jueves, agosto 12, 2010

Tokio blues



Norvegian Wood, en su versión original. En honor a la canción de los Beatles con ese nombre y que uno de los personajes toca a la guitarra en varios momentos de la historia.
Interesante novela, ya antigua pues la escribió en 1987, de Haruki Murakami, un ídolo de la gente joven. La contraportada del libro incluye un comentario del crítico literario de El País quien adviertía que “Murakami, al igual que los Beatles, produce adicción, provoca numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo”. Cuando comencé a leerlo me pareció una aprovechada exageración de los editores, pero ahora que ya lo leí debo confesar que algo de eso hay.
Cuenta una retorcida historia de enamoramientos tan intensos como imposibles. Cuenta decisiones trágicas de jóvenes que se suicidan en la flor de su vida, y otras que apuestan por vivir a pesar de las dificultades. Tiene de todo lo que un joven puede encontrarse en la vida: amistad, amores, enfermedad, sexo, suicidio, vitalidad, humor, ganas de vivir y ganas de morir. Quizás por eso es tan buena novela.
Watanabe, el protagonista tenía dos grandes amigos: Kazuki, el chico y Naoko, la chica. Aunque los dos estaban enamorados de Naoko, ella eligió a Kazuki. Pero eso no rompió su amistad. Él lo aceptó así y siguieron juntos. Un buen día (malo para él) Kazuki se suicidó y eso provocó un terremoto en el grupo y acabó llevando a Naoko a una seria depresión. Para recuperarse se interna en una especie de residencia-sanatorio donde todo está dispuesto para que los internos superen sus dificultades. La novela cuenta el reencuentro de Watanabe con Naoko y la reconstrucción de la relación con ella. Es un proceso largo y tortuoso pues ella está internada y él ha de combinar estudios universitarios y trabajo para poder mantenerse. En el ínterin van apareciendo otras relaciones, pero él no quiere romper el pacto implícito que tiene con ella y su compromiso de esperarla hasta que se ponga bien. Cosa que no sucede nunca. Más bien, al contrario, va empeorando y al final sufre una nueva crisis y acaba suicidándose también. Esa muerte es un nuevo desastre en la vida de Watanabe y le produce una fuerte desolación que le lleva a vagabundear durante un mes y casi a perder su salud física y mental. Pero es una muerte que, a su vez, le salva, porque de esa manera puede retomar su vida Midori y hacer efectivo el que había sido su amor (oculto bajo la capa de la amistad) durante los últimos años.
Ya me doy cuenta de que contado así parece un drama tremebundo. Pero no es verdad. Cierto que es un drama, pero cargado de vida. Junto a personajes dolientes y perdidos (Kazuki al que casi no conocemos salvo por referencias y la propia Naoko que es un sin vivir) hay otros personajes llenos de vida. Muy interesante es el personaje de Reiko, la compañera de Naoko en su casita de la residencia. Ella es algo mayor pero también sufrió lo suyo y tuvo que dejar a su familia (a su marido y su hija) para que no les perjudicaran las maledicencias que decían sobre ella. Pero a ella la salva la música (era profesora de piano y en la residencia toca la guitarra, sobre todo canciones de los Beatles, aunque su repertorio es enorme) y el sentido común. Pero con quien más me he identificado es con el personaje de Midori. Ella es una tía genial. Alegre, sencilla, poderosa, desconcertante. Lo mismo le dice que le encantan las pelis porno que le invita a atender a su padre moribundo. Los diálogos con ella tienen una frescura de lo más gratificante. Una chica así compensa cualquier espera. Estar con ella es siempre una aventura y crea adicción. Salió ganando Watanabe, perdió a Naoko pero ganó a Midori.
Resulta muy interesante cómo aborda Murakami algunos temas.
La muerte, por ejemplo. Me llama la atención que una novela con tanta presencia de la muerte resulte un icono para los jóvenes. Pero tampoco es de extrañar pues, en el fondo, los protagonistas son gente joven que vive la muerte en su entorno y no le queda más remedio que integrarla en su vida:

“Recién llegado a Tokio (es Watanabe quien habla de sí mismo), cuando empecé una nueva vida en la residencia, tenía un único propósito: tratar de no tomarme las cosas a pecho, mantener la debida distancia con el mundo (…) Al principio pensé que iba a lograrlo. Sin embargo, por más que intentase olvidarlo (la muerte del amigo), en mi interior permanecía una especie de masa de aire de contornos imprecisos. Con el paso del tiempo esta masa empezó a definirse. Ahora puedo traducirla en las siguientes palabras: ‘La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella’.
Expresado en palabras, suena a tópico, pero yo en ese momento lo sentía como una masa de aire en mi interior. La muerte estaba presente en el pisapapeles, en las cuatro bolas rojas y blancas alineadas sobre la mesa de billar. Y nosotros vivimos respirándola, y va adentrándose en nuestros pulmones como un polvo fino.
Hasta entonces había concebido la muerte como una existencia independiente, separada por completo de la vida. ‘Algún día la muerte nos tomará de la mano. Pero hasta el día en que nos atrape nos veremos libres de ella’. Yo pensaba así. Me parecía un razonamiento lógico. La vida está en esta orilla; la muerte en la otra. Nosotros estamos aquí, y no allí.
A partir de la noche en que murió Kizuki, fui incapaz de concebir la muerte (y la vida) de una manera tan simple
.” (p. 37)
No resultaría extraña una reflexión de este tipo en una persona adulta. Yo mismo lo estoy viviendo así en estos últimos años. Esa sensación de que la muerte se ha mezclado con la vida, de que convivimos con ella, está en nosotros como cualquiera de esas enfermedades de las que somos portadores aunque no se manifiestan. Puede aparecer en cualquier momento. No sé si eso le resta dramatismo a la idea de morir o, por el contrario, se lo incrementa. Al final, da lo mismo. Pero llama la atención leérselo decir a un chico de 18 años (aunque puede ayudar a entenderlo que el personaje que lo dice lo está recordando 20 años después).
Otra idea interesante de la novela es la idea de normalidad. Los personajes andan siempre en el filo de la navaja, a mitad de camino entre normalidad y ese otro conjunto de situaciones que te hacen distinto. Debe ser una sensación típica del final de la adolescencia. Pero esa tendencia a la depresión, el miedo a la soledad o su búsqueda, la sensación de vacío, etc. hace de ellos unos personajes que parecen muy vulnerables. Cuando Reiko le cuenta cómo es la residencia donde ellas están, le va describiendo parte del personal que está bastante pasado de rosca:

