sábado, septiembre 11, 2010

EL CONCIERTO

Que se puede llorar en una película es una obviedad cotidiana. Cosa frecuente para algunos, entre los que me incluyo. Pero, ¿se puede llorar en un concierto? Se puede. Somos asiduos de los conciertos, incluso hemos sido durante muchos años socios del Auditorio de Santiago con conciertos extraordinarios de la Real Filarmonía de Galicia todos los jueves de año. Muchas veces me he emocionado con la música pero nunca había llegado a llorar. Hoy sí. El concierto para piano y orquesta de Tchaikovsky, auténtico protagonista de la película, provoca tanta emoción que es imposible sustraerse a las lágrimas. Impresionante.
Y eso que la hemos visto en casa. La acababan de traer al cineclub y he tenido suerte. Pero me llama la atención que me pasara desapercibida en los cines comerciales cuando la estrenaron en Marzo de este año. O quizás es que, como se trata de cine francés, no la han pasado por aquí. Y eso que ha estado nominada a 6 premios Cesar. O sea, que venía con pedigrí. Pues, sea como sea, se nos pasó.
El Concierto (Le concert), dirigida por Radu Mihaileanu está protagonizada por François Berléand que hace de director de orquesta ruso degradado por la camarilla de Brednev y por Mélanie Laurent que hace de joven violinista parisina. Pero cuenta con todo un elenco de magníficos actores con papeles un tanto histriónicos pero eficaces. Son ellos quienes a través del caos y las incertidumbres que van creando en la historia te hacen llegar con el alma en vilo al desenlace final que no es otro que una magnífica representación del concierto de Tchaicovsky. 15 minutos dura el concierto, pero se hacen cortos porque no es sólo música lo que allí escuchas sino que es un revolcón de emociones en cada uno de los personajes. Y acabas viviendo aquello como si fuera tu propio éxtasis.
La película plantea la historia como una comedia con tintes amargos, muy del gusto del humor francés. También el empleo de la música como elemento salvador es muy del agrado de cine francés (ahí está la magnífica "Los chicos del coro"). Un director de orquesta ultrajado y humillado en la mitad de un concierto y condenado después, igual que sus músicos a sobrevivir haciendo pequeñas labores que nada tienen que ver con la música. Pero 30 años de humillación no consiguen acabar con la pasión que el defenestrado director siente por el concierto de Tchaicovsky y, aprovechando una coincidencia fortuita, vuelve a reorganizar su orquesta para tocar un concierto en el Petit Chatelet de París, el sueño de su vida. Por supuesto, después de 30 años cada uno de los músicos vive otra vida bien distinta y parece imposible conseguir reunirlos y formar grupo. En ese intento cómico y loco transcurre la película. Con ello la historia te va preparando para aceptar que el deseado concierto resultará inviable. Pero al final, y tras muchas incertidumbres, muchas de ellas con una fuerte carga emotiva, Olivier, el exdirector, lo consigue. Y ahí entre la emoción que él transmite (era el sueño de toda una vida, su unión consustancial con las música) y la que transmite la solista (cargada, a su vez de emociones intensas) te llevan al climax final y a desear con toda tu alma que aquello no acabe nunca. Jamás sentí la música con tanta intensidad, como si la partitura fuera un oleaje intenso en el que te abandonas a la suerte de la melodía.
Una maravilla. De veras.

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