mirada, la comunicación, el juego. Ellos cantan contigo, aplauden, te tiran agua, te besan, se dejan acariciar, te ponen ojitos, te pasan por encima, por debajo, te hacen girar empujándote por una mano, se colocan de forma admirable, cada uno a un lado, para que puedas agarrarles de la aleta superior y arrastrarte. Te empujan por los pies para arrastrarte a velocidad hacia adelante hasta que te pongas de pie sobre el agua en pleno clímax de placer. En fin, una gozada de esas que te dejan un recuerdo imborrable. Además tuvimos la suerte de que estuvimos solos los dos. Normalmente son grupos de 4 ó 6 personas. Pero no había nadie más y tuvimos a la pareja de delfines para nosotros solos.
Lo pasas bien tú mientras estás con ellos y disfrutas también cuando ves a otras personas haciendo lo que tú hacías. Sobre todo a los niños. Les ves una cara de alegría, de complicidad con el animal que es fácil de identificar con la que tú mismo has sentido.
Lo pasas bien tú mientras estás con ellos y disfrutas también cuando ves a otras personas haciendo lo que tú hacías. Sobre todo a los niños. Les ves una cara de alegría, de complicidad con el animal que es fácil de identificar con la que tú mismo has sentido.
Para que la cosa no se quede sólo en emociones, el entrenador de los delfines se empeña en incluir una clase de biología de los delfines. Te explica su anatomía, su estilo de vida, su evolución. Y la verdad hay cosas que te sorprenden. Por ejemplo que cambian de piel cada dos horas. Por eso tienen esa piel tan lisita y siempre tersa que gusta acariciar. Ves cómo son sus dientes (al fin son mamíferos) y cómo los usan para mamar de pequeñitos. Incluso puedes meterles la mano en la boca, no sin cierta prevención porque sus dientes tienen una pinta bastante agresiva. Te admiras de lo diminuto de su oído, un orificio microscópico que apenas puedes ver. Y sin embargo tienen, o eso decía su entrenador, diez veces mayor sensibilidad acústica que los humanos. En fin, que también tuvimos nuestra lección de anatomía delfinaria.
Pues qué decir. Eso, que te quedas con una satisfacción inmensa, con esa felicidad que son capaces de transmitirte los animales cuando son tan sensibles y cariñosos como los delfines. ¡Una pasada!
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