“-Es como si el personal de la plantilla y los pacientes pudieran intercambiarse los papeles- dice Watanabe.
-¡Exacto!, -exclamó Reiko blandiendo el tenedor en el aire-. Veo que van entendiendo cómo funciona esto.
-Eso parece.
-Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales-reflexionó Reiko” (p.198)
No está mal como reflexión para los educadores. Saber que no somos normales (o, quizás, saber que la normalidad es un concepto difuso) es lo que nos hace normales. Y además nos ayuda a no segregar a nadie, a no ponernos demasiado exquisitos cuando analizamos los comportamientos de los otros.
Tampoco faltan reflexiones sobre la enseñanza. Al fin y al cabo, Reiko era profesora de piano. Ella pensaba, además, que lo hacía bien. Y por una razón que me gustó mucho:

“-Soy mucho más paciente con los demás que conmigo misma, y sé sacar el lado bueno de las personas. En resumen, soy como el rascador de una caja de cerillas.(…)
Porque desde la primera vez lavi me di cuenta de que odiaba que la presionaran. Asentía con amabilidad a lo que le proponía, pero hacia exclusivamente su santa voluntad. La dejaba tocar como quisiera. Luego yo interpretaba la misma melodía de diferentes formas. Y discutíamos qué interpretación era más correcta. Después le decía que volviera a tocarla. Su interpretación mejoraba bastante con respecto a la anterior. La niña intuía las mejoras y se corregía” (p. 201)
¡Qué buen sistema didáctico! Claro que para eso hay que saber hacer la tarea y saber hacerla de formas diversas. Y luego que tener un solo estudiante da mucha holgura para poder hacer cosas. Con todo, ojalá los profesores de conservatorio tuvieran ese buen ojo didáctico.
Resulta graciosa la conversación que Watanabe mantiene con el padre moribundo de Midori. Él está más en el otro mundo que en éste pero él le cuenta cosas. Y no banalidades. Le habla de lo que él está estudiando en su curso de historia del teatro. De Sófocles, Esquilo, Eurípides y la tragedia griega.

“La característica de su obra (se refiere a Sófocles) radica en que hay diferentes cosas que se van complicando las unas con las otras hasta que cualquier movimiento se hace imposible. Salen muchos personajes, cada uno con sus propias circunstancias, razones y quejas, todos persiguiendo, a su modo, la justicia y la felicidad. Por ello, todos acaban encontrándose en un callejón sin salida. Lógico, ¿no le parece? Es imposible que prevalezca la idea de justicia, que todos alcancen la felicidad. Y se produce el inevitable caos. ¿Entonces qué cree usted que sucede? En realidad algo muy simple. Al final aparece un dios. Y controla el tráfico. Tú vas para allá, tú te quedas aquí. Tú te juntas con aquél, tú te quedas aquí un rato quieto. Todo se resuelve. A esto le llama ‘deus ex machina’. En las obras de Eurípides suele aparecer casi siempre un deus ex machina y sobre este punto la crítica está dividida.
“Sería tan cómodo que existiera un ‘deus ex machina’ en el mundo real. ¿No le parece? Cuando alguien pensara ‘¿y ahora qué hago? Estoy atrapado’, un dios bajaría deslizándose desde lo alto y lo resolvería todo. Nada podría ser más fácil. En fin, esto es Historia del Teatro II. Éstas son las cosas que estudiamos en la universidad” (p.253)
Simpático discurso. Y más imaginándolo delante de la cama de un enfermo terminal en el hospital. Él lo reconoce en la novela: “Mientras charlaba, el padre de Midori me miraba con ojos turbios, sin decir nada”. Alucinando, debería estar el pobre. Pero resulta tierno: él no le conocía de nada, era la primera vez que acompañaba a su amiga a visitarlo y para que ella descansara un poco, le dijo que saliera a dar una vuelta y que él se encargaba de atender a su padre ese rato. Y le habló de lo que tenía en la cabeza. Me trae muchos recuerdos esa situación. También me tocó hacerlo en muchas ocasiones. Resulta mucho más fácil de lo que parece. Tú hablas y eres consciente de que es menos importante lo que dices que el hecho mismo de hablar, de que suene tu voz en un tono agradable que sirva para tranquilizar al enfermo.
Bueno, hay otras cosas interesantes en la novela: la aproximación al sexo y las primeras incertidumbres; el sexo como lenguaje y la forma tan diversa de aproximarse a las relaciones íntimas entre unas chicas y otras. Pero lo más interesante de todo es el canto al amor que se desarrolla a lo largo de toda la novela. Toda ella gira en torno al amor y a la muerte, en torno al amor y a la vida. Te va a encantar, me dijo mi hija, gran fan de Murakami. Y es verdad. Me encantó.

No hay comentarios: